¿Quién liberó la 'fábrica de la muerte' de Auschwitz?

¿Quién liberó la 'fábrica de la muerte' de Auschwitz?

¿Por qué Vietnam sigue siendo importante?


Matthew Stevenson, en exclusiva para CounterPunch, ha viajado desde Hài Phòng y Hanoi, en lo que antes era Vietnam del Norte, hasta las tierras altas centrales y Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, en búsqueda de los vestigios de la guerra de EE. UU. en Vietnam. Esta es la I primera parte de una de serie de ocho.

En la época de Vietnam, yo era aún demasiado joven en muchos aspectos. La llamada a filas me llegó a la edad de 19 años, varios meses después de enero de 1973, cuando Richard Nixon y Henry Kissinger –utilizando una frase nixoniana- “salieron” del Sur. En teoría, los asesores y el poder aéreo estadounidense iban a seguir allí para que el Sur permaneciera en el conjunto independiente y no comunista. Ese era el optimismo a ultranza de un presidente ya por entonces delirante aunque todavía se expresaba con dureza.

Muy pronto, el mismo presidente se convirtió en el “gigante patético e indefenso” atrapado en el Watergate y fue a parar a San Clemente, California (a pesar de que su madre había sido una santa). Cuando en abril de 1975 llegó el final para Vietnam del Sur, todo lo que Estados Unidos pudo hacer fue salir volando desde las azoteas de Saigón junto a sus subordinados y unos cuantos colaboradores, poniendo fin a una guerra que para los estadounidenses se remontaba a 1965, cuando no a mediados de la década de 1950.

Por aquel entonces era estudiante en la universidad y para mí Vietnam era una especie de montaje de imágenes fugaces formadas a partir de una infancia hojeando la revista Life y contemplando las noticias de la noche en televisión. En el instituto y en la universidad asistí a cursos de política exterior y a “charlas” sobre las guerras en Indochina, pero en el mejor de los casos mi comprensión de los problemas era teórica, no mucho más informada que la de alguien que pasaba las tardes del sábado viendo películas de guerra en el teatro local. En el

instituto, recuerdo haberme esforzado mucho para comprender los tiroteos acaecidos en la universidad estatal de Kent, la incursión (así la llamaron) en Camboya y las masacres en la aldea de My Lai. A pesar de esos desastres, me resultaba difícil reprobar a los soldados estadounidenses condenados a combatir y morir en las junglas remotas diseminadas por todo de Vietnam.

Mi generación fue la que creció en las largas sombras proyectadas por la II Guerra Mundial en la que habían luchado nuestros padres. Aunque sabía por instinto desde edad temprana que Vietnam era una causa perdida, todavía tengo recuerdos frescos de los viajes en el coche familiar durante la década de 1960, con mi madre saludando a los convoyes del ejército que se alargaban por las carreteras interestatales. Nunca asistí a una manifestación contra la guerra, prefiriendo en cambio recopilar y leer libros sobre Vietnam, siempre en la esperanza de que podría finalmente descifrar el significado de la guerra.

Estoy bastante seguro –pensando en los últimos años sesenta- de que los primeros dos libros que leí sobre la guerra de Vietnam fueron The Making of a Quagmire y The Best and the Brightest , de David Halberstam. Ambos libros estaban en las estanterías de la biblioteca de mi amigo Bob Koch. Era amigo de mis padres y alguien a quien yo admiraba. Había sido piloto durante la II Guerra Mundial y había estado en la facultad de Derecho con muchos de los que formaron parte de los gabinetes de las administraciones presidenciales de John F. Kennedy y Lyndon Johnson. Era alguien que podía leer The New York Times y agregar comentarios sobre la gente que hacía la primera página. Cuando estaba en la universidad me animó a leer los libros de Halberstam, siendo el segundo de los libros anteriormente citados una denuncia de la misma clase gobernante en la que yo estaba creciendo (aunque gran parte de la prosa de Halberstam me impactó por parecerme un ajuste de cuentas).

Para mí resultaba duro asociar los fracasos en Vietnam con los mismos hombres que tenían presencia (tal vez una o dos veces eliminada) en mi vida emocional del paso de la infancia a la edad adulta. Puede que no conociera al secretario de defensa Robert McNamara o al secretario de Estado Dean Rusk, pero no era inusual que estuvieran en reuniones o cócteles con amigos de nuestro barrio, muchos de los cuales eran editores o corresponsales de las revistas Time y Life.

En el aspecto militar, mi padre había servido en la II Guerra Mundial junto a muchos de los oficiales de campo, ahora altos generales del cuerpo de marines, que estaban dirigiendo las batallas terrestres en Vietnam. (Pensaba que muchos de ellos deberían haberse retirado como comandantes.)

Aunque luché para comprender de qué iba Vietnam, tenía algunas ideas sobre los hombres que estaban metiendo a EE. UU. en aquellas malditas batallas, lo que hacía que mis emociones fueran aún más confusas. ¿Cómo pudieron hacerse tan mal las cosas?

La guerra de Vietnam en la memoria moderna

Cuando acabó la guerra de Vietnam, la siguió el genocidio camboyano (en el que los bombarderos estadounidenses jugaron un papel explosivo), pero no tuve interés en viajar a Vietnam, algo que quedó pendiente en el horizonte, hasta que la administración Clinton reconoció diplomáticamente a Hanoi.

Los presidentes Reagan y Bush agitaron la camisa ensangrentada de los POW/MIA [1] en interés de los prisioneros de guerra que, supuestamente, los norvietnamitas se habían negado a repatriar cuando terminaron los combates. En el mundo, según Ronnie, cientos, cuando no miles de soldados y pilotos estadounidenses estaban retenidos en jaulas de tigres del Viet Cong, sometidos a torturas y lavado de cerebro en lugares remotos.

Aunque no suscribí la mitología POW/MIA (todas las guerras terminan con muchos desaparecidos), la combinación de la culpa de guerra por las atrocidades de EE. UU. en Indochina y el gobierno de línea dura del unificado Vietnam no ayudaron a que el país entrara en mis sueños de viaje. Como John Quincy Adams dijo, “¿por qué ir a buscar monstruos al extranjero?”

A finales de la década de 1970 y principios de la de 1980, trabajé como editor de una revista, y en el proceso de solicitar manuscritos me sentí atraído por las narrativas de la guerra de Vietnam. En aquel tiempo, Hollywood estaba incorporando sus efectos especiales para poder mostrar la guerra en la gran pantalla con un final más feliz (John Rambo: “Sir, ¿vamos a ganar esta vez?”) o, al menos, con una banda sonora adecuada (Apocalyse Now, de The Doors : “Este es el fin, amiga mía, el fin…”) para que la audiencia estadounidense pudiera comprender por qué tuvimos que librarnos de tantos amarillos.

Si bien no llegué a sentir mucha afición por las películas de guerra (¿a quién le puede gustar “el olor del napalm por las mañanas”?), sí que me zambullí en algunas de las novelas y memorias de Vietnam que entonces se publicaban.

Leí y admiré A Rumor of War , de Philip Caputo, Chickenhawk , de Robert Mason, Vietnam-Perkasie: A Combat Marine’s Memoir , de W.D. Ehrhart, y Close Quarters , de Larry Heinemann, todas las cuales describen Vietnam como una variante del desastre de Little Bighorn .

Estos libros describían la guerra de Vietnam sobre el terreno con los instrumentos de la ilustración estadounidense batallando con la teoría dominó, que utilizaba cualquier táctica o armamento que tuviera a mano, incluida la violación, el Agente Naranja, los ataques aéreos con B-52 y la ejecución sumaria de los presos del Viet Cong. Gran parte de la guerra de Vietnam sonaba como una variación de My Lai.

