El odio racial siempre ha estado vigente en los Estados Unidos pero, en estos últimos tres años ese sentimiento negativo hacia lo diverso se ha exacerbado con las peroratas rencorosas de este individuo enfermo, psicopático, que anda siempre con las incandescencias irresponsables en la boca.
Por Luciano Castro Barillas. Escritor y analista político
La muerte del afroamericano George Floyd en Minneapolis, Minnesota, es otra muerte más originada por el prejuicio, el odio y el desprecio por la vida humana. No era para tanto.
Era un hombre desarmado y tal vez haciendo locuras por el uso de estupefacientes, pero no opuso resistencia física incontrolable a la hora de su detención que pusiera en riesgo la integridad física de los policías.
Estaba esposado, sometido y colocarle la rodilla en el cuello con una fuerza extrema fue excesivo, desproporcional y brutal. Pedía clemencia porque no podía respirar, porque sentía morirse.
Y nadie lo escuchó, ninguno de los cuatro policías involucrados en el operativo le tuvo compasión. Fueron indiferentes.
Este no es un asunto interno de los Estados Unidos como afirman algunos izquierdistas dogmáticos. Este asunto compete a toda la humanidad, a todos los seres humanos, que no debemos tolerar semejantes acciones de crueldad.
Ningún ser humano se merece esto en ninguna parte del mundo. Este tipo de acciones solo suceden en el actual Chile sublevado donde los policías tienen especial predilección por la extirpación de ojos. Pero al final, los verdaderos responsables de la muerte de Floyd no son los policías enajenados e insensibles.
No. Es una vieja ideología racista de los esclavistas de los Estados Unidos desde la época colonial y que se fue heredando por siglos, hasta nuestros días.
El triunfo de la lucha por los derechos civiles se quedó a medio camino, como una victoria pírrica, y que pide a gritos abrir un nuevo debate, el del siglo XXI, para que estas atrocidades sean superadas.
La segunda potencia del mundo con el actual inquilino de la Casa Blanca no se da cuenta que, paso a paso pero seguro, cabezas duras como Donald Trump están destruyendo a los Estados Unidos, cuyo pueblo grandioso fue siempre un ejemplo de trabajo, responsabilidad, puntualidad y solidaridad, pero con tal mala suerte que desde siempre, como en América Latina, los políticos son las personas de la peor categoría, como dijera el escritor Gore Vidal.
Ya van cuarenta y ocho horas de disturbios en la ciudad de Minneapolis y el apacible río Mississippi se ve inquieto con sus aguas. La violencia está también en Los Ángeles con saqueos, quema de edificios, vehículos y cuanto bien está al alcance de los enardecidos ciudadanos.
La actuación brutal de la policía nunca podrá ser corregida mientras los jefes policiales y quienes los dirigen sean trogloditas, en tanto su política de seguridad pública sea concebida y diseñada por los oligarcas, jefes militares fascistas y políticos altamente corruptos, entre otros, y transitoriamente, Cabeza Dura Trump.
El odio racial siempre ha estado vigente en los Estados Unidos pero, en estos últimos tres años ese sentimiento negativo hacia lo diverso se ha exacerbado con las peroratas rencorosas de este individuo enfermo, psicopático, que anda siempre con las incandescencias irresponsables en la boca.
Despotrica contra todo lo que signifique un riesgo a su reelección y contra quien le contradiga. Pero sus días de inquilino en la Casa Blanca están contados.
Lo de hacer grande a los Estados Unidos nuevamente se le resbaló por los calzones con 40 millones de desempleados.
Sus errores en la conducción del Estado son tantos que ya se ha perdido la cuenta. Es asunto de tener paciencia pues va, definitivamente, para afuera, a desquitar sus frustraciones con su familia y sus empleados, pero ojalá lo hiciera con él mismo.
El mundo estaría mejor.
Publicado por La Cuna del Sol