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Para la Unión Europea, llegó el momento ‎de usar la fuerza ‎


Ursula von der Leyen, ex ministra de Defensa de Alemania, acaba de iniciar un mandato como ‎presidente de la Comisión Europea, en lugar del Spitzenkandidat Manfred Weber. ‎Hasta ahora la presidencia de la Comisión Europea siempre estuvo en manos de un ‎representante de los intereses atlantistas.

La Comisión Europea que acaba de iniciar su mandato ha mostrado claramente cuál es ‎su proyecto ante la retirada de Estados Unidos: devolver a Europa occidental la ‎dominación que ejerció sobre el resto del mundo desde el siglo XVI y hasta el ‎siglo XIX. Con ese fin está dotándose de una ideología barata que invierte el sentido ‎del vocabulario de sus filósofos. Sería una postura risible, si no fuese porque puede ‎llevar a la guerra. ‎

La Unión Europea pretende devolver a sus miembros la posición predominante que habían ‎adquirido por la fuerza en sus respectivos imperios. 

Como el mundo ha cambiado, ya no es ‎posible basar el control colonial en las diferencias que separaban a los “Salvajes” de la ‎‎“Civilización”. Resulta, por tanto, conveniente formular una nueva ideología que aporte a la ‎dominación europea un ropaje de ideales nobles. ‎

Esa ideología ya existe, de manera embrionaria, y Estados Unidos la utilizaba para justificar su ‎propio «liderazgo». Ahora se trata de hacerla más coherente y más precisa. ‎

Su eslogan básico afirma que el «universalismo» ya no debe entenderse como la igualdad ‎de todos ante la Ley, independientemente del origen, de la fortuna y de la religión de las ‎personas sino como igualdad en el trato que cada cual puede recibir en cualquier país adonde ‎llegue.

 Desde esa nueva perspectiva, el verdadero enemigo ya no sería el desorden, tampoco ‎la inseguridad generada por el desorden, sino los Estados que supuestamente deber protegernos ‎y que crean diferencias entre nosotros en función de nacionalidades. ‎

‎¡Excelente doctrina para un Estado supranacional! Pasamos del Estado federal estadounidense al ‎Estado federal europeo.

En el plano sociológico, esta ideología respalda indistintamente toda forma de migración ‎‎(lo cual permite hacer desaparecer las fronteras entre los hombres). 

También respalda ‎toda forma de ‎confusión entre los géneros masculino y femenino (lo cual permite hacer desaparecer las ‎desigualdades basadas en las diferencias físicas entre las personas).

En el plano económico, esta ideología se pronuncia por la libre circulación de los capitales (que ‎no deben someterse a limitaciones determinadas por los Estados) y por la globalización del ‎intercambio (ya que el intercambio somete a los hombres a través del comercio).

En el plano militar, esta ideología apoya la injerencia de la «comunidad internacional» en los ‎‎«Estados no globalizados» (por considerarlos refractarios al Nuevo Orden) y el uso de fuerzas ‎armadas no estatales (ya que ciertos Estados tendrán que desaparecer).

En el plano político, esta ideología respalda cualquier causa global, como la lucha contra las ‎acciones humanas que determinan el cambio climático. En definitiva, esta ideología rechaza el ‎Derecho Internacional (o sea el Derecho que se impone a todos) [1].‎

Si bien la cuestión de las migraciones se ha convertido en un tema tabú para las élites europeas, ‎a raíz del fracaso de la canciller alemana Angela Merkel en 2015, vemos que todos los demás ‎aspectos ya son comúnmente admitidos.

La confusión entre los géneros, iniciada con la exigencia de paridad en materia de cargos, se extiende hoy a las acciones que preconizan un modelo transgénero. Ya nadie se atreve a ‎observar que la aplicación de la paridad en los Parlamentos y en las juntas directivas de las ‎empresas no benefició a las clases populares sino sólo a las élites.

Resulta imposible ver dónde estaría el progreso en pasar de la integración de los transexuales a ‎la apología de la incertitud en materia de diferenciación entre los sexos.

La libre circulación de los capitales es una de las «Cuatro Libertades» instituidas en la Unión ‎Europea desde la adopción del Acta Única Europea, en 1986. Ese concepto permite a las ‎grandes empresas evadir los impuestos nacionales, lo cual todos deploran… pero nadie quiere ‎abrogarla.

La globalización del intercambio ha destruido millones de empleos en Europa y ha comenzado a ‎erosionar las clases medias [2].‎

La injerencia militar de Estados Unidos en los Estados no globalizados es el núcleo de la ‎doctrina Rumsfeld/Cebrowski, adoptada por Estados Unidos en 2001 [3]. Es asombroso comprobar que las élites occidentales ‎todavía parecen ignorar su existencia. 