Por suerte, mis lecturas de los años setenta y ochenta me facilitaron una serie de amistades con hombres que habían luchado en Vietnam o cubierto la guerra en la prensa. En algunos casos, escribí cartas a los autores cuyos libros había admirado y sus respuestas propiciaron nuevos intercambios y, en ocasiones, una reunión o una comida.

Entre quienes influyeron en mi forma de pensar sobre Vietnam figuraba William Shawcross, periodista e historiador británico, que en 1979 publicó Sideshow: Kissinger, Nixon and the Destruction of Cambodia .Cuando apareció, edité un extracto para Harper’s Magazine, y las horas que pasé extrayendo pasajes de las galeradas me convencieron de que la presencia de bombarderos estadounidenses sobre los santuarios camboyanos impulsó la disolución de una sociedad que estaba ya próxima a que cayeran sobre ella varios millones de muertos desde las manos genocidas de los jemeres rojos.

En aquellos años pasé también mucho tiempo con Murray Sayle, que cubrió la guerra de Vietnam desde el Sunday Times de Londres, y de T. D. Allman, cuyos reportajes desde Vientiane y otros lugares habían descubierto la guerra secreta (más bombas de Nixon y Kissinger) en Laos.

Sobre Sayle había leído primero The First Casualty: The War Correspondent as Hero and Myth-Maker from the Crimea to Vietnam , de Philip Knightley (1975), en el que se le citaba: “La actividad económica en el Sur ha cesado prácticamente, excepto en lo relativo a la guerra; Saigón es un inmenso burdel; entre los estadounidenses que tratan, más o menos sinceramente, de promover una copia de su sociedad en suelo vietnamita y la masa de la población que hay que “reconstruir”, están los peces gordos de Saigón”.

Ambos, Sayle y Allman, en nuestras conversaciones, darían a la guerra una inmediatez que no había captado nunca, ya fuera en mis cursos o leyendo la prensa diaria. Y ambos cambiaron mi idea de no querer nunca visitar Vietnam.

Sin saber cómo podría llegar allí, empecé a pensar en Vietnam como un lugar que debería ver y no sólo el paisaje mitológico en el que había quedado disuelto gran parte del sueño estadounidense.

Primer viaje a Vietnam

Mi primer viaje a Vietnam se produjo en enero de 1993. Entonces estaba trabajando en la banca y, en el último minuto, me programaron un viaje a Hong Kong. Mis reuniones no empezaban hasta el lunes por la mañana, por eso la noche del jueves anterior volé primero a Hong Kong y después a Hanoi, donde tenía amigos que desempeñaban tareas para varias organizaciones internacionales.

No recuerdo haber tenido problemas para conseguir el visado y sí que aterricé un viernes por la tarde en Hanoi y tomé un taxi para llegar a la casa donde iba a quedarme el fin de semana. Al día siguiente le tomé prestada a mis amigos una bicicleta y salí a explorar la ciudad, encontrándola tan encantadora como jamás había imaginado.

En Hanoi, en 1993, había pocos coches o motocicletas, si es que había alguno. Para desplazarse, la gente caminaba o se subía a las canastas de los rickshaws que iban a pedal. La arquitectura de la ciudad hablaba más del prolongado colonialismo francés que de la eficacia de los bombarderos estadounidenses.

Podía ir a todas partes en bicicleta. Recuerdo haber pasado por el hogar del general Vo Nguyen Giap (todavía vivía allí) y por la tumba estilo leninista de Ho Chi Minh. Estoy seguro de que había unos cuantos policías dirigiendo el tráfico, pero no podían ser muchos porque recuerdo haberme quedado paralizado en la mayoría de las intersecciones, por donde fluían ríos de bicis y taxis-triciclo, ninguno de los cuales iba a parar por un estadounidense errante.

Pedaleé alrededor del lago Occidental, en el cual John McCain había estrellado su avión de combate y pasé por el Hanoi Hilton (formalmente la prisión de Hoa Lò, pero aún no era una atracción turística) y callejeé por la ciudad antigua, donde los principales productos a la venta eran jaulas de bambú para pájaros.

La ciudad debía tener unos cuantos restaurantes pero el único que recuerdo fue el del Hotel Metropol, uno de los pocos puestos avanzados de la civilización en lo que era uno de esos remansos asiáticos que a menudo son el escenario de una novela corta de Graham Greene. (Su novela, “El americano impasible”, publicada en 1955, es todo lo que necesitan leer si quieren entender cómo EE. UU. se precipitó en la guerra. En ella, Greene escribe: “A menudo me digo ‘que Dios nos libre siempre de los inocentes y de los buenos’”.)

Vietnam: Una brillante mentira

Fue en ese primer viaje a Vietnam cuando leí y admiré mucho la obra de Neil Sheehan A Bright Shining Lie , que es a la vez una biografía del teniente coronel John Paul Vann, uno de los primeros guerreros estadounidenses volcados en Vietnam, y una autopsia de todas las equivocaciones cometidas en la guerra. El libro tiene casi 800 páginas e imagino que compré algún ejemplar en un aeropuerto antes de volar hacia Oriente.

Por entonces conocía tanto a Vann como a Sheehan, al menos había oído hablar de ellos. Vann aparece varias veces en The Making of a Quagmire, de Halberstam; es uno de los pocos asesores estadounidenses en el Ejército de la República de Vietnam, en los primeros años de la década de 1960, que piensa que los estadounidenses se están embarcando en una causa perdida (aunque cree que puede revertirse siguiendo sus consejos).

Recordaba a Sheehan como el periodista del New York Times que había roto la historia sobre los Papeles del Pentágono (la guerra de verdad no llegará nunca a las películas de Hollywood…) que había recibido del crítico de la guerra Daniel Ellsberg. Por casualidad, Vann y Ellsberg habían servido juntos en Vietnam durante la década de 1960, y en aquellos primeros tiempos ambos habían puesto todo su empeño en derrotar a los ejércitos de Ho.

Las tragedias de A Bright Shining Lie de Sheehan son tanto la evolución de la vida de Vann (una de las mentiras del libro) como la historia de la implicación estadounidense en Vietnam, que acaba como empezó, con un espejismo.

Me llevaría otros 23 años regresar a Vietnam. Entre medias, seguí leyendo sobre la guerra, pero al montón de novelas, historias y memorias, añadí mapas de carreteras, horarios de trenes, conexiones de ferry y horarios de vuelos, suponiendo que un día me llevaría mi biblioteca, como quien dice, de gira.

En parte, la razón por la que no lo hice antes es porque –por una especie de purismo viajero- quería empezar mis viajes en la aldea de Dien Bien Phu, situada en el noroeste rural del país y escenario de la culminante derrota francesa de 1954. Pero Dien Bien Phu está en un lugar tan remoto como un campo de batalla en alguna isla del Pacífico, y cada vez que marcaba sus coordenadas en mi ordenador, averiguaba que los billetes de avión me iban a salir por unos 1.500$, lo cual era más que lo que quería gastar para recordar el desastre colonial.

La vuelta al mundo en Dien Bien Phu

Sólo con el advenimiento de las líneas de bajo coste por todo el mundo volví a poner en marcha mis sueños sobre Vietnam. En 2016, en una especie de reto (al menos conmigo mismo), intenté ver si podía dar la vuelta al mundo en aerolíneas de bajo coste y conseguir que el billete costara menos de 1.000$.

En el curso de mi conspiración alrededor de los precios en páginas web tales como las de AirAsia o Pegasus, averigüé que podía encaminar fácilmente mi ruta de bajo coste desde Colombo a Vientiane, la capital de Laos, y desde allí, a notable distancia (bueno, tres días a base de autobuses locales), estaba Dien Bien Phu.

