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Testimonio de la Compañera Margine Gutierrez, Militante Histórica del Frente Sandinista, encarcelada por la Dictadura Somocista

Estando presa en la central de policía, de repente palpé en mi mama derecha un abultamiento que paulatinamente fue creciendo hasta llegar a ser una pelota que se tocaba con facilidad. 

Por diversos medios, especialmente a través del Sindicato de Radioperiodistas de Nicaragua, y de distintas personas, el FSLN hizo gestiones para que me fuera realizado un examen médico. Se hicieron denuncias en los periódicos y en las radios. Mi mamá interpuso solicitud formal más de una vez. Nunca hubo una respuesta.


Pasaron más de seis meses en los que constantemente se denunciaba mi condición de salud y la negativa de la dictadura a facilitarme atención médica hasta que un día, en una conferencia de prensa que daba Somoza los lunes, José Esteban Quezada Gamero le preguntó: “Señor presidente, ¿cuando va a ser llevada al médico la estudiante de periodismo Margine Gutiérrez?”. “El próximo lunes” contestó el asesino.

El próximo lunes era el 21 de agosto de 1978. Ese día, desde las siete de la mañana la entrada a la Central de Policía estuvo atiborrada de periodistas esperando que se cumpliera la palabra del tirano.

Aproximadamente a las 9 de la mañana llegaron a sacarme de mi celda, me subieron a una zaranda, con rumbo desconocido. Mis compañeras, que estaban en las otras celdas, empezaron a gritar y a preguntarme que qué pasaba, que para dónde me llevaban. 

Nadie me dijo hacia donde iba y tampoco yo sabía de la intervención de José Esteban, en la mencionada conferencia de prensa. Yo iba feliz. Era la segunda vez que salía de la cárcel. 

La primera fue en una ocasión que fumigaron las celdas con nosotras adentro. Me intoxiqué y tuvieron que llevarme de emergencia al hospital.

La furgoneta en que me sacaron ese 21 de agosto de 1978 de repente se parqueó en lo que yo supuse era un hospital. En ese época yo no conocía Managua. 

Ya me estaban esperando con una camilla a la que me subieron y empezaron a correr a toda velocidad, a través de una rampa que parecía túnel, para que nadie me viera. 

De repente, el maratón de los camilleros se detuvo y yo me vi en una sala de operaciones.

Me operan sin anestesia

Me subieron a la camilla del quirófano absolutamente sin ropa. Solamente con una sábana verde encima. El aire acondicionado estaba a todo mamón. 

A los minutos me estaba muriendo de frío. En el fondo de la sala, un grupito de personas se ponían sus gabachas, guantes y mascarillas. Mientras eso ocurría alguien, que se mantenía a distancia de ese grupo, se me acercó al oído y en un susurro me dijo que él me iba a operar. 

Que no me podía poner anestesia por que, salvo él, el resto eran guardias. 

Que bastaría con que cerraran una válvula para matarme por lo que solamente usaría anestesia local. Asentí. Yo estaba casi en shock. Era el Doctor René Sandino Argüello, uno de los muchos ángeles que me encontré en esos días.

Al palparme, el Doctor Sandino Argüello supuso que era una sola pelota que estaba en la superficie y que, aunque iba a ser incomodo para mí, con anestesia local se podía resolver. 

Comenzó la operación. Al inicio solo sentía como que me rayaban la piel pero conforme fue pasando el tiempo ya me dolía horrible y comencé a intentar agarrarle las manos. 

El me pedía que no lo hiciera pero para mí era imposible contenerme. Me dijo que no era como él lo había previsto sino que estaba encontrando una pelota grande, dos más, medianas y luego un racimo de pequeñitas hacia abajo. 

Que tenía que aguantarme y que el ya me había explicado porqué. Entonces le pedí que me amarrara las manos a la camilla y me tapara los ojos porque yo en la desesperación del dolor levantaba la cabeza para ver y eso me ponía peor. Nunca lloré, ni pedí cacao.

 Solo la acción instintiva de asirle las manos.

 Me amarraron a la camilla, me taparon los ojos y así el pudo terminar la operación. Fui operada sin que mis compañeras supieran que para eso me habían llegado a sacar y sin que mi familia se enterara.

Luego me trasladaron a una habitación en el último piso de la Sala J del Hospital Militar. Al rato llegó él doctor y con su cara iluminada me dijo, “usted si que es huevona, que mujer más valiente”.

 Y yo, ya a esas alturas, no sentía que fue la gran cosa.

 Solo estaba tranquila de que todo hubiera pasado ya. Me comentó que en mi expediente no había dejado indicación sobre el tratamiento a seguir porque no quería que ningún guardia se me acercara. 

Me dio a tomar analgésicos y me dijo que regresaría en la tarde para valorarme y nuevamente darme pastillas.

 Que él estaría llegando a medicarme y a quitarme los puntos. Me puso un cabestrillo en el cuello para que mi brazo descansara, especialmente cuando me levantara al baño. Me trataba con una delicadeza y dulzura increíble.

