Durante la funesta época de la conquista, una minoría de soldados famélicos exterminó casi totalmente a una población de 70 millones de personas pertenecientes a pueblos originarios. Hoy sólo quedaron 6 millones.
En Santo Domingo, por ejemplo, la población nativa que inicialmente contaba con casi 4 millones de personas en 1496, en 1570 eran apenas 125 mil seres humanos.
Los españoles con la complicidad de sus reyes y de la iglesia católica, violó millares de mujeres para luego asesinarlas arrojándoles perros para que las despedazaran.
Pero como esto no era suficiente para aplacar su deseo de sangre y crueldad, los conquistadores crearon harenes (casas de cita) donde sometieron a niñas de edades comprendidas entre 12 y 14 años.
Más tarde, pululaban en las márgenes de las ciudades principales, centenares de huérfanos que morían de hambre, sed y enfermedades espeluznantes.
Hubo casos de suicidios individuales y colectivos causados por la desesperación de las personas originarias, optaban por quitarse la vida ante la posibilidad de la esclavitud, la tortura y la injusticia.
Los rebeldes de la Isla Cubagua, explotados por los buscadores de perlas, se mantenían bajo el agua hasta perder la conciencia y se amarraban piedras en la nuca para nunca más volver a la superficie.
Es así que millones de mujeres, hombres y niños, morían trabajando para el español, que esta obsesionado, con la adquisición de metales y joyas preciosas.
En el Concilio (Asamblea de la jerarquía de la Iglesia) de Lima en 1583, que ordenó la destrucción de la memoria escrita de los incas, se decía que los indios eran “bárbaros y poco accesibles a la razón y que esto necesitaban más que otros la corrección corporal”.
Con esto se aludía a los azotes: miles y miles de indios se suicidaron por el dolor que causaban las heridas recibidas en los castigos.
Las indias sofocaban a los hijos niños en los ríos para que no sufrieran el mismo destino de sus padres o les cortaban los brazos para que los españoles los clasificaran como inútiles y los dejaran en paz.
Hablamos de una disminución de la población estimada en 70 millones de seres humanos. Ninguna de las matanzas del siglo XX puede compararse a esta hecatombe.
Se entiende hasta qué punto son varios los esfuerzos de ciertos autores para desacreditar lo que se llama “leyenda negra”, que establece la responsabilidad de España en este genocidio y empaña así su reputación.
Ni el conquistador bárbaro Gensis Khan, ni Hitler, ni Slobodan Milosevic, ni los verdugos que obedecían complacidos al tirano Josef Stalin o el mismo estados unidos, pudieron matar a tantos hombres, mujeres y niños como los europeos en América.
A la vez las enfermedades epidémicas trasmitidas por los soldados, a los originarios que no tenían defensas creadas para tales enfermedades, provocaron en añadidura, millones de muertes; ya que estos guerreros provenían de una España asolada por las pestes, como ser la viruela, la TBC, el escorbuto, el sarampión, la sífilis entre otras.
El 95% de la población de América Latina murió en los 30 años siguientes a la llegada de Colón, y 90 % de los nativos incas murió por las epidemias, los españoles no evitaron ni combatieron estas epidemias dejando morir así a una gran parte de la población que no lograron asesinar.