Cuando hice clic en todos aquellos botones que pedían “por favor, confirme”, estaba tan comprometido con Vietnam como los ejércitos legionarios del general francés Henri Navarre, a quien se entregó el mando, en los primeros años de la década de 1950, de las tropas que iba a volver a tomar Indochina, incluyendo Tonkin, Amman y la Cochinchina (lo que ahora consideramos como Vietnam) para mayor gloria del imperio colonial francés.

Los franceses combatieron a los ejércitos de Ho Chi Minh y el general Giap desde 1946 a 1954, tras lo cual se retiraron a lo que se llamó la Francia metropolitana, dejando la idea de un Vietnam no comunista a los llamados “estadounidenses feos”.

En ese viaje de 2016 a Vietnam, empecé en Dien Bien Phu (en mi opinión, un Verdún asiático) y después, tras coger un autobús hacia Hanoi, viajé por tierra a Ciudad Ho Chi Minh (llamada aún con frecuencia Saigón), deteniéndome en Quang Tri, Danang, Hue y My Lai. Pero todo lo que realmente hice en ese segundo viaje a Vietnam fue hundir los pies en los arrozales.

Para cuando llegué a Saigón, había agotado el tiempo y no había podido ver el Delta del Mekong (el granero del país) ni el Triángulo de Hierro, una zona mortífera de batalla a unos 50 kilómetros al noroeste de la ciudad. Tampoco encontré el mejor modo para desplazarme a lo que quedaba de los campos de batalla de Vietnam.

En Dien Bien Phu, alquilé una bicicleta y pasé un largo día, aunque gratificante, pedaleando entre las colinas de las bases de combate situadas alrededor de la ciudad (Ana María, Beatriz, Claudine, Dominique, Eliane, etc.), todas las cuales, según algunos relatos, fueron recibiendo los nombres de las amantes del coronel francés al mando, cuyo nombre completo era Christian Marie Ferdinand de la Croix de Castries. (Se fue a la guerra con su bañera aunque el ejército de Vietnam del Norte acabó haciéndose con ella. También se llevó los Bordels Moviles de Campagne [2]. Para llegar a Khe Sanh y a la zona norte desmilitarizada de Dong Ha, alquil´´o un automóvil y un guía (a un coste enorme) sólo para descubrir que un “guía” en Vietnam es alguien con una aplicación de YouTube en su teléfono celular.

En Saigón, en medio de un calor de perros locos e ingleses [3], cogí taxis y estuve dando tumbos en medio del tráfico desenfrenado de la ciudad, pero por lo demás me sentía como Michael Douglas en Falling Down . (No vi mucho, pero conseguí no acabar con ningún tendero con un bate de baseball [4])

En mi siguiente viaje a Vietnam, me acerqué al Delta del Mekong en un hidroplano que bajaba por el río desde Phnom Penh. Tan sólo íbamos a bordo un puñado de pasajeros y pasamos las aduanas situadas en unas cabañas frente al río cerca del cruce de Chau Doc, donde cambié a lo que se llama “autobús para dormir” (aunque era de día) para el viaje hasta Vinh Long, situado más profundamente en el Delta, un amplio paisaje de extensos arrozales y canales interminables.

Había confiado en poder alquilar una bicicleta para recorrer el Delta, pero cuando resultó imposible no tuve otra opción que desplazarme en la parte trasera de un escúter conducido por el recepcionista de mi albergue. Me llevó hasta Ap Bac, el campo de batalla de 1963 (un combate fundamental en la vida de John Van y en la implicación estadounidense en Vietnam) y por los alrededores de Ben Tre, que durante la guerra había sido un lugar seguro para el Viet Cong. Aquella tierra, contemplada cuarenta años después, era sencillamente el Vietnam rural. Cuando Sheehan escribía sobre él, era como un país indio .

En aquel viaje, alquilé otra motocicleta y su conductor me llevó alrededor del Triángulo de Hierro, que está cerca de los Túneles de Cu Chi. Una de las grandes ironías de la guerra es que los estadounidenses construyeron una base militar sobre una tierra que estaba encima de una red inmensa de túneles del Viet Cong, que se extendía hasta las afueras de Saigón. Pero ni los autobuses ni las motocicletas me parecieron un buen medio para recorrer los campos de batalla en Vietnam, que, al igual que la misma guerra, son rincones olvidados en campos extranjeros.

Una evaluación estadounidense

En cada uno de estos viajes, me detuve en muchos de los campos de batalla estadounidenses, incluidos Khe Sanh, Danang, Hue y My Lai. Lo que aprendí es que Vietnam ha olvidado en gran medida la guerra de EE. UU.

 Sí, en muchas ciudades es posible contemplar alguna escultura hecha con aviones estadounidenses derribados, o visitar un monumento a los muertos vietnamitas de la guerra, que están normalmente enterrados bajo una estrella roja que se alza cerca de algunos tanques estacionados.

Por otra parte, las guerras de Vietnam parecen tan remotas y distantes como la guerra hispano-estadounidense para la mayor parte de los estadounidenses. Tampoco queda mucho más (salvo una plétora de tanques y helicópteros estadounidense dejados atrás en 1975) que recuerde las guerras de EE. UU.

Saigón tiene su Museo de los Vestigios de la Guerra, dedicado a celebrar la derrota y humillación de EE.UU.; más allá, lo que descubrí es que la guerra sólo vive en la imaginación de sus veteranos o en los libros que han dejado atrás. Lo mismo podría decirse sobre la Guerra de los Treinta Años en Europa.

Al menos, ese primer viaje largo siguiendo la espina dorsal de Vietnam me permitió leer sobre la guerra con más seguridad y claridad. 

Leí más libros sobre la guerra francesa de Indochina (Embers of War: The Fall of an Empire and the Making of America’s Vietnam, de Fredrik Logevall fue uno de ellos) y novelas sobre la derrota en Dien Bien Phu (la mejor fue The Centurions , de Jean Lartéguy), y decidí que, con tiempo, visitaría los principales campos de batalla estadounidenses y escribiría un libro sobre mis viajes.

Puede que esté cubriendo un terreno familiar para muchos, pero al menos me ayuda a entender de qué fue la guerra de Vietnam. (Todos mis viajes son tutoriales autodirigidos, porque sólo aprendo viendo, leyendo y escribiendo, lo que quizás explica por qué me aburrí soberanamente en las clases del colegio.)

* * *

Por el momento, me he mantenido alejado de las películas sobre Vietnam, incluido el estereopticón de Ken Burns. A veces intentaba ver Apocalypse Now pero me encontraba con una actuación caricaturesca. Tampoco he llegado a parte alguna con Platoon, Full Metal Jacket, We Were Soldiers, ni cualquiera de los videojuegos de Rambo. Charlie podría no surfear, aunque eso se debe a que China Beach, en Danang, se parece ahora a un tramo de hoteles de cinco estrellas típico de Miami.

Prefiero leer alguna biografía ampulosa de 700 páginas sobre Ho o Giap, llena de sus autocríticas y congresos del partido, que soportar 120 minutos de la industria bélica de Hollywood, todo lo cual requiere un final feliz al estilo Good Morning America y pocas historias de la guerra de Vietnam tenían eso. (¿Qué hay de añadir los nombres de los 100.000 veteranos que se suicidaron o estuvieron expuestos al Agente Naranja en el Memorial de Vietnam?)

No puedo decir que me enamoré de Vietnam como país. Sobre el terreno, encontré que el tráfico era insoportable, muchas de las normas eran complicadas, las guías en gran medida indiferentes ante la historia y el clima todo un reto. El país parece y se siente como una especie de Holanda montañosa, aunque cubierta de selva, y gran parte del clima es una variación de las brumas que se aferran a la tierra en China.

Al mismo tiempo, descubrí que mis destinos eran emocionantes, especialmente porque la historia moderna de EE. UU. gira en torno a lo que sucedió en lugares como My Lai, Hue o Saigon. En Ap Bac o Ben Suc (en el Triángulo de Hierro) me sentí lo mismo que cuando estoy en Shiloh o en el Bosque de Argonne, buscando pistas sobre si Estados Unidos está en ascenso o en decadencia.

