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Nicaragua: Managua y el Sandinismo














(En homenaje al bicentenario de Managua y al cuarenta aniversario del triunfo de la RPS)

El general granadino Fulgencio Vega, director de Estado de Nicaragua, fue un hombre adelantado a su tiempo. Patriota antiintervencionista y reformador social (que abrió las puertas de la Universidad a las mujeres), de carácter fuerte y juicio tajante, decidió firmar el decreto que nombraba -definitivamente - como nueva capital de la república a la ciudad de Managua y ciudad de paz. A partir de aquel caluroso mes de febrero de 1852, Managua, el antiguo poblado de indígenas en fuga y pescadores atareados, que el mismo rey de Castilla declaró villa fiel, pasaba a desempeñar un rol protagónico en la venidera historia sociopolítica del país.

Sin embargo, los nombramientos de “fiel” y “pacífica” no definen a esta ciudad llena de cataclismos y tragedias humanas. De catorce héroes de la historia patria declarados oficialmente, uno nació en Managua y tres fueron asesinados en esta ciudad, cruel y traicioneramente. 

No todo está signado por la oscuridad y la tragedia de un pueblo trabajador que nació y ha vivido a la orilla de un precioso lago, pues aquí nacieron y lucharon por la justicia social grandes hombres, se gestaron grandes epopeyas por la libertad y ahora sus autoridades y pueblo trabajan duro para convertir a Managua en una gran ciudad, moderna, inclusiva y amable.

De estas y otras cosas quiero aquí contarles.

LA HISTORIA PROFUNDA: UN ASENTAMIENTO HUMANO DE OCHO MIL AÑOS.

El lago ha sido mudo testigo de sucesivas idas y venidas de pequeñas tribus y grandes pueblos, urgidos por la fuerza mayor de los dioses del fuego y la lluvia o los implacables dioses de la guerra y la destrucción. 

Lo atestigua la impronta en la eterna ceniza volcánica de su barrio más antiguo: Acahualinca por donde (tres mil años antes que Cristo naciera) quince proto-managuas pasaron despavoridos, tal vez huyendo del enojo del gran cerro de Masaya, en misión de cacería corriendo tras un mastodonte o quizá, perseguidos por enemigos más fuertes.

En aquellos tiempos ignotos, el lago y el bosque les proveían de alimentos, pero cuando se ofrecía, hincaban con fruición el diente en la carne de los vencidos.

Siglos después, cuando los conquistadores españoles aparecieron (bajando al lomo de sus demonios desde las brumosas alturas del sur), divisaron una preciosa ciudad de chozas y templos de madera y barro, hogar de treinta y cinco mil indígenas nagrandanos, asentada a lo largo de la playa de un hermoso lago de aguas dulces, azules y violentas. 

A la izquierda, la península de Chiltepe, a la diestra, interminables planicies.

Sus habitantes, amigos y enemigos, en sus lenguas le llamaban “Managua”.

En el lago vivía Xólotl (un dios en el cuerpo lampiño de un perro chiquito y mudo) guardián del gran lago llamado Xolotlán, pero no se sabe si el Xolotlán cuidaba a Managua o Managua cuidaba al lago. Es un misterio.

Al finalizar las grandes migraciones originales, llegaron los “hombres de las bajuras”, que cuando no estaban guerreando comerciaban pieles, madera, carne, plumas, pescado, maíz, cacao, objetos ceremoniales y utilitarios de piedra y de vez en cuando, doncellas y mancebos.

Habiendo sido expulsados de la meseta (donde estaba emplazado Xilotepelt) y de Nochari por sus hermanos, los “hombres de las alturas”, (los diríanes, cuyo más famoso tapaliguis fue el gran guerreo Diriangen), los nagrandanos fueron la última de las consecutivas olas de pueblos prehispánicos asentadas a la orilla del enorme lago de aguas picadas.

 Su último soberano, el indomable cacique Xolotlán, vencedor de los teytes de Mateare, Imabite y el fiero cacique Tipitapa, no recibió con plumas, oro o jícaras rebosantes de chocolatl a los guerreros enfundados en hierro y cuero.

