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’Los rusos fuera, los americanos dentro y los alemanes bajo control’

Ante cumbres como la del G7, el tratamiento de la prensa suele ser un bien termómetro del “climax” de eso que los marxistas califican como “contradicciones interimperialistas”, o sea, el estado de las mutuas relaciones entre las grandes potencias, sus acuerdos y desacuerdos.


En la reciente que se ha celebrado en Sicilia, la atmósfera no ha podido ser peor, algo característico desde la llegada de Trump a la Casa Blanca. Ni siquiera han logrado ponerse de acuerdo para redactar un comunicado conjunto sobre todos los puntos del orden día. Un periódico alemán dice que se reunieron “para nada” y que más valdría haber dedicado sus esfuerzos a otros asuntos.

Desde los tiempos de los movimientos “altermundialistas”, este tipo de situaciones se describen con una terminología confusa, que es propia de los grandes centros imperialistas y que se irradian por los medios pequeño burgueses. Así, el Washington Post habla de que las diferencias proceden de que Europa sigue defendiendo la globalización, mientras que Trump está en contra.

Los pro-globalización se oponen a las nuevas corrientes que siguen defendiendo viejas concepciones como los Estados, las fronteras y poco menos que una política económica autárquica, una resurreción de Keynes para hacer frente al neoliberalismo, etc.

En estas ocasiones, mejor que la verborrea seudoanalítica es recurrir a las palabras de los protagonistas, políticos pragmáticos, como Angela Merkel quien, inmediatamente después de regresar a Alemania, hizo unas declaraciones en Munich en las que ponía fin de manera solemne a los tiempos pasados, es decir, al mundo tal y como se configuró en 1945.

“La época en la que podíamos contar al cien por cien los unos con los otros, casi ha terminado”, sentenciaba. “Evidentemente debemos seguir siendo amigos de Estados Unidos y Reino Unidos, como buenos vecinos, siempre que sea posible, y también de Rusia. Pero tenemos que darnos cuenta de ello: tenemos que luchar por nosotros mismos, como europeos, por nuestro porvenir y nuestro destino”, concluyó la canciller.

Si no la interpretamos mal, de lo que Merkel habla es de hegemonía y de dirección del capitalismo como sistema económico mundial y lo que dice es extraño para los que estamos habituados a una lectura literal de lo que Lenin decía hace cien años. Da la impresión de que no hay una lucha por le hegemonía sino —más bien— un vacío porque el capitán —Estados Unidos— ha abandonado el barco, dejando huérfanos a los marineros.

Es como si los europeos —pero también los canadienses y japoneses— desearan que Estados Unidos siguiera llevando “la voz cantante” en los asuntos mundiales, mientras que Trump y los suyos no quisieran asumir ese papel. Éstos parecen volcados en sus propios asuntos internos (“América primero”) y en la reunión se han encontrado completamente aislados del resto de potencias mundiales.

Es aún más confuso deducir de lo expuesto que hay un acuerdo en tre las grandes potencias. Es todo lo contrario y Merkel no lo ha podido decir más claro: la alianza transatlántica se ha acabado. El artículo 5 del Tratado de la OTAN que garantiza la ayuda mutua en caso de agresión se ha puesto en cuestión.

En su lenguaje demágogico y cutre, como en el caso del muro con México, Trump lo ha expresado diciendo que los europeos no pagan a la OTAN lo que deberían, pero los europeos no pueden pagar por algo que se escapa de sus manos, es decir, no pueden subvencionar indirectamente a Estados Unidos y su industria militar, que es lo que Trump pretende: reforzar aún más la presencia de su país en el mercado mundial de armamento, que es uno de los pocos en el que aún son competitivos.

Por el precio que exige Trump, los europeos pueden tener sus propia industria militar. Si resumimos la hegemonía del imperialismo estadounidense desde 1945 en términos militares, o sea, en la configuración de la OTAN, hay que volver a las palabras de su primer secretario general, Hastings Ismay, según el cual su objetivo consistía en “mantener a los rusos fuera, a los americanos dentro y a los alemanes bajo control”.

Si eso es lo que ha cambiado, entonces esta nueva etapa se resume simétricamente diciendo que “los rusos dentro, los americanos fuera y los alemanes sin control”.

En términos económicos —que son los únicos que Trump es capaz de atisbar— se expresa en un tuit de los suyos: “¿Ven Ustedes todos los vehículos que los alemanes venden en Estados Unidos? Pues hay que acabar con eso”. Sería tanto como acabar con la potencia industrial de los monopolios alemanes, algo imposible para Trump y para Estados Unidos.

Esa fuerza económica es la que permite que Alemania —y por lo tanto Europa— sea capaz de escapar del control que hasta ahora ha ejercido Estados Unidos. En Francia algunos medios le pintan a Macron como un delegado comercial procedente del otro lado del Atlántico, pero se equivocan.

 Es un sujeto de la factoría Merkel, que ha puesto toda la carne en el asador para lograrlo. El dúo Merkel-Macron se ha impuesto tarea volver a impulsar la Unión Europea, tras el fiasco del Brexit.

La prensa alemana no habla de otra cosa, mientras critica acerbamente a Trump, como nunca se había visto con un Presidente de los Estados Unidos. Al mismo tiempo hablan de atar Europa central a la Ruta de la Seda que llega del Extremo Oriente como el nuevo maná. 

En la medida en que eso alcanza a los rusos, éstos ya se pueden considerar “dentro”, por lo que sólo queda que “los americanos” se vayan fuera (de Alemania), lo que se traducirá en reducciones de tropas en Ramstein o en la liquidación de la propia base militar.

Publicado por Resistencia Popular

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