Después de cada viaje, volvía a casa con la intención de llenar más espacios en blanco, ya fuera mediante la lectura o simplemente con mi imaginación. 

Quería saber por qué John Kennedy malinterpretó la política -estuvo allí como miembro del Congreso en 1951- o cómo era posible que los túneles bajo el Triángulo de Hierro, tan cercanos a Saigón, estuvieran llenos de Viet Cong. Sobre todo, quería ver el paisaje donde, podría argumentarse, la república estadounidense se convirtió en un imperio.

En uno de los libros más inquietantes que leí durante mis viajes, American Reckoning , Christian Appy escribe:

“La Guerra de Vietnam y la historia que siguió expusieron el mito de la demanda persistente de los Estados Unidos sobre el poder y la virtud únicos.

 A pesar de nuestros impresionantes ejércitos, no somos invencibles. 

A pesar de nuestra gran riqueza, tenemos enormes desigualdades. A pesar de nuestro deseo declarado de paz global y derechos humanos, desde la Segunda Guerra Mundial hemos intervenido agresivamente a través de la fuerza armada mucho más que cualquier otra nación sobre la tierra. 

A pesar de que proclamamos tener la más alta consideración por la vida humana, hemos matado, herido y desarraigado a millones de personas, y sacrificado innecesariamente a muchas de las nuestras.”

Puede que en mis viajes no haya podido encontrar todas las coordenadas de este mal, pero al menos, al regresar a menudo a Vietnam o caminar por la llamada Calle Sin Alegría, tenía la esperanza de ir caminando en la dirección correcta.

N. de la T. :

(1) POW/MIA: Acrónimos de Prisoners of War/Missing in Action (Prisioneros de Guerra/Desaparecidos en Combate).

(2) Burdeles Móviles de Campaña.

(3) En el original, mad-dogs and Englishmen, título de una famosa canción de Noel Coward, en la que satiriza la escasa disposición de los ingleses a adoptar la costumbre de echar la siesta durante las horas de más calor del día en climas tropicales.

(4) En referencia a una escena de la película.

Matthew Stevenson es redactor colaborador de Harper’s Magazine y autor de varios libros, el más reciente de ellos Reading the Rails .

Fuente:

https://www.counterpunch.org/2018/02/23/why-vietnam-still-matters-an-american-reckoning/

John Fitzgerald Kennedy debería haber conocido mejor el país




John Fitzgerald Kennedy y Lyndon Baines Johnson -Foto: Abbie Rowe, John F. Kennedy Presidential Library and Museum, Boston. 

Matthew Stevenson, en exclusiva para CounterPunch, ha viajado desde Hài Phòng y Hanoi, en lo que antes era Vietnam del Norte, hasta las tierras altas centrales y Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, en búsqueda de los vestigios de la guerra de EE. UU. en Vietnam. Esta es la II Parte de una de serie de ocho (Véase aquí la I Parte).

En mi viaje más reciente a Vietnam, como quería visitar Kontum, Pleiku y las tierras altas centrales, decidí viajar con mi bici. 

Sabía que empaquetarla y llevarla de forma segura a Hanoi iba a resultar un dolor de cabeza, pero razoné que una vez estuviera en el país ya no estaría a merced de taxistas o guías, y que podría llegar adonde fuera cargándola en trenes, aviones y autobuses. Había viajado antes con la bici por Europa (donde vivo) y por Estados Unidos, y me había servido bien.

En Tennessee y Arkansas, por ejemplo, la había utilizado mucho para desplazarme por el perímetro de varios campos de batalla de la Guerra Civil –sobre todo Franklin, Shiloh y Pea Ridge-, donde hacer el recorrido en coche es como viajar encerrado en una burbuja.

En Francia, me había desplazado en bici desde Metz a Sedan, y gracias a eso había grabado en mi cerebro el paisaje de la guerra franco-prusiana, que tan elusivo me había resultado antes. ¿Podría, quizá, resolver parte de mi confusión sobre aquella guerra el hecho de llevar mi bici conmigo en Vietnam?

En esta ocasión, mi plan era aterrizar en Haiphong, la ciudad portuaria de Hanoi, y desde allí intentar llegar en tren hasta el sur. 

Para las excursiones locales, dispondría de la bici, especialmente en las ciudades. Temía el tráfico de lugares como Hanoi y Hue, pero pensé que si me desplazaba fuera de las horas punta, podría llegar a algunos de los campos de batalla de aquella trágica guerra.

Estoy encantado de decir que disponer de la bicicleta en Vietnam resultó un éxito rotundo, aunque tuviera que esforzarme mucho para conseguirlo. 

Lamentablemente, Vietnam ya no es una nación de ciclistas y jaulas de bambú para pájaros, sino uno de los países asiáticos en desarrollo que está ahogándose con los escapes de sus motocicletas Honda y sus todoterrenos.

En algún lugar, aunque sólo sea en mis recuerdos, pueden verse imágenes fugaces de la arquitectura colonial francesa, como en Haiphong, Hanoi y Hue, pero la mayor parte del paisaje urbano vietnamita se ha convertido en una especie de río interminable de tráfico con los deltas del Mekong y el río Rojo haciéndole la competencia a Flatbush Avenue [Brooklyn].

Solía utilizar la bici por la mañana temprano y después de la cena, y en varias ocasiones me la llevé en autobús o tren y la sacaba en las zonas rurales, donde el tráfico era menos feroz.

 Pero, especialmente en Hanoi y Saigón, iba cabalgando al borde de un torrente que no importa qué hora fuera me hacía desesperarme por el futuro del país.

Ho Chi Minh y sus cuadros vencieron a franceses y estadounidenses en sucesivas guerras coloniales, pero dudo que pudieran derrotar al nuevo imperio de aire contaminado y tráfico letal que se ha apoderado del país.

JFK visita Vietnam

En este viaje no iba tanto buscando lugares específicos –antes ya había visto muchos- sino respuestas a las preguntas que me había ido planteando en el curso de mis lecturas sobre Vietnam.

 En muchos de mis viajes me volvía especialmente a la mente la especulación tantas veces escuchada de que el presidente John F. Kennedy, en el momento en que le mataron en 1960, sentía cada vez más dudas sobre la guerra y habría retirado a los asesores estadounidenses si hubiera ganado la reelección en 1964.

 Me gustaría honrar al presidente asesinado y creer que era capaz de tal milagro político, pero respecto a Vietnam, no le acompañaron mucho los aspectos más benévolos de su personalidad.

Pedaleando por Vietnam, especialmente en Saigón, más allá de los extensos terrenos de la antigua embajada estadounidense (que ahora es un consulado excesivo, haciendo quién sabe qué), pensé en la larga asociación de Kennedy con Vietnam y en las dos guerras, la francesa y la estadounidense.

JKF fue capaz de captar y comprender los problemas de la descolonización francesa pero fracasó después como presidente, a la hora de enfrentar esa comprensión anterior con las políticas bélicas de su administración. ¿Por qué?

Como joven congresista (ganó las elecciones al Congreso en 1946), Kennedy llegó a Saigón en 1951, junto con su hermana Pat y su hermano menor Bobby. Fue una especie de viaje de investigación que el joven Kennedy culminó bien. 

Como hijo de un exembajador de EE. UU. ante la corte de St. James (Londres), Jack tenía acceso a los puestos diplomáticos de avanzada por todo el mundo y utilizó esas conexiones para explorar el mundo a su manera.

Leyó mucho en sus viajes y escribió extensas cartas a su padre y amigos con sus impresiones políticas. No le asustaba correr riesgos.

