Ponencia presentada en el taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello entre los días 20 y 21 de abril de 2016. Tomado de Y seremos millones. Memorias del taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», ICIC Juan Marinello, 2017. pp. 30–45.
I
En 1924, muerto Lenin, durante unas conferencias que pasarían a integrar sus Cuestiones del leninismo, Stalin afirmaba: «El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. O más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular».[1]
Esta fórmula, devenida canónica, pasaba por alto el hecho de que Lenin no ofreció teoría acabada alguna del socialismo y de la revolución del proletariado.
Tampoco se trata, por oposición, de presentar la obra del líder de los bolcheviques como un agregado de respuestas empíricas a la urgencia de situaciones históricas peculiares. Más bien, hay que reconocer que es su análisis concreto del proceso revolucionario el que permite a Lenin extraer, paso a paso, la repercusión general de los problemas que afronta.
La teoría leninista de la dictadura del proletariado no es un sistema de respuestas dogmáticas ni un cúmulo de enunciados empíricos, sino un conjunto de cuestiones planteadas a una realidad contradictoria, que persigue sustraerse al utopismo y al oportunismo bajo todas sus formas.
Puede decirse que la significación y uso del concepto de «dictadura del proletariado» resume los problemas que enfrenta el marxismo como teoría política. Para muchos, el ciclo que describiera de modo sucesivo la formación de dicho concepto, su formalización en la doctrina «marxista» de los partidos obreros, su institucionalización en la Rusia soviética y en el movimiento comunista de la III Internacional y, finalmente, su descomposición en la crisis del «sistema socialista» y de los partidos comunistas, se haya definitivamente cerrado.[2]
Como suele suceder, todo intento de definición de un concepto debe lidiar con la historia de sus contradicciones práctico-teóricas.
A fin de remitirnos al acontecimiento que aquí nos ocupa –el de la Revolución Bolchevique–, vamos a distinguir tres momentos sucesivos, a los cuales corresponden ciertas variaciones en la noción de dictadura del proletariado. Sin embargo, hay que advertir que tales distinciones solo valen como tendencias. Un sentido y un uso nuevos se introducen por referencia a los precedentes, a veces bajo la forma de fidelidad literal a su sentido inicial, como «desarrollo» de o «retorno» a la doctrina clásica. Por otro lado, cada innovación es, a un tiempo, respuesta a una práctica históricamente imprevista, y desarrollo de contradicciones ya latentes dentro de momentos anteriores.
De entrada, la noción de dictadura del proletariado supone una paradoja. Ella reside en la rareza y discontinuidad de su aparición en los textos de Marx y Engels, pese al problema crucial que designa: el de la transición revolucionaria. Aun considerando los textos de la correspondencia, borradores y documentos internos al «partido» (como la Crítica del programa de Gotha), el término solo es empleado una decena de veces. Donde único es utilizado reiteradamente es en los artículos contenidos en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850.[3]
La significación atribuida por los clásicos a la dictadura del proletariado se halla vinculada a su concepción del Estado moderno, del Estado burgués. Con independencia de sus formas históricas, aquel es concebido como una dictadura de la burguesía, dentro del marco de una crítica a todo Estado en tanto institución u organización de una «dictadura de clase» particular, de una dictadura de la clase dominante. De este modo, la función del término «dictadura» resulta decisiva.
Las formulaciones de Marx y Engels pueden ser agrupadas históricamente en dos conjuntos, separados por un largo eclipse.[4]
La primera acepción aparece durante el breve periodo que transcurre desde las revoluciones de 1848 hasta la disolución de la Liga de los Comunistas en 1852. En este caso, por dictadura del proletariado se entiende una estrategia necesaria del proletariado en la coyuntura de crisis revolucionaria. Los análisis de Marx presuponen tres tesis esenciales:
a) El antagonismo característico de la sociedad burguesa conduce ineluctablemente a una crisis abierta, de carácter mundial, a una «guerra civil» latente dentro de la sociedad burguesa, que no puede continuar ni ser diferida.
b) Las condiciones de la revolución proletaria no se hallan igualmente maduras para todos los países. La asunción de este desarrollo desigual es expresada por Marx en la estrategia de la «revolución permanente», que le permite dar cuenta del modo en que se articulan la revolución burguesa aún inacabada y la revolución proletaria ya inevitable.[5]
c) La relación entre revolución y contrarrevolución prohíbe prácticamente las evoluciones pacíficas como los compromisos en una etapa intermedia. Si la opción entre progresión y regresión es ineludible, lo cierto es que, en ambos casos, se trata de relaciones de fuerza históricamente inestables.
