José Adrián Sobalvarro (El Chele Adrián)
Debajo de un enorme tronco, en Dipina...José Adrián Sobalvarro (El Chele Adrián)...
El día en que su propio autor me autografíó La Marca del Zorro el 19 de Julio de 1989, justo en el X Aniversario de la Revolución Nicaraguense, comprendí en toda su dimensión la importancia de la misión emprendida hacía casi diez años por quince guerrilleros, en su mayoría campesinos, a finales de octubre de 1979.
Me refiero a la afanosa búsqueda de los restos mortales de Carlos Fonseca Amador.
Yo era conocido bajo el seudónimo de “Chele Adrián” y, desde 1975, me había enrolado como colaborador en las estructuras guerrilleras del FSLN.
Después, llegué a formar parte de la Columna “Pablo Úbeda”. Sin embargo, antes de militar en las filas del Frente, fui miembro --en mis años juveniles-- del Partido Liberal Independiente, organización política en la que se agruparon muchos hombres y mujeres que adversaban a la Dictadura Militar Somocista, cosa que por aquel entonces me pareció extraordinaria.
Poco después, cuando el Doctor Pedro Joaquín Chamorro junto a muchos adeptos conformó la UDEL para rechazar abiertamente al somocismo y a las innumerables traiciones de los conservadores agüeristas, intenté afiliarme a ese movimiento pero no me sentía cómodo, pues yo soy de extracción humilde, un obrero asalariado que trabajó desde la década de los sesenta de sol a sol en la construcción.
Y como la situación estaba bastante fregada como decimos nosotros, pues me fui preparando para la lucha que venía. Así es que ingresé a la guerrilla, a la lucha armada.
Bajo un torrencial aguacero que no amainaba, cae en combate el Comandante Carlos Fonseca Amador, propiamente en la noche del 07 de Noviembre de 1976 en un lugar llamado Boca de Piedra, comarca de Zinica.
Casi tres años después de aquel infausto suceso, una columna de 15 guerrilleros y guerrilleras al mando de Rodolfo Amador Gallegos (q.e.p.d.), proveniente del Comando de Waslala, buscará sin tregua los restos mortales de Carlos. No fue una tarea fácil.
Todo mundo coincidía en que el Jefe de la Revolución Nicaraguense había caído en Boca de Piedra, pero nadie conocía el paradero final de sus restos. El reto era encontrarlo antes del 7 de Noviembre de 1979, en el tercer aniversario de su injusta muerte.
El día que empecé a leer La Marca del Zorro, que es a la vez, una crónica personal y colectiva narrada por el propio hacedor de hazañas, El Zorro, yo francamente me quedé estremecido. Leía y recordaba lo que me había tocado vivir durante la búsqueda del cadáver de Carlos.
Cómo olvidar aquellas confesiones del Comandante Francisco Rivera, por ejemplo, aquellas que están en la página 122 que mejor cito textualmente para no perder detalle alguno:
“Me abrazó, y fue un abrazo para siempre. Y ahora que reflexiono sobre aquel momento, tan cargado de tristeza, encuentro que era extraño: siete compañeros que se despiden, a las siete de la noche de un siete de noviembre…” Concluyo estos trazos de mi emocionada lectura con otra cita en la misma página:
“Y tampoco olvido su estampa al irse: la barba de meses, poco desarrollada, sus gruesos lentes que le eran tan necesarios por la miopía, su uniforme verde olivo, sus botas altas, su escopeta automática calibre 12, su pistola Browning 9 mm de catorce tiros y una granada de fragmentación al cinto”.
A partir de 1979, cuando yo me encontraba allá en la zona de Waslala, al salir de la guerrilla y de la Columna “Pablo Úbeda”, recibimos la orden de rescatar los restos de Carlos Fonseca.
No se disponían de pistas exactas de su paradero final, sólo se sabía que había caído en Boca de Piedra.
Hubo después una reunión en Waslala.
En ese entonces estaba conmigo un amigo que permaneció como jefe del Comando llamado Irving Dávila.
Con él se organizó a las quince personas que buscarían los restos de Carlos y de otros guerrilleros que habían caído asesinados por la guardia somocista.
La Guardia acostumbraba a matar y trasladar los cadáveres a otros valles vecinos.
Lo hacían así para despistar a la guerrilla, pero también para que no se conocieran en la ciudad las atrocidades que la misma genocida y los jueces de mesta cometían en lo más profundo de la montaña.
El grupo de las quince personas se formó con campesinos que se encontraban en el Comando de Waslala, pero también se incluyeron algunos de la ciudad de Matagalpa.
De los que recuerdo que estaban en la columna eran Rodolfo Amador Gallegos y Seidi Rivas, ambos ya fallecidos.
No había en el pequeño destacamento ningún extranjero o internacionalista, tampoco doctores o especialistas.
Todos los de la columnita, pues, éramos obreros o campesinos.
Nada más. Rodolfo y los demás hermanos y hermanas, para iniciar la misión, sólo disponíamos de nuestros huesos y del nombre de la comunidad donde Carlos había caído en combate.