A caballo desde las sierras o sobre el lago en botes a remo y vela, los invasores rubios diezmaron la ciudad del Xolotlán. Cincuenta años después solo quedaba una villa de pescadores, un puñado de hombres viejos consignados a los encomenderos en sus haciendas y los más suertudos, trabajando como criados en las primeras casonas, iglesias y burdeles del poblado colonial.

“Ya todo está escrito, volvemos al camino”, sentenciaron en silencio los mendigos que antes fueron señores, tristes pero muy seguros de la resiliencia histórica de Managua y sus habitantes.

A diferencia de Granada y León, Managua no fue diseñada por Francisco Hernández, Diego Castañeda o ningún otro conquistador de Nicaragua. No hubo un plano siguiendo la medida real de manzanas “en parrilla” y casas de calles rectilíneas. 

Su emplazamiento en una planicie adyacente al lago y a pocas leguas de dos majestuosos volcanes, no fue por el criterio y necesidades del conquistador, sino por la voluntad (miles de años antes) de sus primeros moradores indígenas, cumpliendo el designio de sus dioses.

Con mucho de improvisado y algo de caótico y sin la definición urbanística de otras ciudades coloniales, Managua no estuvo exenta del todo, de las características básicas de la arquitectura impuestas por el conquistador. 

En un pequeño radio de menos de dos leguas a partir de la costa del lago, entre haciendas, trapiches, corrales, grandes patios y solares vacíos, se desparramaron las casas de adobe y ranchos de palma de sus habitantes. El “punto de fuga” de las principales calles era (y lo seguiría siendo por siglos) el Xolotlán.

Sin embargo en el núcleo central del poblado, los lotes y casonas (grandes y pequeñas, según prelación económica) no tuvieron como centro geográfico la usual plaza de armas, alrededor de la cual se ubicaban el cabildo, la iglesia, los almacenes reales, la guarnición y las casonas de las autoridades españolas y gentes de gran importancia militar y civil.

La sangre, el color y la plata determinaban (como era natural en las tierras conquistadas por la corona española) la cercanía o lejanía de las casas con relación al lago, sin embargo el poblado siempre estuvo más habitada por criollos que de peninsulares, tal vez porque vivir acá no era tan importante como habitar en Granada y León. 

No contaba con las instalaciones, comodidades, conectividad, poder económico, político y militar. En resumen, vivir en Managua no representaba ningún gran prestigio social.

La Managua indígena se dislocaba fuera de esta referencia urbana y a continuación se iba difuminando en un paisaje bucólico de chozas subiendo la Sierra entre bosques y cultivos. Se explayaba en grandes haciendas, pequeñas fincas y parcelas, hacia las tierras de los antiguos cacicazgos vecinos. 

Desde este punto central también partían todos los caminos que conducían a las grandes ciudades y pueblos del país.

LA EPOCA COLONIAL: CIUDAD DE POCO RECONOCIMIENTO PERO GRANDES APORTES.

Desde el siglo XVII al XIX, Nicaragua era la suma de Granada, León y un puerto llamado El Realejo. Lo demás era monte y olvido. Las dos grandes ciudades coloniales primogénitas se tranzaron en luchas, tan sangrientas como inútiles, jugándose a bala de mosquete y hierro (o a la taba) el poder administrativo y las prerrogativas políticas de un Estado ficticio.

 Las élites coloniales y criollas no distinguían de mandar una hacienda o gobernar un país.

Entretanto, al sigiloso paso de los siglos Managua, sin aspavientos, fue creciendo como punto alternativo del comercio nacional, aprovechando su posición geográfica entre las ciudades contendoras, paso obligado de mercancías y gentes, su relativa paz, su composición estamental y étnica menos oligarca y variopinta (engrosado por ciudadanos llegados de toda la provincia y una inmigración extranjera controlada) y sin afiliaciones políticas o ideológicas extremas.

Dos años antes de la independencia de España, la aldea de pescadores se convirtió (por decreto de su graciosa majestad agradecida por su lealtad realista) en la “Leal villa de Managua” y tan solo veintisiete años más tarde, elevada a la categoría de ciudad por la Asamblea constituyente de la época.