De este modo, en un primer momento la dictadura del proletariado aparece como el conjunto de medios políticos transitorios que el proletariado debe poner en práctica para alcanzar la victoria dentro de la crisis revolucionaria y, por tanto, su resolución. Vinculada a una situación de excepción, posee una función eminentemente práctica, al determinar un dilema estratégico en que los términos ya son puestos por la historia «con la necesidad de procesos naturales», resultando de su propia tendencia necesaria.
Así lo expresa en el célebre pasaje de la carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852: «Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: (…) 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases».[6]
Marx no identifica directamente la dominación de clase con sus expresiones políticas, sino que concibe todo Estado como institución de una dictadura de clase particular, con independencia de la forma política asumida. En la coyuntura revolucionaria, la lógica de los extremos se impone a ambas clases antagonistas: o bien «dictadura de la burguesía», o bien «dictadura del proletariado». Un tercer término queda excluido.
En este sentido, lo que se presenta como problema estratégico decisivo es la inversión de las alianzas de clases. Al repasar las condiciones del fracaso de la revolución en Francia, Marx evoca el «solo fúnebre» de una clase proletaria a la que se oponía la masa de campesinos parcelarios. El contenido esencial de la dictadura del proletariado, desde este punto de vista, es la búsqueda de medios para reemplazar, respecto a los campesinos, la «dictadura de sus explotadores» por la «dictadura de sus aliados».[7]
Ya a inicios de los años cincuenta, la evidencia de una nueva fase de expansión del mercado capitalista mundial convence a Marx de la imposibilidad de la revolución proletaria en tales condiciones. El modelo de la «revolución permanente» se ve corregido hacia una mayor consideración de las condiciones económicas objetivas de las crisis revolucionarias, así como del desarrollo histórico del propio proletariado.[8] Pese a la inmadurez de las condiciones revolucionarias en 1848, lo cierto es que, en el tiempo en que se gestan, la proletarización progresa de la mano de la revolución industrial, lo cual tiende a mitigar los efectos del desarrollo desigual, al menos al interior del continente europeo. Parecía entonces que un análisis de la estructura y dinámica propias del desarrollo capitalista podía ser presentado como de universal validez.
II
La dictadura del proletariado reaparece bajo un nuevo sentido en los años 1871–1872, tras veinte años de eclipse. La segunda serie de formulaciones de Marx y Engels son motivadas por la experiencia insólita de la Comuna de París, a la que han de referirse desde entonces de manera directa o indirecta.
En este segundo momento, la dictadura del proletariado no es ya destinada a pensar un modelo de estrategia revolucionaria, sino una forma política original, específicamente «proletaria». Su función asume un carácter universal, a emplear en toda situación, al referir las relaciones de fuerza entre revolución y contrarrevolución, entre proletariado y burguesía, con independencia de las condiciones, sean «violentas» o «pacíficas», por vía insurreccional o electoral, pues el contenido de dicha función es, por un lado, la conquista del poder estatal, y, por otro, organizar al proletariado — y más generalmente a los trabajadores — en clase dominante. «Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el periodo de la transformación revolucionaria de la una en la otra. A este le corresponde un periodo político de transición cuyo Estado no puede ser sino la dictadura revolucionaria del proletariado».[9]
Marx y Engels se refieren directamente a las características institucionales y a las medidas revolucionaria tomadas por la Comuna para definir el contenido de la dictadura del proletariado. Cuatro aspectos aparecen articulados entre sí:
a) el «pueblo armado» (o ejército popular), condición y garantía de todas las otras medidas, que hacen pasar a manos del proletariado los «elementos del poder material», el poder del Estado.
b) «La Comuna no había de ser más un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo».[10] Ello significó el tránsito de los mecanismos representativos hacia una democracia directa, la forma de crear un poder indivisible directamente ejercido por el pueblo trabajador. Lo esencial acá no es tanto el principio «constitucional» como la condición que de hecho lo sustenta: la existencia de las organizaciones de masa de la clase proletaria.
