“Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos…Ellos nos serán bandera para abrazarnos con ella y el que no la pueda alzar que abandone la pelea ¡No es tiempo de recular ni de vivir de leyendas!”
Allí Primera.
Parapetado en una vieja casona, un hombre solitario dispara su metralleta contra cientos de guardias nacionales, que además de su profundo odio asesino, están apoyados con carros blindados y la aviación somocista. Por lo menos el rey Leónidas tuvo a trecientos soldados y la opción de retroceder hacia Esparta antes de enfrentar a Jerjes en el angosto desfiladero entre la montaña de Kalindromos y el mar.
El comandante Julio Buitrago, jefe de la resistencia urbana del FSLN, no tenía más alternativa que el combate y murió ante el llanto impotente y la admiración de todo un pueblo que veía en televisión el drama de su inmolación.
El paradigma del héroe sandinista había nacido para inspirar a miles de hombres que luego ofrendarían su vida para derrocar a la Dictadura, defender su Revolución y luchar por construir el Socialismo en Nicaragua.
Cada generación de luchadores sandinistas ha tenido sus propios héroes. Unos muriendo con un fusil entre sus manos, otros ultrajados por las torturas en las cárceles somocistas, asesinados en una cuesta, en un lugar solitario o enfrente a multitudes.
Hemos tenido héroes del trabajo, de la educación, de la producción, de labores pequeñas, anónimas pero tan importantes como las más grandes epopeyas de la historia del Frente. El amor al pueblo es el vientre de donde nacen los verdaderos héroes.
Hoy que una peste creada en los laboratorios militares del bioterrorismo del Imperio nos agobia, lloviendo sobre mojado en un país agredido permanentemente, surgen calladamente otros héroes los cuales sin pensarlo mucho, enfrentan en la primera trinchera a la pandemia para darle una oportunidad de vida a nuestra población más frágil.
Esta vez no enfrentan tanques ni aviones, pero asumen con la misma disposición del Comandante Buitrago la posibilidad de su propia muerte.
Un médico, una enfermera, en los países que nos han saqueado durante quinientos años de explotación y robo, ganan entre cincuenta mil y ciento cincuenta mil dólares al año. Son parte de la élite social, están la cima de la cadena alimenticia del Capitalismo salvaje.
Acá nomás en Centroamérica, sus homólogos y colegas ganan -en el servicio público- entre dos mil y tres mil dólares al mes y además, una parte de ellos tiene sus propias clínicas u ofrecen servicio privado donde una consulta vale un ojo de la cara.
Para ser honestos también en Nicaragua un reducido grupo de galenos, especialistas sin corazón, sangran al pueblo con la venta de su servicio de manera particular, traicionando un antiguo juramento ético, contaminados con la “ley” de lucro máximo del Sistema capitalista, donde TODO es una mercancía.
Pero en Nicaragua la mayoría de los médicos, enfermeras, personal auxiliar y administrativo del Sistema público y gratuito de Salud, se entregan con valor a su servicio altruista. Para llegar a sus hospitales, centros de salud, a cualquiera de sus centros de trabajo, toman buses del transporte público, conducen sus motocicletas chinas, sus bicicletas, un cayuco, una bestia o simplemente caminan.
Muchos tienen que levantarse de madrugada para alistar la comida de sus niños, lavar su ropa, hacer las mil tareas del hogar, afligirse por conciliar sus pequeños salarios con los cada vez más altos pagos de los servicios públicos, los alquileres, los productos alimenticios, las deudas…
Y todavía enfrentar otra calamidad, esta vez salida del negro corazón clasista de nuestros adversarios: El descrédito, la calumnia, el irrespeto a su trabajo, la burla de los golpistas frustrados, de los que quieren llegar al poder en ancas de los marines, los ataques económicos y cerco político del gringo imperialista. Pero al héroe eso no le hace mella, antes bien, lo estimula para limpiar un piso toxico, tender una cama o medicar a sus pacientes, regalarles una palabra de aliento y muchas esperanzas.
