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Corea: La rebelión de las esclavas sexuales del Imperio del Sol Naciente


Víctimas de una violencia sexual a escala industrial organizada por las tropas japonesas en las guerras de Asia-Pacífico, cientos de supervivientes surcoreanas rechazan el pacto con Shinzo Abe

Kang Il-chul sólo tenía 16 años cuando fue 'reclutada' por los militares japoneses que entonces ocupaban su localidad natal de Sangju, en Corea: sería forzada a prostituirse en una instalación militar de Pyungten, hoy Sunyang, antes de ser desplazada a otra estación en Changchun. 

De allí fue trasladada a Mudanjang, donde entre 10 y 20 soldados la violaban cada día.

Ella fue una entre las 200.000 y 300.000 esclavas sexuales del Imperio del Sol Naciente, una maquinaria patrocinada por el Ejército y alimentada por traficantes, secuestros y promesas falsas de trabajo que habría quedado en el olvido sino fuera por mujeres como ella quienes, siendo ancianas, decidieron subirse a un estrado para exigir a Tokio una disculpa que les devuelva la dignidad.

Hoy, Kang lo rememora desde el refugio de antiguas esclavas, la Casa del Compartir, junto a otras supervivientes que como ella ya rozan o superan los 90 años.

 Les fallan las energías para acudir a las protestas, pero no la determinación.

 "Yo lo dejaría de denunciar, pero por más que lo hago, las cosas no cambian. 

Y queremos que se haga justicia", dice a EL MUNDO Lee Ok-sun, otra de las 'halmuni' -abuela, en coreano- que venció el pudor y el miedo para desvelar su pasado de esclava sexual de los militares japoneses.

No necesitan seguir coreándolo a pie de calle, porque han entregado el testigo a las nuevas generaciones.

 La menuda Hye Jeong-yu ha hecho acopio de fuerzas para subirse al estrado. Aferrada al micrófono, su voz se alza sobre los asistentes, que guardan silencio.

 "No abandonaremos hasta que no haya disculpas.

 Creen que pueden comprar nuestro silencio enviando dinero, pero no es eso lo que buscamos. 

Sólo queremos que admitan la verdad", recita temblando de nervios y frío, con la mirada fija en el papel manuscrito con caligrafía infantil, arrancando aplausos al largo centenar de jóvenes que asisten al acto.

Protestas todos los miércoles

La protesta, que cada miércoles exige responsabilidades a Japón por la esclavitud sexual activada por su imperio en las guerras de Asia-Pacífico (1931-1945) para la que fueron reclutadas o forzadas cientos de miles mujeres en las "colonias" del Imperio del Sol Naciente -China, Taiwan, Filipinas, Indonesia, Timor, Malasia, Birmania, Micronesia, Papúa Nueva Guinea, y muy en especial en Corea- se celebra cada miércoles al mediodía, en torno a la estatua de bronce que representa a las víctimas: una adolescente sentada en una silla, con la mirada fija en la Embajada japonesa.

La indignación nipona fue tal que se exigió a Seúl que se quitase la figura, envite al que las ONG respondieron colocando 17 de réplicas en todo el país y otras 10 en capitales extranjeras. Una exigencia muy significativa de la postura japonesa en esta cuestión, como incide la profesora Alexis Dudden, experta en Historia japonesa de la Universidad de Connecticut.

 "Lo normal es pedir que se derriben estatuas de personajes históricos que cometieron crímenes; Japón es el único país que exige la destrucción de una estatua a sus víctimas. Ninguna nación desarrollada ha llevado la negación a un nivel tan alto".

Yo lo dejaría de denunciar, pero por más que lo hago, las cosas no cambian. Queremos justicia

Dice a EL MUNDO Lee Ok-sun, otra de las 'halmuni' -abuela, en coreano-

"Abe cree que una vez que mueran las abuelas, esto se habrá acabado. Cree que puede seguir sin pedir disculpas y venir a los Juegos Olímpicos como si nada ocurriera. Pero no será así, la sociedad coreana está muy enfadada y no va a pasar página", promete Hye Jeong-yun, de 15 años, con la determinación de la adolescencia, una vez que termina su discurso.