Tanto antes como después de la II Guerra Mundial, Jack Kennedy viajó extensamente por Europa, los Estados bálticos y Oriente Medio. 

En 1939, se desplazó por toda Palestina en un viejo automóvil, igual que anteriormente había investigado el corredor polaco y las tierras en disputa de Europa (De Danzig escribe: “Polonia no renunciará a Danzig y… no le concederá derechos de extraterritorialidad a Alemania para carreteras en el corredor. Ofrecerá compromisos pero nunca renunciará”.)

En el verano de 1945, pasó varias semanas en Berlín. En el viaje de 1951, se desplazó alrededor del mundo pero efectuó la mayor parte de las paradas sobre el terreno entre Irán y el Lejano Oriente. (En Berlín, cita a Averell Harriman –presente más adelante en su administración-, “que el mayor delito de Hitler fue que sus acciones acabaron abriendo las puertas de Europa del Este a Asia”.)

En Saigón, en 1951, JFK estuvo presente en las habituales reuniones informativas diplomáticas de los funcionarios de la embajada de EE. UU. y en una del general francés Jean de Lattre de Tassigny. (En Hanoi, los franceses prepararon un desfile para los Kennedy, probablemente el último que se organizó allí para un político estadounidense.)

 Pero Jack se saltó también la burocracia para irse de copas con los periodistas locales y oficiales militares de poco rango en el terreno, quienes le dijeron que los franceses nunca podrían ganar su guerra colonial contra el Viet Minh de Ho.

En The Best and the Brightest , David Halberstam describe los viajes de Kennedy a Vietnam (con su escritura apasionada):

Fue, aunque parezca mentira, John F. Kennedy. Había estado dos veces en Indochina, en 1951 y 1953, una vez como congresista y otra como senador: en la primera ocasión, se encontró en el aeropuerto con la mitad del ejército francés dispuesto a informarle para convencerle de la victoria, para presentarle a unos cuantos oficiales vietnamitas reventando en sus uniformes de paracaidistas a fin de demostrar lo comprometidos que estaban los nativos con un tipo francés de libertad.

 Asistió a las reuniones informativas oficiales pero también se saltó las normas, consiguió los nombres de los mejores reporteros en la ciudad y se presentó sin avisar en sus apartamentos, pareciendo tan joven e inocente que les costó creer que fuera realmente miembro del Congreso de los EE. UU. 

Allí les hizo sus propias preguntas, consiguiendo información diferente de la oficial: el pesimismo era considerable, los Viet Minh iban ganando la guerra, y los franceses no estaban ofreciendo ninguna forma real de independencia a los vietnamitas (irónicamente, doce años después, exactamente en la misma situación, sobre el mismo suelo, Kennedy indignaría a los periodistas por su pesimismo, al mismo tiempo que le confiaba ocasionalmente a Schlesinger que había aprendido más por sus artículos que por los despachos de sus generales y embajadores.

De regreso de su viaje, Jack acertó cuando dijo que el gobierno de Bao Dai era “un gobierno-títere, manejado frecuentemente por los titiriteros que en otro tiempo se sometieron a los japoneses y que ahora se sometían a los franceses”.

Tampoco se equivocaba cuando dijo, más formalmente, en el Congreso:

No podemos aliarnos con sueños imperiales. Somos aliados de nuestros amigos de Europa Occidental y les ayudaremos en la defensa de sus propios países. Sin embargo, apoyar y defender sus aspiraciones coloniales es otra cosa. Ese es un problema suyo, no el nuestro.

En 1954, después de su segundo viaje, dijo también en una entrevista que el pueblo vietnamita necesitaba que le garantizaran su independencia de los franceses y añadió: “Cualquier intervención por parte de EE. UU. está destinada al fracaso”.

Kennedy cambia de tono

Sin embargo, a mediados de la década de 1950, Kennedy empezó a cambiar de tono, sobre todo con la llegada al poder, en Vietnam del Sur, de Ngo Dinh Diem, en lo que podría llamarse un resurgimiento católico.

El presidente Diem, un socio de la Guerra Fría, contaba con el apoyo de muchos aliados de la familia Kennedy, incluido el editor de Time, Henry Luce, el cardenal Francis Spellman, de Nueva York, y el senador Mike Mansfield.

Como a JFK le interesaba más postularse para vicepresidente y presidente, sus posiciones favorables a Diem, el anticomunismo y el “Vietnam libre” pesaron más que las conclusiones anteriores, mucho más críticas, a que había llegado en el curso de sus viajes.

Justo antes de la convención nacional demócrata de 1956, en la cual confiaba salir nominado para un cargo superior, describió Vietnam del Sur como “la piedra angular del mundo libre en el sudeste asiático… Son nuestros hijos, no podemos abandonarlos, no podemos ignorar sus necesidades”.

Como presidente, Kennedy sólo podía contemplar Vietnam y Diem a través del prisma de la Guerra Fría. Estoy seguro de que en algún lugar de su fría mente analítica comprendía que una guerra terrestre en Vietnam iba a ser un desastre.

 Después de todo, había viajado bastante por el país para entender que era un paraíso para la guerrilla, un paisaje brumoso de arrozales, montañas neblinosas, junglas, canales y ríos serpenteantes.

 Pero después de que Nikita Khrushchev se divirtiera con la resolución de Jack durante la cumbre de 1961 en Viena, Kennedy respondió enviando asesores militares a Vietnam (en total, alrededor de 16.000 en 1963), como parte del Gran Juego.

Por último, fueron los hombres de la presidencia de Kennedy -McNamara, Rusk, Maxwell Taylor y el general Paul Harkins- quienes crearon el mito de la invencibilidad estadounidense en torno a Vietnam.

Lyndon B. Johnson pudo haber aprobado las órdenes para aumentar las tropas estadounidenses a medio millón de hombres y bombardear Vietnam del Norte en la Operación Rolling Thunder , pero estaba cantando el libro de himnos de Kennedy junto a su coro.

¿Habría retirado Kennedy a las tropas estadounidenses?

Otra de las razones por las que dudo de que JFK hubiera descubierto una vía para salir de la ciénaga vietnamita es que la administración Kennedy dejó sus huellas por todo el asesinato de Diem, también en noviembre de 1963.

Diem se había convertido en una carga para el esfuerzo bélico, cuando no en un juguete roto en el escaparate de la democracia que supuestamente era Vietnam del Sur.

 Diem y su cuñada, Madame Nhu, se habían burlado en público de los monjes que se quemaron a lo bonzo en Saigón, y Diem había encarcelado a muchos miembros de la oposición. Tampoco sus generales levantaron un dedo contra el Viet Cong. Vietnam tenía toda la apariencia de una causa perdida.

A finales del verano de 1963, dos funcionarios del Departamento de Estado, W. Averell Harrison y Roger Hilsman, redactaron un memorándum fatídico, describiendo los planes para derrocar a Diem. En él, escriben lo siguiente al embajador de EE. UU. en Saigón, Henry Cabot Lodge:

“Si Diem, a pesar de todos sus esfuerzos, sigue empecinado y se niega, debemos considerar la posibilidad de no poder preservarle…” [ Sugieren que Lodge] “debería examinar urgentemente todos los posibles líderes alternativos y hacer planes detallados para sustituir a Diem si fuera necesario”.

El memorando recibió las bendiciones del presidente –en el sentido de que no hizo ningún cambio en el documento-, aunque no lo firmó.

En mi opinión, tras el posterior golpe que mató a Diem y a su hermano, los estadounidenses tomaron posesión de todas las debacles que iban a producirse en Vietnam. Kennedy tampoco pudo percatarse de que tres semanas después sería la víctima de un golpe de Estado similar, también desde las sombras.

