Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

ARGENTINA Y EL DÓLAR: Breve historia de una adicción peligrosa



Argentina es el segundo país del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante, después de EEUU. Un 7% de los asalariados del país compran dólares regularmente. Dos investigadores argentinos, en el esclarecedor libro El dólar. Historia de una moneda argentina analizan esta fascinación por el billete verde, que llama mucho la atención a los ciudadanos de otras partes del mundo, siendo como es, una maldición para el país. M.Mestre
Argentina y su fatal atracción por el dólar

¿Cuán viable es un país que tiene una moneda extranjera como principal referencia de valor? La pregunta interpela a los argentinos desde hace décadas. La obsesión por el dólar, un fenómeno que tiene un fuerte anclaje histórico y cultural, atraviesa a todas las clases sociales y a todos los sectores de la economía. 

El insustentable modelo del presidente Mauricio Macri depreció el peso, la moneda local, a valores inéditos, colocó un nuevo “cepo” ante la masiva fuga de divisas y agudizó esta particular dependencia del billete estadounidense.

ANDRÉS ACTIS – ROSARIO / ELSALTODIARIO

A la Argentina de Mauricio Macri, el presidente que llegó al poder para reinstaurar la economía de libre mercado, le faltan dólares, una carencia que por estas tierras es sinónimo de fuerte crisis. Su Gobierno prometió justamente lo contrario: una abundancia de billetes verdes, una lluvia de inversiones y un mercado desregulado con más oferta que demanda. 

Para eso, desempolvó el manual de estilo del neoliberalismo, enterrado tras la casi terminal crisis del 2001. Quitó todas las restricciones monetarias para empresas y ahorristas; abrió lo que se conoce como la “cuenta capital”, es decir, el libre ingreso y egreso de capitales especulativos; y empezó a tomar deuda externa de forma compulsiva y frenética. Primero con capitales privados y luego, cuando Wall Street le bajó el pulgar a los bonos argentinos, con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el mismo organismo de crédito que fue socio del derrumbe de principios de siglo.

El plan, como era de esperar, fracasó. Se resquebrajó por completo tras las elecciones primarias del 11 de agosto, cuando casi el 50 por ciento de los argentinos votó a la fórmula presidencial de los Fernández, compuesta por Alberto, quien fuera jefe de Gabinete del ex presidente Néstor Kirchner (2003-2007) y la propia Cristina, la ex mandataria, que con otro modelo económico, más ligado a las ideas keynesianas, gobernó el país del 2007 al 2015.

De esa fecha a esta parte, los argentinos transitan una crisis que muchos comparan con aquella del 2001. El peso, la moneda nacional, se depreció un 30 por ciento en cuestión de días. 

Un argentino necesita hoy 58 pesos para comprar un dólar. El 10 de diciembre de 2015, cuando asumió el actual presidente, se necesitaban 9,84 (16 en el mercado “blue” o paralelo). Se trata de una devaluación superior al 500 por ciento.

La inflación se disparó —se proyecta un índice del 60 por ciento para el 2019 y un acumulado del 230 por ciento en toda la gestión de Macri— y el Gobierno, temeroso de no poder terminar su mandato (las elecciones generales son el 27 de octubre y el traspaso de mando, el 10 de diciembre) tomó medidas de urgencia. Pateó para adelante los intereses de su deuda con el FMI ante la incapacidad de afrontar los próximos vencimientos (un “default selectivo”, para la calificadora de riesgo Standard and Poor’s), obligó a los grandes exportadores a liquidar sus divisas para disponer de dólares (tenían plazos laxos e indefinidos) y colocó un control de cambios, lo que en Argentina se conoce como “cepo”, un instrumento implementado por la administración de Cristina Kirchner para evitar la fuga de capitales que Macri fustigó siendo opositor y que eliminó ni bien se sentó en el sillón presidencial.

Desde el 2 de septiembre, el acceso al dólar está, otra vez, regulado por el Banco Central. Todos los economistas, ortodoxos y heterodoxos, temen que a partir de ahora reaparezca un dólar paralelo o “blue”, que reabran las “cuevas”, oficinas donde se realizan las operaciones no oficiales, y que los paseos peatonales se inunden nuevamente de “arbolitos”, como se conoce a quienes venden y compran dólares en la vía pública.

Pero, como dice el economista Federico Fiscella, la “fiebre por el dólar en Argentina excede al Gobierno de Macri”. Tiene anclajes históricos, distributivos, sociológicos y hasta culturales.