c) El desmantelamiento de la maquinaria represiva del Estado: supresión de las funciones políticas de la policía y creación de una forma general de subordinación directa (con revocabilidad inmediata) de los magistrados y funcionarios electos, reemplazados al nivel de la asamblea del pueblo (incluyendo para ellos «salarios obreros»). Se perseguía así abolir toda «investidura jerárquica» y hacer del personal especializado del aparato de Estado un conjunto de «servidores responsables» de la sociedad, tomados de su seno y no situados «por encima de la nación misma».[11] De este modo se tendía a crear un poder político que, por primera vez en la historia, tenía como condición la destrucción del poder del Estado, la lucha contra su misma existencia.
d) La organización de la producción nacional (en polémica con los anarquistas) conforme a las exigencias creadas por el desarrollo del capitalismo. Por una parte, planificar y centralizar las «funciones generales» de la sociedad; por otra, fundar la unidad nacional sobre la «dirección espiritual» de los obreros de las ciudades.[12]
Cuando Marx argumenta la necesidad histórica de la dictadura del proletariado se refiere al proceso que conduce, desde el interior de la actual lucha de clases, hacia la sociedad sin clases, hacia el comunismo. La sociedad sin clases es el objetivo real que caracteriza a la política proletaria, la función histórica de la dictadura del proletariado. Claro que las breves experiencias de las revoluciones de 1848 y de la Comuna de París (cuya tendencia supieron descubrir y analizar) no permitieron a Marx y a Engels concebir de modo más individualizado los problemas a que conlleva.
No obstante, la originalidad del nuevo concepto reside en establecer, a la vez, que esta función requiere una forma política específica, y definir esta forma no de modo jurídico-constitucional, sino dialéctico, por su propia capacidad interna de autotransformación:
…una forma política perfectamente flexible, a diferencia de las formas anteriores de gobierno, que habían sido todas fundamentalmente represivas. He aquí su verdadero secreto: la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta que permitía realizar la emancipación económica del trabajo.[13]
Este es el punto en que se levantan las dificultades teóricas promovidas por el concepto de Marx, devenido principio intangible para la «ortodoxia» de la II y III Internacionales. Las variantes ideológicas del marxismo de la socialdemocracia (de Kautsky al austromarxismo, pasando por Bernstein y por el «consejismo» alemán, holandés e italiano) son así interpretaciones divergentes del concepto de «gobierno de los productores».
III
Con Lenin, el concepto asume otra forma, aunque es reclamado como de estricta fidelidad marxista.
Hay que reparar, en primer lugar, en el hecho de que hasta 1917 Lenin se refiere escasamente al concepto. En 1905, frente al problema de las «dos revoluciones en una» (burguesa y proletaria) en la Rusia «atrasada», y de la alianza entre proletarios y campesinos, Lenin había renunciado a hablar de dictadura del proletariado.
En cambio, fabricó la noción compuesta de «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado» para designar la «táctica» específicamente bolchevique.[14] Más tarde, la ortodoxia «leninista» afirmará que ello se debió a que la socialdemocracia de la época había ignorado o rechazado entonces el término de dictadura del proletariado. Sin embargo, lo cierto es que aquella acababa de defenderlo, a su modo, contra el revisionismo de E. Bernstein.
La relegación del concepto obedece más bien a que Lenin, durante todo el primer periodo prerrevolucionario, había compartido algunas de las premisas teóricas de la socialdemocracia, al tiempo que la práctica le llevaba a conclusiones opuestas a las de sus principales teóricos rusos. Lenin había asumido la dictadura del proletariado como transición al socialismo, la idea de que un país «atrasado» como Rusia no estaba «maduro» para la revolución socialista, que debía primero pasar por una fase más o menos larga de revolución «burguesa».
No había podido liberarse de la concepción mecanicista y evolucionista según la cual, para cada país en particular, la «madurez» del desarrollo económico y social del capitalismo crea las condiciones del socialismo, convierte a la propiedad capitalista en obstáculo superfluo, y hace «inevitable», de este modo, la revolución política y social que torna a los productores en propietarios colectivos de sus medios de producción. La dictadura del proletariado no era pertinente, entonces, para el caso histórico de Rusia.[15]
Sin embargo, esta concepción mecanicista y evolucionista del socialismo se revelaba incapaz tanto para analizar el imperialismo como para articular la lucha efectiva contra él. A modo de mentís, las condiciones objetivas de la revolución, como resultado del imperialismo, se hallaban reunidas en un país en el que, «en teoría», nunca hubieran debido tener lugar. A partir de esta toma de conciencia fundamental, Lenin no abandona la idea que hace derivar las condiciones objetivas de una revolución y de una nueva sociedad del propio capitalismo. Renuncia, en cambio, a la representación dominante de la socialdemocracia, acerca de la «maduración» de las condiciones del socialismo.
