Samir “el turco”, no es turco. Ni siquiera es libanes.
Su abuelo sí procedía de aquél lejano paisito del arbolito de cedro en su bandera y llegó a Nicaragua con un pasaporte turco, pues entonces aún era súbdito del Imperio Otomano y ya viejo, después de recorrer incansablemente los polvazales y lodos de todo el país de finales del siglo diecinueve, se regresó a su “oasis de paz”, huyendo de las deudas y dejando a la abuela del “turco” con una charpa de chavalos mocosos, macilentos y escuálidos, pero con los alegres ojazos negros de Simbad el marino.
Samir es nica, pero parece árabe, con un nombre árabe y un desteñido apellido que suena a musulmán. Pero es católico, aunque sólo va a misa a los eventos sociales que alguna vez es invitado. Tiene el pelo ensortijado y entrecano y perdió un brazo, quién sabe cómo, en su ya lejana niñez, del barrio Campobruce (“Kemp Brusss”- me corrige con aires de erudito- “Allí estuvo una base de la marina gringa cuando Sandino”). Viste siempre bien y disimula la cota en la manga larga de su camisa Ralph Lauren.
Dice que le gustaría haber nacido en Anatolia y haber heredado la sabiduría del revoltijo de Imperios, comenzando con Arzawa, los Hititas y Lidios, que inventaron la moneda (“¡el ´bisne´, hermano!”), las armas de hierro y los carros de combate ( “¡ de ahí vienen los turcos, del turqueo, brother!") y que poblaron Asia Menor haciéndose picadillo con sus no menos belicosos vecinos, desde la Antigüedad hasta llegar a ese gran país donde ahora viven “los turcos con sus turcas”, acota haciéndose otra vez el erudito, para terminar enseñándome su lado más prolífico: El de maestro de un doble sentido que bascula, peligrosamente, entre la fina ironía y la chanza vulgar que desborda al humor negro. Todo lo que dice lo celebra con una estruendosa carcajada, que detona por simpatía las risas de los que le escuchamos.
Tiene arte para conversar el “turco”.
“Soy árabe de alfanje curvo y turbante de seda”, dice intentando una metáfora (mientras nos regala su pose más feroz), para poner en relieve su recio carácter y sin pizca de humildad, su presunta cultura.
“Pero de los árabes de verdad, los que se atenían a la hospitalidad del desierto, luchaban con el cuchillo entre los dientes por su fe y su tierra, amaban a ´tumbos´ de mujeres a la vez y creían en Scheherezade y ´ Las mil y una noches´ como historia y no como cuento. “ Al final Samir, que querés ser o parecer: ¿Turco o árabe?, le pregunto para molestarlo. “¡Pues nica, hombre!”. La cara de árabe y el color de turco solo me han dejado ´clavos´” contesta fingiendo molestia.
“Fíjate hermano que he ido dos veces a la Embajada gringa a solicitar visa de entrada a la ´yunai´ para ir a ver a un par de hijos de mi primer matrimonio que se fueron huyendo de la guerra entre contras y sandinistas.
La primera vez, en los ochentas yo tenía una truchita en el Oriental y vivía posando donde amigos o viviendo en cuarterías con alguna pichelito de esas inditas que de a montones venían a Managua corriéndose del monte, así que le pedí a mi hermano Abdulá que pusiera de mentol a mi nombre su tienda, su cuenta de ahorro y los papeles de su casa y su camioneta con la que vendía cortes de tela en los pueblos. Aunque desconfiando, como si fuera judío y no descendiente de árabes, mi hermano mayor aceptó.
Me fui al Consulado americano muy alegre y no sabés que el hijodelagranpúchica chupatinta que me atendió , ni siquiera vió los documentos que tanto me habían costado pagarle a un abogaducho asiduo de la cantina ´El botero del Volga´. Me empezó a preguntar que si había estado en Bulgaria, que si en Checoslovaquia, que si en Cuba, que si con los rusos,… Y yo negándome pues con costo fui una vez a Bluefields antes de la guerra a vender unas pailas de aluminio y un queso que se me pudrió navegando en el Río Escondido".
" El chele cara de escroto, tan tieso como una iguana asada por la corbata, me dijo que yudonlaicmi, que parecía kurdo de los que viven haciendo manifestaciones y pegándose fuego en las plazas de Turquía y que mi brazo coto le parecía ´sospechoso´ y me estampó un gran sello que casi me parte en dos el pasaporte”.
