Desde que dejo la subdirección de Página/12 y llenando parcialmente el hueco que dejó la partida de Horacio Verbitsky, las columnas sabatinas de Luis Bruschtein suelen ser tan elocuentes como impecables.
La última, además, resultó profética.
Fíjense de qué manera se engarzó con el video en el que Macri confiesa que el objetivo de su Gobierno es agrandar la brecha que separa a los ricos de lo pobres.
¿Para cuando el juicio político de este papimafi incontinente?
Es esquizofrénico pero no es esquizofrenia. Cuando hablan como funcionarios de este gobierno, se quejan de la fuga de divisas por la desconfianza de los empresarios.
Y cuando hablan como titulares de cuentas en el exterior, dicen que van a repatriar sus fortunas cuando “haya confianza en el país”.
Quiere decir que ellos se tienen desconfianza a sí mismos. O es así, o son atorrantes de aquí a la China.
El problema no es sólo el ministro de Energía, Juan José Aranguren, que tiene su fortuna en el exterior.
El problema son todos los funcionarios de este gobierno que hacen lo mismo y ya llevan más de dos años de gestión.
En especial los que dirigen la economía, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el ministro de Finanzas, Luis Caputo, que dirigía un fondo buitre y era especialista en sacar la plata del país.
Uno de los problemas básicos de este gobierno son los récords absolutos de fuga de divisas y son los mismos funcionarios de este gobierno los que generan y estimulan el problema que supuestamente debería preocuparlos.
Esa contradicción es esquizofrénica, pero estos tipos no son locos, por eso no es esquizofrenia. Hay una lógica en esa contradicción en función de sus intereses como parte de una clase millonaria.
Desde que Cambiemos está en el gobierno, la fuga de capitales casi se duplicó con relación al 2015. Mauricio Macri dijo que sacaba el cepo que había puesto el kirchnerismo al dólar para generar una “lluvia de inversiones”.
Nunca se produjo la lluvia de inversiones, y por el contrario, la fuga de divisas fue mucho más grande que cuando existía el famoso “cepo”.
El kirchnerismo puso el cepo para achicar la sangría de divisas.
Y lo mismo dijo el macrismo cuando la sacó.
Pero tenía más razón el kirchnerismo, porque al sacar el cepo, la fuga de divisas se multiplicó.
Y muchos de esos dólares van a parar a cuentas en el exterior como las que tiene el gabinete de Macri en pleno, incluyendo al presidente, al que organismos internacionales le han detectado casi 50 cuentas en paraísos fiscales.
Ellos mismos son los que fomentan y hacen el negocio, según las declaraciones de Aranguren, reivindicando su derecho a tener esas cuentas y la defensa que hizo Macri.
Según Tax Justice Network –una red internacional de profesionales y organizaciones que luchan contra la evasión tributaria–, las compañías trasnacionales dejan de pagar unos 500.000 millones de dólares anuales en el mundo.
La Argentina es el quinto país donde más lo hacen, con unos 21.400 millones, sólo por detrás de economías más grandes, como las de Estados Unidos, China, Japón e India.
Y al mismo tiempo, según la agencia internacional Blumberg, Argentina es el país “emergente” que más deuda emitió en los últimos dos años.
Y no consigue bajar el riesgo país. Después de pagar intereses usureros a los fondos buitre, Argentina sólo consiguió tomar deuda con intereses dos puntos más altos que Brasil.
Es un gran negocio para los bancos.
Por esa combinación de acelerado ritmo de fuga y endeudamiento, la consultora internacional Standard & Poor’s Global ubicó a la Argentina entre los cinco países con la economía más vulnerable, junto con Turquía, Pakistán, Egipto y Qatar.
Lo que fugan estos delincuentes se financia con deuda externa.
El crecimiento de la deuda desde que llegó Macri, siguió índices muy parecidos a los de la fuga de capitales.
Sube la deuda, sube la fuga. O sea: los millones que no pagan esos atorrantes en impuestos, lo pagará con mucho sacrificio cada uno de los ciudadanos.
El carácter de ese sacrificio lo explican claramente cuando los mismos que tienen cuentas millonarias en el exterior dicen que el kirchnerismo le hizo creer a la gente que podía tener “celulares, plasmas, un auto, la moto y viajar al exterior”.
Si hay que pagar la deuda que ellos toman, es claro que la gente deberá sacrificar todo eso.
Ellos mismos lo dicen mientras atesoran divisas en cuentas offshore.
En febrero fue el papelón de Dujovne en España cuando explicaba los beneficios de invertir en Argentina y desde el público le preguntaron entonces por qué tenía su fortuna en el exterior.
El hombre balbucea, enrojece y farfulla algo sobre la corrupción kirchnerista.
Otro impresentable, el Ceo de Shell que lo primero que hizo como funcionario del Estado fue comprarle a Shell, de la que es accionista.