El capitalismo no produce las condiciones de una nueva sociedad, de modo tal que no haya más que expulsar a los capitalistas mediante un voto o una insurrección. Únicamente las contradicciones propias del capitalismo contemporáneo, agudizadas hasta tornarse irresolubles en los marcos del sistema, situaban al socialismo a la orden del día. Si bien la Revolución Rusa se hallaba ligada al desarrollo general del capitalismo en el mundo, que había conducido al imperialismo, su curso no se hallaba restringido, en tal o cual de sus fases, al de los países capitalistas «avanzados», puesto que no era necesariamente en ellos donde, en una coyuntura determinada, resultaban más agudas las contradicciones.
Lenin, a contracorriente de toda la ortodoxia marxista[16] de su tiempo, ha tenido que arrancar el concepto de dictadura del proletariado al contexto del socialismo reformista, y descubrir las condiciones de su «aplicación» improbable en las condiciones de la Revolución Rusa. Para ello desplaza la teoría de Marx de su contexto original, ubicándola en otro momento histórico y tornándola así efectivamente universal. Solo por medio de esta resignificación pudo poner en funcionamiento una teoría original, materializando su potencial de intervención política.
El modo en que ello ocurre es bien conocido. En 1917, cuando Lenin plantea el problema de la Revolución Rusa en estos términos, con gran sorpresa para los propios bolcheviques, lo hace reconociendo que la revolución en curso es, pese a la acumulación de rasgos excepcionales y condiciones paradójicas, una revolución proletaria, y por tanto comunista.
No se trata, claro, de una revolución «puramente» proletaria, tampoco hay revoluciones «puras» en la historia. Pero es una revolución en la que el aspecto proletario es el principal, y el proletariado la fuerza dirigente, puesto que ataca al sistema imperialista, a la «cadena imperialista», de la que Rusia es un eslabón. En el mundo del imperialismo no hay ya lugar para otras revoluciones. Solo el proletariado puede, pues, asegurar su dirección, tomando por sí mismo el poder, pese a todas las dificultades de la empresa.
Es por ello que en El Estado y la Revolución Lenin emprende el planteamiento de los problemas de la revolución proletaria: son los problemas del comunismo los que urge ahora ventilar y trabajar sobre ellos.
En abril de 1917, cuando Lenin llega a la estación de Finlandia en Petrogrado, donde lo esperan delegaciones del partido bolchevique y del gobierno provisional, sus pronunciamientos sumieron en estupor a sus camaradas, que habían asistido in situ a la caída del zar, a la constitución de los sóviets y del gobierno republicano provisional, a las nuevas condiciones del trabajo político.
Los repetirá, sin cesar, en el curso de los días siguientes, ante las reuniones de los responsables y de los miembros del partido. Publica las famosas Tesis de abril, en Pravda, pero la redacción, formada por sus compañeros de combate, advierte en nota previa que Lenin no expresa más que su opinión personal.
En el curso de las discusiones, Lenin es interrumpido, tildado de loco y anarquista. Está entonces aislado de su propio partido, en contradicción aparente con su propia línea anterior. Le hará falta un mes, mientras que los acontecimientos se precipitan y las masas de campesinos, de obreros, de soldados, entran en agudo conflicto con el gobierno «revolucionario» de la burguesía (del que forman parte los socialistas), para imponer sus análisis y sus consignas.
Las tesis de Lenin se sustentaban en un análisis: la revolución que acaba de comenzar en Rusia, producto de la guerra imperialista, es, con todas sus particularidades, el inicio de una revolución proletaria mundial.
