Este año se cumple el décimo aniversario del asesinato de Carlos Palomino a manos de un militar español de ideología nazi.
También se producía en el marco de una manifestación de un partido declarado abiertamente nazi: Democracia Nacional.
En aquel momento, como ahora, la respuesta de los medios de comunicación fue la equidistancia. Igualaron a los que promueven el odio racial, agreden a personas por su raza o por su condición sexual y portan machetes o armas de fuego, con aquellos y aquellas que luchamos contra el monstruo del fascismo.
Sin embargo, pese al esfuerzo comunicativo de generar una sensación de equidistancia, ese día la razón estaba del lado de quienes se encontraban en el Metro de Madrid, en la fatídica estación de Legazpi, presenciando el horroroso asesinato del joven Carlos Palomino.
Hoy tenemos que lamentar un nuevo asesinato a manos del fascismo. La víctima, esta vez en Charlottesville, ha sido una antifascista.
Sí, digámoslo claro y sin miedo a la criminalización: ¡una antifascista! Una heroína que, junto a miles de otros compañeros y compañeras demócratas estadounidenses, se oponía a las marchas del nazismo patrio.
Esto me lleva también a recordar a una heroína que se enfrentó a los nazis suecos allá por 1985. Fue Danuta Danielsson, cuya madre sufrió la tortura en los criminales campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Esta golpeó con su bolso la cabeza de un nazi durante una manifestación similar a la vivida estos días en Charlottesville.
Estos “monstruos” (como los definiría el propio Gramsci) predican su superioridad en base a su nacionalidad y su color de piel. Nos referimos a un ideario que explota los sentimientos nacionalistas con una intencionalidad terrorista, que plantea esclavizar a seres “inferiores” (son definidos así en base a su nacionalidad y color de piel) para servirles.
Al igual que lo defendía el propio Robert E. Lee, frente a cuya estatua rendían tributo en Virginia. Su manera de organizarse es la de los grupos extremadamente violentos y armados, siendo ejemplo de ello las “milicias” de estética paramilitar, armadas con fusiles de asalto que desfilaron en la mentada marcha.
No es de extrañar que estas ideas surjan en el seno de EE.UU, así como de otros países occidentales que presumen de tener una larga tradición democrática. El Gobierno estadounidense se comporta desde hace muchas décadas como si fuera el dueño y señor del mundo, de sus riquezas y de sus habitantes, para ponerlos al servicio de las grandes empresas estadounidenses.
Esto no ha cambiado con Donald Trump. Ha tomado incluso un cariz más nacionalista y racista, promoviendo políticas contra la inmigración y los refugiados de las guerras y la pobreza que ellos mismos desencadenan como gendarmes del mundo.
Quieren que el planeta esté a sus pies, pregonan que la “América” blanca y grande es superior a las demás naciones, así como a los demás ciudadanos y ciudadanas del mundo. Por ello, no es de extrañar que Trump no haya condenado la marcha violenta de los nazis estadounidenses en Charlottesville y que eche balones fuera mediante la ya manida excusa de que “la violencia procede de muchos sitios”.
Otra vez los grandes medios de comunicación, creadores de corriente de opinión en España, utilizan el manido argumento de “la violencia procede de ambos sitios”. Mientras tanto, numerosos antifascistas, antirracistas y luchadores por los derechos democráticos y la igualdad son asesinados por estos grupos violentos y armados, tanto en España como en el resto del mundo.
Y se suceden las “cacerías” y las agresiones homófobas de estos grupúsculos, como la producida hace unos días en Getafe (Madrid).
Es preocupante ver cómo el nazismo goza de una permisividad que resulta sonrojante a los ojos de cualquier demócrata. Pero aún más preocupante es ver cómo los grandes medios de comunicación, propiedad de importantes financieros, los enmascaran bajo las denominaciones como “supremacistas blancos”, “miembros del Ku Klux Klan” o, simplemente, no mencionan su ideología. E igual sucede a la hora de calificar sus actos asesinos.
Por ejemplo, TVE definía lo sucedido en Charlottesville como “atropello”, a pesar de las evidencias de ser premeditado. O El país hablaba de choque entre radicales. Esto nos obliga a reflexionar, ¿estos ejercicios de equidistancia aparente, pero de omisión de responsabilidades, no convierten al medio de comunicación en cómplices del terrorismo?
Quien nombra manda, y nadie dudará que los medios de comunicación tienen hoy una importancia protagónica en el proceso de definir quién es qué, con las consecuencias sociales que de ello se derivan (impunidad, insensibilidad, permisividad y apología).
No es casual, aunque lo quieren hacer pasar por tal para mantener su equidistancia con las y los antifascistas.
Evitan definirlo como un atentado terrorista de carácter fascista. ¿Por qué no son igual de diligentes y contundentes a la hora de calificarlo, como lo hacen diariamente con el terrorismo del Estado Islámico? Aquí estoy seguro de que encontrarían muchas similitudes ideológicas.
La preocupación no es gratuita, al igual que no lo es la responsabilidad de que vuelva a crecer el monstruo del fascismo. Se dice que “quien olvida su historia están condenado a repetirla”.
En la Alemania de los años 20 y 30 del siglo pasado se minusvaloró este fenómeno, permitiendo su crecimiento. Incluso muchos banqueros e industriales alemanes financiaron el crecimiento del Partido Nazi porque vieron en “una Alemania imperial grande que duraría un milenio” una interesante inversión para ampliar sus beneficios.
Este horror tuvo terribles consecuencias para la humanidad, la sumió en una época de oscuridad caracterizada por cacerías, asesinatos, represión política, ocupaciones militares y un genocidio sistematizado.
Si se oculta el verdadero carácter del movimiento supremacistas estadounidense y sus raíces, estamos condenados a repetir los errores que dieron luz a un terrible monstruo que asoló a la humanidad en su historia reciente.
http://blogs.publico.es/otrasmiradas/9922/llamemoslo-por-su-nombre-el-supremacismo-blanco-es-nazismo/