Un artículo del NYT en castellano que, a pesar de estar plagado de eufemismos, se titula “El entramado psicológico de los brutales interrogatorios de la CIA” no puede menos que atraer nuestra atención morbosa.
Los Estados Unidos, que se presentan como adalides de la libertad y la democracia, se diferencian del Estado islámico, Daesh o como quiera que se llame esa banda de takfiristas wahabitas inmisericordes, en una cuestión de grado.
Lo que no es menor, pero tampoco no hace al fondo del asunto.
Quince años después de que ayudó a diseñar las brutales técnicas para los interrogatorios que se aplicaron a los sospechosos de terrorismo en las prisiones secretas de la CIA, John Bruce Jessen, un expsicólogo militar, expresó su ambivalencia sobre el programa.
Se describió a sí mismo y a un compañero psicólogo militar, James Mitchell, como participantes renuentes en el uso de las técnicas, algunas de las cuales se consideran como tortura, pero también las justificaron como efectivas para conseguir que cooperaran los detenidos que se resistían.
“Yo creo que cualquier hombre normal, mesurado, tendría que considerar cuidadosamente al hacer algo como esto”, comentó Jessen en una declaración que recién se dio a conocer.
“Yo deliberé con un gran pesar en el alma sobre esto y, obviamente, concluí que se podía hacer con seguridad, o no lo hubiera hecho”.
Los dos psicólogos –a los que funcionarios de la CIA han llamado arquitectos del programa de interrogatorios, una designación que ellos disputan– son los demandados en una proceso judicial que podría hacer responsables a los participantes de haber causado daños.
Se ha documentado bien el programa, pero durante su declaración, con una cámara enfocada en sus rostros, Jessen y Mitchell proporcionaron nuevos detalles sobre el esfuerzo de los interrogatorios, la función que tuvieron en ellos y su lógica.
A veces, sus relatos no concordaban con su propia correspondencia en ese entonces, así como con descripciones previas de ellos que hicieron funcionarios y otros interrogadores como participantes entusiastas del programa.
La Unión Estadounidense de Libertades Civiles presentó la demanda ante el Tribunal Federal de Distrito en Spokane, Washington, en nombre de varios exprisioneros de la CIA. The New York Times ha obtenido los videos de las deposiciones de Jessen y Mitchell, así como los de dos exfuncionarios de la CIA y dos exdetenidos.
Para la causa, también se han dado a conocer documentos de la dependencia recién desclasificados.
Las revelaciones sobre las prácticas de la CIA, que fueron un punto de partida radical para Estados Unidos, desencadenaron denuncias mundiales y amargas divisiones internas.
Llevaron a la prohibición final de las técnicas y a que la Asociación Estadounidense de Psicología prohibiera que sus miembros participaran en interrogatorios sobre la seguridad nacional.
En un informe de la comisión de inteligencia del senado se condenaron las técnicas para los interrogatorios por considerarlas una tortura e ineficaces para obtener inteligencia útil.
Durante años, Mitchell, refinado y asertivo, ha defendido las acciones de los dos hombres en la prensa y en un libro reciente, en tanto que Jessen permaneció callado.
Sin embargo, Jessen respondió preguntas bajo juramento el 20 de enero, el mismo día en que el presidente Donald Trump tomó posesión del cargo.
Durante la campaña electoral, Trump había prometido revivir el uso de la tortura, incluidos los simulacros de ahogamiento, aunque después se echó para atrás.
Los dos psicólogos argumentan que la CIA, de la cual eran contratistas, controlaba el programa. Sin embargo, es difícil demandar exitosamente a los funcionarios de la agencia debido a la inmunidad gubernamental.
De conformidad con la dirección de la agencia, los dos hombres dijeron que ellos propusieron las técnicas “mejoradas para el interrogatorio” –que entonces autorizó el Departamento de Justicia-, las aplicaron y capacitaron a otros para hacerlo.
Su negocio recibió 81 millones de dólares de la agencia.
Mohamed Ben Soud dibujó el trato en la prisión de la CIA. A la izquierda, una caja de madera donde fue encerrado y picado a través de los hoyos y, derecha, la tabla de madera donde fue amarrado y torturado con agua. CreditVía ACLU
Sin embargo, en su declaración, Jessen indicó que los dos hombres tenían algunas reservas. “Jim y yo no queríamos seguir haciendo lo que estábamos haciendo”, testificó Jessen.