De esta afirmación se desprenden un objetivo a enfocar de inmediato (la toma del poder del Estado, el inicio de la dictadura del proletariado), una nueva consigna («Todo el poder para los sóviets», que representan, frente al Estado burgués, el embrión de un Estado proletario), y finalmente, una propuesta en el plano organizativo (el partido ha de dejar de llamarse «socialdemócrata», y darse el título y llegar a ser en los hechos un partido comunista, primer destacamento de una nueva Internacional «comunista»).[17]
En estas tesis revolucionarias, que por primera vez desde Marx ligaban nuevamente la cuestión de la dictadura del proletariado a la perspectiva concreta del comunismo, había mucho más que la simple intención de «desmarcarse» de palabra de los partidos socialistas oportunistas, cuya «quiebra» histórica la guerra había hecho patente. Se trataba de una tesis de principio, inmediatamente imprescindible para la práctica.
Al reformular el concepto de dictadura del proletariado, al colocarlo en la perspectiva del comunismo, Lenin lo esgrime frente a las contradicciones irreconciliables del capitalismo, que solo desaparecerán con la desaparición misma de la lucha de clases. Al abandonar la perspectiva del socialismo, de concebirlo como producto de la maduración espontánea del capitalismo más avanzado, Lenin podía dar cuenta de la singularidad concreta de las condiciones históricas en las que comenzaba la revolución proletaria.
Lo que resalta en los análisis concretos de Lenin, a través de sus propias reformulaciones, es que la dictadura del proletariado no es una «consigna» que resuma tal o cual táctica particular. No es ni siquiera una línea estratégica particular, relativa a determinadas condiciones históricas transitorias, aun cuando regule la estrategia y permita comprender su transformación. La dictadura del proletariado es ante todo una realidad tan objetiva como la lucha de clases misma, de la que procede. Y como sucede con la propia lucha de clases, no se trata de una realidad inmóvil: es una tendencia histórica sometida a incesantes transformaciones, que no puede restringirse a una forma particular de gobierno, a un sistema determinado de instituciones (aun cuando sean revolucionarias), establecido de una vez por todas.
Una tendencia no deja de existir por el hecho de encontrar obstáculos, de ver corregida su orientación, bajo el efecto de las condiciones históricas. Por el contrario, es precisamente así como existe y se desarrolla.
Enfrentado por vez primera con la experiencia real de la dictadura del proletariado, son sus contradicciones, tal como se expresan en Rusia, el objeto de los análisis y tesis de Lenin. Sin pretender lo que Stalin en sus Cuestiones del leninismo (que «Lenin no se contradice»), pueden ser identificadas tres ideas fundamentales a las cuales recurre una y otra vez.[18]
Las dos primeras ya habían sido explicitadas por Marx y Engels, pero son restituidas por Lenin de la deformación y censura socialdemócratas, e inscritas en la práctica revolucionaria de una manera efectiva. Las proposiciones de Lenin se refieren simultáneamente al Estado y a la dictadura del proletariado, como problemas indisociables, que conforman una sola teoría.
En la historia, el poder del Estado es siempre el poder político de una sola clase: la clase dominante de la sociedad; por tanto, la democracia proletaria también es una dictadura de clase. La única alternativa histórica posible al poder del Estado de la burguesía es la detentación exclusiva del poder del Estado por el proletariado (lo que no supone una concepción «obrerista» de la misma). Esta es la esencia de la dictadura del proletariado.
Las formas y variaciones históricas que ha podido asumir muestran que la evolución de la lucha de clases no puede ser predeterminada.
El poder del Estado de la clase dominante no puede existir históricamente, no puede realizarse y conservarse sin materializarse en el desarrollo y en el funcionamiento del aparato coercitivo del Estado, cuyo núcleo lo conforman los aparatos represivos del Estado (por una parte, ejército permanente, policía y aparato jurídico; por otra, la administración del Estado o la burocracia). La revolución proletaria requiere, por tanto, la destrucción del aparato del Estado existente, que, lejos de conformar un instrumento neutral, materializa el poder del Estado de la burguesía. Sin tal condición, la dictadura del proletariado no puede subvertir las relaciones capitalistas de explotación y crear una sociedad sin explotación ni clases.
Solo el comunismo es una sociedad sin clases, solo sus relaciones, en la producción y en el conjunto de la vida social, son antagónicas con las relaciones capitalistas. El socialismo es la propia dictadura del proletariado, no una transición ni una vía de paso al socialismo.
Por tanto, solo existe un objetivo, cuya realización se alcanza durante un extenso periodo, plagado de contradicciones. Dicho fin es el comunismo, del que el socialismo es solo un medio inicial, es el desarrollo de la tendencia al comunismo, presente en la sociedad capitalista, en la conciencia y en las organizaciones proletarias. La teoría del socialismo y su realización efectiva son solo posibles desde el punto de vista del comunismo.
