Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

El líder de al-Qaeda que no lo era y los Crimenes de Guerra de EEUU.

El Documento Nº 1 en cualquier futuro juicio a Estados Unidos por crímenes de guerra

Introducción de Tom Engelhardt
Pensemos un momento en lo absolutamente chocante de nuestro mundo estadounidense. 

En los últimos meses, tanto Donald Trump como Ted Cruz han formulado un abanico de sugerencias como para poner los pelos de punta: en su condición de presidente, uno u otro podría ordenar a las fuerzas armadas de Estados Unidos y a la CIA que cometan acciones que incluirían someter a la tortura del “submarino”* a los sospechosas de terrorismo (o “cualquier otra endiablada cosa”), el asesinato de los familiares de los terroristas y el bombardeo “de saturación” de zonas de Siria.

En términos legales, todos estos actos serían crímenes de guerra.

Estas promesas han escandalizado a muchos estadounidenses de varios sectores importantes del país, que han condenado la posibilidad de tener un presidente así, sugiriendo que ambos están haciendo un llamamiento a cometer actos absolutamente ilegales, auténticos “crímenes de guerra”, y que las fuerzas armadas de Estados Unidos y otros organismos pueden justificar el rechazo de semejantes órdenes.

En este contexto, por ejemplo, hace poco tiempo el director de la CIA John Brennan dejó claro que ninguna agencia operativa a sus órdenes sometería al “submarino” a un sospechoso en referencia a las posibles órdenes de esa naturaleza provenientes de un futuro presidente (no estaré de acuerdo con la aplicación de esas tácticas o técnicas de las que he oído hablar; esta institución necesita perdurar”).

Dicho de otro modo, desde luego es intolerable que Donald Trump sugiera estos actos, pero aquí lo más extraño de todo esto es que Donald Trump no hace más que expresar lo que un presidente estadounidense absolutamente real (y un vicepresidente, y un secretario de Estado, ect., etc.) ya vienen haciendo.

Entre otras cosas, con la expresión eufemística de “técnicas mejoradas de interrogación”, ellos han ordenado a la CIA el uso de la tortura, entre ellas el “submarino” (lo que en tiempos en los que se hablaba llanamente, se conocía como “la tortura del agua”).

También dan carta blanca para que las fuerzas armadas de Estados Unidos torturen o traten violentamente a los prisioneros que tienen en custodia. 

Han dado luz verde a la CIA para que secuestre a sospechosos de terrorismo (que a menudo resultan ser personas perfectamente inocentes) en cualquier ciudad del mundo o en remotas zonas desérticas de cualquier país y llevarlos a prisiones en países con los peores regímenes torturadores o a centros de detención clandestinos (“localizaciones negras”) que la CIA tiene permitido instalar en países obedientes.

En otras palabras, Una administración totalmente real ha ordenado y supervisado crímenes totalmente reales (se ha informado de que sus principales funcionarios (Dick Cheney y Condoleezza Rice, entre otros) han discutido estas técnicas en la Casa Blanca).

A su vez, a la CIA esas sus órdenes le vinieron como anillo al dedo y las cumplió sin quejarse. Un solo funcionario de la CIA habló en público para oponerse a semejante programa; el resultado fue su encarcelamiento por revelar información clasificada a un periodista (fue el único funcionario de la CIA que pagaría con la cárcel por los actos de tortura de la Agencia). 

Del mismo modo, en lugares como Abu Ghraib, los militares obedecieron las órdenes sin quejas ni resistencia significativas.

Normalmente, en sus notas los medios hegemónicos adoptan eufemismos como “técnicas mejoradas de interrogación” o “técnicas duras”; nada de decir “tortura” o “crímenes de guerra”. 

Regresando a los años posteriores a 2001, John Brennan, por entonces subdirector ejecutivo de la CIA, no dijo ni pío sobre lo que con toda seguridad sabía que ocurría en su propia Agencia.

De hecho, en 2014, ya como director, en realidad defendió esas prácticas porque servían para obtener “información útil para abortar planes de ataque, capturar a terroristas y salvar vidas”.

