Tres compañías de producción de carne —JBS, Cargill y Tyson— emitieron más gases con efecto de invernadero el año pasado que toda Francia, y casi tanto como algunas de las mayores compañías petroleras, tales como Exxon, BP y Shell.
Así que, por primera vez en la historia, hemos calculado las emisiones de las corporaciones relacionadas con la cria de animales utilizando la metodología más abarcadora creada hasta la fecha por la Organización de Naciones Unidas de la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Así que antes de que las industrias de carne y lácteos desciendan a la COP23 para difundir su narrativa de que “alimentan al mundo”, enderecemos la historia: sus emisiones podrían conducirnos a un punto sin retorno.
Encontramos que las veinte principales compañías de carne y lácteos emitieron en 2016 más gases con efecto de invernadero que toda Alemania, el país más contaminante de toda Europa, por mucho. Si estas corporaciones fueran países, serían el séptimo país con más emisiones de gases con efecto de invernadero del mundo.
Queda claro que el mundo no podrá evitar una catástrofe climática sin confrontar las impresionantes emisiones de los más enormes conglomerados de carne y lácteos.
A lo largo de las últimas décadas, estas corporaciones se han vuelto inmensamente poderosas y han impulsado políticas que fomentan el rápido crecimiento en la producción industrial y el consumo de carne y lácteos por todo el mundo, a cualquier costo.
Una consecuencia, entre muchas, es que la producción de ganado ahora contribuye con 15% de las emisiones de gases con efecto de invernadero, incluso más que el sector del transporte.
Si la producción continúa creciendo según las proyecciones de FAO, las emisiones escalarán al punto en que la producción industrial de carne y lácteos por sí sola impedirá que podamos mantener las temperaturas a niveles que no desaten un escenario apocalíptico.
En la próxima reunión climática en Bonn, Alemania, la COP23, las mayores compañías de carne y lácteos del mundo contarán una historia muy distinta. Explicarán que su producción es necesaria para la seguridad alimentaria mundial, y que como tal deberían dejarlas accionar, o mejor aun, que se les concedieran incentivos por lidiar con sus emisiones de gases con efecto de invernadero. Esto no es cierto.
Tales compañías producen una vasta cantidad de carne y lácteos sumamente subsidiada en un puñado de países donde estos productos ya se consumen en demasía.
Entonces exportan sus excedentes al resto del mundo, minando los esfuerzos de millones de campesinos en pequeña escala que, de hecho, garantizan una seguridad alimentaria, y bombardeando a los consumidores con productos comestibles procesados muy poco saludables.
En Bonn, es muy probable que las enormes compañías de carne y lácteos inviertan mucho tiempo y dinero hablando de eficiencia, mientras expanden su producción. Dirán que el único modo de efectivamente reducir las emisiones es exprimirle hasta la última gota de leche a las vacas o hacer que sus reses puedan morir más pronto.
Tales “soluciones” no sólo se suman al horrible trato que la industria le propina a sus trabajadores y sus animales sino que exacerban la crisis ambiental y de salud ocasionada por tal industria.
Eso también condena a 600 millones de campesinos en pequeña escala y a 200 millones de pastores que dependen de sus hatos para su sustento y para alimentar a miles de millones de personas diariamente con cantidades moderadas de carne, lácteos y huevo. Estos pequeños productores son la columna vertebral de los sistemas alimentarios que pueden frenar y confrontar el cambio climático. Son ellas y ellos quienes necesitan recibir apoyos y fortalecerse.
Si somos serios acerca de alimentar el planeta y a la vez combatir la crisis climática, necesitamos con urgencia invertir en una transición hacia sistemas alimentarios que engarcen con los productores en pequeña escala, con proyectos de agroecología y con los mercados locales.
Estos sistemas proporcionan niveles moderados de carne y lácteos, brindan modos de vida y sustento a comunidades rurales y urbanas y hacen de los cultivos, y de los animales, algo que puede adaptarse a las volatilidades de un clima impredecible.
Las soluciones existen; es sólo que necesitamos instrumentarlas con urgencia.
El primer paso es redirigir los fondos públicos, de los criaderos industriales y las factorías del agronegocio a las fincas campesinas agroecológicas y de pequeña escala. Los gobiernos deberían también utilizar su poder de compra para respaldar a los pequeños productores, ayudándoles a impulsar empleos, mercados y productos locales.
Así como numerosas ciudades están optando por energía alterna para frenar el cambio climático, así también las municipalidades deberían invertir en programas que relacionen la finca con los hospitales o con las escuelas, para brindar alimentos más sanos que fortalezcan a la vez a las comunidades rurales y reduzcan las emisiones de gases con efecto de invernadero.
Es tiempo de ponerle un alto a los gigantes industriales de la carne y los lácteos para que no sigan destruyendo el clima. Demos un viraje en el apoyo promoviendo la capacidad de adaptación de nuestros campesinos, pastores y rancheros.
GRAIN es una pequeña organización internacional sin fines de lucro que trabaja con campesinos en pequeña escala y movimientos sociales en sus luchas en pos de sistemas alimentarios controlados comunitariamente y basados en la biodiversidad.
IATP trabaja local y globalmente en la intersección entre las políticas publicas y la práctica para garantizar alimentos y sistemas de producción y comercio sustentables y justos.
https://www.alainet.org/es/articulo/189126