Si las primeras semanas de 2018 son una guía, va a ser un año tumultuoso y de confrontación para las relaciones exteriores de Estados Unidos.
Es muy probable que las intenciones de Washington alcancen un estado de virtual desnudez, y en consecuencia mucho más fácil de discernir. Decir que lo que probablemente veamos vaya a ser desagradable es plantearlo muy suavemente.
En una columna reciente me referí a los Estados Unidos como un "aguafiestas".
Con esto quiero decir que parece decidido a mantener un estado de alta tensión, si no un trastorno severo y un conflicto abierto o el peligro de ello en una diversidad de circunstancias globales.
Estropear qué, se puede preguntar alguien.
La respuesta puede sonar demasiado cortante como para mencionarla. Así como surgen buenas perspectivas para los acuerdos negociados en los varios casos de los que hablaré aquí, Washington parece decidido a evitar tales éxitos.
Esta fea contradicción ya es rigurosa y es probable que se vuelva más rigurosa.
Podría estar equivocado en mi pronóstico, pero en este momento veo poco fundamento para poner mucho en tal posibilidad.
Un poco más plausible es la expectativa de que los líos creados o agravados por nuestras camarillas políticas en el año que viene, finalmente provocarán que más estadounidenses pongamos nuestra conducta en el extranjero al tope de la larga listas de objeciones a la conducción de nuestra gran nación.
La observación del "aguafiestas" fue motivada por los extraordinarios eventos que ahora están teniendo lugar en la Península Coreana. Es demasiado pronto para decir que "la Paz está cerca", pero Corea del Norte y Corea del Sur han dado un par de pequeños pasos en el sendero hacia un acuerdo pacífico tan prometedor como ninguno que hayamos visto en al menos un par de décadas.
Luego de un breve pero preocupante silencio, los Estados Unidos se mostraron perfectamente preparados para asegurarse de que Seúl y Pyongyang no llegaran muy lejos. Escribí sobre esto en la columna de la semana pasada.
Ahora bien, sobre este tópico hay más de Washington, como ha sucedido recientemente en otros lugares. Procederemos a citar estos eventos y ver qué podemos inferir cuando los consideremos uno al lado del otro:
El miércoles, la administración Trump anunció otro conjunto de sanciones contra Corea del Norte, la octava ronda desde que el presidente Trump asumió el cargo. Estas incluyen, entre otras entidades, el Ministerio de Petróleo de Corea del Norte, dos compañías comerciales chinas y 16 personas.
Hay tres cosas para destacar sobre esta ronda de sanciones. Primero, son unilaterales, como lo son las tres anteriores. Esto sugiere que la administración ahora puede estar auto-aislándose en la ONU al programar nuevas sanciones justo cuando Seúl y Pyongyang comienzan nuevos contactos que el resto del mundo quiere que se desarrollen. Segundo, Washington insiste en que China y Rusia comiencen a expulsar a varios funcionarios norcoreanos.
De acuerdo a mi interpretación, aquí probablemente el objetivo sea separar a Beijing y Moscú de las otras dos capitales, Seúl y Tokio, asociadas desde hace tiempo a los esfuerzos para lograr un acuerdo. Moscú y Beijing, no nos olvidemos, han estado trabajando activamente con la administración de Moon Jae-in en Seúl en la elaboración de soluciones diplomáticas y económicas que sean factibles.
Tercero, y lo más importante, debemos preguntarnos si la administración está tratando de provocar a Kim Jong-un, el líder norcoreano, a ejecutar otra prueba de misiles, proporcionando así una excusa para actuar militarmente. Esto es bastante posible.
Se espera que los diplomáticos surcoreanos que mantienen contactos con el Norte sean lo suficientemente inteligentes como para instar a sus contrapartes del Norte a mantener la calma a toda costa y proceder con el nuevo proceso de negociación.
Hace unas semanas, el secretario de Estado, Rex Tillerson, anunció que las tropas de Estados Unidos que se encuentran en Siria (unas 2,000, pero que probablemente serían muchas más) permanecerán en suelo sirio indefinidamente después de que el Estado islámico sea definitivamente destruido.
Luego la administración revela planes para formar y apoyar una "fuerza fronteriza" de 30,000 efectivos, en su mayoría procedentes de milicias kurdas, para acordonar una sección del norte de Siria cerca de la frontera con Turquía.
No encuentro difícil de interpretar esta serie de eventos, dada la posibilidad ciertamente tentativa de un acuerdo de paz ya sea a través de las conversaciones auspiciadas por la ONU en Ginebra u otras respaldadas por Rusia, Irán y Turquía.
Al no haber podido desalojar al presidente Bashar al-Assad mediante un golpe de estado, ahora los EE. UU parecen decididos a dividir a la nación desde adentro para impedir que Damasco reafirme el control del país definido por sus fronteras soberanas.
Un par de puntos a destacar aquí.