Además, ninguno de los que ordenaban o supervisaban la tortura y otros comportamientos criminales (algunos de ellos venderían sus “memorias” ganando millones de dólares) sufrieron el menor castigo por los hechos que habían presenciado y/o instigado.

Para resumir: cuando Donald Trump dice semejantes cosas, se trata de una futura pesadilla que debe ser llamada por su nombre y denunciada; también rechazada y resistida por los militares y los funcionarios de la inteligencia.

Sin embargo, en qué momento un presidente de Estados Unidos y sus principales funcionarios han cometido realmente tales cosas, es una cuestión completamente diferente.

Hoy, Rebecca Gordon, colaboradora habitual de Tom Dispatch hace suyo el carácter pesadillesco de aquellos años –mayormente tapado en este momento– evocando el nefasto caso de un ser humano maltratado. Este relato debería estremecer a los estadounidenses.

También acaba de publicar un nuevo libro, American Nuremberg: The U.S. Officials Who Should Stand Trial for Post-9/11 War Crimes, que no podría ser más relevante. Para un país cuya memoria ha sido convenientemente borrada, la lectura de este libro es obligada.

El vergonzoso suplicio de Abu Zubaydah

Ciertamente, los cargos contra el hombre eran serios.

* Donald Rumsfeld dijo que “si no era el número 2, estaba muy cerca de quien lo es” en al-Qaeda

* La CIA informó al adjunto del secretario de Justicia Jay Bybee de que él “servía como oficial de alto rango de Osama Bin Laden. En carácter de tal, dirigió una red de campos de adiestramiento... También coordinaba los contactos exteriores y las comunicaciones de al-Qaeda con el extranjero”.

* El director de la CIA Michael Hayden le dijo a la prensa en 2008 que el 25 por ciento de la información que su Agencia había obtenido acerca de al-Qaeda en fuentes personales “tenía su origen” en otro detenido y él.

* George W. Bush utilizo el caso de este hombre para justificar el “programa de interrogación mejorada” alegando que “que él había dirigido un campo de terroristas en Afganistán donde se había adestrado a algunos de los secuestradores del 11-S” y que “había ayudado a sacar de Afganistán a algunos jefes de al-Qaeda” para que no fueran capturados por unidades militares de Estados Unidos.

Nada de esto era verdad.

E incluso si hubiese sido verdad, lo que la CIA le hizo a Abu Zubaydah –con el conocimiento y beneplácito de los más altos funcionarios gubernamentales– es un ejemplo de primera del tipo de crímenes –aún impunes– cometidos por funcionarios como Dick Cheney, George Bush y Donald Rumsfeld en la llamada guerra total contra en terror.

Entonces, ¿quién era ese infame y dónde está ahora? Su nombre es Zayn al-Abidin Muhammad Husayn, pero se le conoce mejor por su apodo árabe, Abu Zubaydah. Por lo que sabemos hasta ahora, todavía está en confinamiento solitario en Guantánamo.

De nacionalidad saudí, en los ochenta Zubaydah ayudó a administrar el campo Khaldan, una instalación para adiestrar muyahidines montado en Afganistán con ayuda de la CIA durante la ocupación de ese país por parte de la Unión Soviética.

En otras palabras, en aquellos tiempos, Abu Zubaydah era un aliado de Estados Unidos en su lucha contra los rusos, uno de los “luchadores por la libertad” del presidente Ronald Reagan (como, efectivamente, también lo era entonces Osama Bin Laden).

Más tarde, la vida de Zubaydah en manos de la CIA fue mucho más penosa. Tuvo la dudosa suerte de estar entre los “primeros” de la CIA: el primer prisionero sometido al “submarino” después del 11- S; el primero con quien experimentaron los sociólogos que trabajaban como contratistas de la CIA; uno de los primeros “prisioneros fantasmas” (detenidos ocultos al mundo, incluso a la Comisión Internacional de la Cruz Roja a la que, en el contexto de las Convenciones de Ginebra, debe permitírsele acceder a todos los prisioneros de guerra); y uno de los primero prisioneros nombrados en un memorándum escrito por Jay Bybee para la administración Bush sobre qué se podía hacer “legalmente” a un detenido sin que presuntamente, se violaran las leyes federales de Estados Unidos contra la tortura.