La Independencia de Nicaragua de la corona española (y de los breves periodos de sujeción política a Guatemala y México) no trajo tranquilidad al país. La guerra civil fue una constante entre las élites criollas asentadas en Granada y León. Guerras que arrastraban a las poblaciones urbanas y rurales de todo el país y que trajeron por “invitación” de una u otra parte en conflicto, a ejércitos extranjeros, principalmente, gringos y que causaron un daño enorme a la soberanía y al desarrollo del país.

Increíblemente, estas guerras fratricidas e invasiones en su mayoría no afectaron directamente a la ciudad de Managua o comprometieron gravemente su infraestructura, economía y la seguridad de su población, salvo algunos episodios (como la batalla de la cuesta del plomo, del ejercito zelayista contra los conservadores o el “lomazo” del gral. Chamorro) de gran importancia política, pero poca repercusión en los rubros antes mencionados.

Con calculado sigilo, la “novia del Xolotlán” empezaba a tener peso específico dentro de la política nacional, gracias unas veces a líderes de bajo perfil, pero muy comprometidos con el posicionamiento político de la ciudad, otras a astutos caudillos que lograron preservar ilesa la capital, mientras llevaban la guerra a otras partes del país.

TERCERA Y DEFINITIVA CAPITAL: UN ACUERDO DE CONVENIENCIA

El siglo diecinueve y la primera mitad del veinte, son claves en la consolidación de Managua como nuevo centro político y administrativo de la joven república. Debido a la inestabilidad y falta de seguridad a causa de los frecuentes choques militares y conflictos de toda índole entre Granada y León (¡Peleaban hasta por la virgen María, la calidad del guaro o quien tenía más poetas!) y la notoria división entre la ciudadanía que promovía la anarquía, las autoridades nacionales deciden dejar la práctica de utilizar distintas ciudades como sedes del gobierno central y asentarse definitivamente en Managua. Tal iniciativa trae aparejada la designación de Managua como nueva y definitiva capital de Nicaragua ¡Veintitrés años antes de separarla de la jurisdicción territorial de Granada y ser creado el Departamento de Managua!

El ferrocarril del Pacifico de Nicaragua dió un enorme impulso a la economía de la nueva capital. Durante varias décadas solo existieron dos tramos inconexos de vías férreas: Corinto-La Paz Centro y Managua- Granada (con posterioridad este tramo se extendió a los pueblos de la Meseta), teniendo que transferirse a pasajeros y carga en naves a vapor entre el puerto Momotombo y Managua y viceversa. Esto dinamizó el transporte acuático por el Xolotlan, trajo más compradores y turistas a la capital, posibilitó la creación de empresas de servicios, pequeñas industrias y acrecentó la exportación e importación de bienes desde y hacia Managua, aprovechando la fácil conectividad con los puertos de Corinto y Granada.

El mercantilismo dió paso a un capitalismo primario que empezó a alzar vuelo, surgiendo una nueva élite económica (a la par de los hacendados, gamonales, productores agropecuarios, renteros y los parásitos de siempre) de criollos y extranjeros que se aventuraron a construir las primeras industrias (como una fábrica de hielo o pozos artesianos que iniciaron el primer servicio de agua por cañería a la ciudad), imprentas, periódicos, agroindustrias, licoreras, etc. expandió el trabajo artesanal y los oficios, mejorando el empleo en general.

Esta transformación de las relaciones de producción (aquí Marx entra en esta historia) hace inevitable el surgimiento de una clase obrera, que a su vez da sus primeros pasos para organizarse y buscar cómo mejorar sus condiciones de vida.

Los primeros sindicatos capitalinos surgen de asociaciones de artesanos y filiaciones por oficios, que al final de los años veinte ya realizan paros y huelgas (Empezando con la de los zapateros en 1920, en la fábrica “Constantino Pereira y Cía.”), lucha que se prolongará a lo largo de toda esa década y la siguiente con paros de los sindicatos de tipografía, la construcción y otros.

Esta efervescencia en la capital dará como resultado la creación del Partido Trabajador de Nicaragua, la Conferencia de Trabajadores de Nicaragua y el Partido Socialista. Será un largo camino lleno de traición, cárcel y muerte, pero la lucha obrera y sindical se convierte en una constante en calles y centros laborales de Managua.

