Si realmente queremos conocer a King en todo su testimonio profético y falible, debemos deshacernos de la mentalidad neoliberal y asumir –en nuestras palabras y en nuestros actos– sus críticas y resistencias ante el imperio estadounidense, el capitalismo y la xenofobia.
Huelga decir que condenaría implacablemente al Gobierno neofascista de Trump, pero no como excusa para minimizar algunas de las continuidades represivas de Bush, Clinton y Obama.
Fotografía del monumento en honor al activista por los derechos civiles Martin Luther King en Washington DC, Estados Unidos - EFE.
La mayor amenaza que representa Martin Luther King Jr. es espiritual y moral. El ejemplo valiente y compasivo de King rompe con el modelo neoliberal dominante regido por el dinero, la astucia y las bombas.
Su lucha contra la pobreza, el militarismo, el materialismo y el racismo socava por un lado la palabrería superficial y las posturas pretenciosas de los supuestos progresistas y, por otro, el abierto desprecio y los prejuicios de los reaccionarios.
King no era perfecto ni puro en sus testimonios proféticos, pero era auténtico, en contraste con los personajes actuales que bailan al ritmo del mercado.
En estos días en que recordamos la vida y muerte de King, debemos sospechar de aquellos que le cantan alabanzas pero se niegan a pagar el precio de encarnar las fuertes acusaciones de King contra el imperio estadounidense, el capitalismo y el racismo en nuestras vidas.
Como todos los meses de enero, ahora vendrán los “fans” de King a mostrarnos versiones edulcoradas de su vida. Este año se cumplen 50 años de su asesinato y otra vez nos encontramos con versiones esterilizadas de su legado. Un hombre radical que fue profundamente odiado y despreciado es presentado ahora como si hubiera sido un moderado amado por todos.
Estos revisionistas neoliberales se hacen cada vez más visibles por su astucia y su estatus convencional, pero jamás han dicho una palabra sobre las cosas que realmente hubieran preocupado a King, como los ataques de Estados Unidos con drones, las redadas en hogares y los centros de tortura, ni jamás han alzado la voz contra la creciente desigualdad, la pobreza o el poder de Wall Street durante los gobiernos neoliberales, sea el presidente blanco o negro.
La muerte de Stephon Clark a manos de la policía en Sacramento puede conmoverles, pero las masacres imperiales en Yemen, Libia o Gaza les dejan indiferentes. ¿Por qué? Porque muchos de estos “fans” de King tienen miedo. Sin embargo, una de las frases preferidas de King era “prefiero estar muerto que atemorizado”.
¿Por qué tienen miedo? Porque temen por sus carreras y por no ser aceptados por el establishment neoliberal. Y sobre eso King afirmó con furia: “Lo que dices puede ayudarte a conseguir una beca de una fundación, pero no te hará entrar en el Reino de la Verdad”.
El alma del modelo neoliberal de nuestros días rehúye la integridad, la honestidad y la valentía, y a la vez premia la corrupción, la hipocresía y la cobardía. Para ser exitoso hay que tener una imagen que no sea amenazante, sostener la marca propia, expandir la red pecuniaria, y nunca criticar a Wall Street, ni a los líderes neoliberales y especialmente nunca decir nada de la ocupación israelí de tierras palestinas.
Martin Luther King Jr. rechazó la popularidad en su cruzada por una grandeza espiritual y moral, una grandeza medida por lo que estaba dispuesto a sacrificar por su profundo amor a la gente común, especialmente a la preciosa y vulnerable población negra. El alma del modelo neoliberal evita el riesgo y el coste de su testimonio profético, incluso cuando se disfraza de “progresista”.
