Trump en su intento de sacar provecho de la crisis de la COVID-19 para crear un nuevo orden mundial a su antojo, no duda ni siquiera en sacrificar a su propio pueblo.
Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de la crisis mundial en estos días, ya que la alta prevalencia del nuevo coronavirus, denominada COVID-19, y el creciente número de víctimas entre la población local se han convertido en contratiempos que incluso los altos cargos de las fuerzas militares y de seguridad nacional no pueden ocultar ante la opinión pública.
Después de que Trump llegara a calificar a la plaga de la COVID-19 como un “virus chino” en un contexto despectivo y segregacionista que fue el caldo de cultivo de una ola débil de propaganda anticomunista, especialmente contra la China socialista, se originó una fuerte oposición contra la arrogancia mundial, específicamente en contra del Gobierno de EE.UU., cuya cabeza visible recibió un varapalo de críticas de la comunidad internacional por su postura racista sobre temas médicos y científicos relativos a la aparición de esta pandemia global.
Al pretender crear el caos en el nuevo orden mundial, Trump está tratando de iniciar una guerra fallida e imponerla en el mundo, una guerra que no tendrá un ganador y el principal perdedor es el propio pueblo estadounidense. Sus declaraciones y acusaciones sin base a una prueba circunstancial solo están provocando más caos global mientras el mundo se encuentra inmerso en la lucha contra la crisis sanitaria.
La opinión pública internacional, incluso la de los aliados incondicionales de EE.UU., es bien consciente de que son muy escasas las oportunidades para evitar una guerra y un conflicto generalizado a gran escala mundial si entre todos no ponen resistencia a las amenazas y los hostigamientos constantes de la Casa Blanca a ciertas naciones del planeta, como China, Rusia e Irán.
En lugar de intensificar las crisis en las regiones de Asia Oriental y Occidental, así como en el área del Golfo Pérsico, entre otras zonas, además de comportarse como una especie de “pirata de la era moderna”, que a la vieja usanza del salvaje oeste saquea los insumos y suministros médicos destinados a los países europeos, el mandatario estadounidense debería pensar de cómo abordar la difícil situación del pueblo estadounidense ante la letal enfermedad causada por el nuevo coronavirus.
El líder republicano podría haber tomado medidas para satisfacer las demandas urgentes de su pueblo si hubiera aceptado su mea culpa por la caótica y débil gestión suya al mando de la lucha en contra de la crisis pandémica en el suelo estadounidense, empero, sus recientes comentarios no dejan lugar a dudas de que no solo sigue pensando de que está dirigiendo correctamente las diligencias relativas a la contención del virus entre la población local, sino que ni siquiera se ha replanteado su postura bélica sobre algunos de sus adversarios a nivel mundial, como es el caso de la República Islámica de Irán.
Las tensiones entre Irán y Estados Unidos han entrado en una nueva fase desde mayo de 2018, luego de que Trump retirara de forma unilateral a su país del acuerdo nuclear, firmado en 2015 por Teherán y el Grupo 5+1 (entonces formado por EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania), al usar el pretexto de que Irán no estaba cumpliendo plenamente sus responsabilidades en el marco del pacto y, acto seguido, Washington reimpuso una nueva tanda de sanciones contra la nación persa.
Estados Unidos decidió abandonar el acuerdo nuclear pese a los múltiples informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) que confirmaban en ese entonces que Teherán estaba cumpliendo cabalmente los compromisos que aceptó en virtud del convenio, de nombre oficial Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC o JCPOA, por sus siglas en inglés), que entre otras cosas, se comprometía a rebajar el desarrollo de su programa nuclear, a cambio de la cancelación total de las sanciones internacionales impuestas en su contra.
No hay duda de que Irán haya cumplido íntegramente con sus obligaciones bajo el PIAC, empero a pesar de dicho compromiso, la reimposición de nuevas medidas asfixiantes y draconianas sobre Teherán no solo reafirman la escalada de las hostilidades que promueve Trump contra esta nación, sino que además ha evidenciado que fue un error importante y estratégico del Gobierno de Estados Unidos.
Con el paso de tiempo, la Administración Trump ha visto cómo sus incesantes medidas punitivas impuestas contra Teherán poco le han servido para doblegar la voluntad del pueblo persa para que sus autoridades se sentaran a renegociar su programa nuclear con sus pares estadounidenses.
De hecho, Washington ha tenido que asimilar el duro trago que le supone para sus intereses geopolíticos en la región del oeste de Asia, eso de ser testigo de cómo Irán ha ido experimentado un crecimiento sin precedentes en la producción y la autosuficiencia a medida que el bloqueo económico estadounidense iba creciendo contra la nación persa.
