El ahora ex presidente de Sudán, Omar el-Bechir (a la derecha), y el general Ahmed Awad Ibn Auf, durante una ceremonia oficial. |
Omar el-Bechir ha sido derrocado pero todo sigue igual. Varias regiones sudanesas siguen en guerra y en Kartum todavía hay un gobierno militar. Thierry Meyssan estima que, después de 30 años de dictadura de la Hermandad Musulmana, el problema sudanés es más bien de orden cultural.
Lo que acaba de suceder en Sudán no tiene nada que ver con la aspiración a la libertad sino sólo con el hambre.
El ahora ex presidente de Sudán, Omar el-Bechir (a la derecha), y el general Ahmed Awad Ibn Auf, durante una ceremonia oficial.
La simultaneidad de los acontecimientos registrados en Argelia, Libia y Sudán trae a la mente lo sucedido en Túnez, Libia y Egipto en 2011.
Algunos hablan de un movimiento revolucionario contra las dictaduras mientras que otros afirman que es una reedición, orquestada por los británicos, de la Gran Revuelta Árabe de 1916, igualmente estimulada por Londres.
Sobre lo sucedido en 2011, la publicación de los correos electrónicos internos del ministerio de Exteriores del Reino Unido –sacados a la luz por Derek Pasquill–, el papel y la coordinación de la Hermandad Musulmana en todos esos países demostró definitivamente que todo fue resultado de un movimiento que los británicos habían preparado durante 7 años, antes de concretarlo con ayuda de Estados Unidos, para reemplazar regímenes laicos nacionalistas por regímenes religiosos prooccidentales.
¿Y qué está sucediendo ahora, en 2019? Sería pretencioso decir que vamos a responder esa pregunta tratándose de acontecimientos que sólo acaban de comenzar y sin saber gran cosa de los nuevos actores y de sus intenciones ni de las capacidades extranjeras. Lo más que se puede hacer por ahora es no engañarnos, como se engañan a sí mismos quienes repiten las consignas de la prensa occidental.
A menudo hemos mencionado las situaciones existentes en Argelia y Libia. Aquí examinaremos hoy la de Sudán y mostraremos la particularidad de ese país.
El presidente sudanés Omar el-Bechir fue derrocado el 11 de abril de 2019 en medio de una oleada de manifestaciones masivas que sacudían el país. Omar el-Bechir había llegado al poder hace 30 años, durante un golpe de Estado militar y deja el poder expulsado por otro golpe de Estado militar. Bajo su reino, nunca hubo paz ni elecciones libres en Sudán.
Sudán ha desempeñado un papel especial en la escena internacional, el papel del Malo, mientras mantenía, más o menos secretamente, relaciones privilegiadas con las potencias occidentales, que siempre mantuvieron su disimulado respaldo a Omar el-Bechir.
Dado ese contexto, la prensa internacional hoy finge ignorar la verdad sobre ese doble juego y presenta la caída de Omar el-Bechir como una revolución provocada por los crímenes que le atribuyen a él en particular. Pero todo eso es falso.
En primer lugar, los orígenes de la guerra que ensangrentó y que sigue ensangrentando el suelo sudanés son anteriores a la Primera Guerra Mundial.
Una secta inspirada en el islam se rebeló contra la colonización anglo-egipcia. Su jefe era considerado como el «Mahdi» [1] y sus miembros lucharon contra las tropas anglo-egipcias –que se componían de cristianos y musulmanes– tratando de imponer un modo de vida que reservaba un gran espacio al esclavismo y a los castigos corporales.
En su lucha, los miembros de esa secta destruían las tumbas de los santos y las mezquitas de los musulmanes que ellos consideraban «infieles».
En ese particular contexto, los británicos se abstuvieron de tratar de convertir el país al cristianismo –lo que hasta entonces habían hecho en todas partes– y, con ayuda del Gran Muftí de Egipto y de la universidad al-Azar, optaron por inventar una forma de islam compatible con la colonización.