La historia de Zubaydah es –o al menos debería ser– el relato icónico de los extremos de ilegalidad a los que llegaron la administración Bush y la CIA en la estela de los ataques del 11-S.

Aun así, algunos ex funcionarios, desde el director de la CIA Michael Hayden hasta el vicepresidente Dick Cheney y el propio George W. Bush, los han presentado como un brillante ejemplo del uso de las “técnicas mejoradas de interrogación” para extraer la información necesaria de los “malhechores” de ese momento.

Zubaydah fue un experimento pionero de las prácticas de la CIA en los tiempos que siguieron al 11-S; he aquí lo notable (pese a que todavía no habían empezado a formar parte de la versión que los medios dominantes dieron de este caso): todo fue una gran mentira.

Zubaydah no estaba involucrado con al-Qaeda; él era cabecilla de algo inexistente; nunca intervino en la planificación de los ataques del 11-S. Fue brutalmente maltratado; en un mundo distinto, él sería el Documento Nº 1 en el juicio por crímenes de guerra contra los más altos jefes de Estados Unidos y su principal agencia de espionaje.

Aun así, tan conocido como fue una vez, Zubaydah ha sido olvidado por todos excepto sus abogados y unos pocos y tenaces periodistas. No debería haber sido olvidado. Él fue el cobayo de un tipo de tortura que ahora Donald Trump quiere que el gobierno de Estados Unidos restablezca porque presumiblemente “funcionó” tan bien en su comienzo.

Con un candidato republicano prometiendo esperanzadamente futuros crímenes de guerra, vale la pena reconsiderar el caso Zubaydah y pensar en cómo impedir que aquello vuelva a suceder.

Después de todo, es solo debido a que nadie ha tenido que rendir cuentas por la tortura utilizada durante la administración Bush que Trump y otros se sienten libres para prometer más crímenes de guerra –e incluso más feroces– en el futuro.

La experimentación en tortura

En agosto de 2002, un grupo de agentes del FBI y de la CIA y de soldados pakistaníes apresaron a Zubaydah (junto con unos 50 hombres más) en Faisalabad, Paquistán.

 En la acción, él fue gravemente herido de bala en un muslo, un testículo y el estómago.

Si la CIA no hubiese llamado a un cirujano estadounidense para que lo recompusiera muy bien podría haber muerto. 

Sin embargo, el interés de la CIA en que Zubaydah sobreviviera era del todo menos humanitario.

Sus funcionarios lo querían vivo para interrogarle; incluso después de que él se hubo recuperado lo suficiente como para ser interrogado, sus captores le retaceaban los medicamentos para paliar el dolor como una forma de tortura.

Cuando Zubaydah “perdió” el ojo izquierdo en misteriosas circunstancias mientras era custodiado por la CIA, una vez más la preocupación de la agencia no tuvo nada que ver con su salud.

El informe sobre la tortura presentado en diciembre de 2014 por la Comisión de Inteligencia (a pesar de la oposición de la CIA, que incluyó el pirateo de los ordenadores de la comisión) describió así la situación: después de haber perdido el ojo, “... en octubre de 2002, en el LUGAR DE DETENCIÓN GREEN (ahora se sabe que estaba en Thailandia) recomendó que se comprobara la visión del ojo derecho, notándose que ‘tenemos la certeza de que puede ver, leer y escribir’.

Le lugar de detención Green puso el énfasis en que “esta solicitud está motivada por nuestras necesidades de inteligencia [no] por preocupaciones humanitarias respecto de AZ”.