Aranguren se molesta, se queda sin respuesta cuando le preguntan si va a traer al país la fortuna que tiene en el exterior.
“Es un problema mío” masculla con enojo, porque esta vez le hicieron aquí la pregunta donde son locales y cuentan con la complicidad de las corporaciones mediáticas.
Y entonces sale el jefe a defenderlo: “Se hizo cargo del mayor despelote que dejaron los kirchneristas –dijo Macri en sus enésimas vacaciones en Chapadmalal–, un país sin energía, que perdía reservas todos los días y cada día con más apagones”.
Es todo al revés, ahora es cuando bajan las reservas y baja la producción de YPF con récord de importación de petróleo (con caída de la actividad industrial y baja de la extracción de petróleo local, el macrismo en dos años importó más hidrocarburo que el kirchnerismo entre 2008 y 2015) y hay 20 por ciento más apagones, con tarifas que aumentaron más del mil por ciento.
Es evidencia pura, sin verso. Al mismo tiempo que se enojaba cuando le preguntaban por sus cuentas en el exterior, Aranguren anunciaba un inminente aumento del 40 por ciento del gas.
En ese enojo de Aranguren por la pregunta sobre su fortuna, en la defensa de Macri, en general en el escándalo de las fortunas en el exterior de los funcionarios, desde Macri hasta sus ministros, que defienden y naturalizan lo que en todo el mundo es una vergüenza, se abre una ventana llena de interrogantes.
Hay una sociedad que no tiene cuentas en el exterior, que tiene que pagar tarifas desproporcionadas, que necesita trabajar con esfuerzo para sobrevivir a una alta inflación con salarios a la baja, pero que recibe en forma pasiva este discurso ofensivo que justifica las artimañas de la clase millonaria en su detrimento.
Hay un vínculo enfermizo y enfermante en ese diálogo alienado donde el millonario que gobierna le escupe en la cara y una parte importante de la sociedad se relame.
Dijeron que el kirchnerismo, después de crear cinco millones de puestos de trabajo, de sostener paritarias con salarios levemente por arriba de la inflación, (la de las góndolas, no la del Indec) más la AUH y con tarifas subvencionadas, dejó en el 2015 una tercera parte de la población por debajo de la línea de pobreza.
Y muchos desprevenidos lo creyeron.
Con paritarias por debajo de la inflación, donde los salarios han perdido cinco o seis puntos con relación a la inflación en estos dos años, con tarifas por el cielo entre gas, electricidad y transporte, lo cual aumentó varios miles de pesos el gasto fijo de una familia, el Indec dice que la pobreza bajó más de cinco puntos durante 2017.
Y muchos ilusos lo creen.
Hay un lenguaje disruptivo del razonamiento, que tiene la capacidad de trastocar la relación causa-efecto más elemental: la AUH baja la indigencia, los salarios bajos aumentan la pobreza; tarifas altas aumentan la pobreza, tarifas bajas la disminuyen y así sucesivamente.
El lenguaje de este Indec macrista es al revés.
Ni siquiera midiendo, como dicen, un año donde se postergaron las medidas más duras por el momento electoral, la pobreza podría haber bajado cinco puntos o más. Hubieran podido explicar la necesidad de sus medidas, desplegar argumentos razonables.
Pero hay una carga perversa cuando se empobrece a la sociedad con medidas que buscan esa meta y se la quiere convencer que está de maravilla.
Es un lenguaje que construye la justificación de los privilegios para algunos que pueden tener cuentas en el exterior y el sacrificio de la inmensa mayoría de los que van de a pie y, sobre todo, de los más vulnerables.
Esa subordinación humillante fue habilitada por la construcción virtual de un enemigo fantasmal, “la yegua”, “el populismo”, “los chorros”.
Cualquier sacrificio se admite para impedir el regreso de ese enemigo.
Para que una parte importante de la sociedad acepte el escupitajo y la humillación se requirió la creación del enemigo virtual.
Esa creación fue parte de un discurso de sometimiento como pieza central de una estrategia muy fuerte de los Ceos de Macri cuando estaban en el llano y eran opositores.
Aunque ha sido también un discurso para mantenerse en el gobierno, la ilusión sobre la que se asienta es más difícil de sostener.
Los problemas de muchos de los que antes fueron hechizados ahora son generados por los que formularon el hechizo.
El descaro con que defienden sus cuentas offshore y los festejos porque bajó la pobreza crean ruido en la transmisión de la utopía macrista, ruidos que se suman a los tarifazos, a la insensibilidad por la tragedia del ARA San Juan, a los sablazos a las jubilaciones, a las víctimas de la represión y el gatillo fácil y a las mentiras con que han actuado en todas esas circunstancias.
Hay rayas y distorsiones en el televisor de Durán Barba.
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