Por la tarde me llevó revistas, me dio pastillas y me dejó otras para que me las tomara el martes por la mañana porque él no podría venir. Era diputado y tenía que estar en la sesión de la cámara. Era del Partido Conservador.

René Núñez me manda jugos

El 22 de agosto por la mañana el custodio que estaba en la puerta de mi habitación se acercó a darme unos jugos y me dijo: se los manda un compañero suyo que está en el piso de abajo. Se llama René Núñez. Qué emoción, saber de René, mi jefe en Matagalpa en 1974. No sabía que también estaba hospitalizado.

Al mediodía se escuchó una tremenda balacera que hizo que en el hospital todo fuera carreras y un poco de caos. 

Al poco tiempo de iniciada la balacera llegó una capitana de la guardia de nombre Carmen, que era la única que de vez en cuando se asomaba por mi cuarto a ver como estaba, se me acercó y calladito me dijo: ustedes se acaban de tomar el palacio y están pidiendo la libertad de los presos. 

Ni siquiera atiné a contestar. Le dijo al custodio de la puerta que me iba a sacar un ratito y me llevó al final del pasillo del pabellón para señalarme donde estaba la zona del Palacio. Todavía se escuchaban tiros esporádicos.

Esa tarde el doctor no llegó. No tuve pastillas. Pasé adormilada y con dolor. No podía ni siquiera levantar el brazo. Me dolía todo hasta la mano y el hombro también. 

En la mañana cuando había intentado bañarme con el brazo izquierdo, fue una tortura. Medio me lavé el pelo con gran dificultad.

Me voy a desquitar con vos

Me dormí temprano como siempre y, más o menos a las 10 de la noche, me despierto aterrorizada porque alguien llorando a gritos me estaba zarandeando, levantándome de mi camisa y gritándome “hijadelagranputa te voy a matar”, “me voy a desquitar con vos” Me levantaba de la blusa y me dejaba caer con lo que el dolor en el pecho y en el brazo se me volvía insoportable. 

Al ratito entro corriendo la capitana Carmen y a gritos le ordenó que se saliera. 

El, que parece que andaba en estado de ebriedad, le decía que no se salía, que me iba a matar, hasta que ella logró sacarlo a empujones. Una vez que lo sacó le reclamó al custodio de mi puerta que porqué lo había dejado entrar. 

Era un subteniente, le contesto, pero ella le dijo “y yo soy capitana y ella está bajo mi responsabilidad”. Luego me contó que cuando los muchachos entraron al palacio habían matado a su primo que también era guardia. Después de eso fue reforzada la custodia en mi habitación. Este otro ángel con el que me encontré en el militar, el día anterior me había llevado lanas y agujas. Me estaba enseñando a tejer a dos agujas.

Yo seguía sin asimilar la situación. La mañana del miércoles llegó el Doctor Sandino Argüello y me contó que había quedado de rehén en el Palacio Municipal. 

Por eso no llegó el martes por la tarde. Con orgullo me contó, que cuando lo vio la Comandante Dos, le informó que lo iban a dejar salir porque me acababa de operar a mí y debía ir a a chequearme, y también porque antes había operado a la mamá de Doris Tijerino. Ese día me dijo que los nódulos eran de grasa. Que no representaban ningún peligro para mí.

El encuentro con mis compañeras

En la madrugada del jueves entra a mi cuarto un tropel de guardias con armas que nunca había visto en mi vida. Todos parecían RoboCop. Armados hasta los dientes. Me despierto asustada. Me dicen que me vista y que recoja mis cosas. 

Me levanto y lo hago en silencio. Me sacan del hospital y me suben a un BECAT. Adelante y detrás van otros. Todo está oscuro. 

No se hacia dónde me llevan pero intuyo que es hacia el lago a matarme. Lo único que pienso es “ojalá que mi mamá no sufra tanto”. Empiezo a prepararme sicológicamente. Ya me miraba yo frente al pelotón. 

Al llegar a un punto doblan hacia la derecha y seguimos avanzando a saber hacia dónde. Yo continuo en mi preparación. 

Al final, cuando ya empieza a clarear el día 24 de agosto, el BECAT entra a la Central de Policía y veo a mis compañeras que están en una especie de corralito recién construido, esperando para ser trasladadas hacia el aeropuerto. 

Lloraron cuando me vieron llegar porque no sabían donde estaba y pensaban que yo no iba a ser liberada. 

Fue un momento de profunda emoción. A esa hora todas hablando casi al mismo tiempo comenzaron a contarme como se dieron cuenta, que hicieron esa noche, como pasaron el miércoles hasta que las llevaron a ese lugar.

 Quedo pendiente de compartirlo.

Por primera vez en un año o dos, estábamos juntas.

 Se había roto el aislamiento de forma definitiva gracias al compromiso y solidaridad con sus prisioneros políticos, al espíritu de combate, de la organización más fogueada y heroica en la historia de Nicaragua: el FSLN.

https://www.facebook.com/margine.gutierrez/posts/10219599393473956

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