En Boca de Piedra, nos encontramos con un hombre llamado Natividad, a quien se le presionó mucho para que diera la información requerida.
Lo tuvimos que esposar, pero, además, lo encañonamos con un fusil en la cabeza para que nos dijera dónde estaban los restos de Carlos.
Sólo sé que se llamaba Natividad. Seguro debe estar muerto porque en ese tiempo ya era bastante viejo.
Ese hombre nos narró las circunstancias en que cayó Carlos Fonseca Amador en esa noche fatídica del 7 de Noviembre de 1976.
Nos dijo hacia dónde se llevaron el cadáver y quién lo había levantado.
Los restos inermes de Carlos fueron colocados en un helicóptero, según cuenta el mismo Natividad, y se lo llevaron para otro valle.
Nos retiramos, pues, de Boca de Piedra indagando el paradero final de los restos de Carlos Fonseca.
Ya lo dije al inicio, no fue nada fácil.
La gente de las comarcas era muy huraña.
Recuerden que nos encontrábamos en lugares muy remotos en los que sólo se podía penetrar a pie o en bestias de carga.
El eterno aislamiento de esas comunidades, pienso yo, permitía que las personas fueran retraídas y de pocas palabras.
Todavía despuesito del triunfo de la Revolución, se percibía en el ambiente el fétido aliento de la cruenta represión ejercida por la Guardia Nacional en esos lugares de Dios. Por eso es que tuvimos que actuar con energía, como en el caso de Natividad, por ejemplo.
Tras caminar por mucho tiempo, la columna llegó a Dipina, que es un lugar bastante plano.
En aquellos tiempos de nuestra misión, Dipina era un pequeño caserío con unos quince ranchitos. La comunidad está situada al este de Waslala.
Lo primero que vimos fue un caserío a la orilla, que era más bien un desmonte para una huerta. Se miraban enormes troncos por doquier. Habían talado todos los árboles.
El sitio que buscábamos desde hacía tantos días estaba ubicado un poco al este del caserío. Según informaron algunos lugareños, también se encontraban sepultadas diferentes personas que la Guardia había asesinado en otros puntos aledaños a Dipina.
El primer contacto lo hicimos con un campesino que estaba en el templo católico de Dipina. Gracias a su colaboración, pudimos reunir a la gente en la Iglesia.
Quiero aclarar que nosotros andábamos en dos trabajos, uno incautando armas entre los campesinos y, el otro, en la búsqueda y rescate del cadáver de Carlos Fonseca.
La gente reunida en el pequeño templo fue unánime al expresar que Dipina era el lugar que buscábamos porque en la huerta había un sitio que estaba marcado con un enorme tronco.
El mismo campesino que encontramos en el templo católico dijo con mucho aplomo que debajo del tronco estaba enterrado el Jefe de la Revolución.
Cuando iniciamos las excavaciones con la colaboración de mis hermanos y hermanas de la pequeña columna, recordé mis años en la guerrilla, cuando andábamos por los caminos o por los valles, durmiendo a campo rasa bajo las incesantes lluvias, con hambre y sin tener siquiera idea de cuándo sería el tiempo de la tapisca, como dice Carlitos Mejía Godoy.
Con lágrimas en mis ojos, y viendo la tensión al escarbar sobre los restos de Carlos allá en Dipina, se me venían los recuerdos y los momentos de los círculos de estudio que eran obligatorios en la Columna “Pablo Úbeda”.
Después de las calistenias matutinas y del entrenamiento táctico, leíamos el pensamiento limpio y nítido de Carlos, quien consideraba que era urgente derrocar al somocismo, pero contando con todas las fuerzas unidas que le adversaban, al margen de la politiquería.
Yo intuía en sus escritos, la necesidad de la unidad para derrotar al enemigo. Precisamente en esa batalla casi solitaria fue que lo sorprendió la muerte en el corazón de Zinica.
Hoy, como ayer, extraño las lecturas y los círculos de estudio en la guerrilla.
Ahora todo eso se ha perdido.
Los recuerdos me asaltan una y otra vez.
No lo puedo evitar. Recuerdo que Carlos decía que había que enseñarle a leer a los obreros y campesinos.
Pues yo fui uno de los que aprendió a leer en la guerrilla. Aprendimos a desmenuzar la Historia de Nicaragua y de Nuestra América.
En fin, aquello no sólo era calistenias, entrenamientos tácticos y discusiones de la coyuntura nacional e internacional.
No. La guerrilla fue una escuela bastante integral que nos permitió entender nuestra realidad y la de los demás.
Pero también, esa misma escuela nos dio la oportunidad de transformar nuestras vidas.
Aprendimos a ser honestos, solidarios, transparentes, amorosos sobre todo con los desarrapados y excluidos de la sociedad.
Más aún, aprendimos a ser más humildes y a rectificar nuestros errores. Todo eso se lo debemos a Carlos.
Y fue así que encontramos el cadáver de Carlos en una bolsa de plástico con un zipper. Y vimos nosotros que ahí estaba su cuerpo completo.
Lo exhumamos con cuidado y, sobre todo, con mucho respeto.
Después de sacarlo de las entrañas de la tierra, dimos aviso al Comando de Waslala.