Este pequeño “boom” económico trajo consigo una relativa expansión de la inversión en infraestructura pública y privada, en educación, en el quehacer cultural y artístico y claro está, en el aumento de las actividades de ocio, los vicios y esa umbral oscuro y frívolo que se ampara en el progreso material de la Sociedad en progreso.

Pareciera que los grandes sucesos que sacudieron a la nación durante casi un siglo (la Guerra nacional, los Treinta años conservadores, la Revolución liberal, la guerra contra Honduras y el Salvador, las Intervenciones militares gringas) no lograron distraer a Managua de su empeño en progresar.

La guerra y demás tragedias “también crean oportunidades” dicen los cínicos.

Ante la ausencia de un verdadero acuerdo de nación y la falta de soluciones de fondo que pusieran en primer lugar el beneficio de Nicaragua, cada conflicto bélico interno de la oligarquía incubaba el siguiente, que como norma general resultaba más amplio, profundo y dañino para la joven república. Estos conflictos rebasaban el ámbito social de la clase dominante e involucraban a los estratos populares que sufrían la peor parte de los mismos.

EL GENERAL A.C. SANDINO ENTRA EN LA HISTORIA DE MANAGUA

Así que la llamada “Guerra Constitucionalista” fue un conflicto sangriento, originado en los motivos de siempre y los actores de siempre: Ambición de Poder de las dos facciones en que estaba partida la oligarquía; liberales y conservadores, la ausencia total de un sentimiento nacionalista y por supuesto, los intereses imperiales de los gringos en nuestro país, partiendo siempre de su geoestrategia mundial.

Como de costumbre, a petición de una de las partes, los marines yanquis no sólo se involucraron activamente en la guerra (como en el primer bombardeo aéreo a una ciudad en el Continente, que dejó incendiada Chinandega), sino que tomaron el control de la misma.

Una guerra civil dirigida desde Managua y Washington, que cubrió gran parte de la nación y que tras dos años de lucha inútil, los gringos pretendieron zanjar con el “Pacto del espino negro”. Pacto que los convertía a ellos mismos en los grandes electores y dueños de Nicaragua.

Esta guerra, a pesar de su relativa brevedad, fue una de las más sangrientas en el suelo patrio e involucró prácticamente a todo el territorio nacional, incluyendo al litoral caribe.

La Guerra Constitucionalista finalizó debido al desgaste de los ejércitos enfrentados (liberal y conservador) y las necesidades estratégicas regional de los gringos. El armisticio fue patrocinado y controlado por las tropas del cuerpo de la marina de guerra gringa, que ofreció grandes cuotas de poder a los líderes de las partes contendientes y diez dólares a cambio de cada rifle entregado por las tropas.

En la supuesta sencillez y buena voluntad del pacto, se escondían dos puntos trágicos para el futuro político y la paz de la nación: La creación de la guardia nacional ( que venía a desplazar a la Constabularia creada en 1925 y el pequeño ejército nacional, ambos " mangoneados" por los conservadores) supeditada al USMC es decir, al gobierno gringo y la imposición ( mediante un remedo de elecciones al año siguiente) del Partido liberal que luego del golpe de Estado de Somoza en 1937, gobernaría dictatorialmente hasta ser echado del poder cuarenta y dos años más tarde por el FSLN.

Dos generales de campo, genuinamente patriotas, reúsan el oneroso trato: El general liberal chinandegano de apenas de 23 años de edad, pero de enorme trayectoria de combate, Francisco Sequeira, popularmente conocido como “Pancho cabuya” (que poco después fue asesinado a traición por los soldados yanquis) y un casi desconocido niquinomeño de corta, pero brillante hoja de servicios en la lucha contra de “los cachurecos”, bajo las órdenes del general (y próximo presidente de la nación) José María Moncada.

El pacto fue asumido como una colosal traición para estos dos hombres y marcaría el inicio de una epopeya. La brillante epopeya antiimperialista del general Augusto C. Sandino que paradójicamente siete años después, sus solapados y públicos enemigos, intentarían darle fin con otra traición y que le costaría la vida al gran héroe nicaragüense.

