Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Por Nicaragua, cueste lo que cueste, asì pienso.

He vivido y visto muchas cosas en la vida, muchas cosas buenas y muchas cosas malas.

 En el andar de mis días he sabido de victorias y derrotas, de risas y tristezas, de placeres y duelos, de amistades que van y vienen y también como pasa en todas las familias de distancias que por las razones que sean ponen paredes entre los seres queridos.

 He sabido de guerras y también de paz en un país que como el nuestro refleja una historia azarosa cargada de inmensas contradicciones que han tenido enormes consecuencias de destrucción y muerte.

Ello es parte de los altos y bajos del ser humano en un mundo donde la envidia y la revancha ha derramado caudalosos ríos de sangre y siempre nos ha dolido hasta la más íntima fibra del alma.

Me involucré en política sin quererlo en 1974 cuando tenía 14 años y las circunstancias me empujaron a involucrarme a luchar contra Somoza y después en 1982 desde la Alianza Revolucionaria Democrática ARDE contra los que se desviaron del plan original ofrecido al pueblo nicaragüense en 1979. 

Desde entonces desde el ejercicio político militar, a través del Frente Sandinista de Liberación Nacional y del Partido Resistencia Nicaragüense, más tarde del Partido Liberal Constitucionalista y ahora del Movimiento Liberal Constitucionalista Independiente y desde mi carrera periodística, que ya trota exactamente los 36 años, he tenido entre buenos y malos sabores, el privilegio de estar en grandes acontecimientos históricos en calidad de protagonista y no de espectador, pero jamás, nunca algo parecido a lo que Nicaragua vive hoy.

Las guerras dan miedo y cada una de ellas se pelea por razones de conciencia a veces y otras obligadamente, pero en el fondo solo las quieren los que están más seguros, los que a distancia y desde un escritorio con aire acondicionado y todas las comodidades te mandan a morir por razones de su propia intolerancia y es cuando vez a tus amigos muertos, a las familias adoloridas, a tu país destruido y a todos, los que teniendo sentido común, independientemente de los bandos en que se encuentren, devastados moralmente, coincidiendo que jamás debimos llegar a eso y preguntándose cómo fue que llegamos a permitirnos algo tan detestable, tan aborrecible, tan triste y doloroso.

 Lamentablemente esos remordimientos han sido demasiado frecuentes en nuestra historia. 

No hemos terminado de repetirlos, estamos insistiendo en ello cíclicamente, con razón o sin razón, pero sin conceder al diálogo, a la negociación, a la plática o al pacto, el altísimo interés y espacio que requiere para detener el monstruoso estruendo de la guerra que cuando se hace oír trae consigo tsunamis de lágrimas que nos ahoga y nos arrasa a todos por igual.

“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”, decía Erich Hartman, un piloto que con lealtad sirvió a la Alemania Nazi hasta 1945.

 Su apotegma es descriptiblemente real y tanto que nosotros lo hemos palpado porque hemos visto, tras el derramamiento de la primera gota de sangre, cómo los odios se han desatado, cómo el pensamiento de cada quien se convirtió para el otro en un delito punible y donde cualquiera tienen licencia para matar por el solo hecho de que no te gustó la mirada de quien terminaste asesinando.

Lo he dicho muchas veces porque conozco la guerra y lo vuelvo a reafirmar yo quiero la paz, yo quiero ser un pacificador hasta el último momento de mi vida y por ello confiero al diálogo una importancia vital e insustituible que evite, tal es el escenario que algunos construyen, ir otra vez a una nueva guerra civil, que sí de la víspera se trata, sería con todas sus consecuencias la peor de nuestra historia, porque su “razón” sería la defensa de la vida de cada quien porque hoy por hoy cualquiera te mata en cualquier parte y no pasa nada y lo peor es que cínicamente quienes lo promueven y lo hacen terminan declarándose víctimas siendo victimarios intelectuales de hechos tenebrosos y escalofriantes que ciertamente dan terror.

Hoy los demonios, en un país que se ufanaba de ser profundamente cristiano fueron liberados por un odio inédito, que jamás sospechamos existía, que se posó como una tormenta que escondió los cielos y que con nubes acentuadamente ennegrecidas cubrió a todo el país para descargar con rayos y centellas un vandalismo nunca antes visto, que se salió de control, que reinventa su poder delictivo desde un diseño caracterizado por lo perverso, por lo sádico, por lo maquiavélico de grupos intelectualmente reducidos que convirtieron mediáticamente a la verdad en mentira y a la mentira en verdad.