A grandes rasgos, hay una “puja irresuelta entre dos Argentinas, la agroexportadora ligada al campo que necesita un dólar alto y salarios bajos, y la industrial que necesita bolsillos llenos para que gire la rueda del consumo y del mercado interno”. “Lo que hizo Macri fue desconocer esta historia. La desregulación cambiaria está lejos de ser la solución, es la peor de las recetas”, sentencia.

Para su colega Alfredo Zaiat, esta puja hace que Argentina necesite sí o sí funcionar con un control de cambios para evitar “crisis devastadoras”. “Hubo que llegar a semejante tragedia financiera, una economía real derrumbada, el colapso del negocio bursátil, un sistema bancario bajo tensión máxima por la incipiente corrida contra los depósitos en dólares y en pesos y un nuevo default para que se reconozca esto”, escribió en una de sus últimas columnas del diario Página 12.

Lo cierto es que más allá de esta disyuntiva en torno a la liberación o al control de cambio, en Argentina el dólar es parte del humor popular y de la vida cotidiana de sus ciudadanos.

Los sociólogos e investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) Mariana Luzzi y Ariel Wilkis hicieron un trabajo en el que exploraron la concepción popular y la fascinación que provoca la moneda estadounidense entre los argentinos. Publicaron El dólar. Historia de una moneda argentina (Planeta, 2019). Las estadísticas globales marcan que Argentina es el segundo país del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante, después de Estados Unidos.

Lo primero que marcan los autores es que la “obsesión por el dólar” se trata de una construcción moldeada a lo largo de décadas, en la que cada período aportó una capa nueva al concepto: “Cada época fue agregando nueva información, hasta llegar a un punto en el que cualquier argentino conoce no sólo la cotización del dólar, sino también el nivel de reservas que hay en el Banco Central para contenerlo, etcétera. Eso, que no pasa en otros países, es lo que yo llamo popularización del dólar”, sostiene Wilkis.

Pero no siempre fue así. En las primeras décadas del siglo XX, la discusión sobre el mercado cambiario era solo para expertos: élites económicas vinculadas al comercio exterior, élites financieras vinculadas al mercado financiero y élites políticas.

La primera referencia al dólar aparece en la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952) apegada a la inflación y a la puja distributiva de la riqueza nacional. Esa convulsionada Argentina trajo al país la propensión al dólar, porque hasta fines de los 40 la gente no hablaba de esa moneda.

La primera gran devaluación del peso ocurrió en 1958 durante el gobierno de Arturo Frondizi. Aquella crisis provocó que “el dólar empiece a estar en boca de todos”, explica Wilkis. El investigador marca una especie de hito fundacional: “En 1959, el diario Clarín saca en tapa un instructivo mostrando que el precio del lomo subía a la par que el precio del dólar. Esa sería una de las primeras vinculaciones en las que el precio del dólar es algo que les importa a las amas de casa”.

La fascinación por el dólar tuvo un impulso definitivo en 1975, con el “Rodrigazo”, nombre con el que se conoció al ajuste ordenado en forma sorpresiva por el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo, que duplicó los precios y provocó desabastecimiento de gran cantidad de productos de primera necesidad. La inflación llegó hasta el 777% anual y los precios nominales subieron un 183%.

Desde entonces, la relación entre el peso y el dólar marcó la economía doméstica de los argentinos. Luego llegaron la “tablita” de Alfredo Martínez de Hoz, el ministro de Economía de la dictadura (1976-1983), en la que se explicaba el calendario de devaluaciones y, por ende, la futura cotización entre peso y dólar; y la “convertibilidad” del Gobierno de Carlos Menem (1989-1999), con la que se emparejó el valor del peso al dólar. Aquella forzada ecuación fue el preludio del estallido económico y social de 2001.

La necesidad de “cubrirse” ante cada salto cambiario hizo que el argentino medio, el asalariado, el pensionado, el comerciante, el autónomo y el pequeño empresario, adquiera la costumbre de cambiar sus ahorros de pesos a dólares. Las últimas estadísticas del Banco Central son ejemplificadoras: hay 1.300.000 argentinos (la población activa es de 21 millones de personas) que mes a mes compran dólares.