Ambas traiciones ocurrirían en lugares muy cercanos uno del otro y dentro del mismo Departamento de Managua.

El jefe de la guardia nacional, Anastasio Somoza García, su plana mayor, los jefes de las fuerzas interventoras y la embajada yanqui, con la colaboración (por acción u omisión) del presidente Sacasa, se confabularon para dar cumplimiento a los planes para liquidar la gesta, el ejemplo, la vida de sus combatientes, jefes, colaboradores y la del mismo general A.C. Sandino. Aquel 21 de febrero de 1934, en la ciudad de Managua fue asesinado cruel y traicioneramente, el más grande e inspirador héroe nacido en tierras nicaragüenses.

Durante siete años, la población de Managua y por ende de todo el país, fue bombardeada con información falsa o tendenciosa sobre las verdaderas motivaciones y objetivos de lucha de los combatientes sandinistas. Se les calificaba, cuando no de bandoleros y enemigos gratuitos de la paz de la nación, de " anarquistas" y “comunistas” al servicio de intereses extranjeros.

Después de la firma de la paz en casa presidencial el 2 de febrero de 1933, fue obvio el cerco de la GN a su gente en los pueblos segovianos, el boicot y falta de cumplimiento por el gobierno de lo acordado.

Los hombres que integraron su temible ejército guerrillero, reconcentrados en algunos pueblos de su antiguo teatro de guerra, estaban indefensos, desarmados (los acuerdos solo permitían a Sandino un contingente de cien hombres armados) fueron siendo diezmados, primero selectiva y luego masivamente por la GN.

Increíblemente todo esto no despertó en el “General de Hombres Libres” ninguna duda en el cumplimiento final, por parte del gobierno, del acuerdo de paz o al menos no lo manifestó. Sus principales lugartenientes le rogaron no desarmar a la tropa, mucho menos viajar a Managua, pero por lo visto el General dió máxima prioridad a la firma del acuerdo de paz.

MANAGUA, TUMBA Y REDENCION DEL HEROE SANDINISTA

Para muchos historiadores y biógrafos es difícil entender por qué Sandino, un hombre tan perspicaz y desconfiado, que había podido antes lidiar con traiciones, disidencias y desencuentros, no pudo intuir la más fatal de las traiciones, la gran emboscada que Somoza le preparó durante meses en Managua.

Si bien es cierto su asesinato y el de sus lugartenientes fue ejecutado por la plana mayor de la GN bajo órdenes directas de Anastasio Somoza García y con la complicidad de los arriba mencionados, la decisión fue tomada más al norte (a seis mil seiscientos kilómetros de distancia de Managua, en las más altas esferas del poder imperial gringo) y obviamente, varios años antes de perpetrarse el crimen.

La suerte estaba echada, seguramente, desde aquel 4 de mayo de 1927, en los lodosos arrabales de Tipitapa, cuando el general Sandino no quiso entregar sus rifles ni vender su honor.

Está claro que de haber querido sus enemigos, el general Sandino pudo haber sido asesinado a mansalva (matoneado como al general Pedrón Altamirano, tres años después) en una operación de infiltración y con menor escándalo en varios lugares:

En los pueblos del norte de las Segovias, en su segundo e infructuoso viaje a México, en sus salidas a Honduras, en cualquiera de los cuatro vuelos que realizó a Managua en los aviones facilitados por los gringos o por alguno de los muchos agentes encubiertos que lograron ser invitados hasta sus cuarteles en las montañas.

Pero incomprensiblemente para muchos de sus contemporáneos, fue capturado en pleno centro de Managua, casi a la luz del día y con gran despliegue militar, a la salida de una cena oficial en Casa Presidencial, ¡Con el Presidente de la Republica! Y al día siguiente toda la ciudad, el país y el mundo estaban enterado de su cobarde asesinato.

Con el tiempo han aparecido otras conjeturas del porqué del asesinato del general y sus subalternos en Managua. Una de ellas asegura que fue por la avaricia de Somoza, que al enterarse que aquellos cargaban una fuerte cantidad de oro en polvo, mandó a robárselo y asesinarlos.