Después, la CIA se puso a trabajar en la interrogación de Zubaydah con la ayuda de dos contratistas, los psicólogos Bruce Jessen y James Mitchell, que habían sido instructores en el centro de adiestramiento SERE** de la Fuerza Aérea, pudieron probar sus teorías sobre el uso de la tortura para inducir lo que ellos llamaban “indefensión aprendida” con el objetivo de reducir la capacidad de resistir los interrogatorios de un sospechoso. 

¿El costo de este contrato? Apenas 81 millones de dólares.

Los archivos de la CIA muestran que, a partir de un programa elaborado por Jessen y Mitchell, los interrogadores de Abu Zubaydah le habrían sometido al “submarino” unas 83 veces durante un solo mes; esto significa que lo amarraban a una tabla de madera, le cubrían todo el rostro con una tela y después derramaban agua poco a poco sobre la tela hasta que él empezaba a ahogarse.

Según informó la comisión senatorial, en cierto momento del interminable y repetido suplicio, Zubaydah “dejó de responder a cualquier estímulo y de su boca, completamente abierta, solo salían burbujas”.

Cada una de esas 83 sesiones de lo que llamaba “el ciclo de riego” tenía cuatro pasos:

“1) exigencias de información intercaladas con la aplicación de agua hasta casi anegar sus vías respiratorias, 

2) aumento de la cantidad de agua derramada hasta que las vías respiratorias se bloquearan y él empezara a tener espasmos involuntarios, 

3) aumento del agua hasta anegar completamente la traque y los bronquios y 

4) disminución de la cantidad de agua y regreso a la exigencia de información.”

La CIA grabó en vídeo cada una de las “etapas” a las que fue sometido Zubaydah, pero en 2005 destruyó las cintas cuando aparecieron noticias sobre su existencia y aumentó el apuro de la agencia por el descubrimiento (y la posibilidad de futuras acusaciones). 

Más tarde, el director de la CIA Michael Hayden aseguraría a la CNN que las cintas habían sido destruidas solo porque “ya no tenían ‘valor para la inteligencia’ y planteaban un riesgo para la seguridad”.

¿La “seguridad” de quién estaba en riesgo si las cintas se hacían públicas? 

Muy probablemente, la de los agentes operativos de la CIA y la de los contratistas que estaban violando muchas leyes nacionales e internacionales contra la tortura, junto con altos funcionarios de la CIA y de la administración Bush que había aprobado conscientemente esas acciones.

Además del “submarino”, el informe del Senado sobre la tortura señala que Zubaydah fue obligado a mantener insoportables posiciones (que provocan terrible dolor pero no dejan huellas); sufrió privación de sueño (durante periodos de hasta 180 horas, lo que normalmente ocasiona alucinaciones o psicosis); largas exposiciones a sonidos muy fuertes (otra forma de inducir psicosis); “walling” la palabra inventada por la CIA para nombrar una tortura que consiste en golpear la espalda del prisionero contra una pared “falsa y flexible”, aunque Zubaydah declaró ante la Cruz Roja que la primera vez que fue sometido a esta práctica, “fue arrojado contra un muro de hormigón”; y confinamiento durante horas en una celda tan pequeña que en ella era imposible ponerse de pie.

Todos estos métodos de tortura habían recibido un explícito “visto bueno” en un memorándum escrito por Jay Bybee al abogado principal de la CIA John Rizzo –por entonces, Bybee trabajaba en la oficina de Asesoría Legal del departamento de Justicia–. 

En ese memorándum, Bybee aprobó el empleo en Zubaydah de 10 “técnicas” distintas.

Parece probable que, mientras la CIA estaba torturando a Zubaydah con la dirección de Jessen y Mitchell para sacarle cualquier información que pudiese tener, también se le estaba utilizando para comprobar la “eficacia” del submarino como técnica de tortura.

De haber sido así, tanto la CIA como sus contratistas violaron no solo el derecho internacional sino también la ley sobre Crímenes de Guerra de Estados Unidos, que prohíbe expresamente experimentar con prisioneros.