 A su lado, Yoon Mi-hyang, responsable del Consejo Coreano de Mujeres Esclavas Sexuales de Japón -que organiza la manifestación- asiente. "Estaremos aquí hasta que el Gobierno japonés acepte sus crímenes y presente la disculpa oficial y la compensación legal que llevan décadas pidiendo las víctimas", explica mientras los discursos de adolescentes que se alternan en el estrado siguen elevando la indignación.

La visita de Shinzo Abe, durante la apertura de los Juegos Olímpicos que celebra Corea, está envenenada por la historia. La indignación por la negativa del japonés a admitir los crímenes de sus tropas, que instalaron burdeles militares alimentados por esclavas en todo Asia, allá donde fueron acantonadas las tropas niponas, se suma al acuerdo firmado por la anterior Administración de Seúl -cuya presidenta, la conservadora Park Geun-hye, está en prisión, acusada de varios escándalos de corrupción- para poner fin al contencioso calificado por el actual Gobierno de Moon Jae-in de "gravemente defectuoso".

La sociedad coreana está muy enfadada y no va a pasar página

Promete Hye Jeong-yun, de 15 años

El tratado, "final e irreversible" para Tokio, se pactó en secreto y sin tener en cuenta a las víctimas, mujeres que reunieron un valor poco común para denunciaraños de violencia sexual pese al estigma social que ello implica.

"Aún no sé cómo se decidieron a hablar en público", dice meneando la cabeza Ho-cheol Jeong, responsable internacional de la Casa del Compartir, mientras guía por los pasillos de la residencia-museo para los supervivientes de la esclavitud sexual japonesa, situada en la localidad de Gwangju. 

"No necesitaban exponerse con los 70 años que tenían entonces.

 Pero siendo abuelas, lo hicieron, cambiando el curso de la historia, sólo por reivindicar su derecho a vivir con dignidad", prosigue mientras se desliza entre los retratos de las mujeres que se atrevieron a alzar la voz.

La primera mujer en romper el tabú

La primera en romper el tabú fue Kim Hak-soon, en 1991. De origen chino, fue capturada cuando tenía 15 años por las tropas japonesas en Pekín y forzada a prostituirse en prostíbulos militares de Andong, Beijing y Chulbyuk-jin antes de ser liberada tras la derrota nipona, en 1946.

 Como otras muchas 'mujeres del confort' -el eufemismo empleado durante décadas-, Kim quedó condenada a la pobreza: fueron pocas quienes se casaron tras la guerra, temerosas de que sus parejas conocieran su pasado, y la mayoría quedó condenada a la infertilidad por las lesiones producidas por 10 horas de prostitución diaria, en muchos casos.

 En 1990, cuando la democracia se asomaba a Corea poniendo fin a décadas de dictadura militar, decidió revelar su aterrador pasado, despertando a una sociedad que hasta entonces había ignorado el destino de sus mujeres durante la guerra.

Según algunos historiadores, el fenómeno de las 'mujeres del confort' podría equivaler al Holocausto en lo que a la prostitución y violación en tiempos de guerra se refiere: violencia sexual a escala industrial, organizada y regulada, con el colectivo femenino como único receptor de la tortura, el confinamiento y la brutalización sexual.

Una superviviente en la Casa del Compartir. M.G.P.

El mando japonés autorizó el sistema para minimizar las violaciones en el campo de batalla -que generaban rencor hacia los ocupantes- y evitar enfermedades de transmisión sexual, pero ante la carencia de prostitutas, se atraía a mujeres con promesas de empleo en fábricas, pagando a sus familiares o incluso secuestrándolas.

 La identidad de las esclavas era anulada: se les asignaba un nombre japonés que figuraba escrito en las tablillas, a la entrada de cada burdel.

 Los uniformados elegían un nombre y pagaban a quienes regentaban el prostíbulo -a menudo militares, en ocasiones simpatizantes- por mantener sexo con ellas.