La simetría en las muertes de Diem y Kennedy es el tema de una novela de suspense, Tears of Autumn , ambientada en Saigón y Washington. En ella, el novelista Charles McCarry escribe:

“Paul Christopher [agente de la CIA, que cree que los vietnamitas mataron a Kennedy en venganza por la muerte de Diem] había visto morir a muchos hombres a causa de la política, y sabía que esta era apenas la excusa que sus asesinos utilizaron.

 Los hombres no mataban por una idea sino porque no podían vivir con una herida personal. Y hacía una sencilla conexión entre la herida y la muerte violenta del presidente. Comprendía perfectamente los motivos. Se preguntaba si los asesinos habían previsto que la muerte de Kennedy expulsaría la memoria misma de su existencia de la conciencia del mundo.”

¿Fue JFK una víctima de Vietnam?

¿Fue Kennedy una primera víctima de la guerra de Vietnam?

 Para mí, la evidencia apunta en otra dirección, ya que no hubo muchos sicarios vietnamitas que traspasaran el 522 de Camp Street, en Nueva Orleans, ni estaban a nómina de la mafia de Chicago.

Al mismo tiempo, desde la Bahía de Cochinos y la Crisis de los Misiles en Cuba hasta los 16.000 asesores militares en Vietnam, Kennedy estuvo repartiendo muchas cartas de póker con grandes apuestas, un juego en el que era difícil tener todas las barajas marcadas.

En Indochina consiguió neutralizar el conflicto en Laos, pero en Vietnam no pudo separar nunca la Guerra Fría ni las lecciones de Munich de la política regional o local, lo que a mi entender fue un fracaso de la amplia imaginación de Kennedy y de la lectura que hacía de la historia.

Dicho esto, David Talbot sugiere en Brothers , una biografía de los dos Kennedy y una descripción del último paseo de Jack por Dallas, que al presidente le asesinaron porque se había resistido al militarismo invasor de la CIA en Cuba y del Pentágono en Vietnam y porque tenía dudas respecto a la premisa de la Guerra Fría.

Su experiencia (prescindible) como joven oficial naval en la guerra del Pacífico le había enseñado a desconfiar de los mandos militares, y los fallos en la Bahía de Cochinos reforzaron su impresión de que, a pesar de ser presidente, era como si todavía estuviera en su lancha torpedera PT-109 en las islas Salomón y que le pedían que emprendiera algo equivalente a una misión suicida.

JFK dijo de los altos oficiales del ejército: “Siempre te cuentan esa estupidez de la reacción instantánea y la sincronización al segundo, que nunca funciona. No es de extrañar que sea tan difícil ganar una guerra”. 

Pero si se negaba a enviar fuerzas a Vietnam –incluso los llamados asesores-, temía ser después el único al que acusarían de haber “perdido Vietnam” ante el comunismo, de la misma forma que, en anteriores elecciones, los republicanos -incluido Richard Nixon- habían sabido sacar tajada de la pregunta “¿Quién perdió China?”.

Soy consciente de que rindo homenaje a su legado al decir que JFK habría retirado a los 16.000 asesores estadounidenses; no obstante, en lo que a Vietnam se refiere, Kennedy traicionó sus mejores instintos.

Matthew Stevenson es redactor colaborador de Harper’s Magazine y autor de varios libros, el más reciente de ellos Reading the Rails . Su próximo libro es Appalachia Spring. Vive en Suiza.

Bernard Fall muere en la Calle sin Alegría



La denominada Calle sin Alegría , al norte de Hue, cerca de donde mataron al escritor Bernard Fall 

Matthew Stevenson, en exclusiva para CounterPunch, ha viajado desde Hài Phòng y Hanoi, en lo que antes era Vietnam del Norte, hasta las tierras altas centrales y Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, en búsqueda de los vestigios de la guerra de EE. UU. en Vietnam. Esta es la IV Parte de una de serie de ocho (Véase: I Parte , II Parte , III Parte ).

Cuando viajas por Vietnam, uno de los campos de las batallas estadounidenses más difíciles de visitar es el de la Ofensiva de Tet, que estalló en el invierno de 1968 como si de un incendio forestal se tratara entre la Zona Desmilitarizada (ZDM) y la embajada estadounidense en Saigón.

Tet constituyó una gran ofensiva del Viet Cong sobre el terreno. Aunque el ejército estadounidense rompió los asedios en Khe Sanh, Hue y Saigón, los comunistas consiguieron una importante victoria psicológica sobre los estadounidenses durante Tet, que sirvió para advertir que la supuesta “luz al final del túnel” no era nada más que el expreso de la reunificación encaminándose hacia el sur en pos de las huellas del ejército de Vietnam del Norte (EVN).

Tres años después de la implicación estadounidense en la lucha, se suponía que las imágenes que aparecían en los informativos de la noche no podían mostrar la presencia de guerrilleros en los terrenos de la embajada de EE. UU. en Saigón. 

No se sospechaba tampoco que iban a exhibir la bandera del Viet Cong ondeando sobre la ciudadela de Hue ni a los marines luchando por salvar la vida en Khe Sanh, que estaba en un rincón remoto de la Zona Desmilitarizada, muy cerca de la frontera con Laos y la Ruta Ho Chi Minh.

Estudios posteriores sobre el levantamiento indicaron que Tet, a nivel militar, fue una ofensiva que resultó muy costosa para la parte comunista. 

Tuvo que desplegar fuerzas del Frente de Liberación Nacional en el sur, lo que pudo haber retrasado la victoria del Norte otros siete años más. Cecil B. Currey, en su biografía del general Giap, Victory at Any Cost ,escribe: “Tet fue un desastre táctico… El Viet Cong no pudo volver a luchar en unidades del tamaño de batallón”.

Por el lado norteamericano, Tet tampoco fue la derrota que se reflejó en los informativos vespertinos. Por vez primera en la guerra, el Norte y sus aliados del Viet Cong lucharon en formaciones convencionales, lo que permitió que la superioridad estadounidense en el poder aéreo y la artillería destruyeran parcialmente muchos regimientos comunistas. (Antes, los estadounidenses se habían limitado a cazar fantasmas en la selva con escaso éxito.)

Pero la victoria comunista en Tet fue sobre todo política porque puso fin a la presidencia de Lyndon Johnson, eliminó del mando a William Westmorland y liquidó la ilusión de que los estadounidenses podrían ganar alguna vez una guerra terrestre en Vietnam.

Currey concluye: “En medio de la derrota táctica, Giap creó un vacío en la voluntad estadounidense de proseguir trasmitiendo fotos de C-130 ardiendo en Khe Sanh, de zapadores norvietnamitas en los mismos terrenos de la embajada de EE. UU. en Saigón y de combates por la ciudadela de Hue”.

Hue – la ciudad vieja: “¿Qué demonios está pasando?”

En este viaje estuve pedaleando por los alrededores de Hue, aunque el tráfico alrededor de la ciudadela y la ciudad imperial parecía en cierto modo un túnel de lavado a presión. Sí, uno puede desplazarse junto a las murallas de ladrillo que los marines recuperaron al EVN (los combates en la ciudad vieja duraron unas seis semanas) y husmear en algunos de los vestigios militares que los estadounidenses dejaron atrás, ahora desperdigados alrededor de un museo del ejército.

Oculto a la vista en Hue, aunque vayas en bicicleta, está la magnitud en la que la estrategia estadounidense resultó un fracaso de incompetencia en el año 1968, como el hecho de que varios regimientos del EVN se colaran en Hue sin que nadie en el mando estadounidense hiciera sonar las alarmas.

Desde 1965 a 1968, Westmorland y el gobierno estadounidense pensaron que bombardeando el Norte, arrojando napalm sobre la jungla, matando guerrilleros en las patrullas y agrupando a la población del Sur en “aldeas estratégicas”, Vietnam del Sur podría emerger como democracia estable, digna de tanta sangre y dinero estadounidense.