Los odios que fueron liberados el 19 de abril, por una situación circunstancial, tal y como lo expresa la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, nunca debieron rebasar su origen, que, ahora multiplicado por el terrorismo, nos tiene en una tierra de nadie donde el país convulsiona con más muertes, más heridos, más quemas, más tranques, más asaltos, más delincuencia y más amenazas.

 Esta realidad que está en la ruta de un golpe de estado o derrocamiento, debería ser suficiente razón para aterrizar una salida negociada al conflicto pero triste y dolorosamente nos pone a todos en un peligroso escenario de sobrevivencia, donde al no estar nadie seguros, toda acción conllevará a una reacción por la vida, por los bienes, por la familia y eso no es otra cosa que irresponsabilidad criminal de quienes quieren imponernos una guerra entre nicaragüenses que, ajenos a esos grupos vandálicos y a quienes los dirigen, queremos la paz, deseamos la paz y pedimos a Dios, desde nuestros afligidos corazones. que esto tenga un detente y que el día siga siendo el día y no la tarde o la noche en que salen los demonios.

El gobierno aceptó el diálogo desde el primer momento en que se propuso y avaló la mediación y testigo de los obispos de la Conferencia Episcopal y fue y se sentó para aceptar de entrada las recomendaciones de la CIDH y fue más allá y propuso la presencia de la O.E.A para que esta hablara ante el plenario de los avances hacia la democratización conversados hasta hoy y que han sido una demanda de la contra parte. 

Los obispos por razones que no entiendo no aceptaron, aunque sí recibieran en su sede posteriormente a los representantes de Luis Almagro, sin que en ningún momento hayan transparentado esas conversaciones.

Luego la discusión se trabó porque mientras su contraparte exigía la aceptación de la representación gubernamental del golpe de estado por el cual sería inconstitucionalmente depuesto, la delegación del gobierno pedía la suspensión de los tranques y el cese a toda violencia viniera de donde viniera para establecer un clima de paz donde se conversara sobre cualquier tema, pero sin afectar la economía y el derecho al trabajo de los nicaragüenses, a lo que la oposición dijo no y fue entonces que los “mediadores y testigos” suspendieron las pláticas y propusieron a tres actores y tres asesores, de cada una de las partes, para que unos días después aterrizaran un acuerdo mínimo para volver a la mesa del diálogo y que consistía en aceptar las recomendaciones de la CIDH lo que se está implementando, si nos atenemos a los que Luis Almagro, Secretario General de la O.E.A , dijo en cuento a la conformación de una comisión que investigue transparentemente los hechos acaecidos del 19 de Abril hasta el presente y lo que venga en curso.

En ese escueto comunicado se hizo un llamado para no agredir o lanzarse contra cualquier medio de comunicación y quemaron Radio Ya, que de social tiene mucho y de política nada, y sucedió dos veces, la primera parcial y la segunda total; Se llamó a los medios de comunicación que propagan noticias falsas e instigan a la violencia y que va, aumentaron sus decibeles; La alianza cívica por la justicia y la democracia se comprometió a flexibilizar los tranques pero solo lo hicieron para los camiones que este 30 de Mayo vinieron a la marcha que convocaron y después las arreciaron para estrangular al país y cerrarlas para los que por parte del FSLN venían a la Avenida de Bolívar a Chávez y al final el gobierno aceptó reanudar la plenaria con su contraparte para empezar a tomar los temas de la democratización.

Ahora resulta que los obispos suspendieron unilateralmente el diálogo porque desde su parcializada visión la tragedia reincidente y reeditada del Día de las Madres fue producto de quienes al final más han pintado de víctimas, de los que han aguantado el plomo, de quienes están replegados en sus cuarteles acusados de lo peor, de quienes aunque no quieren responder, aguantan y aguantan esperanzados en que un rayo de luz entre en los petrificados corazones de los que han recurrido a la saña para desbaratarnos a todos moral y anímicamente haciendo del odio una droga poderosísima que perfila un horizonte rojo con hedor a muerte.

Por Dios que nos está pasando. 

