En éste año, en el cual se conmemora el sesenta aniversario del triunfo de la Revolución, he considerado oportuno escribir unas líneas acerca del concepto de Fidel sobre el Pueblo. En su ideario estuvo siempre presente la participación del pueblo en la gesta revolucionaria. El discurso de autodefensa del 16 de octubre de 1953, conocido como “La historia me absolverá” definía con absoluta claridad su concepto de pueblo, y la necesaria participación del mismo en el proceso de cambios que avizoraba: “…Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, la que anhela una patria mejor, más digna y más justa; la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes, y está dispuesta a dar cuando crea suficientemente de sí misma, hasta la última gota de sangre”….
”A ese pueblo, … no le íbamos a decir: “te vamos a dar”, sino “!Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad”.
Aquel pueblo encabezado por Fidel y su destacamento de vanguardia luchó y venció no solo a la dictadura, sino también al oscurantismo y la ignorancia. El 1ero de enero el Ejército rebelde derrotaba al ejercito batistiano y ponía en fuga a sus más destacados personeros.
Fidel en caravana de la libertad salió de Santiago y ciudad por ciudad fue recorriendo el país hasta llegar a la Habana el 8 de enero y marchar al campamento de Columbia, sede del cuartel general batistiano, donde en su primer discurso a los habaneros expresó la siguiente idea:
“Yo sé que al hablar esta noche aquí se me presenta una de las obligaciones más difíciles, quizás, en este largo proceso de lucha que se inició en Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956. El pueblo escucha, escuchan los combatientes revolucionarios, y escuchan los soldados del Ejército, cuyo destino está en nuestras manos.
Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.
Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo. ¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados….”
De inmediato la Revolución comenzó a ejecutar un programa socioeconómico y político. La Reforma Urbana, la rebaja de las tarifas eléctricas y telefónicas, de medicamentos y libros de textos, la lucha contra la corrupción y el juego organizado, la confiscación de los bienes malversado, la construcción de aulas y hospitales y finalmente la Reforma Agraria, todo ello en solo 5 meses. Cuba había cambiado, el programa del Moncada comenzaba a ver sus frutos.
Los burgueses, latifundistas, casatenientes y desplazados del poder incluidos los ex militares, policías y demás parásitos del anterior régimen, rápidamente se organizaron para intentar primero desviar y disolver la Revolución, luego, derrocarla por la fuerza y la agresión. Bombas, sabotajes, asesinatos sería el escenario que se tuvo que enfrentar el poder revolucionario aquellos años, con el pueblo a la vanguardia.
El 26 de octubre de 1959 Fidel en magna concentración popular en el Palacio Presidencial y ante los continuos ataques contrarrevolucionarios procedentes de Estados Unidos y la intentona golpista realizada en Camagüey, hizo un llamado al pueblo para prepararse militarmente en la defensa de la Revolución, y crear las Milicias Nacionales Revolucionarias para la defensa de las conquistas revolucionarias.
Por entonces, Fidel estaba en la búsqueda de una forma adecuada de organización, para que las masas, que se habían organizado en las Milicias Nacionales Revolucionarias, para enfrentar con las armas al enemigo, lo hicieran también en la retaguardia, y pudieran combatir a los que en secreto conspiraban; un mecanismo que permitiera canalizar todas las informaciones, sin tener que acudir a las denigrantes formas de delación, anónimas, pagadas o no, utilizadas por la dictadura batistiana. La Revolución no requería confidentes.
Y se buscaba que esta actividad se desarrollara con seguridad, rapidez, organización, discreción y transparencia.
El apoyo de las masas revolucionarias sería el punto clave.
La idea inicial se basó en la creación de lugares donde el pueblo, de forma abierta y sincera, pudiera depositar sus informaciones sobre actividades sospechosas, así como el estado de opinión sobre las medidas revolucionarias que se iban implementando.
Se buscaba una fórmula que permitiera garantizar la colaboración espontánea, con objetividad y probidad, para lo cual lo principal sería que se identificara a la fuente que informara; pero el principio básico, el principio esencial, que no debía perderse de vista, era apoyarse en las masas revolucionarias.
Al regreso de su viaje a Estados Unidos a donde había concurrido para participar en la Asamblea General de la ONU, el miércoles 28 de septiembre, Fidel que venía cargado con todas aquellas vivencias, y como él mismo reconocería después tenía “un estado de ánimo especial” para reencontrarse con su pueblo, que lo esperaba en la explanada que se extendía tras la terraza norte del Palacio presidencial, entregaría, confiado, una nueva responsabilidad a su pueblo.