El asesinato de Martin Luther King Jr. fue el resultado definitivo de la fusión de las horribles élites supremacistas blancas en el Gobierno estadounidense y los cobardes arribistas progresistas que estaban aterrorizados ante el radicalismo de King contra el imperio, el capitalismo y la supremacía blanca. Si King viviera, hoy sus palabras y su testimonio contra los ataques con drones, las invasiones, las ocupaciones, los asesinatos a manos de la policía, las castas en Asia, la opresión a los gitanos en Europa, así como también contra la desigualdad capitalista y la pobreza, serían una amenaza para muchos de los que le cantan alabanzas.
Como bien predijo: “Me pone profundamente triste… que mis inquisidores no me hayan conocido realmente, ni a mi compromiso ni a mi vocación”.
Si realmente queremos conocer a King en todo su testimonio profético y falible, debemos deshacernos de la mentalidad neoliberal y asumir –en nuestras palabras y en nuestros actos– sus críticas y resistencias ante el imperio estadounidense, el capitalismo y la xenofobia. Huelga decir que condenaría implacablemente al Gobierno neofascista de Trump, pero no como excusa para minimizar algunas de las continuidades represivas de Bush, Clinton y Obama.
De hecho, en el momento más bajo, cuando la pesadilla estadounidense aniquilaba su sueño, King remarcó:
“Ya no tengo ninguna fe en que los blancos en el poder respondan de la forma correcta… Nos tratarán como trataron a nuestros hermanos y hermanas japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Nos meterán en campos de concentración. Los Wallace y los Birchite (por George Wallace y el grupo ultra John Birch Society) nos dominarán. Los corruptos y los fascistas se envalentonarán. Cerrarán los guetos y nos darán permisos para entrar o salir”.
Estas palabras pueden sonar como las de Malcolm X, pero son de Martin Luther King Jr. y se vuelven innegablemente relevantes ante los movimientos neofascistas de nuestros días.
El último sermón de King se tituló 'Por qué Estados Unidos podría irse al infierno'. Se cernía sobre él una gran soledad personal y el aislamiento político. J Edgar Hoover, director del FBI, lo llamó “el hombre más peligroso de Estados Unidos”.
El presidente Johnson lo llamó “un predicador negrata”. Los pastores cristianos, tanto negros como blancos, lo echaron de sus púlpitos. Los jóvenes revolucionarios lo desdeñaban e intentaron humillarlo con huelgas, abucheos y protestas. La revista Life –haciéndose eco de la revista Time, the New York Times y the Washington Post (todos bastiones del establishment progresista)– se burló de la postura antibelicista de King calificándola como “un bulo demagógico que parece un guión para Radio Hanoi”.
Y el principal periodista negro de esa época, Carl Rowan, escribió en el Reader’s Digest que “la exagerada valoración de su propia importancia” y la influencia comunista en su pensamiento hacían de King “una persona non grata para Lyndon Johnson”, y que había “alienado a muchos de sus amigos negros y armado a sus enemigos negros”.
Uno de los últimos y verdaderos amigos de King, el gran rabino Abraham Joshua Heschel afirmó proféticamente: “Todo el futuro de Estados Unidos depende del impacto e influencia del señor King”. Cuando asesinaron a King, algo murió en muchos de nosotros.
Las balas mataron gran parte del espíritu de libertad y democracia del experimento estadounidense. El día siguiente, 100 ciudades y pueblos del país estaban en llamas. ¡Otra vez había regresado el fuego!
Hoy, 50 años después, la crisis del imperio estadounidense se ha profundizado.
Y el legado radical de King sigue vivo en la juventud despierta y en los ciudadanos radicales que eligen ser extremistas del amor, de la justicia, del coraje y de la libertad, incluso si nuestras probabilidades de ganar son las mismas que las de una bola de nieve en el infierno. Este tipo de imparable extremismo parecido al de King es una amenaza para cualquier tipo de statu quo.
Traducido por Lucía Balducci
Cornel West: filósofo estadounidense, escritor, crítico, actor, activista por los derechos civiles y miembro destacado de Socialistas Demócratas de América. Es profesor de Práctica de Filosofía Pública en la universidad de Harvard.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=240121