Primero, el plan de los EE. UU es una grave violación del derecho internacional y del derecho a la integridad territorial de Siria.
Segundo, no sé lo que Washington le ha dicho a los líderes kurdos o lo que están pensando, pero la historia de las traiciones de Estados Unidos a la población kurda alcanza ahora casi un siglo.
Anticipo que esto añadirá otro capítulo más a la historia.
Tillerson nos regaló una verdadera joya al explicar la estrategia de ocupación de facto de Washington. "No podemos permitir que la historia se repita en Siria", dijo.
Esto es, por supuesto, precisamente lo que Washington desea que haga la historia, el objetivo es incapacitar a otra nación del Medio Oriente -al estilo de Libia e Iraq- de tal manera que no pueda ni siquiera pensar en organizar su propia política exterior.
La semana pasada, debemos también destacar, la inimitable (gracias a Dios) Nikki Haley salió con más acusaciones sin pruebas de que el gobierno de Assad ha usado nuevamente armas químicas en un suburbio de Damasco.
Rusia, afirmó vehementemente la representante de Trump ante la ONU, debe ser considerada responsable por la ayuda que le dio al Ejército Árabe Sirio para derrotar al Estado Islámico. Más sobre esto en un momento.
El viernes, la administración Trump anunció aún más sanciones -¿están los lectores tan cansados de esta rutina como yo?- para castigar a Rusia por su papel en la crisis de Ucrania y la recuperación de Crimea después del golpe de estado de Kiev promovido por los EE.UU hace cuatro años.
Estas sanciones cubren nueve compañías y 21 personas, todas rusas o ciudadanos de las provincias ucranianas que se han rebelado contra el gobierno post-golpe en Kiev.
¿Por qué esto, por qué ahora? La verdad, han habido pocos avances en la palestra, debido principalmente a la negativa de Kiev a cumplir con sus responsabilidades en virtud del acuerdo de alto el fuego de 2015 conocido como Minsk II.
Pero no es allí donde se tiene que buscar una explicación. Ha habido indicios de que otros signatarios del acuerdo -Alemania, Francia y Rusia- pretenden realizar un nuevo esfuerzo para revivir Minsk II y exigir que Kiev cumpla con sus términos, que incluyen una mayor autonomía para las provincias orientales. Ahí es donde hay que enfocar la atención.
Tanto en Siria como en Ucrania, el subtexto habitual es el estado de las relaciones ruso-estadounidenses. Washington parece decidido a mantenerlos en un estado de disfunción indefinida. Esto, de acuerdo a mi interpretación, es la razón por la cual Haley, en un acto falto de lógica, saltó rápidamente de Damasco a Moscú atribuyéndole la culpa por otro supuesto despliegue de armas químicas en Siria. El caso de Ucrania no requiere de más explicaciones a este respecto.
Es realmente desalentador colocar estas tres crisis una al lado de la otra y considerar la posición de los EE. UU en cada una de ellas. Si pudiera evitar concluir que el papel de agua fiestas es la intención activa de Washington, no perdería la oportunidad de hacerlo. Pero no veo tal alternativa.
Queda por ahora preguntarse por qué 2018 ha empezado tan sombríamente en el ámbito de la política exterior. Tengo tres explicaciones para ofrecer.
Primero, no podemos olvidar quién dirige la "política exterior" estadounidense en este momento, y recurro a las comillas porque ya no creo que tengamos una. Tenemos una política militar dirigida por oficiales activos y retirados.
El eje central del proceso de decisiones políticas, como lo sugerí anteriormente, parece ir desde el Pentágono a H.R. McMaster, asesor de seguridad nacional de Trump. Son los rostros administrativos de un vasto complejo de intereses militares e industriales, todos muy familiares para todos nosotros.
Segundo, las contradicciones se están agudizando.
Más naciones están demostrando ser capaces, deseosas y lo suficientemente influyentes para comenzar a elaborar soluciones negociadas para las crisis globales, ya sea que Occidente y específicamente los Estados Unidos, estén o no a bordo.
En los tres casos analizados, estas naciones son China, Rusia, Irán y, en cierta medida, Turquía (un caso muy problemático). Esto explica la desnudez antes mencionada de los objetivos de la política de EE. UU.
Finalmente, y relacionado con lo anterior, la fase de la "única superpotencia" de la era posterior a la Guerra Fría se está convirtiendo en cosa del pasado. Mantener la unipolaridad, para decirlo de otra manera, se convierte en un esfuerzo cada vez más desesperado.
No puede sostenerse, y uno lamenta la incapacidad de Washington para comprender esta realidad.
Mientras Estados Unidos en su papel de aguafiestas define la postura de nuestra nación en los asuntos internacionales, el mundo paga el precio.
A medida que esto se hace más evidente -más fácil de ver y más difícil de evitar- tal vez nosotros, en nombre de quién se conduce la política, podamos asumir las responsabilidades que siempre hemos cargado, pero que hemos desatendido.
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