Estos héroes callados envueltos en gabachas blancas y verdes que asimismo tienen sus propios mártires como los doctores Membrán y Marcos Samuria, que por extensión y propiedad son también mártires del pueblo nicaragüense, los mártires del Frente Sandinista que nunca se acostumbra a enterrar sin dolor a sus militantes y simpatizantes caídos en la lucha por un mundo mejor para todos, pero a los cuales les dispensa el mismo honor, el mismo agradecimiento y cariño entregados por siempre y para siempre a todos sus caídos, sin importar que estos sean cuadro históricos de la montaña como Venancio Alonso, Juancito el humilde campesino o el Comandante Francisco Jarquín, un luchador por el medio ambiente como Kamilo Lara, una maestra como Magdali Bautista Lara, combatientes populares como Joaquín Medina Tellez, Reynaldo Romero o Ramiro Sosa, diputadas del pueblo como Rita o María Manuela, oficiales en servicio activo como Gerardo Sandoval, Evenor Centeno, oficiales retirados de nuestras Fuerzas Armadas y de la Policía, hombres tan necesarios como Jacinto, Nicho, Orlando Castillo o Rodolfo Delgado, un jilguero guardador de nuestra Cultura vernácula como Otto y hombres y mujeres humildísimos como José David Mena, de mantenimiento de Migración, Bertha Angélica Moreno militante de base o un antiguo soldado-escolta como Reynaldo Lanuza.
Van a descansar también bajo la loza de mármol y flores del corazón del pueblo agradecido, eficientes alcaldes, antiguos y en funciones, como el compañero Fermín Cuadra, Donald Ríos u Orlando Noguera, un hombre fiel y capaz, salido de la política de alianzas impulsada con visión y generosidad por el Comandante Daniel y la compañera Rosario.
Son hombres y mujeres que han partido en los últimos meses victimas de sus enfermedades de viejos titanes o de la tragedia de esta pandemia, que los sandinistas han salido a combatirla, generosamente, sin importar sacrificio alguno. Meses muy duros hasta para el curtido temple del Sandinismo, pero sacrificios que al fin y al cabo dan mayor templanza al acero revolucionario.
Los que estamos vivos, los que seguimos con humildad las orientaciones del Partido, ayudando en calles y comarcas a cuidar a nuestro pueblo, los trabajadores y funcionarios que realizan sus labores para que los engranes de la maquinaria del Estado funcionen correctamente, los que trabajamos por cuenta propia, en el sector privado, familiar o individual, los que producimos, los que comerciamos, los que tenemos que salir a buscar el sustento con honor afuera de nuestros hogares, debemos ser responsables, ser humildes, dejar la arrogancia y obedecer las reglas que garantizan nuestra salud y la vida de nosotros, nuestras familias, vecinos, amigos, quedan muchas batallas que pelear y todos somos necesarios en ellas.
Nuestro Partido y nuestras autoridades deben administrar los riesgos, cuidando como se cuida a un tesoro a sus militantes más fieles y dispuestos, lo que salen a dar la batalla y además, dar el ejemplo en seguir los protocolos sencillos de cuido personal. Es triste ve a nuestros cuadros irresponsablemente exponiéndose sin necesidad, al no usar una pinche mascarilla o mantener una distancia segura.
Los dirigentes de todo nivel deben de proveer a las bases activas sandinistas de cuanto medio de protección sea posible. No se manda a la guerra al soldado con las manos vacías.
Es cierto que el virus va cediendo, gracias a un ciclo natural epidémico y sobre todo a las medidas de gobierno, implementadas para garantizar la eliminación de este peligro tan mortal como el dengue o las decenas de enfermedades respiratorias virales y bacterianas que cada año tienen que ser enfrentadas en nuestro ambiente tropical, pero la pandemia del nuevo coronavirus anda en las calles y eso no hay que soslayarlo.
El mundo se ha achicado y ahora las enfermedades son también globales. Admiramos y amamos a nuestros héroes y mártires, pero es mejor tenerlos entre nosotros cuando están vivos, luchando por un mundo mejor.
A cuidarnos hermanos, haciendo nuestro trabajo sin pánico, pero con responsabilidad.