Monseñor Méndez Arceo fue obispo de Cuernavaca, estado de Morelos en México, durante 30 años desde 1952 a 1982. Pieza central en la génesis de la teología, la eclesiología y la política de la liberación. Sus métodos reformistas fueron copiados después del Vaticano II.
Carlos Sergio Méndez Arceo fue un obispo católico e historiador mexicano, ideólogo de la teología de la liberación.
Nacimiento: 28 de octubre de 1907, Tlalpan, México
Fallecimiento: 5 de febrero de 1992, Morelos, México
Nada más entrar en la diócesis empezó con una reforma litúrgica quitando las imágenes de la catedral, usó la lengua normal en lugar del latín, puso al sacerdote frente al pueblo en las misas y sólo dejó un Cristo colgado del techo. Y fue extendiendo esto a toda la diócesis.
En la diócesis de Cuernavaca, Morelos, los sacerdotes se dieron a la tarea de limpiar los templos, poner a Cristo como centro de culto católico, quitar los santos, no permitir velas encendidas, cambiar culto por lectura de la biblia.
Su enemiga era la devoción popular, por ejemplo en el pueblo de Jumiltepec el párroco suplantó una imagen de la Virgen que daba mucha devoción a la gente por otra fría e insensible, aunque los parroquianos se dieron cuenta y dieron larga batalla hasta que la recuperaron siendo la figura central en este éxito el sacerdote Lavagnini http://misticaverdadera.blogspot.com.es/2012/04/religion-popular-y-renovacion-conciliar.html, primer gran resistente a Méndez Arceo.
Luego aquél se integraría en la Fraternidad de Lefebvre y ayudaría a la atención de las comunidades de otros pueblos que querían su catolicismo de siempre.
Con estos métodos el pueblo, tras el pasado reciente de la guerra cristera de los años 20 y la desafección de los obispos que consideraba que había cedido a los engaños del gobierno, se puso en manos de sacerdotes que garantizasen su catolicismo popular; en muchos lugares fueron resistentes a éste y otros obispos preliberacionistas y ya tras el Vaticano II se crearon iglesias cismáticas, siguiendo a Lefebvre o a otros grupos llamados sedevacantistas, todos con la tónica común de la negación en bloque del Vaticano II y en algunos casos negación de la legitimidad de los papas posconciliares.
Así el pueblo se encontró en la tesitura de o ceder a la reforma volens nolens que se les imponía o bien entregarse a la iglesia cismática que visualizaban sólo en el sacerdote cercano a ellos. La verdad que en México no hay mucha elección en el campo católico o mejor diríamos pseudocatólico: o iglesia popular o iglesia detenida en el preconcilio, pero el caso es estar en guerra.
La iglesia de la devoción popular con primacía del culto a los santos y patronos y Santa María se defiende gracias a los propios indígenas, tiene la enemiga de protestantes, catecumenales, liberacionistas y si se entrega al régimen cismático se autoexpulsa de la iglesia romana.
Carlos Sergio Méndez Arceo nació el 28 de octubre de 1907 en la ciudad de México, en el seno de una familia preocupada por los pobres.
Sus padres, en Zamora, Michoacán, eran primos de Lázaro Cárdenas del Río, presidente de México, quien había brindado asilo político a los exiliados españoles durante la guerra civil.
Así como, por haber consolidado las bases del funcionamiento del Partido Nacional Revolucionario y su proceso evolutivo, mediante la incorporación de las grandes centrales obreras, hacia el Partido de la Revolución Mexicana, antecedentes del Partido Revolucionario Institucional.
El pensamiento liberal y la religión presidieron su infancia. El niño Sergio fue el más chico de 12 hermanos.
Muy bueno para las matemáticas, podría haber sido ingeniero, pero un día su tío, el arzobispo José Mora y del Río, se lamentó de la falta de sacerdotes en México (los evangélicos y los protestantes cobraban gran auge) y en ese instante el niño pensó: “Yo voy a ser sacerdote”. Era el año 1921, tenía 14 años. Su padre le advirtió premonitoriamente: “Sólo quiero decirte una cosa, hijo: no hay peor política que la negra”.
Don Sergio permanecería 11 años en Roma. En 1939, ya ordenado sacerdote, recibió el grado de doctor en historia. A su regreso a México, fue maestro de historia y de filosofía en el Centro Cultural Hidalgo, que habría de convertirse en la Universidad Iberoamericana.
No sólo se hizo famosa la misa de mariachis, también la de jazz, los jóvenes cantaban a voz en cuello. Don Sergio visitó la colonia de paracaidistas fundada por el guerrillero maoísta Florencio El Güero Medrano y cortó quelites con los más pobres, pero en septiembre de 1966, en un congreso en Caracas, fue aún más lejos y al hablar del cura Camilo Torres, citado por el diario venezolano La Esfera, el obispo de Cuernavaca dijo que: “las revoluciones violentas de los pueblos pueden estar en algunos momentos de su historia absolutamente justificadas y ser totalmente lícitas, porque la revolución en el propio sentido de renovación es finalizar lo inacabado o aquello que se puede perfeccionar”.
En noviembre del año siguiente, en el Teatro Calderón de la ciudad de Monterrey, don Sergio pronunció la conferencia “Cristianismo y cultura” ante estudiantes de la Universidad de Nuevo León. Allí hizo alusión a la necesidad de un diálogo entre marxistas y cristianos. Andaba, decía el obispo, a campo traviesa, examinando el fenómeno ateo, buscando una convivencia humana que pudiera acabar con “el eclipse de Dios”.