Empero, la razón de esta ejecución sumaria casi pública de los jefes guerrilleros enemigos es obvia para los historiadores y biógrafos:

La naciente dictadura somocista marcaba su territorio, demostraba meridiana y cruelmente quien, desde ese día, detentaba todo el poder en Nicaragua. Un poder omnímodo para unir a sus aliados alrededor de su propio proyecto político nacional y aterrorizar a sus adversarios, reales y potenciales.

"El hombre" (como los nicaragüenses, pícara y genéricamente, desde entonces apodaron a Somoza Gracía) se aseguraba de que toda la nación estuviera al tanto de que sólo la GN dominaba todo el territorio, incluyendo las Segovias y al mismo tiempo, ofrecía una prueba contundente de lealtad ante sus amos extranjeros.

Para los gringos el asesinato del General Sandino era un golpe de autoridad ante el mundo, enmarcado en sus doctrinas de dominación política, económica e ideológica y sobre todo, una advertencia para los revolucionarios latinoamericanos. “Nadie puede revelarse ante el Imperio”. También, una advertencia tácita a sus competidores, que dejaba en claro, que en su traspatio "solo mandanban los gringos".

Era la forma más criminal de lavar una afrenta, pues los “malos ejemplos, son contagiosos”.

Managua resultó perfecta para realizar la sentencia de muerte al hombre que había derrotado, por primera vez, a un Imperio contemporáneo miles de veces más poderoso.

El misterio mayor, para muchos, es por qué Sandino firmó un acuerdo tan a la ligera, tan mal negociado y que tantos leales amigos y sus propios lugartenientes le alertaron que no sería cumplido por su contraparte. También llama la atención el por qué, un año más tarde dejó sus protectoras montañas para viajar a encontrar la muerte al lado de una polvosa pista de aterrizaje militar en un rincón de Managua, pudiendo exigir firmar el documento en una ciudad segoviana o un lugar controlado por sus fuerzas.

A finales de 1932 el EDSNN conservaba la iniciativa estratégica de la guerra, llegando incluso a amenazar incursionar a la propia ciudad capital. El dos de Octubre de ese año, en una acción sorpresiva y exitosa, el general Francisco Umanzor atacó la población de San Francisco del carnicero, al otro lado del lago Xolotlán, frente a Managua, mientras otras fuerzas guerrilleras operaban en el Departamento de Chinandega.

En diciembre de ese año la aviación gringa cesa definitivamente operaciones ofensivas y para el primero de enero del 33, la infantería yanqui, también es embarcada rumbo a su país. Su completa y vergonzosa derrota militar se había consumado.

Sorpresivamente para muchos (incluidos importantes jefes, oficiales y soldados del EDSNN, aliados y simpatizantes de la lucha sandinista), El general Sandino, detiene unilateralmente las acciones de combate contra la abandonada guardia nacional y activa a su equipo civil de negociadores en Managua, que ya para febrero tiene listo el primer borrador del acuerdo de paz.

Cómo en su momento Aníbal, el gran general cartaginés ( después de realizar la proeza del cruce de los Alpes, con todo su ejército y haber batido a las legiones romanas) incomprensiblemente, teniendo la posibilidad de atacar "la ciudad eterna", giró las grupas de su caballo y regresó a sus tierras, dándole un precioso chance a sus enemigos mortales que poco tiempo después destruirían hasta los cimientos a Cartago, los curtidos generales sandinistas y sus heróicas tropas recibieron la orden de su jefe supremo de concentrarse en las Segovias.

Sandino era un hombre de convicciones firmes ancladas en el respeto a la soberanía de Nicaragua y la búsqueda y preservación de la paz entre todos sus ciudadanos, una visión influenciada por su credo teosófico, que consolidó un ideario político que consideró adecuado a las circunstancias históricas de nuestro país.

Estaba claro de que sin paz nunca podría haber progreso e igualdad de oportunidades, que la gente pobre, sobre todo aquella que vivía en las zonas de guerra, necesitaban una opción de vida digna. Creía (erróneamente) que esta visión de paz y progreso la compartía el Presidente Sacasa, a quien también consideraba su amigo, “un hombre de fiar” desde los tiempos aciagos de la Guerra constitucionalista.