Se envió a un mensajero porque en ese tiempo no había ni celular ni teléfono ni nada.
Entonces se mandó a un hombre, pues, montado en una bestia hacia el Comando para que diera el aviso. Se les envió a los compas de Waslala una nota en la que se expresaba que la columna ya había encontrado al Jefe de la Revolución.
Recibida la novedad por el entonces responsable del Comando de Waslala, el compañero Irving Dávila, éste dio la importante noticia a sus superiores, a través de un radiocomunicador que había dejado la Guardia Nacional en ese viejo campo de concentración, tristemente célebre por las innumerables represalias, torturas y asesinatos contra campesinos, colaboradores y guerrilleros en el Caribe Norte.
Una vez que Irving comunicó a sus jefes la noticia, entonces iniciamos los trámites del retorno de los restos mortales de Carlos.
Recuerdo que a la pequeña comunidad de Dipina llegaron varios periodistas, la televisión y un helicóptero para transportar los restos de Carlos a Matagalpa, que fueron recibidos por Tomás Borge.
Muchos pensarán que nuestro destacamento no dio con Carlos. Pues no es así. No cabe la menor duda que encontramos en Dipina al Fundador del Frente Sandinista.
Todas las señas y características proporcionadas a la columna guerrillera desde el mismo inicio de la misión, coincidían de manera exacta con los restos y demás cosas que encontramos en la bolsa de plástico.
En un primer momento, la primera impresión que nos causó el hallazgo de los restos mortales de Carlos fue de alegría y satisfacción porque habíamos cumplido con la misión que se nos había encomendado.
Teníamos enfrente al Jefe de la Revolución y al hombre que nos condujo hasta la derrota del somocismo, tal y como lo había hecho tambien el General Sandino en su momento.
La satisfacción era intensa al punto que nosotros queríamos llorar, conocer lo que había dentro de ese hombre. Nosotros le habíamos seguido sus pasos en ese movimiento armado; por Carlos fue que nuestra columna guerrillera, la “Pablo Úbeda”, anduvo en tantos lugares, en Zinica, Boca de Piedra, en Las Torres, en Kilambé.
Yo estuve en los mismos campamentos en que el Jefe de la Revolución se guareció durante tanto tiempo.
Es bueno aclarar una cosa. Podemos decir que el cuerpo del Comandante Carlos estaba en perfecto estado. Completo.
Y aunque había pasado ya bastante tiempo, encontramos todo el cuerpo, es decir, todos sus huesos.
Nosotros que exhumamos el cadáver de Carlos decimos que estaba completo. Incluso, la bolsa de plástico contenía algunas de sus cosas: cinturones, sus fajones, su uniforme que ya estaba bastante desbaratado, adicionalmente encontramos sus lentes, una mochila y zapatos.
Una de sus características más reveladoras, su estatura, fue decisiva a la hora de identificar sus restos.
Rodolfo Amador Gallegos, el jefe de la misión, tuvo que lidiar con algunos inconvenientes de última hora durante la localización de los restos de Carlos.
En ese momento no había medios de transporte porque en Dipina no penetraban vehículos.
Así que lo primero era trasladar en bestia los restos de Carlos y, lo segundo, era que el Gobierno, el Presidente de ese momento enviara medios aéreos y así se hizo.
Amador Gallegos, entonces, procedió a dar más o menos las coordenadas para que aterrizara sin problemas el helicóptero.
Después, como queda dicho al inicio, llegó a Dipina el medio aéreo para trasladar los restos del Jefe de la Revolución al Comando de Waslala, luego a Matagalpa y, por último, a Managua.
Para nosotros los guerrilleros y guerrilleras participantes de la misión, Carlos fue el hombre que vislumbró con suma agudeza la posibilidad de unir como en una carrera de relevos, el pensamiento del General Sandino al proyecto del derrocamiento de la Guardia Somocista.
Tuvo la capacidad de elaborar un Programa para los sandinista.
Él dio lo que tenía y creyó que todo lo que andaba haciendo era para mejorar la vida de la gente.
Hoy, a 33 años de su partida, el Programa Histórico aún reclama su propio espacio, su propia vigencia. FIN.
Escribanos: Francisco R. Altamirano h. y Karina Sáenz.
Matagalpa, Sábado 7 de noviembre de 2009.
Actualizacion...03-02-17
Esa foto le tomé al Chele Adrián, José Santos Sobalvarro, en el 2009.
Conversando se refirió a mis escritos políticos, sin reproches, emitiendo sus juicios.
Desde entonces, cuando nos encontrábamos, me decía que estaba recopilando su vivencia, su historial sandinista.
Solicitaba que se la revisara cuando concluyera, con gusto lo apremiaba para que me llevara los escritos.
Nunca me entregó el material del libro, no sé cuánto tendrá.
Hoy supe que falleció (03/02/17) el subcomandante, integrado a la guerrilla del FSLN desde 1975, combatiente de la Columna Pablo Ubeda.
Pero que su mayor mérito, él así me dijo, fue haber participado en la columna que, a finales de octubre de 1979, se formó para encontrar el cadáver de Carlos Fonseca.