Tomó una bocana de aire y alerta, como si todavía estuviera enfrente al funcionario consular gringo, me preguntó que si yo había pedido visa alguna vez. Mirá turco, le contesté, fuí a principios de los noventas a la Embajada esa, no llevé ningún papel que me atribuyera propiedades o ahorro alguno y le dije que viajaba por asuntos laborales de AEROFLOT, compañia para la cual trabajaba yo por entonces y que había estudiado en la Unión Soviética, que había viajado por Europa del Este, las fronteras con Mongolia y China y había estado diez y siete veces en Cuba.
El “turco” abrió los ojos incrédulo diciéndome “ ¿Y qué te preguntó más el maje ese?” , Pues que si hablaba ruso y entonces le empecé a cantar a todo pulmón la Katiushka (Расцветали яблони и груши…), el funcionario, demostrando oportuna alegría , tarareó la canción, acompañándose de un estridente tamborileo sobre el mostrador de vidrios blindados y sonriendo, me extendió mi pasaporte con la autorización de una visa múltiple por diez años…!
“¡No me fregués!, ¡¿Eso hizo el desgraciado?, pues la segunda vez que fui, eso en el año dos mil, llevé siete tarjetas de crédito, incluyendo la American Express, las escrituras, la foto y el menú de mi restaurante de asados en las zona rosa los papeles de mi casa en Ciudad Jardín, la licencia de circulación de mi Audi, el Registro de vacunas del perro. ¡Ahhh! Y también me puse la prótesis alemana para disimular mi cotita.
El vice Cónsul, que esta vez era una gringa de esas sequitas como palo de escoba y de cara andrógina y que con la inflexión de voz de Sigouney Weaver (en la escena donde se encuentra con el alienígena), sin someterme a ningún interrogatorio de intinerancias izquierdosas… ¡Me extendió mi pasaporte con una visa de entrada a los Estados Unidos de A-m-e-r-i-c-a! ¡Qué alegría brother! Me emborraché de euforia y le conté a todos mis amigos de entonces, me compré una valija grande y una chiquita con rueditas y mango retráctil ¡Sansonite brother!"
"Vos sabés que aunque me dicen turco, soy árabe y los árabes somos desconfiados y cautos, así que al día siguiente, aún de goma, me puse a revisar el pasaporte y reparé en que la visa estaba concedida para tres meses…¿Tres meses? Pregunté a todos mis amigos que habían viajado a gringolandia y nadie había recibido nunca una visa por tal período: Las había de uno y seis meses, un año, cinco, diez y otras, por tiempo indefinido. Me puse a pensar, me devané los sesos y a la luz del desmadre de las tales torres gemelas al fin entendí: ¡Los majes, en su paranoia, creían que yo era terrorista! Venadito entra a tu huerta y ¡zas! Directo a Guantánamo. Rompí el pasaporte, brother”. " Acaso soy maje, pues!"
Samir, al recordar el suceso que parecía tan vital para él, entro en un estado cercano al paroxismo, pero como siempre nos está chanceando, perversamente y con ánimo de revancha le conté la auténtica continuación de mi periplo por el Consulado gringo en Managua: “Yo volví a pedir la visa también para ese tiempo.” “Ajá ¿y cómo te fue?” Pregunto “el turco”.
Pues, esta vez me preguntaron que si conocía o había tenido contacto con ciudadanos de Medio Oriente u otras regiones del mundo no muy afectas al llamado Mundo Libre. Sí, les dije que había tenido camaradas estudiantes pertenecientes a la OLP en Ucrania, y en Moscú había sido amigo de estudiantes de tendencia izquierdista kurdos, paquistaníes, yemenitas, saudíes, mozambicanos, saharahuíes, libios, marroquíes, liberianos, srilanquéses, nepaleses, etc.
Además, que años después había tenido negocios con los funcionarios de la Embajada de Corea del Norte en Managua, con empresarios colombianos, mejicanos,etc…Me volvieron a dar la visa por otros diez años, esta vez sin cantar en ruso la ´Katiushka´.
El rostro de mi amigo Samir Abud, “el turco”, nieto de aquél Jalil Abud (maronita practicante, oriundo de Jezzine, Líbano,pero que vino a Nicaragua con pasaporte otomano y anduvo vendiendo trapos, candelas de sebo, aceite de petróleo y Agua de la Florida), repentinamente se tornó rojo de furia y su barba de corte "cuchilla tres” se erizó como la cama de un faquir. “¡Así que te la volvieron a dar!", rugió.
Cuando lo ví levantarse de su asiento temí lo peor, me quedó viendo con los ojos del guerrero sardo que llevaba adentro, levantó su brazo completo y la mitad que le quedaba del otro y me dijo a media voz:
"¡QUÉ LES PASA A ESOS GRINGOS, BROTHER!"
Edelberto Matus.