Los largos años de lucha contra un enemigo superior en recursos lo hizo ganar una enorme experiencia y el conocimiento de la historia y la política mundial, adquirida de otros compañeros y sus propias lecturas (militares, políticas, filosóficas y teosóficas) le ayudaron a dominar los impulsos, a ser aún más reflexivo y fraterno. Lo transformaron en un jefe visionario, un estratega perspicaz, capacitado y en un líder que sabía distinguir el peligro de un enemigo emboscado y una situación potencialmente adversa.

Hombres de mayor formación intelectual y política como Froilán Turcios, Haya de la Torre, Farabundo Martí, Pedro José Zepeda, Andrés García, Esteban Pavletich, José de Paredes y otros, lo mismo que importantísimas organizaciones políticas de la Izquierda mundial como la Liga Antiimperialista de las Américas, el Partido Comunista Mexicano, el Partido de los Trabajadores de los EE UU, el KOMITERN (que por esos años era presidido por J. Dimitrov, pero controlado por el mismísimo J.V Stalin), el APRA, etc., no pudieron influenciarlo, ni “reclutarlo” para sus propios proyectos políticos y visión particular del mundo.

El general les dio lo que podía y tomó lo que fue útil, pero supo desechar ideas y personas no compatibles con su visión antiimperialista, su proyecto nacionalista, su plan de vida en tiempos de paz para sus soldados, los humildes habitantes de los pueblos y montañas del norte y zonas aledañas y en general, para todos los ciudadanos nicaragüenses. Al mundo le dio ejemplo y esperanza y por varios años fue el más alto estandarte de la lucha de los pobres contra la opresión imperialista en el orbe.

Eso le granjeó amigos, admiradores y adeptos y como es natural, también más enemigos.

Sabía de las grandes conspiraciones en contra de su lucha. Desconfiaba de Somoza y la GN, también sabía que el FBI y otros organismos de inteligencia gringos tenían enlistados y perseguían a sus simpatizantes dentro de los EE UU y fuera de su territorio.

Tenía información de que la inteligencia de los marines conspiraba en Honduras, México y Europa para cerrar el flujo de ayuda económica para el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, que perseguía a periodistas y medios independientes que informaban la realidad de su lucha en las montañas y había descubierto infiltrados en sus propias filas y entre algunos visitantes invitados a sus campamentos guerrilleros con motivos obvios de traición. El General Sandino no era ni tonto, ni ingenuo.

Sin embargo, con la derrota y salida de los marines yanquis de los teatros de guerra nicaragüenses, la situación estratégica cambió para el EDSNN. Su ejército a principios de 1932, era una agrupación guerrillera de probada efectividad e inquebrantable lealtad y con una moral altísima por saberse vencedores del mayor poder militar del mundo. No obstante, este ejército de campesinos e indígenas fue creado por el General Sandino con objetivos concretos de lucha y con una visión posbélica de paz y trabajo.

La disyuntiva de seguir combatiendo contra un ejército nacional cipayo durante quién sabe cuántos años más, al parecer no estaba dentro de los planes del General Sandino, como tampoco reconsiderar los alcances e ideología de su lucha.

Aceptar un acuerdo de paz honorable con su “amigo”, el presidente Sacasa y traer concordia a todos los nicaragüenses estaba perfectamente justificado, según la estrategia y objetivos de la lucha planteados desde un inicio al EDSNN por su General.

En el plano internacional, sus antiguos aliados y benefactores (sobre todo el PC mexicano y reconocidos militantes de la izquierda latinoamericana) se convirtieron en sus acérrimos críticos y detractores ante “su rendición a la causa del nacionalismo burgués” y a lo interno, en Managua, era urgido por un grupo de intelectuales, políticos, funcionarios y militares llamado “grupo patriótico” (que se habían declarado “adeptos a su causa”) a sentarse a buscar una paz negociada.

Un dato importante: Honduras que durante los años de la lucha sandinista fue una especie de segura y vital retaguardia, cambió de gobierno el cual se alió secretamente con Somoza para aislar al EDSNN, apresar y liquidar a sus combatientes en territorio hondureño. La conspiración estaba en marcha.

