Es un tema espinoso porque toca sensibilidades, pero que es bueno de vez en cuando sacarlo a airear.
En mi modesta opinión la llamada “Iglesia popular” latinoamericana, basada en una “novedosa” propuesta teológica (que en realidad nace en Francia a mediados de los treinta del siglo pasado),que a tono con el léxico revolucionario cheguevariano de los sesenta parte, no de eliminar la nociva cosmovisión religiosa impuesta por los conquistadores, sino de cambiar el método, segregando en dos grandes porciones a los creyentes cristianos: La Iglesia ortodoxa y la Iglesia “del pueblo”, un Dios con dos miradas, dos “discursos” para dos grupos antagónicos que (a su modo) siguen creyendo en el reino de los cielos y gozando (los primeros) y sufriendo (los segundos) este mundo.
La utopía bien intencionada de algunos grandes pensadores (y otros, aún más convencidos que incluso tomaron el camino de la guerrilla), teólogos, sacerdotes y miembros de comunidades eclesiales de base que chocó de frente con su propia ortodoxia, las costumbres, la “cultura” y el pensamiento liberal de la “democracia” occidental impuesta por los gringos.
Pero en el fondo, está la preocupación de la Institución religiosa de no perder el control sobre una amplia masa de creyentes (tanto en Europa en la incertidumbre del período entre las Guerras mundiales, como en A.L. después del triunfo de la Revolución cubana de marcada ideología marxista, es decir atea) y tal vez por eso es que esta propuesta es impulsada desde la Orden religiosa más “inteligente” y perceptiva (los Jesuitas, que inclusive ponen sus mártires más notorios), pero a la vez más acomodaticia y pro-capitalista, en los países más grandes de América del Sur ( Brasil, Argentina, Colombia y Perú), de donde avanzará (realmente muy poco) hacia aquellos pequeños países donde habían situaciones de revolución social como Nicaragua, El Salvador, Guatemala, etc.
Es decir, la “Iglesia popular”, sin bien encontró acogida en una parte pequeña de la comunidad religiosa católica latinoamericana en un momento de alza del proceso revolucionario, desde el punto de vista político e ideológico, no significa ninguna opción realmente revolucionaria.
Es otra forma de control, pese a sus propios autores y participantes, sobre los pueblos en lucha y una alternativa a la ideologización marxista-leninista verdaderamente transformadora y revolucionaria.
El padre Bartolomé de las Casas quería un trato más humano para los indígenas “que sí tenían almas”, pero no que se dejara de destruir la Cultura y credo autóctonos, por los conquistadores, ni que se detuviera la imposición del cristianismo europeo.
Y si Karol Wojtyla, fue la cara pública ortodoxa que destruyó el proyecto de la “Iglesia Popular”, no solo fue por su anticomunismo confeso en el papel de papa Juan Pablo II, sino porque era su obligación como cabeza de una Institución reaccionaria, como lo habría hecho cualquier papa en la milenaria y fatal existencia de la Iglesia católica. Sino recordemos que el actual papa (Francisco), cuando dirigió el clero argentino fue un declarado antiperonista y fiel aliado de la última dictadura militar de ese país y que inclusive no hizo nada por salvar de la muerte a sacerdotes sospechosos de colaborar con la resistencia argentina.
Hoy el catolicismo está en crisis y lucha contra su competencia (no menos perniciosa), las Iglesias y sectas religiosas evangélicas (la mayoría inventadas en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania) y “vuelve su ojos piadosos” hacia abajo de la cintura del mundo, habitada mayoritariamente por pobres que - según El Vaticano- pueden ralentizar su desplazamiento y caída como religión dominante.
¿Qué quedó de la “Iglesia popular” en Nicaragua? Prácticamente nada.
En una mañana de domingo en una iglesia de un barrio pobre del Oriente de Managua, un estoico y buen sacerdote oficia el rito religioso, en el espíritu ochentero de la “misa campesina” y pregona humildemente su “opción preferencial por los pobres y que Dios ama a los más desposeídos”.
Es la única iglesia de Nicaragua en que regularmente, domingo a domingo, se escucha y canta sin mucha convicción por los fieles presentes el pegajoso corito que encierra eclécticamente, el idealismo, el dogma y la supuesta filiación y militancia del Todopoderoso con la lucha social de los pobres contra sus opresores, características tan propias de la llamada “Teología de la Liberación”, pero que al final, vuelve a la ortodoxia de ESPERAR con calma su retorno a este mundo:
“Porque estás vivo en el rancho
En la fábrica, en la escuela
Creo en tu lucha sin tregua
Creo en tu resurrección”…
Edelberto Matus.