 Algunas supervivientes denunciaron que podían tener 30 contactos por día. Por las mañanas era el turno de los soldados, por la tarde los oficiales.

"Les proporcionaban pasaportes y tarjetas de identidad para desplazarlas por sus colonias en convoyes y barcos militares.

 Eran parte del inventario militar, bienes perecederos", explica el director de la Casa del Compartir, Ahn Shinkwon. Pasaban de una base a otra mientras los médicos militares las considerasen aptas: en caso contrario, solían ser ejecutadas.

Se estima que un 40% de ellas se suicidó, tras la Segunda Guerra Mundial, perdidas y traumatizadas en tierras extrañas cuando los japoneses abandonaron las bases, incapaces de regresar a sus lugares de origen.

 Lee Ok-sun fue capturada con 18 años y llevada a un aeródromo japonés de Yenji (China) donde era violada por los soldados.

 De allí fue desplazada a otros prostíbulos militares: tras la guerra, se quedó en China hasta que en junio de 2001, la Casa del Compartir la localizó y la repatrió a Corea para albergarla en la residencia.

Hoy, la anciana es un icono de la lucha de las mujeres confort. Recibe en la residencia con una vitalidad impensable para sus 92 años de edad: a su lado, la combativa Kang Il-chul, con 91 años, recita sus reclamos ante un grupo de políticos locales. 

A su lado está Park Ok-sun, de 95, fue forzada a prostituirse durante cuatro años: no regresó a Corea hasta 2001. En total, nueve supervivientes habitan la residencia.

"De las 239 supervivientes que se dieron a conocer, unas 50 han pasado por nuestro refugio", continúa el director. Según Shinkwon, sólo unas 30 víctimas regresaron a Corea tras la guerra. "Muchas murieron sin saber cómo regresar, otras se suicidaron o fueron asesinadas. 

Hay testimonios de suicidios forzados y sobre todo, de condiciones terribles de viaje: de las 36 compañeras de barracón de Park Ok-ryun, sólo dos sobrevivieron a las penurias del regreso".

Otras de las supervivientes recibiendo a un grupo de políticos en la Casa del Compartir. M.G.P.

Una vez de vuelta, en el contexto de la Guerra de Corea y la dictadura, denunciar su pasado sólo equivalía al estigma social. "La mayoría murió en indignidad y pobreza, una buena parte se quedó en en sus países de acogida. Sufrieron la doble desgracia de ser forzadas a la industria sexual, sometidas a las penurias más atroces y después ser abandonadas a su suerte. Pasaron la vida aterrorizadas pensando que si alguien sabía su pasado, serían abandonadas de nuevo, repudiadas por la sociedad", continúa Dudden.

En 1991, el valor de Kim Hak-soon arrastró a otras muchas a denunciar en una manifestación que, en sus orígenes, sólo era frecuentada por víctimas, poniendo fin a medio siglo de silencio amparado por la protección norteamericana a Japón, que propició que Tokio se enrocase en su negación de la Historia.

 En los últimos 26 años, la protesta se ha celebrado cada semana: la propia Yoon Mi-hyang lleva 14 años asistiendo. "El Gobierno debería haber arrancado el acuerdo requerido por las abuelas, ni una coma más ni menos. 

Tal como está redactado, debe ser invalidado", dice. Las exigencias de las 'halmoni' pueden leerse en las pancartas con forma de mariposa que alzan los escolares en la manifestación; "Disculpa oficial". "Compensación Legal"; "Levantemos monumentos a su memoria"; "Que se sepa la verdad"; "Que se admitan los crímenes de guerra"; "Que se castigue a los responsables"; "Que se escriba en los libros de texto".

"Nuestra intención es también elevar la conciencia sobre un problema que sigue afectando a todo el mundo, el abuso sistemático de mujeres en tiempos de guerra. Las abuelas son tan mayores que ya no pueden venir, así que es justo que sigamos viniendo en su nombre", explica Yoon. 