En el curso de la Revolución de Octubre Lenin recupera el concepto de dictadura del proletariado para conferirle un nuevo sentido: el de un periodo histórico de transición entre capitalismo y comunismo (y no solamente una forma política o una «forma de gobierno» de transición). Esta idea pudo reclamarse heredera de la Crítica al programa de Gotha (1875), donde distinguía Marx entre «dos fases de la sociedad comunista». Tal concepción integraba elementos esenciales de Marx, pero modificaba profundamente su alcance.
Desde luego, ensanchaba el concepto de lucha de clases para incluir explícitamente las nuevas dimensiones ideológicas y culturales (Lenin, tras Octubre, se preocupa por la necesidad de la «revolución cultural»): «La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de personas es la fuerza más terrible».[19]
Tales elementos así completados aparecen en su momento como tantos aspectos de un largo periodo de transición, que coincide tendencialmente con lo que Marx llamó «primera fase de la sociedad comunista». Desde entonces, el comunismo, si bien producto de las tendencias del capitalismo, aparece como el resultado no solo de una política determinada, sino de un proceso económico específico, de los que se requiere analizar las contradicciones propias, con la diversidad de formas históricas y nacionales que pueden revestir.
Estas son, en principio, las de una formación social nueva, en que coexisten contradictoriamente elementos de capitalismo de Estado y elementos comunistas de control y organización de la producción por los trabajadores mismos.
En lo que representa una innovación fundamental respecto a Marx, Lenin definió la dictadura del proletariado como un periodo de nuevas luchas de clases, que asumen a su vez nuevas formas:
…las clases han quedado y quedarán durante la época de la dictadura del proletariado. La dictadura dejará de ser necesaria cuando desaparezcan las clases. Y sin la dictadura del proletariado las clases no desaparecerán.
Las clases han quedado, pero cada una de ellas se ha modificado (…) han variado igualmente las relaciones entre ellas. La lucha de clases no desaparece bajo la dictadura del proletariado, lo que hace es adoptar nuevas formas.[20]
IV
Quisiera concluir invirtiendo, al modo de Lenin, la afirmación con que iniciara esta ponencia.
Desde la aparición en 1918 del panfleto titulado «La dictadura del proletariado», de Kautsky (que, como partidario declarado del régimen parlamentario y representativo, centraba su ataque en torno al derecho al voto), la entera labor de Lenin ha quedado subsumida, disputada por partidarios y detractores, en la forma de una oposición entre democracia y dictadura totalitaria. En nombre del concepto de democracia se ha desacreditado no solo el pensamiento político de Lenin, sino la Revolución Bolchevique en su devenir histórico.
En su conocida réplica, Lenin aduce que si Kautsky hubiera afirmado oponerse a la decisión de los bolcheviques rusos de privar de derechos a los reaccionarios y explotadores, habría tomado posición sobre lo que Lenin llama «un problema puramente ruso, y no un problema de la dictadura del proletariado en general». De haber titulado su texto «Contra los bolcheviques», su posición política habría sido transparente.[21]
Sin embargo, Kautsky pretendió intervenir, mediante su reclamo contra el «atentado al sufragio universal», en la cuestión de la dictadura del proletariado y de la democracia en general. La esencia de su desviación fue haberlo hecho sobre la base de un asunto específicamente nacional.
Para Lenin, la esencia de toda desviación estaba en argumentar contra los principios sobre la base de alguna circunstancia táctica, en asumir como punto de partida una contradicción secundaria para hacer una afirmación revisionista sobre la concepción general de la política.
La teoría, el razonamiento general de los fundamentos de clase de la democracia y de la dictadura, debía ocuparse no de cuestiones particulares como el derecho al voto, sino de la cuestión general de si la democracia puede mantenerse para los ricos, para los explotadores, en el periodo histórico de su derrocamiento y la sustitución de su Estado por el Estado de los explotados.[22]
Para Lenin, un teórico es alguien que considera una cuestión, como en este caso la cuestión de la democracia, desde el interior de un momento determinado. Un renegado es alguien que no toma en cuenta el momento, alguien que utiliza una vicisitud particular como oportunidad para lo que es pura y simplemente su resentimiento político.