¿Qué es lo que nos hace pensar que el tratamiento dado a Zubaydah haya sido, en parte, un experimento? 

El 30 de mayo de 2005, en un memorándum enviado a Rizzo, Steven Bradbury –jefe de la oficina de Asesoría Legal del departamento de Justicia– hablaba sobre si conservar o no los archivos de la CIA.

Había, comentó Bradbury, cierto método en la brutalidad de la CIA. “Se conservan cuidadosamente registros de cada interrogatorio”, escribió. Este procedimiento, continuaba, “permite la evaluación continua de la eficacia de cada técnica y sus posibilidades para cualquier resultado no buscado o inadecuado”.

En otras palabras, con el apoyo del departamento de Justicia de Bush, la CIA llevaba metódicos registros de un procedimiento experimental diseñado para evaluar las bondades del funcionamiento del “submarino”.

Esta era también la impresión de Zubaydah. “Durante este periodo me dijeron que yo era uno de los primeros en recibir esas técnicas de interrogación”, habría de decir tiempo después Zubaydah a la comisión internacional de la Cruz Roja, “entonces, no había ninguna regla. 

Daba la impresión de que estaban experimentando y probando unas técnicas para usarlas más tarde con otras personas”.

Además de las filmaciones, la oficina de Servicios Médicos de la CIA exigía un meticuloso registro escrito de cada sesión de “submarino”. Los detalles que debían quedar registrados fueron explicados con toda claridad:

“Para disponer en el futuro de más información para hacer recomendaciones y diagnósticos médicos, es importante que cada aplicación del ciclo de riego sea rigurosamente documentada: la duración de cada aplicación (y la totalidad del procedimiento), cuánta agua se ha utilizado (teniendo en cuenta que mucha se pierde), cómo es aplicada exactamente el agua, si se consiguió un bloqueo, si se llenaron los conductos nasales o bronquiales, el volumen del material estomacal vomitado, la duración de las pausas entre aplicaciones y el aspecto que tenía el sujeto entre cada tratamiento”.

Una vez más, queda claro que se trata de registros de un procedimiento en experimentación y, tal como se realizaron, centrados en determinar la cantidad de agua adecuada, si acaso se había conseguido un “bloqueo” respiratorio (de modo que el aire no pudiese llagar a los pulmones); si acaso los conductos nasales o bronquiales (es decir, nariz y garganta) estaban tan llenos de agua que la víctima no podía respirar; y cuánto vomitaba el “sujeto”.

Fue con Zubaydah que la CIA también inició la práctica –generalizada después del 11-S– de esconder a los detenidos, para que no pudiesen ser entrevistados por la Cruz Roja, en sus “emplazamientos negros”, las prisiones secretas instaladas en países de todo el mundo cuyos regímenes eran confiables o cómplices.

Esos prisioneros no registrados como tales pasaron a ser conocidos como “prisioneros fantasma”, ya que no tenían existencia oficial. Tal como señaló el informe senatorial sobre la tortura, “En parte para evitar que la comisión internacional de la Cruz Roja entrevistara a Zubaydah, que hubiese sido lo exigible si el detenido hubiese estado en una base militar de Estados Unidos, la CIA decidió conseguir autorización para detener clandestinamente a Aby Zubaydah en una instalación en otro país” (ahora se sabe que ese país fue Thailandia).

Tortura y lógica circular

Tal como informara el periodista de investigación inglés Andy Worthington en 2009, la administración Bush utilizó los resultados de los interrogatorios a Abu Zubaydah para justificar el mayor crimen de ese gobierno: la invasión ilegal de Iraq. 

Algunos funcionarios filtraron a los medios que Zubaydah había confesado que sabía del acuerdo secreto al que habían llegado Osama bin Laden, Abu Musab al-Zarqawi (quien después comandó al-Qaeda en Iraq) y el autócrata iraquí Saddam Hussein de trabajar mancomunadamente “para desestabilizar la región autónoma kurda en el norte de Iraq”. Por supuesto, esto era una mentira total.