El presidente Juan Bautista Sacasa dio continuidad al plan de aniquilamiento del sandinismo (iniciado en el anterior período presidencial de José María Moncada) con la venia de Somoza, el embajador gringo y el jefe de los marines, Mayor gral. Logan Feland, plan que pasaba por convencer a Sandino y su Estado mayor de suscribir un acuerdo de paz, el cual debería de tener como punto principal el desarme y la desmovilización del EDSNN.

Sacasa delegó esta primordial tarea a uno de sus más leales ministros (tal vez más que por sus dotes intelectuales y conocimientos de historia, agricultura y otras ciencias), por su sigilo, por su tacto político y por ser masón grado 30, algo que podía crear un vínculo de afinidad con Sandino: Sofonías Salvatierra.

Hábil y manipulador, Salvatierra logró un acercamiento fundamental a don Gregorio Sandino, doña América Tiffer y Blanquita Arauz (padre, madrasta y esposa, respectivamente del general Sandino) que posibilitaron un canal de comunicación y encuentros con el general.

Un importante biógrafo del general, inclusive afirma que el propio yanqui Logan Feland persuadir a la madre de Sandino, doña Margarita Calderón, de viajar a las Segovias a tratar de convencer a su hijo de las bondades del acuerdo de paz con el gobierno.

 ¿Cuánto influyeron en el general Sandino estas manipulaciones y canalladas del presidente Sacasa, Somoza y los gringos, para tomar la decisión de firmar el acuerdo de paz? Solo el general Sandino podría decirlo. Aunque a juzgar por su firmeza de carácter y compromiso con su lucha, tal vez nada.

Resumiendo, en lo personal considero que existieron no una, sino varias razones para que el general Sandino accediera a firmar con premura el acuerdo de paz, aquel tres de febrero de 1933, en Managua:

1.- Urgencia de poner en práctica el programa de paz de y crear la “Cooperativa del Rio Coco y sus afluentes” e iniciar la creación de otras similares por todo el país.

2.- Confianza en las buenas intenciones del Presidente Sacasa.

3.-Escaces de recursos financieros, avituallamiento, medicinas, viviendas.

4.- Falta de motivación y cansancio de sus tropas luego de la salida de los marines.

5.- Cerco internacional enemigo y disminución del apoyo internacional a su lucha.

El acuerdo fue firmado solemnemente en Managua, en la casa presidencial ubicada en la loma de Tiscapa, pero solo el general Sandino cumpliría su parte.

Un año después, el 21 de febrero de 1934, sucedió la tragedia. Apenas a 27 días de cumplir treinta y ocho años de edad, el héroe de las Segovias fue apresado en la avenida central, por entonces la más importante de Managua (años más tarde renombrada servilmente como Avenida Roosevelt) para inmediatamente ser conducido al lugar de su vil asesinato.

Su cuerpo y el de sus abnegados lugartenientes fueron enterrados y desenterrados varias veces en diferentes lugares, ante el temor a que despertara en la población de Managua y de todo el país alguna simpatía o tal vez a alguien se le ocurriera continuar su lucha. Algunos de sus sicarios dijeron, años más tarde, que sus cuerpos fueron quemados hasta las cenizas, al amparo de la noche, en un predio vacío cerca de la actual catedral de Managua.

La paz parecía a la vuelta de la esquina. 

Lo que no sabía el general Sandino es que aunque los marines abandonaban el país, un nuevo ejército “gringo” había tomado su lugar y su sanguinario jefe oteaba el horizonte desde el punto más alto de la loma de Tiscapa de la ciudad capital.

El asesinato del “General de Hombres Libres” y sus lugartenientes, marcó profundamente la historia de América Latina y Nicaragua, pero particularmente la claro-oscura historia de Managua.

Tres años antes del asesinato de Sandino, en mil novecientos treinta y uno, la primera Managua “moderna“ en segundos se convirtió en escombros, llevándose vidas y hacienda y descarrilando de la vía del progreso a la joven capital. ¡Otra vez al camino!

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