Ya era noche oscura, cuando se sintió la primera explosión, proveniente de la calle Dragones, a escasos metros de la concentración. Fidel observó los dos relojes que desde su lucha en la Sierra acostumbraba a usar, considerando que podría ser el cañonazo que desde la cercana fortaleza de la Cabaña es disparado cada noche a las nueve, y al cerciorarse que era otra la causa del estallido esbozó lo que sería la respuesta del pueblo cubano: “…por cada petardito que pongan, nosotros convertimos un cuartel en escuela…por cada petardito que pongan…nosotros hacemos una ley revolucionaria…por cada petardito que pongan nosotros armamos, por lo menos, mil milicianos…”.
Unos minutos después, una segunda explosión en Cárcel y Morro y la tercera en una alcantarilla en Prado y Refugio. el pueblo responde con gritos de “paredón”, “Venceremos”, mientras el Comandante en Jefe continúa su discurso: “Déjenlas, déjenlas que suenen, que con eso están entrenando al pueblo en toda clase de ruidos…”
La vida, y el reconocido genio de Fidel, dieron así un vuelco sorpresivo y extraordinario a cualquier otro plan. Esas explosiones, y la reacción bravía de nuestro pueblo, provocaron en el líder cubano, una reacción directa, inmediata, y en el propio acto, en la plaza pública, en medio de las explosiones de petardos y de las bombas contrarrevolucionarias, en ese diálogo abierto que entabla Fidel con las masas que apoyan cada una de sus palabras, con su agudeza y visión, con su capacidad de estratega, fue tanteando la fuerza del pueblo que lo escuchaba enardecido, fue midiendo el temple, el valor de nuestro pueblo, fue madurando las ideas, tejiéndolas, horneándolas hasta alcanzar el crisol de la creación.
Primero señaló “…vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva….…Vamos a implantar un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria, y que todo el mundo sepa quién es y qué hace el que vive en la manzana, qué relaciones tuvo con la tiranía; y a qué se dedica, con quién se junta;…porque si creen que van a poder enfrentarse con el pueblo ¡Tremendo chasco se van a llevar! Porque le implantamos un comité de vigilancia revolucionaria en cada manzana, para que el pueblo vigile, para que el pueblo observe…”
La genialidad de Fidel, su sabiduría para interpretar las aspiraciones del pueblo, propiciaba con esta iniciativa el surgimiento de una nueva y muy efectiva forma de organización de la sociedad civil. Acababa de encontrar la fórmula más apropiada para dar respuesta de manera contundente a lo que ya era una imperiosa necesidad, crear en cada manzana, en cada barrio, los Comités de Vigilancia revolucionaria, los Comités de Defensa de la Revolución.
La propia noche del 28 de septiembre, tanto en la capital como en otras cabeceras provinciales, el pueblo, tras escuchar el llamamiento de Fidel se había lanzado de forma espontánea a crear los primeros “Comités de Vigilancia”.
En la noche del 29, Fidel participa de forma inesperada en el programa televisivo “Ante la Prensa”, y entre otras cuestiones se refiere a las ideas esbozadas la noche anterior: la necesidad de organizar al pueblo para la vigilancia revolucionaria, la que califica como “una nueva forma de lucha”, aprovechando nuestro principal y más valioso recurso “el pueblo, el apoyo del pueblo, la organización del pueblo barrio por barrio, manzana por manzana…., lanzamos la idea para que la gente fuera pensando en eso…nosotros ya lanzamos la consigna, al objeto de que todas las ideas alrededor de este problema empiecen a desarrollarse, ir creando esos comités de vigilancia barrio por barrio, manzana por manzana y edificio por edificio…” “..Organizar al pueblo igual que hemos organizado la milicia. Hemos organizado la milicia para la lucha frontal, hay que organizar al pueblo para la lucha subterránea…”
Al llamado de Fidel respondió todo el pueblo de Cuba. La vida misma de la revolución exigía ya la formación de esa poderosa, amplia y masiva red de vigilancia revolucionaria. Al amanecer del 29 de septiembre comenzaron a surgir los comités.
La vigilancia revolucionaria fue su tarea fundamental, vital, de ella dependía la existencia misma de la Revolución, más tarde se agregaría la Instrucción Revolucionaria, para que aquellos hombres y mujeres agrupados para la lucha contra el enemigo subterráneo, tuvieran una conciencia política sólida ante la trascendente tarea que el jefe de la Revolución les había señalado.
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