Sin embargo, la incidencia de los ahorristas en la masiva fuga de capitales que sufrió Argentina desde que Macri llegó al poder es ínfima respecto a la de los grandes fondos especulativos que entraron al país gracias a la liberalización del mercado de capitales. Esta apertura, sumada a tasas de interés muy altas —85 por ciento en lo que va de septiembre—, “terminaron por configurar un teatro de operaciones financieras de corto plazo prácticamente sin parangón a nivel mundial”, según señala el último informe del Observatorio de Coyuntura Internacional y Política Exterior (Ocipex).

La “bicicleta financiera”, entendida como la inversión realizada en moneda local para, luego de un determinado plazo, obtener un beneficio en moneda extranjera, le generó a estos capitales golondrinas rentabilidades exorbitantes. La estimación de Ocipex es que en lo que va del 2019 por cada 1.000 millones de dólares financieros que arribaron, se fugaron más de 1.400 millones.

“Brasil, Chile, China, Colombia, Corea del Sur, India, Malasia, Tailandia y Perú, como gran parte de los llamados “países emergentes” hace años que implementan controles para alentar las inversiones de largo plazo y a la vez contener la fuga de capitales externos y atenuar la vulnerabilidad de la economía frente a estrategias de inversión de tipo especulativas, así como también el potencial efecto contagio de crisis financieras internacionales”, explica este Observatorio.

Lo que produjo este modelo basado en el juego de las finanzas fue, al final, una transferencia de ingresos desde el salario y la inversión pública al capital especulativo.

En diciembre de 2015, antes de la asunción de Macri, Argentina tenía el mejor salario mínimo en dólares de todo el Mercosur. El trabajador peor pagado cobraba lo equivalente a 589 dólares. Hoy la cifra se redujo a más de la mitad, apenas 215.

El aparato productivo nacional también sufre desde 2016 las consecuencias de una economía jaqueada por constantes devaluaciones. Hasta los productos más primarios, los que se producen enteramente en suelo argentino, están anclados al dólar. La carne, por ejemplo, aumentó un 15% con el salto cambiario de las últimas semanas. “No deja de ser un gran misterio que ocurra esto”, reconoce Juan García, titular de la Asociación de Carniceros de la ciudad de Rosario, uno de los aglomerados urbanos más grandes del país. Lleva 56 años trabajando en el rubro y dice que todavía no entiende por qué los consumidores tienen que toparse con nuevos valores en las pizarras de las carnicerías cada vez que aumenta el dólar. “En términos reales, la carne aumenta cuando hay poca hacienda en el mercado. Lo que pasa es que hay mucha especulación. Los productores se cubren, nadie quiere perder dinero. Forma parte de nuestras vidas, de nuestra cultura económica”, razona.

Algo parecido ocurre con la lechería. Argentina tiene una de las cuencas lecheras más grandes de toda América Latina. Sin embargo, el litro de leche se duplicó en lo que va del 2019. Los costos ahogan a los productores y muchos tambos —establecimiento de ganado destinado al ordeñe, producción y venta al por mayor de leche cruda— cerraron sus tranqueras por la falta de rentabilidad. En 2015, la producción anual fue de 12.060 millones de litros. En 2018 la cifra bajó a 10.526 millones.

Bernardo Arocena es el presidente de la cooperativa Cotar, una histórica firma de Santa Fe, al norte de la provincia de Buenos Aires. Lleva veinte años al frente de una compañía que tiene “muchas crisis y devaluaciones encima”. La industria láctea es un caso testigo de la “puja redistributiva” que mencionó el economista Fiscella para explicar la estrecha relación entre el dólar y Argentina. Los granos, la materia prima que más se exporta en el país y alimento principal del ganado vacuno, representan el 70 por ciento de los costos. Un dólar alto significa rentabilidad y competitividad internacional “para el campo”, pero muchos dolores de cabeza para las industrias locales que vuelcan todo su producto al mercado interno.

“Después de las elecciones sufrimos aumentos en todos los insumos necesarios para la lechería, granos, combustible, agroquímicos. En algunas semanas esto se va a trasladar al precio final, a las estanterías de los supermercados”, explica Arocena. Su cooperativa tiene una política poco común en materia monetaria: las ganancias no se cambian a dólares.

 “Yo quiero quedarme con los pesos, trabajar y producir sin mirar al dólar, debería ser lo lógico”, dice. Y se pregunta: “¿Soy un tonto por esto?”. La mayoría de los argentinos le respondería que sí.

http://pajarorojo.com.ar/?p=43957

Related Posts

Subscribe Our Newsletter