“Tratamos de salirnos varias veces y ellos nos necesitaban, y nosotros seguimos adelante”.
El esquema de las técnicas surgió en 2002 cuando funcionarios de la CIA les pidieron que desarrollaran propuestas.
En gran medida, adaptaron las técnicas que habían utilizado los psicólogos para entrenar a los soldados estadounidenses en las escuelas de sobrevivencia para resistir a los brutales interrogatorios de las fuerzas hostiles que estaban violando las leyes de la guerra.
“Jim y yo nos metimos a un cubículo”, contó Jessen. “Él se sentó frente a una máquina de escribir y juntos elaboramos una lista”.
Pensaron que esas técnicas –incluidas la privación sensorial y del sueño, colocar grilletes durante horas en posiciones incómodas y simulacros de ahogamiento– serían más seguras que otras que la CIA podría considerar para hacer que los detenidos reacios proporcionarán información que pudiera ayudar a evitar otro ataque terrorista, explicó.
Poco después, la CIA les pidió usar las técnicas para interrogar a un sospechoso de terrorismo, algo con lo que no tenían experiencia.
“Yo había estado toda mi vida en el ejército y… y yo estaba comprometido y acostumbrado a hacer lo que se me ordenaba”, dijo Jessen. “Esa es la forma en la que consideré esta circunstancia”.
Abu Zubaydah, a quien pusieron bajo custodia en 2002, fue el primer detenido al que le hicieron simulacros de ahogamiento.
El gobierno estadounidense creyó que era un líder a alta jerarquía en Al Qaeda, aunque después retiró esa acusación.
En una cárcel clandestina en Tailandia, les proporcionó inteligencia útil a los agentes de la FBI que lo interrogaron utilizando métodos tradicionales, incluido el desarrollo de una reputación.
Sin embargo, preocupados de que estuviera guardando información —lo que después se concluyó que nunca hizo— altos mandos de la CIA optaron por usar fuerza física extrema para quebrarlo.
Mandaron a Mitchell y Jessen a la cárcel para aplicar las técnicas, incluido el simulacro de ahogamiento.
Se vertió agua sobre una tela que cubría la cara de Abu Zubadah para simular el ahogamiento.
Sufrió el procedimiento en 83 ocasiones durante varios días; en cierto momento, quedó inconsciente y le salían burbujas de la boca, según el informe del senado.
En un cable del 2002, recién desclasificado, que se envió desde la prisión a las oficinas centrales, se encuentra la nota: “Al comienzo de los espasmos involuntarios del estómago y las piernas, se elevó de nuevo al sujeto para despejar las vías respiratorias, a lo que siguieron histéricas súplicas.
El sujeto estaba angustiado a tal nivel que era incapaz de comunicarse efectivamente o de participar adecuadamente con el equipo”.
Cuando los involucrados en la prisión querían terminar con las sesiones de simulacros de ahogamiento por considerar que ya no eran útiles, los supervisores de la CIA –incluido Jose Rodriguez, en ese momento jefe del Centro de Contraterrorismo y un testigo que rindió declaración bajo juramente en la demanda– les ordenaron continuar.
En su deposición, Mitchell, quien alguna vez dijo que la mayoría de las personas preferirían que les rompieran las piernas a que las sometieran a los simulacros de ahogamiento, estuvo en desacuerdo con la referencia que hizo un abogado a la práctica como dolorosa.
“Está mal, sabe. Que yo sepa, no duele”, dijo. “Yo estoy usando la palabra angustiante”.
Tanto Jessen como Mitchell rechazaron cualquier noción de que los hombres sometidos a técnicas duras sufrieran algún daño físico o psicológico a largo plazo.
“Si les pasó eso, entonces, ya saben, muéstrenme los datos”, dijo Mitchell. Agregó que si se aplicaban las técnicas como se recomendaba hacerlo, “mi punto de vista es que eso es tan improbable que es imposible”.
