Ayer, Viernes Santo, durante siglos una de las flechas más importantes dentro del calendario de actividades de la Iglesia Católica, los nicaragüenses fuimos testigos de un capítulo más de su decadencia, del suicidio que como religión de masas se auto-infringe está Institución milenaria.
Por la mañana, cientos de fieles creyentes se aprestaron (con la esperada protección de las autoridades y el apoyo de un Estado cuasi- confesional) a acompañar a la procesión del Viacrucis.
Pero también callada y pérfidamente, grupos tarifados de terroristas se infiltraron en la marcha religiosa con la innegable venía de los jerarcas y curas católicos.
Esperaban el caos, usando (como hace un año) a los verdaderos católicos como trincheras y rehenes frente a las provocaciones a las fuerzas del orden. Los móviles? Los mismos del año pasado.
Frustrados ante los pírricos resultados de sus desmanes, los encapuchados dañaron el final de la celebración religiosa devenida - según ellos y sus cobardes patrocinadores- en agitación política barata y los mismos curas (asustados de su propia insensatez), los echaron de los predios del templo.
Pero el daño ya estaba hecho.
La población de Managua, asustada, pero más enardecida contra los vagos y los propios sacerdotes, decidió castigar a su Iglesia no asistiendo a la celebración vespertina del Santo Entierro.
En un episodio inédito en la historia católica criolla, el Cardenal y sus sacerdotes quedaron prácticamente solos en la enorme nave mayor de la Catedral.
Una misa lánguida y una procesión bajo techo, con poquísimos fieles respondiendo a las letanías y oraciones, apenas un murmullo.
De quién es la culpa?
Para dar con la clave de esta indetenible caída libre de la Iglesia Católica al precipicio de la soledad, habrá que hacer algo más que culpar al gobierno o golpearse el pecho.
Cómo decía mi viejita linda: " Tus actos siempre tienen consecuencias y... Nadie se va debiendo de esta vida".
Por: Edelberto Matus