El punto que todos los expertos en asuntos globales enfatizan es que este hostigamiento en contra de Irán, contrario a lo que piensan los líderes estadounidenses, será muy largo en el tiempo, ya que estos subestiman el poderío y el temple que le caracteriza al pueblo persa para resistir a los vaivenes que le han puesto en su camino a lo largo de su milenaria historia para llegar a los tiempos actuales.
Son muchos los expertos que sostienen que esta enemistad declarada por parte de los halcones de la Casa Blanca contra el pueblo persa, desde hace más de 70 años, que se ha traducido en todo tipo de arremetidas, pasando por urdir un golpe de Estado contra el Gobierno democráticamente electo de Mohamad Mosadeq en agosto de 1953 para restablecer en el poder al monarca Mohamadreza Pahlavi depuesto en ese momento por una férrea voluntad popular de salir del yugo imperial o con el paso del tiempo patrocinar en 1980 la guerra impuesta de 8 años del régimen del entonces dictador iraquí Sadam Husien contra Irán, podría salir muy caro para el contribuyente estadounidense que con sus aportaciones económicas llena las arcas de la hacienda pública, de cuyos fondos se nutren las políticas hegemónicas de Estados Unidos.
Algunos entendidos señalan que este empecinamiento de los líderes estadounidenses de imponer sus dictados imperiales sobre los iraníes solo acarreará más dolor de cabeza para Washington, que si no recapacita y desiste en sus planteamientos bélicos, está abocado a enfrentarse a uno de los conflictos más largos y costosos de toda su historia.
Entre otras consecuencias de este conflicto, se apunta a que podría llevar al cierre del estrecho de Ormuz, una de las principales vías marítimas por donde se mueve las exportaciones de petróleo mundial y, de este modo, empeoraría el suministro a los mercados financieros internacionales del crudo.
Por otra parte, incluso el pueblo estadounidense es muy consciente de que el presidente de su país no se preocupa por ellos y gasta todo el presupuesto gubernamental en aras de propagar los gérmenes de las guerras, las discordias y la creación de grupos terroristas en el oeste de Asia y en otros lugares, solo para saciar sus ansias de la dominación mundial.
La política belicista de Trump es de tal magnitud que incluso ve el despliegue de las fuerzas militares en otros países como otro medio más a su alcance para lograr sus objetivos e intereses sin importarle en absoluto la seguridad física de estos efectivos desplegados a miles de kilómetros de sus casas y, menos aún, de la seguridad nacional de Estados Unidos en sí mismo.
Resulta que por dondequiera que las fuerzas estadounidenses o sus tropas aliadas han llegado a pisar, solo han llevado la inseguridad, el saqueo de los recursos y la riqueza de estos países.
A pesar de los incesantes reclamos estadounidenses relativos a garantizar la seguridad en la región y los países en los que hayan estado o están presentes, en la práctica no se ha hecho nada más que desestabilizar esos lugares, derivándose a que al final se hayan visto obligados a abandonar muchas de estas naciones o retractarse de sus posiciones hegemónicas.
Los líderes estadounidenses deben ser conscientes de que es mejor para ellos pensar en su propio pueblo en lugar de urdir conspiraciones que engendren las llamas de los conflictos, de interferir en los asuntos internos de otros países y de tomar medidas encaminadas a crear tensiones, guerras y desestabilizar el mundo.
Las altas esferas del poder en Washington deberían centrarse más en cómo mejorar la situación política, cultural, económica y social en EE.UU., debido a que el pueblo estadounidense no está en una buena situación al ser testigo de esta coyuntura una parte de la opinión pública mundial que presencia a diario un aumento en el número de personas asesinadas con armas de fuego, la propagación de la inseguridad, entre otras cosas.
En su lugar, Estados Unidos que teme la influencia política y social de Irán en la región del oeste de Asia, está haciendo todo lo posible para detener este imparable avance que se basa únicamente en la voluntad ética de asistir a los demás congéneres sin que haya por medio la meta y la búsqueda de algún rédito para las autoridades persas.
Sin embargo, cada día que pasa de esta errónea estrategia y cálculo intervencionista de Washington, se ve cómo a pasos gigantescos está en caída libre esa hegemonía que tanto codicia EE.UU. en la región y el mundo.
Además, la alineación de otros países de la región con la República Islámica de Irán, por su postura afable con sus vecinos, está aumentando día a día, ha enojado al Gobierno de EE.UU. y a algunos de sus aliados europeos, al ver cómo se convierte Teherán en una superpotencia independiente e influyente en la zona de Asia Occidental, que por su naturaleza pacifista dejará sin efecto cualquier intento de estos países occidentales, lideradas por Washington, de intervenir en los asuntos internos de los países de la región.
A pesar de todas las sanciones y presiones de EE.UU. y sus aliados regionales, Irán confiando en sus capacidades internas, talentos y el poderío de su pueblo, ha podido demostrar al mundo que la nación persa es una nación soberana, independiente y próspera en todos los ámbitos político, económico, social, cultural y militar.
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