Aquella guerra se reinició 40 años después, incluso antes de la independencia de Sudán, decretada en 1956. De 1972 a 1983 hubo un alto al fuego relativo seguido de una reactivación de la guerra. Omar el-Bechir, quien no llegó al poder hasta 1989, no tiene por consiguiente ninguna responsabilidad en el reinicio de esa guerra y no pasa de ser un tardío protagonista.
De hecho, el conflicto de ese inmenso país es resultado de la oposición entre una parte de la población que desea simultáneamente liberar Sudán de los colonizadores e imponer su propio modo de vida a otros grupos de la población –animistas, cristianos y musulmanes tradicionales– que se resisten a aceptarlo.
La Corte Penal Internacional (CPI) acusa a Omar el-Bechir, desde 2009, de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra y desde 2010 lo acusa también de genocidio, pero lo hace basándose en una interpretación de los acontecimientos que ignora el contexto que rodea los hechos y atribuyendo por principio toda la responsabilidad al jefe de Estado.
Las acusaciones se sustentan por demás en las fantasiosas investigaciones del fiscal Luis Moreno Ocampo, notoriamente corrupto además de violador, y han sido rechazadas tanto por la Liga Árabe como por la Unión Africana.
El paracaidista Omar el-Bechir se apoyó durante mucho tiempo en el carisma del intelectual Hassan al-Turabi. Los dos eran miembros de la Hermandad Musulmana y trataron de adaptar la ideología de Hassan al-Banna y Sayyed Qutb a las condiciones de Sudán.
En 1999, al-Turabi trató infructuosamente de deshacerse de el-Bechir, pero fue este último quien logró encarcelar a al-Turabi en 2004-2005, después le concedió una medida de gracia y al-Turabi murió finalmente de muerte natural en 2016, a los 84 años.
Toda esta situación se hace aún más confusa dado que la Hermandad Musulmana fue creada por egipcios en el contexto de la alianza entre el Gran Muftí de Egipto y los británicos, precisamente contra los mahdistas sudaneses, y que fue disuelta por los egipcios después de la Segunda Guerra Mundial, antes de ser finalmente recreada por los británicos.
Como todos los demás miembros de la Hermandad Musulmana, el-Bechir y al-Turabi han cambiado de retórica en función de sus interlocutores, quienes los calificaron en diferentes momentos de sinceros o de hipócritas, así como de fascistas o de comunistas.
Además, el-Bechir y al-Turabi reprodujeron el conflicto de los mahdistas contra los egipcios y se volvieron así disidentes en relación con el resto de la Hermandad Musulmana. Así que adoptaron la misma ambigüedad, no sólo ante la opinión pública internacional sino también ante el resto de la Hermandad Musulmana.
A lo largo de 30 años, Omar el-Bechir se mantuvo en el poder maniobrando hábilmente, sin preocuparse nunca por mejorar el nivel de instrucción de los sudaneses.
Omar el-Bechir restableció así, en la mayoría del país, la interpretación sudanesa de la charia como ley penal. En Sudán se practica –supuestamente en nombre del islam– la amputación del clítoris, la homosexualidad se castiga con la muerte, la flagelación y la pena de muerte por lapidación son parte de las prácticas de la justicia, aunque su aplicación se había hecho poco frecuente en los últimos años.
Es común oír que Omar el-Bechir es el único culpable de las masacres perpetradas en la región de Darfur. Pero no se dice que sus milicias baggaras (los «Janjawid») actuaban bajo la dirección de una firma privada estadounidense de «seguridad», DynCorp International, que había recibido del Pentágono la misión de alimentar el caos en esa región petrolera sudanesa para impedir que China pudiera explotar sus recursos.
En el plano internacional, Sudán ofrece a las potencias occidentales una zona neutral ante los conflictos ideológicos regionales. Sudán albergó y al mismo tiempo mantuvo bajo vigilancia a elementos que se decían «antiestadounidenses», algunos sinceramente –como Ilich Ramírez Sánchez (el célebre «Carlos») y otros sólo para engañar al público –como el mercenario de la OTAN Osama ben Laden.
