I
Anastasio Somoza García cumplió, con desmedido gusto, una orden de la Legación de los Estados Unidos: asesinar a quien había derrotado al Ejército de la nación más poderosa de la tierra.
El terror era tal que los invasores y sus operadores domésticos temprano comprobaron que aun matándole físicamente, el general Augusto César Sandino les ganaría abriendo un nuevo Frente.
Había que extinguirlo completamente de la faz de la memoria. Entonces decidieron ocultar su tumba.
Pronto entendieron que tampoco bastaba. Urgía hacer mucho más, tanto que aquella perversa generación no podía desde la miseria de su mortalidad, perpetuar el abominable propósito.
Es así que se necesitaban herederos para continuar el nefando oficio: volver a darle muerte con todo y por todos los medios.
Es así que se necesitaban herederos para continuar el nefando oficio: volver a darle muerte con todo y por todos los medios.
Su asesino, mejor dicho, el autor material, Somoza, en el libro que mandó escribir, trazó las deleznables líneas para destruir al general Sandino, con una frase que asume como propia.
El presidente Calvin Coolidge dijo: “…quedan en el país algunas partidas de bandoleros, gentes fuera de la ley”.
El presidente Calvin Coolidge dijo: “…quedan en el país algunas partidas de bandoleros, gentes fuera de la ley”.
El impuesto Jefe Director de la Guardia Nacional repitió acerca de Sandino: “Jefe de pandilleros sin ley y sin verdaderos ideales”.
El tirano con las balas descargó su atroz biografía sobre la humanidad de su confiada víctima.
II
Me acuerdo que una noche, allá por 1977, cuando Orión tardaba en salir, se oyó en el Centro Universitario Regional de Carazo, CURC, el hermoso canto de un muchacho compositor que pertenecía al Frente Estudiantil Revolucionario, FER.
En los días del seudónimo, no supe su nombre.
Aquel artista dio, da, en el punto. Parte de la letra decía, creo:
Aquel artista dio, da, en el punto. Parte de la letra decía, creo:
“Que mataron a Sandino, dicen los yanquis por ahí/ Que mataron a Sandino, dicen los yanquis por ahí/ pero que yanquis tan brutos, no se ponen a pensar/ que un ideal nunca muere cuando ese ideal es popular/ y Sandino está en el pueblo en la insurrección popular…”.
La muerte no pudo. Resultaron insuficientes la traición y el crimen.
Por eso echaron a andar la fábrica de bajezas hasta hoy, ensuciando incluso a los que desde el liderazgo del sandinismo se empeñan en darle amaneceres a los sueños del Héroe. “Populismo”, vituperan. “Fraude”, denigran.
Por eso echaron a andar la fábrica de bajezas hasta hoy, ensuciando incluso a los que desde el liderazgo del sandinismo se empeñan en darle amaneceres a los sueños del Héroe. “Populismo”, vituperan. “Fraude”, denigran.
Sí, había, hay, que hacer todavía: borrar del corazón nacional que una vez un mestizo, reconocido por su padre tardíamente, encendió su “fuego interior”, como dijo Gregorio Selser, y 29 hombres de cuna desconocida fueron los primeros en salir de la oscuridad para iluminar Nicaragua. Así comenzó una realidad insoportable para la élite.
III
Demencial disparate, como pretende la derecha conservadora, hablar del Sandino “verdadero”, su propia (a) versión de museo, para que no ande suelto en este siglo, y el que debe ser “despartidizado”, es decir, el Frente Sandinista.
Solo los sandinistas, desde Edén Pastora (Frente Revolucionario Sandino, FRS, 1959) a Carlos Fonseca (Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, 1961), los iniciales que rescataron el nombre de Sandino del ostracismo, a Daniel Ortega, líder de la Revolución, ninguno ocupó y defendió la divisa del General en un salón de conferencias, en la oficina de un partido, en una ponencia en el exterior ni mucho menos aprobando un decreto en el Parlamento Nacional.
El alma de Sandino encarnó en el cuerpo del Frente, a punta de sacrificios, resistencia urbana, clandestinidad, montañas, cárceles y muerte.
No fue el producto de un acta notarial, de un regalo o un capricho. Es la sustancial legitimidad del Frente Sandinista.
Aquí no cabe el principio jurídico según el cual en derecho las cosas se deshacen como se hacen. Es la vida misma. Si no, sería como esperar obtener agua eliminando un volumen de oxígeno y dejar solo 2 de hidrógeno. Sandino y el FSLN son indisolubles.
IV
Aunque en la tenue superficie del discurso de la minoría de extrema derecha es que el nombre “sandinista” es de efectos partidarios, el fondo es terminar lo que Somoza y sus patrocinadores no pudieron: eliminar de raíz todo lo que rememore a Sandino.
La posición meridiana conservadora es la que define el expresidente de esta casta, Enrique Bolaños: “La figura mitológica del "general de hombres libres" y "héroe nacional", Augusto César Sandino, se entronizó en la conciencia colectiva nicaragüense hace un par de décadas, a escaso medio siglo después de su muerte. Al mismo tiempo, el Sandino auténtico de carne y hueso se ha ido borrando de nuestra memoria”.
Si Sandino, héroe entrecomillado, es el “personaje irreal”, de una “historia ficticia”, ergo, Blanca Segovia Sandino, el comandante Daniel Ortega, la escritora Rosario Murillo, el comandante Bayardo Arce, Edén, Jacinto Suárez, René Núñez, Doris Tijerino, Gladyz Báez, Lenin Cerna, los hermanos Campbell, Orlando Núñez, William Grigsby…, todo el sandinismo es “ficticio”.
V
Ciertos medios también usan la misma tinta visceral del odio que utilizó el primer Somoza contra el General de Hombres y Mujeres Libres.
Hay que liquidarlo de la historia y de los emblemas, de las estelas y los monumentos, de los pórticos y de cualquier institución nacional.
Si expulsó a los invasores, la orden es expulsarlo de Nicaragua junto a quienes enarbolan sus ideales, hasta no quedar nada ni nadie que evoque su verdad, porque la verdad opaca y desenmascara a los falsos apóstoles de la democracia: la élite que durante 16 años no pudo concluir el deleznable “trabajo” del viejo Tacho.
VI
Solo hay un Sandino y Sandino está en el pueblo, cantaba el juglar en aquel recinto de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Ahí fue donde por primera vez vi desplegada la bandera rojinegra del Frente Sandinista y que el recordado doctor y rector, Juan Sánchez Flores, jamás mandó quitar a pesar de todos los riesgos que corría bajo el somocismo.
A 81 años del magnicidio más prolongado del mundo, ¿por qué ser cómplices?, ¿por qué arriar la bandera social y económica de la patria grande y desaparecer el nombre del general Sandino de lo que Rubén Darío llamó “el alma y el cuerpo de la nación”?
Sandino, aunque les duela, es una fuerza de la Historia.