Zubaydah no podía conocer semejante acuerdo, primero porque, según palabras de Washington, era “absurdo”, y segundo porque Zubaydah no era miembro de al-Qaeda ni nada parecido.

De hecho, la prueba de que Zubaydah no tenía nada que ver con al-Qaeda iba más allá de lo circunstancial; era completamente falsa. 

El razonamiento de la administración era algo así: Zubaydah, un “jefe importante de al-Qaeda” mandaba el campo Khaldan en Afganistán, por lo tanto, Khaldan era un campo de al-Qaeda; si Khaldan era un campo de al-Qaeda, Zubaydah debe haber sido un jefe importante de al-Qaeda.

Entonces, la CIA utilizó sus “técnicas mejoradas” para arrancar aquello que quería oír de boca de un hombre cuya vida no tenía relación alguna con las mentiras que evidentemente, y como consecuencia de la tortura, les dijo finalmente a sus captores.

Nada sorprendente; ningún componente de la fórmula de la administración demostró ser correcto. Era verdad que, durante varios años, la administración Bush habló rutinariamente de Khaldan como si fuera un campo de adiestramiento de al-Qaeda, aunque la CIA sabía muy bien que eso no era así.

Por ejemplo, el informe sobre tortura de la comisión de inteligencia del Senado de Estados Unidos dejó esto asentado con absoluta claridad; para hacerlo se remitió a la Evaluación de Inteligencia de la CIA, del 16 de agosto de 2006, titulada “Countering Misconceptions About Training Camps in Afghanistan, 1990-2001” (Respuesta al extendido error sobre los campos de adiestramiento en Afganistán, 1990-2001). Lo hizo así:

“Khaldan no está asociado con al-Qaeda. Un error generalizado en artículos del exterior es que el campo de Khaldan estaba dirigido por al-Qaeda. Un reporte anterior al 11 de septiembre de 2001 informaba erróneamente de que Abu Zudaybah era un ‘importante comandante de al-Qaeda’, lo que condujo a inferir que el campo Khaldan que él regenteaba estaba vinculado con Osama bin Laden.”

No solo que Zudaybah no era un jefe importante de al-Qaeda; según el informe, él había sido rechazado como miembro de al-Qaeda tan tempranamente como 1993, y la CIA lo sabía al menos desde 2006, si no antes. 

No obstante, un mes después de que se aclarara internamente la naturaleza del campo Khaldan y la falta de vinculación de Zudaybah con al-Qaeda, el presidente Bush utilizó la historia de la captura e interrogatorio de Zudaybah en un discurso a la nación para justificar el programa de “interrogatorio mejorado” de la CIA. 

En ese momento, dijo que Zudaybah había “ayudado a sacar a escondidas a algunos líderes de al-Qaeda fuera de Afganistán”.

En el mismo discurso, Bush le dijo a la nación: “Nuestra comunidad de la inteligencia cree que [Zubaydah] dirigió un campo de adiestramiento de terroristas en Afganistén donde se entrenaron algunos de los secuestradores del 11-S” (presuntamente, una referencia de Khaldan). 

En lugar de eso, es posible que la CIA estuviera tras algunas personas que realmente adiestraron a a los secuestradores: los operadores de escuelas de vuelo de Estados Unidos, en las que según una nota del Washington Post del 23 de septiembre de 2001, la FBI ya sabía que había “terroristas” que estaban aprendiendo a pilotar aviones 747.

En junio de 2007, la administración Bush insistió en sus dichos acerca de que Zudaybah había estado involucrado en los ataques del 11-S. 

En una presentación ante la comisión de Seguridad y Cooperación con Europa del Congreso de Estados Unidos, el asesor legal del departamento de Estado John Belinger, argumentando sobre la razón para que no se cerrara la prisión de Guantánamo, explicó que esa prisión “cumple un servicio muy importante: retener y custodiar a individuos extremadamente peligrosos... [como] Abu Zudaybah, unas personas que han planificado el 11-S”.

