Desde su fundación, Estados Unidos, ha estado en guerra todos los días, a menudo de forma encubierta y con frecuencia en varias partes del mundo a la vez.
Tan abominable como resulta ser la frase, todavía no captura la imagen completa.
De hecho, antes de su fundación, aquello en lo que se convertiría los Estados Unidos estaba envuelto, como lo estaría durante más de un siglo después, en una guerra interna para construir su territorio continental.
Incluso durante la Guerra Civil, tanto los ejércitos Unionista como los Confederados continuaron la guerra contra las naciones de los Diné y Apache, Cheyenne y Dakota, llevando a cabo horribles masacres de civiles y obligando a su reubicación.
Sin embargo, al considerar la historia del imperialismo y el militarismo de los Estados Unidos, pocos historiadores rastrean su génesis a este período de construcción interna del imperio. Ellos deberían hacerlo.
El origen de los Estados Unidos en el colonialismo de los colonos –como un imperio nacido a través de la apropiación violenta de las tierras indígenas y la despiadada devaluación de sus vidas– le otorga al país características únicas que importan cuando se consideran cuestiones sobre cómo separar su futuro de su violento ADN.
En cuanto a la cantidad de violencia o el derramamiento de sangre, los Estados Unidos, no son únicos cuando se compara con las conquistas coloniales en África, Asia, el Caribe y América del Sur. La eliminación de los nativos está implícita en el colonialismo de los colonos y en los proyectos coloniales en los cuales se buscan grandes extensiones de tierra y mano de obra para la explotación comercial. La violencia extrema contra los no combatientes fue una característica definitoria de todo el colonialismo europeo, a menudo con resultados genocidas.
La privatización de la tierra constituye el núcleo del experimento de los EE.UU, y su fuerza militar fue creada para expropiar recursos. Resulta apropiado entonces, que una vez más tengamos un propietario de bienes raíces como presidente.
Más bien, lo que distingue a los Estados Unidos es la mitología triunfal asociada a esa violencia y sus usos políticos, incluso hasta el día de hoy.
La guerra externa e interna posterior al 11 de septiembre contra los musulmanes como "bárbaros", encuentra su prefiguración en las "guerras salvajes" de las colonias americanas y del incipiente estado de los EE.UU contra los nativos americanos.
Y cuando, en efecto, no quedaban nativos americanos para combatirlos, la práctica de las "guerras salvajes" se mantuvo.
En el siglo XX, mucho antes de la Guerra contra el Terrorismo, los Estados Unidos llevaron a cabo guerras a gran escala en Filipinas, Europa, Corea y Vietnam; invasiones y ocupaciones prolongadas en Cuba, Nicaragua, Haití y la República Dominicana; y campañas de contrainsurgencia en Colombia y el sur de África.
En todos los casos, Estados Unidos se ha visualizado así mismo peleando en una guerra contra fuerzas salvajes.
Desde el primer asentamiento británico en Jamestown, el despojo de la tierra de los nativos fue una guerra racializada, enfrentando la "civilización" contra el "salvajismo".
A través de esta actividad, el ejército de Estados Unidos adquirió su singular atributo como una fuerza con dominio en la guerra "irregular".
A pesar de esto, la mayoría de los historiadores militares prestan poca atención a las llamadas Guerras Indias de 1607 a 1890, así como a la invasión y ocupación de México de 1846–48.
Sin embargo, fue durante los casi dos siglos de colonización británica en América del Norte que generaciones de colonos adquirieron experiencia como "combatientes indios" al margen de cualquier institución militar organizada.
Mientras que los grandes ejércitos "regulares" y altamente regimentados luchaban por los objetivos geopolíticos en Europa, los colonos angloamericanos en América del Norte llevaban a cabo una mortal guerra irregular contra las naciones indígenas del continente para apoderarse de sus tierras, recursos y rutas, conduciéndolos hacia el oeste y finalmente reubicándolos a la fuerza al oeste del Mississippi.
Incluso después de la fundación del ejército profesional de los EE.UU en la década de 1810, la guerra irregular fue el método de conquista estadounidense de las regiones del Valle de Ohio, los Grandes Lagos, el Sudeste, y las regiones del Valle del Misisipí, luego al oeste del Misisipí hasta el Pacífico, incluida la mitad de México.
Desde entonces, los métodos irregulares se han utilizado en conjunto con las operaciones de las fuerzas armadas regulares y son, quizás, lo que caracteriza más a las fuerzas armadas de los Estados Unidos en relación a otros ejércitos de las potencias mundiales.
Con la presidencia de Andrew Jackson (1829–37), cuyo apetito por el desplazamiento y aniquilamiento de los nativos americanos no tenía paralelo, el carácter de las fuerzas armadas de los Estados Unidos había llegado, en el imaginario nacional, a estar profundamente entrelazado con la mística de las naciones indígenas, como si, al adoptar las prácticas de guerra irregular, los soldados estadounidenses se habían convertido en aquello contra lo que estaban luchando. Esta imagen involucraba una cierta identificación con el enemigo nativo, designando al colono como nativo americano en lugar de europeo.
Esto fue parte del malabarismo por medio de la cual los estadounidenses genuinamente creyeron que tenían un derecho legítimo sobre el continente: ellos habían peleado por él y se habían "convertido" en sus habitantes autóctonos.