Nunca hay pruebas de la incitación revolucionaria por el clero, pero lo cierto es que un año después, 1968, los estudiantes mexicanos se manifestaban en Tlatelolco y fueron masacrados por el gobierno (Las versiones oscilan entre los 500 muertos y los 35 según la versión oficial).
En Morelos, el antecedente zapatista y las luchas libertarias campesinas debieron "construir" a don Sergio. El obispo se nutrió del lenguaje social de la Revolución mexicana y se dejó influenciar por los movimientos sociales liberadores, como el jaramillismo en el campo, experiencias de convivencia colectiva reprimidas con saña.
Sergio Méndez fue prototípico en su uso de los textos conciliares en una línea a medida de la revolución:
Descendamos, hermanos, con el riesgo de todo anuncio concreto a semejanza del riesgo del Señor: el culto al poder económico, opresor, desilusionante, inhumano, ha tomado la forma de sistema de la producción, del consumo, de la acumulación, de la propiedad ilimitada, es decir, del capitalismo –en cualquiera de sus formas– que la Populorum Progressio describió como sistema nefasto, causa de muchos sufrimientos injustos [ … ]
Esta es la raíz de muchas inconformidades, fue el origen de nuestra revolución [ … ] La Biblia contiene la condenación irremisible de la violencia de los opresores y estimula la violencia de los oprimidos [ … ] La opción entre la violencia de los opresores y la de los oprimidos se nos impone, y no optar por la lucha de los oprimidos es colaborar con la violencia de los opresores.
Llamado el "Obispo Rojo" siempre fue polémico por sus ideales socialistas y su simpatía por las corrientes renovadoras en el seno de la Iglesia católica, así como por su pertenencia a movimientos como "Cristianos por el Socialismo".
Más allá de la revolución mejicana también denunció en su momento la intervención estadounidense en Vietnam y en Centroamérica y Cuba. Condenó los regímenes militares de derechas en Latinoamérica, e impulsó el proyecto "Va por Cuba", enfocado en contrarrestar el bloqueo estadounidense a la isla. Apoyó a los Gobiernos sandinistas, en Nicaragua, y de Fidel Castro, en Cuba.
Como de acuerdo con el Concilio Vaticano II, el decreto sobre libertad religiosa núm.74 que fundamenta la licitud de los ciudadanos de defenderse contra el abuso de autoridad y como con libertad evangélica, andaba rumiando nuevas definiciones y tanteando nuevos senderos.
Y en reflexión por los cientos de caídos el 2 de octubre, sacaba la veta buenista: “No señala la Iglesia ni puede en general señalar la meta o el camino, no propone un socialismo cristiano, como no es debido hablar de democracia cristiana; pero sí estimula el compromiso de buscar, con generosidad y entereza.
En nuestras asambleas eucarísticas deberíamos reflexionar en la obligación de compromisos con quienes buscan la superación del esquema violento sobre el que está montada nuestra sociedad capitalista...". Sí... pero los pobres chicos que habían sido llevados al matadero allí estaban en sus tumbas.
El lobo de la revolución se había vestido con la piel del cordero eclesiástico para mejor convencer de la justicia de la causa.
La estela de los llamados padres de la nueva iglesia latinoamericana que tanto influiría en la aplicación dl Concilio Vaticano II fueron Monseñor Romero junto con Helder Cámara en Brasil, Leónidas Proaño en Ecuador, don Sergio Méndez Arceo en México, y los obispos asesinados Enrique Angelelli en Argentina, Juan Gerardi en Guatemala, Joaquín Ramos en El Salvador, y Gerardo Valencia Cano en Colombia.
Toda esta situación prefigurada desde los años 50 por Méndez Arceo generó la nueva era posconciliar que hizo lanzarse extramuros a los llamados integristas, generando las marginales iglesias cismáticas con sus jerarquías y parroquias tomadas en muchos casos gracias al apoyo de la gente del pueblo afecta al culto a los santos y a Santa María.
Fuente que detalla los pormenores socialistas de Mendez Arceo aunque en perspectiva favorable: http://www.adital.com.br/site/noticia_imp.asp?cod=48158&lang=PT.
Posiblemente la iglesia posconciliar en México y en todo el mundo esté todavía en transición.
En la primera etapa de lo que fue guerra civil religiosa, en postrera victoria de la revolución de inicios de siglo, la que habían enfrentado los cristeros, se consiguió echar extramuros a pueblo y sacerdotes que no querían las reformas quedando tildados nefastamente como cismáticos y por tanto condenados en tierra y cielo, y en una siguiente etapa se producirá la expulsión de los que no habiéndose sumado al cisma y manteniendo una fe de integridad junto al romanismo, sabiendo separarse de según qué pastores, pero sin salirse de la iglesia todavía gobernante.
Es Iglesia gobernante pero dividida, y la parte que entiende de manera sesgada y parcial el Vaticano II habría de conseguir que esa interpretación sea la única posible dentro de la futura neoortodoxia y sean echados extramuros como nuevos cismáticos los que no acepten la determinada interpretación del Vaticano II.
Quienes hagan interpretación ortodoxa se conseguirá que parezcan que la hacen cismática.
La única vía para no caer en esto que traerá el futuro es no responder como han hecho los cismáticos hasta ahora, que es hacer del repudio y la resistencia una máxima.
Al contrario, habrá que invertir los métodos seguramente, y como los que combatieron desde dentro la buena iglesia habrá ahora que permanecer como dentro de la nueva iglesia dominante, sin gestos drásticos, sin campañas estériles, pero obrando sencillamente con una ortodoxia vivida en la clandestinidad.
Nada de católicos indignados que hagan el juego que quieren para que los lancen extramuros.
La dirección de Santa María será más necesaria que nunca.