"Al principio sólo venían víctimas. El tipo de asistentes cambió con el tiempo, a medida que se extendía la conciencia. Sólo comenzaron a venir estudiantes a partir de 2015, antes apenas se conocía el problema. Pero debemos aceptar nuestra historia para crear un futuro mejor".

La memoria histórica parece garantizada por los manifestantes más jóvenes. Una niña de no más de 12 años porta una pancarta con el lema "devolvamos el orgullo y los derechos humanos a las abuelas". Otra sostiene otra cartulina donde puede leerse: "Japón debe disculparse". "No lo podemos soportar. Queremos disculpas ya", vocean desde el estrado, coreadas por el público, las escolares que han tomado el turno de palabra.

Les proporcionaban pasaportes y tarjetas de identidad para desplazarlas por sus colonias en convoyes y barcos militares. Eran parte del inventario militar, bienes perecederos

Explica el director de la Casa del Compartir, Ahn Shinkwon.

Desde que las abuelas denunciaran las violaciones, la disputa ha envenenado las relaciones entre Tokio y Seúl. Japón las considera simples prostitutas que cobraban por sus servicios. "Tras las primeras protestas, el Gobierno japonés publicó la Declaración Kono, en 1993, donde admitía la responsabilidad, se disculpaba y prometía incluir el asunto en sus libros de Historia, pero no se preveían compensaciones", explica la profesora Tessa Morris-Suzuki, de la Universidad Nacional de Australia, por 'email'. "En 1995 se creó un fondo alimentado por donaciones privadas, no por dinero gubernamental: algunas antiguas 'mujeres de confort' en Corea consideraron que eso reflejaba la incapacidad del Estado japonés para responsabilizarse. 

Y lo que es peor, en ese momento surgió un retroceso una reacción violenta, que trató de evitar que se nombrasen a las 'mujeres de confort' en las lecciones de Historia japonesa. Una figura clave en este movimiento fue Shinzo Abe. Como primer ministro, Abe no ha podido rescindir la Declaración Kono de 1993, porque esto causaría un problema diplomático con Corea del Sur y Estados Unidos, pero ha hecho todo lo que está en su mano para socavar su credibilidad a los ojos del público japonés".

Para Morris, el trasfondo del problema es que Japón niega una realidad documentada. "La posición del Gobierno de Abe es que no hay documentos oficiales que muestren que las 'mujeres de solaz' fueron reclutadas por la fuerza. Esto es, históricamente, completamente engañoso.

 Aunque muy pocos sobrevivieron a la guerra, hay documentos oficiales japoneses que sugieren la posibilidad de reclutamiento forzoso, y hay una gran cantidad de otras pruebas históricas (testimonios de víctimas, testimonios de testigos presenciales, incluidos prisioneros de guerra aliados, testimonios jurados de casos judiciales, etc.) que demuestran que decenas de miles de mujeres fueron reclutadas para el sistema de 'mujeres de solaz' por diversos métodos, incluidos el engaño, las amenazas y la fuerza. 

Y el acuerdo firmado en 2015 no hizo nada para impedir que Japón siga negando lo ocurrido, por eso es rechazado por la mayoría de los surcoreanos". Según las encuestas, el 75% considera que la disputa no se ha cerrado; el 53% de los japoneses comparte esa opinión.

Para los responsables de la Casa del Compartir, parte del problema radica en el histórico proteccionismo de Estados Unidos a Japón y en la emergencia de una derecha nipona revisionista, capaz de reivindicar el pasado imperial y defender a los criminales de guerra, amparada por Abe. 

"Cuando grupos de estudiantes japoneses anuncian en las redes sociales que pretenden visitarnos, la campaña de los derechistas es tan agresiva que muchas veces se ven obligados a anular el viaje", explica Shinkwon. "Individualmente, muchos aceptan lo ocurrido pero a nivel gubernamental, se niega la realidad de la esclavitud sexual".

http://www.elmundo.es/internacional/2018/02/12/5a8032f022601db9108b461c.html

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