Sin embargo, The New York Times encontró el año pasado un patrón de daño psicológico de largo plazo entre docenas de exdetenidos a los que Estados Unidos sometió a un maltrato brutal. Los hombres describieron una lucha con la depresión, la ansiedad, la abstinencia y los recuerdos recurrentes.
En sus declaraciones, dos exprisioneros que son demandantes describieron su tormento. Mitchell y Jessen dijeron que no habían interrogado ni se habían reunido con los dos hombres.
La CIA tuvo detenido en Afganistán a Mohamed Ben Sud, un libio a quien encerraron en cajas pequeñas, lo azotaron contra una pared y lo bañaron con cubetadas de agua helada mientras estaba desnudo y con grilletes.
Contó que todavía sufre pesadillas, miedo, altibajos emocionales y otras lesiones psicológicas que son resultado de su cautiverio.
Mohamed Ben Soud, un ciudadano libio, fue retenido por la CIA en Afganistán. CreditHolly Pickett/ACLU
“Me viene en el sueño y como si todavía estuviera encarcelado en ese lugar horrible y siguiera encadenado”, dijo en su deposición por medio de un traductor.
“Tengo la sensación de inquietud por mi futuro y por el temor de que pudiera volver a pasar eso”
Suleiman Salim, un tanzano, fue retenido por la CIA en 2003 en Afganistán. Fue golpeado, aislado en una celda oscura durante meses y torturado.CreditBryan Denton para The New York Times
A Suleiman Salim, un tanzano capturado en el 2003, a quien la CIA también tuvo bajo custodia en Afganistán, lo golpearon, aislaron en una celda oscura durante meses, lo empaparon con agua y lo privaron del sueño.
Relató que sufrió de dolores de cabeza, recuerdos recurrentes e insomnio, y le sonaban los oídos.
En su deposición, Mitchell reveló que él, junto con otros, exhortó a la CIA para que destruyera las grabaciones en video de los interrogatorios.
La destrucción de las cintas se convirtió en el tema de investigaciones tanto del Departamento de Justicia como del congreso.
Mitchell explicó su razonamiento sobre las imágenes gráficas de los simulacros de ahogamiento y de otras prácticas: “Pensé que eran horribles y que potencialmente pondrían en peligro nuestra vida al colocar nuestra imagen para que los malos nos pudieran ver”.
Ambos hombres negaron las acusaciones de que habían evaluado la efectividad de los métodos que promovieron.
No obstante, la organización de defensoría Médicos por los Derechos Humanos sostiene, en un informe dado a conocer esta semana, que los hombres y la CIA participaron en la experimentación inmoral con los detenidos, misma que está prohibida en el Código de Núremberg para los profesionales de la salud, desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial.
La organización dijo que la mención explícita de la investigación aplicada en los contratos de los psicólogos con la agencia, dados a conocer recientemente por medio de la demanda y referencias similares en cables de la CIA que se hicieron públicos hace poco, indican que el programa de mejoramiento de los interrogatorios “era, en sí mismo, un régimen de investigación aplicada y conceptualizado implícitamente como tal en la CIA”.
La Unión Estadounidense de Libertades Civiles y el despacho de abogados Gibbons de Newark, Nueva Jersey, presentaron la demanda a nombre de Salim, Ben Sud y los familiares de un tercer hombre, Gul Rahman, quien murió —lo más probable es que haya sido de hipotermia— cuando estaba bajo custodia de la CIA en Afganistán, en el 2002. Jessen, quien participó en el interrogatorio del prisionero, dijo que varias veces le había pedido a los guardias que le dieran ropa y cobijas.
Gul Rahman murió bajo la custodia de la CIA en Afganistán en 2002. CreditHabib Rahman
El juicio de la causa está programado para el 5 de septiembre. El mes pasado, ambas partes solicitaron al juez Justin L. Quackenbush del Tribunal Federal de Distrito que fallara sumariamente a su favor.
Él declinó hacerlo, pero, concedió la solicitud del gobierno estadounidense para bloquear la deposición de otros dos exfuncionarios de la CIA como testigos y la publicación de ciertos documentos solicitados por Mitchell y Jessen, bajo el argumento de que podrían dañar a la seguridad nacional.
No obstante, se permitió que continuara la causa.
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