“Nuestro inconsciente es tan inaccesible a la idea de la muerte propia, tan sanguinario contra los extraños y tan ambivalente en cuanto a las personas queridas, como lo fue el hombre primordial.
¡Pero cuánto nos hemos alejado de este estado primitivo en nuestra actitud cultural y convencional ante la muerte!
No es difícil determinar la actuación de la guerra sobre esta dicotomía.
Nos despoja de las superposiciones posteriores de la civilización y deja de nuevo al descubierto al hombre primitivo que en nosotros alienta. (…)
Pero acabar con la guerra es imposible;(…) Y entonces surge la interrogación. ¿No deberemos acaso ser nosotros los que cedamos y nos adaptemos a ella?
¿No habremos de confesar que con nuestra actitud civilizada ante la muerte nos hemos elevado una vez más muy por encima de nuestra condición y deberemos, por tanto, renunciar a la mentira y declarar la verdad?
¿No sería mejor dar a la muerte, en la realidad y en nuestros pensamientos, el lugar que le corresponde y dejar volver a la superficie nuestra actitud inconsciente ante la muerte, que hasta ahora hemos reprimido tan cuidadosamente? (…).
Recordamos la antigua sentencia si vis pacem, para bellum. Si quieres conservar la paz, prepárate para la guerra.
Sería de actualidad modificarlo así: si vis vitam, para morten. Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.”
Este artículo “científico”, escrito en medio de la primera Guerra Mundial por el neurólogo Sigmund Freud, sorprendente por su ilimitado cinismo y terrible por su influencia “intelectual” sobre generaciones de teóricos y pragmáticos de la psiquis humana (¿acaso hay otra?) y el horror de la guerra, es algo así como la piedra angular que sostiene toda la fundamentación que ”racionaliza” y da acta de nacimiento a todas las pseudo-doctrinas que justifican la guerra “por ser inherentes y naturales al Ser humano”.
¿Realmente la Guerra es un producto inevitable de un dualismo psíquico, de un conflicto de bipolaridad humana subyacente desde los oscuros tiempos de la primitiva bestia-hombre? y entonces ¿La Paz es una ficción, una “tregua entre dos conflagraciones” que ineluctablemente habrá que romperse y así dar otra vuelta de tuerca a una historia signada por el determinismo de la violencia?
Si este fuera el destino manifiesto de la Humanidad, entonces la historia seria propiedad de los fabricantes de armas y los generales.
Pensadores honestos (no solo de izquierda, por supuesto) de todas las épocas se han opuesto a tal maniqueísmo filosófico que solo ha traidor réditos para unos pocos y ha hecho del mundo un campo de batalla.
Ernst Von Klausevich, estratega militar, más que pensador, adelantaba que “la Guerra es la política por otros medios” y los clásicos del Marxismo-leninismo nos demostraron en sus obras que el origen de la misma subyace en las relaciones económicas desiguales entre las clases sociales y entre las naciones, en la búsqueda de nuevos mercados (Ver el Anti- Dühring de F. Engels, sección segunda, caps. I, II y III, “La teoría de la violencia y el poder). La paz, por tanto es una categoría aparte, independiente, con vida propia y no supeditada “al despertar de una oscura reminiscencia primitiva”, es con seguridad el más preciada anhelo de la Sociedad, el objetivo primero del Ser humano y la condición sine qua non para el progreso y el desarrollo.
Con harta frecuencia, algunos “pensadores” occidentales opinan que la preservación efectiva y duradera de la Paz (en la sociedad, como entre las naciones), está condicionada a la cantidad y calidad del arsenal militar de que los hombres y los gobiernos dispongan. ¿Nos suena familiar este “razonamiento”?.
La guerra casi siempre ha sido un recurso para imponer la injusticia (lean a Lenin y su definición de guerras justas y guerras injustas) y no una necesidad existencial del hombre.
Muestra de ello son los largos periodos de paz que la humanidad ha experimentado, p. e. la “Pax Augusta”, trajo a Roma más de doscientos años de paz y la llamada “Pax Americana” se prolonga desde el fin de la II G. M. hasta el día de hoy, sin una sola guerra entre las grandes naciones Occidentales (aunque sí decenas de “pequeñas” guerras y conflictos bélicos de intervención han sido desatadas por las potencias militares en la periferia) que demuestran que debe de existir voluntad política y causalidad económica para que emerja la certidumbre de un conflicto armado.
Así que quiero creer que la paz es posible, sobre todo en el concierto internacional, donde la jurisprudencia, los tratados, las Organizaciones internacionales y todos los mecanismos diplomáticos existentes posibilitan la salida pacífica y consensuada a cualquier diferendo limítrofe o de cualquier índole entre las naciones. Aunque ya no estoy tan seguro.
Si con la guerra contra Irak empezamos a sospechar que el Orden internacional empezaba a desordenarse, con la sospechosa demolición de las torres gemelas de N.Y. todo se volvió certeza: El Capitalismo volvía a utilizar la guerra, ahora a escala global, como una política de Estado de manera descarada y descarnada. Las dos últimas Administraciones gringas han llevado esta nueva “Doctrina” al límite, agregando a la amenaza de la fuerza militar, “sanciones económicas” que en realidad son agresiones militares.
Si en tiempos de “el gran garrote” las cañoneras gringas eran usadas como salones donde se firmaba la humillación contra pueblos pequeños y pobres, en estos tiempos los portaaviones nucleares con sus gigantescas y poderosos flotas, las bases militares y los satélites (además de las transnacionales y la banca mundial) son la proyección del poder imperial hacia cualquier rincón del mundo.
La paz mundial está en vilo, se busca romper la paridad estratégica que daba pie para una destrucción mutua asegurada durante la Guerra Fría y el hilo se puede romper en cualquier punto y en cualquier momento.
Mientras, los países pequeños que defienden su propia forma de vivir y desarrollarse, son agredidos diariamente.
Para ellos (hablemos -por ejemplo- de Cuba, Nicaragua y Venezuela) la guerra empezó desde hace mucho.
Edelberto Matus.