Esta distinción –y los análisis y alternativas que sustenta– sigue siendo, para nosotros, una cuestión actual.
Notas:
[1] Stalin, J. V. Los fundamentos del leninismo, Ediciones de Lenguas Extranjeras, Pekín, 1977, p. 4.
[2] Ver «Introduction: Repeating Lenin», en Budgen, S., Kouvelakis, S. and Zizek, S. (eds) Lenin Reloaded: Towards a Politics of Truth, Duke University Press, Durham and London, 2007.
[3] Balibar, E. «Dictature du prolétariat», en Bensussan, G., Labica, G. Dictionnaire critique du marxisme, PUF, París, 1998, 3ra. ed., p. 324.
[4] Draper, H. “Marx and the Dictatorship of the Proletariat”, New Politics, vol. 1, no. 4, Summer 1962. El tercer periodo que distingue Draper, el de 1890–1891, obedece más a un criterio cronológico que de contenido.
[5] Este término, aunque empleado en los escritos de juventud, asume una connotación político-estratégica explícita en el «Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas», en Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1980, t. I, p. 92.
[6] Marx, Carlos. «Marx a Joseph Weydemeyer», en Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1980, t. I, p. 283.
[7] Marx, Carlos. “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, en Marx, C. y Engels, F., Las revoluciones de 1848. Selección de artículos de la Nueva Gaceta Renana, trad. de W. Roces, Fondo de Cultura Económica, México, 2006, pp. 621–622.
[8] Si bien el término desaparece de sus escritos, la idea de una revolución proletaria (obrera y campesina) a la vez antiabsolutista y anticapitalista, de una transición al socialismo en los países «periféricos» al sistema capitalista, aparece en sus escritos sobre España (1856) y particularmente sobre Rusia (1877–1882).
[9] Marx, Carlos. «Crítica del programa de Gotha», trad. de G. Muñoz, en Textos selectos, Editorial Gredos, Madrid, 2012, p. 670.
[10] Marx, Carlos. «La guerra civil en Francia», en Marx, C. y Engels, F., Obras escogidas, ed. cit., t. II, p. 129.
[11] Ibíd.
[12] Ídem, p. 130.
[13] Ibíd.
[14] Lenin, Vladimir Ilich. «Dos tareas de la socialdemocracia en la revolución democrática», en Obras, Editorial Progreso, Moscú, 1973, t. III (1905–1912).
[15] Balibar, E. Sobre la dictadura del proletariado, Siglo XXI Editores, Madrid, 1997, pp. 123–124.
[16] Dentro del marxismo histórico, el término «ortodoxia» posee una historia que acá no podemos abordar. Conformado como bloque teórico y político y prerrogativa de los partidos obreros (liderados por la socialdemocracia alemana), fue, inicialmente, una respuesta a la crisis marcada por la aparición del revisionismo de E. Bernstein («Problemas del socialismo», 1897). Confirió, durante la II Internacional, una relativa unidad ideológica a lo que no era más que una agrupación de partidos obreros nacionales, al precio de erigir las tesis de Marx en verdades eternas a aplicar mecánicamente. En sus sucesivas etapas (no exentas de polémicas y contradicciones) se presentó como un discurso de lo universal, al erigir al partido como la universalidad de la clase, y al Estado como la universalidad de la sociedad. Ver Robelin, J. “Orthodoxie”, en Bensussan, G., Labica, G., ob. cit., pp. 827–832.
[17] Lenin, Vladimir Ilich. «Las tareas del proletariado en la presente revolución», en Obras, Editorial Progreso, Moscú, 1973, t. VI (1916–1917), pp. 106–107.
[18] Esta es la argumentación que sigue E. Balibar, quien enfrentaba entonces la influencia sobre los partidos francés e italiano de lo que se llamó «eurocomunismo». Ver Balibar, E., Sobre la dictadura del proletariado, ed. cit., pp. 32–38.
[19] Lenin, Vladimir Ilich. «La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo», en Obras, ed. cit., t. XI (1920–1921), p. 14.
[20] Lenin, Vladimir Ilich. «Economía y política en la época de la dictadura del proletariado», en Obras, ed. cit., t. X (1919–1920), p. 87.
[21] Lenin, Vladimir Ilich. «La revolución proletaria y el renegado Kautsky», en Obras, ed. cit., t. IX (1918–1919), p. 13.
[22] Ídem, p. 13–14.