Camboya ni siquiera es un país sino un término fetiche para hablar de los jemeres rojos y su falso “genocidio”. Cualquier otro asunto no le interesa a nadie, sobre todo si es posterior al “genocidio” ya que aquel país nunca tuvo otro problema que aquel.
Pero de vez en cuando a los medios de intoxicación se les escapa la noticia de que la nueva Camboya no es más que un burdel, donde los grandes capitalistas, diplomáticos y miembros de las ONG, todos ellos con pasaporte occidental, practican la pedofilia con absoluta impunidad, lo que ha dado lugar a un floreciente negocio tráfico de niños y niñas para prostituirlos.
Esto ya no es noticia.
Otro negocio camboyano es el contrario del genocidio: el alquiler de madres gestantes.
Ayer los tribunales camboyanos condenaron a una enfermera australiana de 49 años, Tammy Davis-Charles, por participar en una clínica especializada en el alquiler de madres gestantes.
El capitalismo vende y alquila los cuerpos humanos que, en ocasiones, es lo único que el lumpen tiene para sobrevivir: su cuerpo.
El juez Sor Lina asegura que la australiana ejercía de intermediaria entre los padres contratistas y las camboyanas contratadas.
La australiana fue detenida en noviembre del año pasado en la capital, Phnom Penh, apenas dos semanas después de que el gobierno prohibiera el negocio de la gestación subrogada
La enfermera se dedicaba a reclutar jóvenes camboyanas y falsificar documentos para obtener certificados de nacimiento para los recién nacidos.
El negocio del alquiler de vientres se desarrolló muy rápidamente en Camboya, que se había convertido en una verdadera granja o criadero de seres humanos a la carta, sobre todo después de que en 2015 se prohibiera en Tailandia.
Frente a sus vecinos Camboya tenía la ventaja de unos precios sin competencia, realmente reducidos, sobre todo si los comparamos con otros, como Estados Unidos.
No obstante, a veces algunos incidentes trascendieron a la prensa.
En agosto de 2014 una pareja australiana abandonó el Tailandia a un recién nacido trisómico (diagnosticado con síndrome de Down), llamado Gammy, en manos de su madre, de 21 años de edad, llevándose consigo sólo a su hermana gemela, Pipah, que estaba bien de salud.
Algunas semanas más tarde los medios se escandalizaban al descubrir el negocio de las granjas de seres humanos.
Es la última moda.
Los que pagaban eran originarios siempre de los países más “avanzados” del mundo, como una japonés que recurría en serie a las madres tailandesas de alquiler para fabricar niños.
Las mujeres del Tercer Mundo ya son como una cadena de montaje y sus productos comerciales nacen con el código de barras incorporado.
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