El ejército sudvietnamita no estaba en la guerra para derrotar al comunismo sino para apuntalar la sucesión de régimenes-títere en el sur, que fue la amarga lección que John Paul Vann aprendió en Ap Bac, cuando los comandantes locales (a las órdenes directas de Saigón) se negaron a comprometer sus fuerzas en la batalla.

Ni tampoco los 550.000 soldados y marineros estadounidenses pudieron nunca suprimir la rebelión del Viet Cong ni la invasión del Sur por el EVN. 

En el mejor de los casos, el poder aéreo estadounidense pudo mantener un equilibrio precario en los combates, pero entonces, como Vann descubrió con mucha mayor velocidad que el resto del gobierno estadounidense, arrojar napalm sobre las aldeas no facilitaba precisamente que uno pudiera ganarse los corazones y las mentes.

Tampoco la estrategia de desgaste de Westmorland fue otra cosa que una actualización de las guerras de exterminio emprendidas contra los indios que habitaban nuestro país. El profesor Christian Appy, en American Reckoning , escribe: “El periodista Michael Herr oyó en una ocasión a un soldado que estaba en Vietnam ofrecer su opinión sobre la teoría dominó: ‘Todo eso no son más que tonterías, tío. Estamos aquí para matar vietcongs. ¡Y punto!’”.

Loren Bartiz, en su excelente aunque inquietante historia Backfire: A History of How American Culture Led Us Into Vietnam and Made Us Fight the Way We Did , escribe:

El objetivo era matar. El general Westmoreland no sabía hacer otra cosa: “¿Qué alternativa había allí para una guerra de desgaste?” El capitán Jenkins entendía que los objetivos del ejército de EE. UU. se habían convertido en esto: “Las operaciones son la estrategia”.

Las razones de Westmorland para pensar que los norvietnamitas se sentirían desalentados ante las listas de víctimas es uno de los misterios y errores persistentes de la guerra. En muchas ocasiones Ho Chi Minh decía: “Mataréis a diez de nuestros hombres y nosotros a uno de los vuestros pero, al final, seréis vosotros los que os hartaréis de todo”.

En el libro del periodista Mark Bowden Hue 1968 , y en la miniserie The Vietnam War, el coraje de los marines liberando la ciudad imperial es una de las epopeyas de los estadounidenses en armas.

Menos de un regimiento completo de marines, luchando puerta a puerta con el valor con que tomaron Tarawa , limpiaron la ciudad vieja de fuerzas del EVN (aunque no antes de que los soldados de Hanoi hubieran masacrado a unos 5.000 colaboracionistas).

Aparte de las películas bélicas, quedó patente que esa valentía estadounidense no tuvo influencia alguna en el resultado de la guerra. Una vez que la bandera del enemigo ondeó sobre la ciudadela, el esfuerzo bélico estadounidense se agotó.

Jonathan Schell, periodista del New Yorker, en su libro The Real War (en gran parte escrito durante 1968) escribe sobre Tet: “El blanco exacto que quedó destruido en Tet no fue ninguna instalación militar sino una determinada imagen de la guerra que el gobierno de EE. UU. había plantado en las mentes de su pueblo”. Walter Cronkite, el afamado presentador del noticiero de la noche de la CBS, lo expresó así: “¿Qué demonios está pasando? Creía que íbamos ganando la guerra”.

Primero los franceses, después los estadounidenses

Viajando por Vietnam, lo que me resultaba más difícil de entender es por qué tan pocas personas del establishment político de EE. UU. se dieron cuenta de que Vietnam era una causa perdida. 

Desde la conferencia de Ginebra de 1954, hasta la década de 1970, si no más tarde, los políticos estadounidenses realizaron viajes de reconocimiento a Vietnam, escucharon informes, contemplaron el nebuloso paisaje (los franceses decían que el clima escupía) y se marcharon convencidos de que la guerra podía ganarse con botas en el terreno y B-52 por el cielo.

¿Se dio cuenta alguien de que Vietnam es más largo que California, con un paisaje que bien podría ser una mezcla de los Everglades de Florida y de las montañas Allegheny? En un territorio así, un ejército mecanizado iba a quedarse empantanado en los arrozales o en los valles solitarios, del mismo modo que los proyectiles aéreos y de artillería serían armas malgastadas al alcanzar la jungla. 

Pero entonces, en vez de distribuir sus tropas alrededor de las ciudades, Westy [Westmorland] las envió a rincones remotos de la jungla, donde todo cualquier potencial de fuego resultaría prácticamente inútil.

Geográficamente, Vietnam era como una invitación a ahorcarse, y el mismo espejismo que en 2003 provocaría la invasión de Iraq con 145.000 hombres y algunos contratistas de Blackwater, hizo que enviaran a Vietnam un ejército de 550.000 hombres, pensando que podrían ir avanzando por un frente que se extendía a lo largo de más de 1.600 kms, medido a lo largo de toda la costa. (En comparación, piensen que se necesitaron 600.000 soldados estadounidenses para pacificar Okinawa, y que ese frente de batalla tenía unos 10 kms. de ancho y alrededor de 65 kms. de largo.)

Al norte de Hue

Si alguna vez hubo una encrucijada en el atolladero de Vietnam, se halla entre Hue y la ciudad de Quang Tri, entre las pequeñas aldeas y pueblos que bordean las dunas de arena y los arrozales entre la carretera nº 1 y el mar del Sur de China.

Los soldados franceses que aterrizaron aquí en 1953 apodaron a una de las carreteras la Calle sin Alegría, testamento de los duros combates que allí se produjeron entre las fuerzas francesas y las guerrillas Viet Minh, que se fundieron en un paisaje que tiene los aspectos sombríos de una pintura holandesa.

A principios de la década de 1960, el académico y periodista franco-estadounidense Bernard Fall tituló su primer libro (sobre ambas guerras, la francesa y la estadounidense, de Vietnam) Street Without Joy , que para él bien podría haber sido una metáfora de todo lo que salió mal en el combate después de 1945, cuando los franceses decidieron volver a imponer su voluntad colonial sobre Indochina (en particular sobre Vietnam).

La primera vez que oí hablar de la historia de Fall estaba en la universidad, en la década de 1970. Había sido el libro preferido durante los primeros años de la administración Kennedy, en una época en que se estaba considerando enviar asesores militares que ayudaran al ejército sudvietnamita en sus esfuerzos bélicos.

No leí el libro de Fall hasta después de visitar Vietnam en 2016, y entonces llegué a la conclusión de que no muchos de los que estaban alrededor del presidente John F. Kennedy podían haber terminado como la historia, teniendo en cuenta que su última frase dice:

Y este es quizá un epitafio tan bueno como cualquiera para los hombres [los franceses] que tuvieron que caminar a lo largo de la calle desolada y sin esperanza que fue la guerra de Indochina hasta 1954, así como para los estadounidenses que han ido siguiendo ahora sus pasos.

Escribe de forma detallada sobre la dificultad de combatir en este sector al norte de Hue:

Lo que hizo tan complicada la operación para los franceses fue el terreno, como es habitual en Indochina .

A esta zona le sigue la misma “Calle sin Alegría”, bordeada por un sistema bastante curioso de pequeñas aldeas a menudo conectadas y separadas unas de otras por menos de 200 o 300 metros. Cada aldea forma un verdadero pequeño laberinto que apenas mide más de 61 metros por 91 metros y está rodeada de arbustos, setos o árboles de bambú, y de pequeñas vallas que hacen que la vigilancia terrestre, al igual que la aérea, sean prácticamente imposibles.

Esta zona de aldeas, de unos 32 kms. de largo y más de 275 kms. de ancho, constituyó el corazón de la zona de la resistencia comunista a lo largo de la costa central de Annam.

El destino quiso, demostrando así lo poco que cambiaban las cosas en Vietnam, que Fall volviera a la “Calle sin Alegría” en febrero de 1967, cuando él y un camarógrafo salieron a patrullar por allí con un pelotón de marines estadounidenses.