Las técnicas militares irregulares que se perfeccionaron mientras se expropiaban las tierras de los nativos americanos se aplicaron luego en la guerra contra la República Mexicana.
En el momento de su independencia de España en 1821, el territorio de México incluía lo que hoy es el estado de California, Nuevo México, Arizona, Colorado, Nevada, Utah y Texas.
Tras la independencia, México continuó la práctica de permitir que los no mexicanos adquirieran grandes franjas de tierra para el desarrollo mediante concesiones de tierras, asumiendo que esto también significaría la erradicación de los pueblos indígenas.
Para 1836, casi 40,000 estadounidenses, casi todos esclavistas (y sin contar a los esclavizados), se habían mudado a Texas en México.
Sus ranger militias (milicias vigilantes) formaban parte de ese asentamiento, y en 1835 se institucionalizaron formalmente como los Texas Rangers.
Su principal tarea, patrocinada por el estado, fue la erradicación de la nación Comanche y todos los demás pueblos nativos de Texas. Montados y armados con la nueva máquina de matar, el revólver Colt Paterson de cinco cartuchos, ejecutaron la tarea con una precisión especial.
Habiendo perfeccionado su arte en las operaciones de contrainsurgencia contra los comanches y otras comunidades nativas, los Rangers de Texas desempeñaron un papel importante en la invasión de los EE.UU a México.
Como experimentados contrainsurgentes, guiaron a las fuerzas del Ejército de los EE.UU a lo profundo de México, participando en la Batalla de Monterrey.
Los Rangers también acompañaron al ejército del general Winfield Scott y a los marines por mar, desembarcaron en Veracruz y sitiaron la principal ciudad portuaria comercial de México.
Luego continuaron su marcha, dejando a su paso un reguero de cadáveres de civiles y destrucción, para ocupar la ciudad de México, donde los ciudadanos los llamaban Texas Devils (Demonios de Texas).
Derrotado y bajo ocupación militar, México cedió la mitad del norte de su territorio a los Estados Unidos, y Texas se convirtió en un estado en 1845.
Poco después, en 1860, Texas se separó, poniendo sus Rangers al servicio de la causa Confederada. Después de la Guerra Civil, los Texas Rangers reanudaron la contrainsurgencia contra las comunidades indígenas que aún quedaban y los mexicanos que resistían.
Los marines también rastrean parte de sus orígenes mitológicos a la invasión de México que prácticamente completó el territorio continental de los Estados Unidos.
Los primeros versos del himno oficial del Cuerpo de Infantería de Marina, compuesto y adoptado en 1847, dice "Desde los palacios de Moctezuma hasta las costas de Trípoli".
Trípoli se refiere a la Primera Guerra Berberisca de 1801-1805, cuando los marines fueron enviados al Norte de África por el presidente Thomas Jefferson para invadir la nación Bereber, bombardear la ciudad de Trípoli, tomar cautivos y bloquear puertos clave de Berbería durante casi cuatro años.
Sin embargo, el "Palacio de Moctezuma" se refiere a la invasión de México: mientras el ejército de los Estados Unidos ocupaba lo que ahora es California, Arizona y Nuevo México, los marines invadieron por mar y marcharon a la Ciudad de México, en el trayecto asesinando y torturando a los civiles que resistían.
Pero que importa, para aquellos de nosotros que luchamos por la paz y la justicia, que los inicios del ejército de los EE.UU se encuentren en el aniquilamiento de poblaciones indígenas o que las raíces del imperialismo se hallen en la expropiación de tierras indígenas.
Importa porque nos informa que la privatización de tierras y de otras formas de capital humano constituye el corazón del experimento estadounidense.
La fortaleza militar-capitalista de los EE.UU se deriva de la propiedad inmobiliaria (que incluye los cuerpos africanos, como también la tierra incautada).
Resulta apropiado que una vez más tengamos un propietario de bienes raíces como presidente, al igual que el primer presidente, George Washington, cuya fortuna se debe principalmente a su éxito en la especulación de tierras indígenas no otorgadas.
La estructura del gobierno de los EE.UU está diseñada para servir los intereses de la propiedad privada, siendo los esclavistas y los especuladores de tierras los principales actores en la creación de los Estados Unidos.
Es decir, EE.UU fue fundado como un imperio capitalista. Esto fue excepcional en el mundo y se ha mantenido excepcional, aunque no de una manera que beneficie a la humanidad.
El ejército fue diseñado para expropiar recursos, protegiéndolos contra las pérdidas, y continuará haciéndolo si se le deja hacer lo que quiere bajo el control de los capitalistas rapaces.
Cuando los nacionalistas blancos radicales se hacen visibles –como lo han hecho durante la última década, y ahora más que nunca con un vociferante presidente blanco nacionalista– son desestimados como marginales, en lugar de ser entendidos como los descendientes espirituales de los colonos.
Los supremacistas blancos no se equivocan cuando afirman que entienden algo sobre el Sueño Americano que el resto de nosotros no entendemos, aunque no es nada de qué alardear.
De hecho, los orígenes de los Estados Unidos son consistentes con la ideología nacionalista blanca.
Y es aquí donde aquellos de nosotros que deseamos paz y justicia debemos empezar: con plena conciencia de que estamos tratando de cambiar en lo fundamental la naturaleza del país, lo cual siempre será un trabajo extremadamente difícil.
http://lacunadelsol-indigo.blogspot.com/2018/12/lo-que-saben-los-supremacistas-blancos.html