Nunca antes había visto algo así. Yo no ignoro el descontento que contra el gobierno pueda haber y reconozco que todos aquellos que lo quieran patentizar tienen todo el derecho a manifestarse pacíficamente de la manera que quieran, pero es falso, es una monumental mentira que lo estén haciendo todos.

 Puedo creer que la inmensa mayoría lo quiere hacer pacíficamente, pero una minoría criminal y terrorista ¡NO! y esa es la que nos hizo explotar la vida, la estabilidad y la paz que teníamos hasta el 18 de abril. Es más, quienes alentaron todo este infierno, nunca sospecharon lo que resultaría de la mecha que encendieron. 

Empezaron jugando la guija y el diablo se les metió y el odio de ese diablo es tan poderoso que encegueció hasta los obispos, testigos y mediadores de un diálogo en el que nunca actuaron como tales porque se convirtieron burdamente, desde una posición eminentemente política -a la que tienen derecho- pero no desde su investidura religiosa, en parte de la contraparte que por intereses de poder, por creer en eso de quítate vos para ponerme yo, no quieren la paz, pero sí descarrilar la constitucionalidad para crear un precedente que representará la eterna inestabilidad para el país lo que es igual a miseria, pobreza y muerte.

Yo espero que encontremos una solución para el conflicto. Deseo que quienes tienen la idea de cómo lograrlo encuentren en Dios la sabiduría para que tomen las decisiones que correspondan y así se frene este innecesario derramamiento de sangre y destrucción indiscriminada donde ni el lindo y hermoso Estadio Nacional Denis Martínez, que después de soñarlo lo llegamos a gozar, se escapó. 

Yo espero que el Diálogo Nacional continué, tal vez ya no con la mediación de los religiosos que renunciaron a él, pero sí a través de la O.E.A, la Unión Europea, las Naciones Unidas o quien tenga una autoridad verdaderamente imparcial, que no le eche gasolina al fuego y que desde una perspectiva humana nos ayude a encontrar verdaderamente la justicia y la paz para todos.
Debo cerrar mi editorial celebrando hoy más que nunca mi cristianismo.

 Antes, porque así lo decidieron mis padres, abracé por religión el catolicismo ante el cual inconsultamente fui bautizado y así fui testigo de sus rituales, confesado por hombres igualmente pecadores y partícipe de sus ostentosas misas.

 Hoy quiero renunciar a lo que por 57 años fue mi iglesia y lo hago porque no me resulta cómodo ni espiritual observar que personas que se dicen pastores santifiquen el odio porque lo que veo, sin que nadie me lo cuente, es que estos personajes que se dicen líderes religiosos, están del lado equivocado, porque eso a lo que ellos llaman pueblo, que está impunemente en las calles, matando, incendiando y trancando al país para estrangularlo y negar el trabajo a los demás, son en realidad vándalos que saquean, hordas atilianas pirómanas que incendia la propiedad pública y privada y cuyo odio no tiene límites, plagas que por donde pasan amenazan y destruyen y no dejan piedra sobre piedra y eso, desde mi punto de vista, eso no puede ser avalado como legítimo por nadie que diga que tiene la autoridad de Dios.

La iglesia católica ha perdido mucho desde hace un tiempo hasta nuestros días frente al impresionante crecimiento de la iglesia evangélica y las razones son simples, ella se ha convertido en un partido de echo donde sus obispos, en consecuencia, actúan, como políticos y aunque hay sus excepciones es imposible no ver, hasta un ciego se daría cuanta, cómo algunos de sus jerarcas no solo son activistas políticos, sino que lo hacen con saña y con odio y no creo que eso sea su misión, sobre todo en un escenario tan convulso y tan peligroso como el que vivimos.

Con que yo abandone el catolicismo, no para irme a otra iglesia, sino para abrazar mi cristianismo, una vez que entendí que las religiones las crearon los mismos hombres, que terminaron crucificando a Jesús de Nazaret, no busca hacerle daño a la Iglesia Católica pero una verdad más grande es que ella, desde hace rato se hizo daño así misma por lo que anteriormente he manifestado al perder de vista que en su seno hay y había gente que pertenece a un segmento grande de la sociedad que hoy es atacado políticamente por sus obispos.

Por: Moisés Absalón Pastora.

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