Cargos retirados

En septiembre de 2009, el gobierno de Estados Unidos levantó –sin hacer ruido– los muchos cargos contra Abu Zubaydah, Su abogado había presentado un pedido de habeas corpus en su beneficio; es decir, una solicitud para ejercitar el derecho constitucional que le cabe a todo aquel que esté detenido para saber cuáles son los cargos que pesan sobre esa persona.

En ese contexto, se pedía al gobierno que proporcionara cierta documentación que ayudara a sustanciar su reclamo de que la continuación de la detención de su defendido en Guantánamo era ilegal. 

La recién comenzada administración Obama respondió con un documento de 109 páginas redactado por el Tribunal Distrital de Columbia, que es el designado por la ley para escuchar los casos de habeas corpus de los detenidos en Guantánamo.

La mayor parte del documento se reducía a un argumento gubernamental ciertamente bastante curioso, si se tiene en cuenta los años que el gobierno federal llevaba alardeando sobre el papel central de Zubaydah en las actividades de al-Qaeda. Argumentaba que no había razón para entregar unos documentos “exculpatorios” que demostraran que él no fuera integrante de al-Qaeda o no estuviese implicado en los ataques del 11-S o cualquier otra actividad terrorista dado que el gobierno ya no estaba sosteniendo que algo de eso fuese verdad.

Los abogados del gobierno continuaron argumentando –bastante extravagantemente– que la administración Bush nunca había “sostenido que [Zubaydah] tuviese alguna implicación personal en la planificación o la realización... de los ataques del 11 de septiembre de 2001”.

Y agregaban que “el Gobierno tampoco había sostenido en esta demanda que, en el momento de su captura, [Zubaydah] tuviera conocimiento de alguna acción terrorista inminente”, un argumento especialmente curioso dado que la evitación de futuros ataques como los del 11-S era la primordial justificación de la CIA para torturar a Zubaydah.

Lejos de creer que “si no era el número dos, él estaba muy cerca de quien sí lo era” en al-Qaeda, como había argüido una vez el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, “el Gobierno no había sostenido en esta demanda que [Zubaydah] fuera miembro de al-Qaeda o de alguna forma se lo relacionara formalmente con al-Qaeda”.

Entonces, el caso contra el hombre que había sido sometido 83 veces a la tortura del “submarino” y que gracias a ello había aportado –supuestamente– a la CIA información decisiva acerca de los planes de al-Qaeda era retirado calladamente, sin escándalo ni atención mediática alguna. El documento Nº 1 ya no lo era.

Siete años después del primer pedido de habeas corpus de Zubaydah, el Tribunal Distrital de Columbia todavía no se ha pronunciado acerca de él. Dado el promedio de demora en las resoluciones del Tribunal, que está en los 751 días para este tipo de peticiones, el del habeas corpus de Zubaydah lleva una demora exageradamente larga. En este caso, verdaderamente justicia demorada es justicia denegada.

Sin embargo, tal vez no deberíamos sorprendernos. Según el informe de la Comisión de Inteligencia del Senado, la oficina central de la CIA aseguró a quienes interrogaban a Zubaydah que él “nunca sería puesto en situación de tener cualquier contacto significativo con otros detenidos y/o tener la posibilidad de ser liberado”.

De hecho, “todos los actores principales coinciden”, estableció la agencia, “en que el detenido deberá continuar incomunicado el resto de su vida”. Hasta ahora, esto es justamente lo que ha sucedido.

La captura, la tortura y la utilización propagandística de Abu Zubaydah es el ejemplo perfecto de la combinación única de deliberada violación de la ley, escritura de memorándums autoprotectores, y lo que los salvadoreños con quienes he trabajado una vez llamaban “incompetencia estratégica”.

El hecho de que nadie –ni George Bush ni Dick Cheney, ni Jessen ni Mitchell, ni los muchos directores de la CIA– haya tenido que rendir cuentas significa que, a menos que seamos muy afortunados, en el futuro seremos testigos de más de lo mismo.

Rebelion: Por Rebecca Gordon

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