Sin embargo, en 1967, los estadounidenses no estaban teniendo mejor suerte que los franceses en 1953 para pacificar la zona y, trágicamente, cuando iba con esa patrulla, Fall pisó una mina terrestre y murió al instante.

Alrededor de quince años de estudios y periodismo serio sobre el tema de las guerras francesa y estadounidense en Vietnam se convirtieron en humo, quizá una de las razones de que la lucha prosiguiera casi diez años más.

Bernard Fall vuelve a la Calle sin Alegría

Tras mi visita de 2016 a la Calle sin Alegría, traté de localizar una serie de libros y artículos sobre la carrera de Fall, incluida una biografía que su viuda, Dorothy Fall, publicó en 2006 bajo el título Bernard Fall: Memories of a Soldier-Scholar .

El rendez-vous de Fall con su destino en la Calle sin Alegría se produjo después del más tortuoso de los viajes. Había nacido en Viena, de padres judíos que huyeron de los nazis en 1938 y se asentaron en el sur de Francia.

Bernard tenía 13 años cuando empezó la II Guerra Mundial, y tuvo que vivir que sus padres se consumieran en sus respectivos holocaustos. Su padre murió combatiendo en la resistencia francesa y su madre fue deportada a Auschwitz. A la edad de 16 años, Bernard se unió también a la resistencia y luchó hasta la liberación a finales de 1944.

La aguda mente de Fall y su vivo intelecto atrajeron la atención del ejército estadounidense en 1945, que le contrató, entonces con 19 años, como traductor (hablaba francés, alemán e inglés con fluidez) durante los juicios de Nuremberg.

Después de esa etapa, prosiguió sus estudios en París y Munich, y en 1950 ganó una beca de doctorado en las universidades de Maryland y Siracusa, que obtuvo en ciencias políticas en 1952.

Cuando buscaba un tema para su tesis de doctorado en Siracusa, le animaron (al haber servido en el ejército francés durante la II Guerra Mundial) a que emprendiera el estudio de la primera guerra de Indochina, que se propagaba por todo el país. Como Dorothy escribe en sus memorias, Bernard era un académico inusual porque quería ver por sí mismo el paisaje de su tesis.

En 1953, empezó emprendiendo una serie de viajes por toda Indochina, lo que le llevó a escribir su primer libro, Street Without Joy (1961), compilado a partir de algunas de sus cartas a Dorothy.

Siendo un profesor que vivía en Washington D.C., y alguien que era buen conocedor de los disparates de la derrota francesa en Dien Bien Phu (1954), Fall estuvo muy solicitado como orador y asesor mientras los estadounidenses se hundían en el mismo torbellino que consumió al ejército francés desde 1946 a 1954.

Dorothy escribe sobre su amplia influencia:

Una persona que actuó como consecuencia de haber leído Street Without Joy fue el soldado Ron Ridenhour, que después se convertiría en un periodista laureado. En 1969, Ridenhour escribió una carta al Congreso y al Pentágono en la que exponía por primera vez la horrenda masacre y encubrimiento de My Lai.

 Ridenhour no estaba con su antigua compañía cuando se produjo la barbarie pero muchos de los hombres que habían participado en ella se lo contaron. 

Cuando le preguntaron por qué él y sólo él había lo había denunciado, Ridenhour contextó: “Había leído Street Without Joy de Bernard Fall en el barco en el que iba a Vietnam, y eso me aportó una perspectiva histórica que pocos de mis colegas parecían tener”. Dijo la verdad.

A pesar de la amistad de Fall con los senadores William Fulbright y George McGovern, entre muchos otros, nada de lo que él pudiera decir o escribir sobre las anteriores guerras de Vietnam causó impresión alguna en la política oficial de EE. UU. en Vietnam después de la retirada francesa.

En su último mensaje a su esposa, escribió: “Mañana por la mañana voy a entrar en un ataque de un heliborne con el I Batallón, el noveno de marines, y adivina dónde: en la Calle sin Alegría. El VC [Viet Cong] está aún allí, todavía la mantiene bajo su control”.

Como al presidente Kennedy le gustaba decir cuando estaba enfadado: “Siempre hay algún hijo de perra que no pilla el mensaje…”

Intentando conmemorar a Bernard Fall

Fall murió fuera de la aldea de Lai Ha, a la cual, por segunda vez, llegué en taxi desde la ciudad de Hue. Me llevó 25 minutos llegar allí. Al igual que en mi primera visita, caminé a lo largo del borde de la carretera, intentando imaginar su última patrulla. No hace falta decir que no hay ningún indicador en el lugar; ni nadie cerca a mano que pudiera recordar una muerte de hace cincuenta años en una guerra que se cobró cientos de miles de vidas entre soldados y civiles.

Muchos años después de que mataran a su marido, Dorothy Fall fue a la aldea de Lai Ha con sus hijas. Pero sólo se aproximaron al lugar exacto, que por otra parte se había perdido en medio de la niebla de la guerra. Escribe:

Caminamos hacia un lugar aislado en el borde del pueblo que parecía ser el inicio de la Calle sin Alegría. A pesar de su fama, era sólo un camino que discurría por tierras pantanosas. No lo seguimos. Estuvimos bastante cerca .

No puedo ni imaginar que el gobierno de Vietnam permitiera colocar un indicador en Lai Ha en recuerdo de Bernard Fall. No cabe esperar que alentaran el homenaje a un académico franco-estadounidense.

Ni tampoco puedo imaginar que el gobierno estadounidense, teniendo en cuenta que ignoró las lecciones de sus historias, se tomara la molestia de consagrar la tierra en la que cayó. Durante demasiados años, la mayoría de las autoridades del gobierno ignoraron cuanto escribió en sus proféticos libros.

Sin embargo, en mi mente, pensé en una inscripción que podría quedar bien en una placa de bronce hundida en el terreno pantanoso. Diría así:

Bernard Fall

En este lugar, el 21 de febrero de 1967, mataron al académico y escritor franco-estadounidense Bernard Fall, junto con el sargento Byron G. Highland, fotógrafo del Cuerpo de Marines de EE. UU. Fall murió durante una patrulla con efectivos del Primer Batallón del Noveno Regimiento de Marines. Su muerte, en la llamada Calle sin Alegría, recuerda tanto a los soldados franceses que estuvieron aquí en 1953, como al título de su bestseller de 1961, en el que planteaba que los estadounidenses estaban condenados a repetir en Vietnam los anteriores errores del ejército francés. Si se hubiera prestado atención a las palabras de Fall, su muerte -y la de tantos estadounidenses, franceses y vietnamitas en estas calles sin alegría- podría haberse evitado.

También podían haber servido de epitafio para Fall las palabras del teniente coronel Lucein Conein resumiendo la experiencia estadounidense en Vietnam. Conein era un filibustero, al igual que los ejércitos francés y estadounidense en Indochina. Además, pasó un tiempo, por decirlo de alguna manera, con la CIA. De los esfuerzos de la guerra recordaba, según se cita en la biografía del general Giap de Cecil Currey:

“Así pues… enviamos diez veces la cantidad necesaria de fuerza aérea. Los B-52 Rolling Thunder. Y tuvimos nuestro propios puestos de avanzada Beau Geste que llamábamos bases de apoyo de fuego. Estábamos ya metidos en un camino sin salida. Nos pasó lo mismo que les había pasado a los franceses. 

No aprendimos nada, ni una maldita cosa.”

Matthew Stevenson es redactor colaborador de Harper’s Magazine y autor de varios libros, el más reciente de ellos Reading the Rails . Su próximo libro es Appalachia Spring. Vive en Suiza.

Fuente:


https://www.rebelion.org/noticia.php?id=238407

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