La realidad es que, en definitiva, Sudán acabó entregando a «Carlos» pero protegió a ben Laden.
Sudán también se implicó en varios teatros de operaciones en el extranjero, sobre todo contra Uganda, la República Democrática del Congo y la República Centroafricana, dando su apoyo a una secta sanguinaria: el Ejército de Resistencia del Señor.
Más recientemente, Sudán recibió de Qatar mil millones de dólares para que retirara al general sudanés que dirigía la misión de la Liga Árabe en Siria porque aquella misión había desmentido la propaganda sobre la existencia de una «revolución» contra el presidente sirio Bachar al-Assad. Posteriormente, en 2015, Sudán envió fuerzas –que por cierto incluían numerosos menores de entre 14 y 17 años– a luchar en Yemen contra los chiitas houthis bajo las órdenes de Israel y de Arabia Saudita.
Y en 2017, Sudán “alquiló” por 99 años la isla de Suakin a Turquía, que podrá controlar desde esa isla sudanesa el Mar Rojo en detrimento de Arabia Saudita, Egipto e Israel.
En 2018, Omar el-Bechir hizo un viaje oficial a Damasco, etc. Pero no existe una lógica que conecte esos actos entre sí, sólo una táctica bien estudiada que convierte a Sudán en un país completamente aparte, simultáneamente amigo y enemigo de todos.
En todo caso, la realidad es que el actual levantamiento no tiene nada que ver con algún tipo de aspiración democrática sino sólo con el alza de precios que asola el país desde que se proclamó la independencia de Sudán del Sur –en 2011– con la consiguiente pérdida de los campos petrolíferos que se hallan en ese territorio.
El derrumbe económico provocado por ese hecho ha resultado particularmente cruel para la población más pobre de Sudán.
Un plan elaborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) entró en aplicación en 2018… provocando en pocos meses una inflación del 70% y, a partir de diciembre, un alza brutal del precio del pan, que se multiplicó por 3, dando lugar a las actuales manifestaciones de la población, manifestaciones que acaban de desembocar en el derrocamiento de Omar el-Bechir.
Su sucesor, el general Ahmed Awad Ibn Auf, dimitió al día siguiente a favor de otro general, Abdel Fattah Abdelrahman al-Burhan.
Este último supuestamente presidiría una transición de 2 años antes de entregar el poder a un gobierno civil. En espera de ese momento, los militares han derogado la Constitución.
Por el momento no se sabe qué ha pasado con Omar el-Bechir, tampoco se sabe si sus sucesores son o no miembros de la Hermandad Musulmana, lo cual hace imposible explicar lo que sucede con conocimiento de causa.
Hasta el momento, la situación sigue siendo inestable pero nada ha cambiado en realidad, ni en el plano cultural, ni en el plano político. Sudán sigue siendo una sociedad «islámica» que vive bajo una dictadura militar.
Los acontecimientos de los últimos días son una reacción popular ante la angustia provocada por el recuerdo de la hambruna que se vivió en la región de Darfur en los años 1980, hambruna que no fue resultado de la escasez de alimentos sino del hecho que los alimentos no estaban al alcance de los pobres.
Esos hechos no tienen nada en común con lo que sucede en Argelia, un país con un buen nivel de educación pero cuyo gobierno ha sido «privatizado» por un cártel de tres pandillas. Tampoco tienen puntos comunes con lo que sucede en Libia, donde la OTAN destruyó el Estado libio y asesinó a Muammar el-Kadhafi, haciendo así imposible las posibilidades de entendimiento entre las tribus libias, condición previa para una solución democrática.
[1] Para los musulmanes, el Mahdi es aquel que recibe la guía de Dios para servir de guía a los demás. Nota de la Red Voltaire.