Por ejemplo, la publicación de un gran sondeo sobre ‎los 18 años de “fracasos” estadounidenses en la “pacificación” de Afganistán ha suscitado ‎numerosos comentarios. Pero absolutamente nadie se atrevió a decir que, lejos de ser un ‎fracaso, el actual resultado era precisamente el objetivo de la misión que el secretario ‎de Defensa Donald Rumsfeld asignó al Pentágono en 2001: 18 años después, la «guerra ‎sin fin» todavía prosigue en una serie de teatros de operaciones, que son cada vez más numerosos ‎‎ [4].

El uso de fuerzas militares no estatales ha alcanzado un punto de apogeo con las organización ‎yihadistas –una de ellas, el Emirato Islámico (Daesh), llegó incluso a atribuirse un Estado ‎no reconocido. El uso de fuerzas militares no estatales prosigue actualmente con el respaldo ‎oficial de la Unión Europea a una organización clasificada como terrorista –el PKK–, con tal ‎de que esa organización limite su campo de acción a Siria y no actúe en Turquía [5].

La lucha contra la actividad humana señalada como causa del calentamiento climático es ‎ante todo una política tendiente a reformatear la industria automovilística, que ha alcanzado ‎el fin de un ciclo desarrollo, para llevarla a iniciar un ciclo diferente, pasando del motor de ‎combustión interna al motor eléctrico. 

La teoría de Milutin Milankovic sobre la relación entre las ‎variaciones de la órbita terrestre y los cambios climáticos de larga duración ofrece una ‎explicación válida de los cambios climáticos actuales. Pero eso no impide que se siga afirmando ‎que «está científicamente demostrado» que esos cambios se deben a la actividad humana [6]. ‎

Lo peor está por ver con la invención de un Derecho global. ‎

Ignorando las diferentes tradiciones jurídicas existentes a través del mundo, la Unión Europea ‎está subvencionando la Corte Penal Internacional (CPI, también designada como Tribunal Penal ‎Internacional o TPI). Después de haber servido por mucho tiempo como instrumento del ‎colonialismo europeo en África, la Corte Penal Internacional pretende establecer una supuesta ‎superioridad de los europeos sobre los demás grupos humanos. ‎

Después de haber tratado infructuosamente de juzgar a la Premio Nobel de la Paz Aung San ‎Suu Kyi, por supuestos «crímenes contra la humanidad», la CPI pretende ahora juzgar al ‎presidente sirio Bachar al-Assad por haber dirigido la resistencia de su pueblo contra la arremetida ‎de la Hermandad Musulmana [7]. 

La CPI pretende también sentar a Israel en el banquillo de los acusados por los ‎crímenes que ha perpetrado en los territorios palestinos ocupados. Dado el hecho que ‎los europeos no sienten particular interés por el pueblo rohinya, por el pueblo sirio ni por ‎el pueblo palestino, ¿cómo ignorar que la Unión Europea sólo trata en estos casos de ‎llevar la contraria a Estados Unidos y erigirse en defensora de los musulmanes, incluso ‎pisoteando su propia tradición de secularización?‎

El Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep ‎Borrell, anunció la próxima creación de un régimen global de sanciones contra las violaciones de ‎los derechos humanos, conforme a la voluntad expresada por el Parlamento Europea en abril ‎de 2019 (B8-0181/2019). 

Inspirándose en el modelo estadounidense de la «Ley Magnitski» ‎‎(Global Magnitski Act) [8], la Unión ‎Europea pretende, como un maestro de escuela, enseñar a los demás la diferencia entre el Bien ‎y el Mal y distribuir buenas o malas calificaciones. ‎

El sentido de las palabras cambia según las épocas.

 Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, el ‎universalismo nos invitaba a luchar contra el colonialismo. 

Desde el siglo XIX hasta el siglo XX, el ‎‎«universalismo» determinaba el «deber del hombre blanco» y autorizaba el otorgamiento de ‎mandatos a países «desarrollados» para que “ayudaran” a los «subdesarrollados». 

En el ‎siglo XXI, el «universalismo» se convierte en justificación para el neocolonismo. ‎

La presidente de la Unión Europea, Ursula van der Leyen, resumió su programa de restauración de ‎la dominación europea con las siguientes palabras: Ha llegado el momento. «Tenemos que ‎hacer uso de la Fuerza.»‎


[1] «¿Multilateralismo o ‎Derecho Internacional?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 3 de diciembre ‎de 2019.

[2] Global Inequality. A New Approach for the Age of Globalization, ‎Branko Milanovic, Harvard University Press, 2016.

[3] «El proyecto militar de ‎Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.

[4] The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004; «Agresión disfrazada de guerras civiles», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 27 de ‎febrero de 2018.

[5] «Las insolubles contradicciones de ‎Daesh y el PKK/YPG», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 12 de noviembre de 2019.

[6] «¿La paz o la lucha contra el CO₂? ‎Escoja usted su prioridad», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 29 de octubre de 2019.

[7] «La CPI se dispone a violar una decisión ‎del Consejo de Seguridad para juzgar a ‎Bachar al-Assad», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 13 de marzo ‎de 2019.

[8] «Lo que se silencia en las acusaciones anglosajonas contra Rusia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 24 de julio de 2018.

https://www.voltairenet.org/article208751.html

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