SAN SALVADOR - Miembro del Estado Mayor del ejercito salvadoreño, director de la Escuela Militar de Guardias Nacionales, comandante del Batallón de Paracaidistas, organizador del golpe de Estado de 1979, amigo de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y compañero de armas de Roberto d'Aubuisson y de Domingo Monterrosa, estas son algunas estaciones en la vida burguesa del capitán Francisco Mena Sandoval.
Cuando la deja atrás en 1980, se convierte en el comandante Manolo del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en creador de la Escuela Militar del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y de sus fuerzas especiales y en testigo ante la Comisión la Verdad de Naciones Unidas.
Cuando la deja atrás en 1980, se convierte en el comandante Manolo del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en creador de la Escuela Militar del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y de sus fuerzas especiales y en testigo ante la Comisión la Verdad de Naciones Unidas.
A continuación la historia de un "romántico" de la carrera militar, cuyo enfrentamiento con la realidad del terror aplicado por el Estado salvadoreño en la guerra contra su pueblo, lo hace cambiar de bando y lo convierte en revolucionario.
-¿Recibiste alguna vez entrenamiento en Estados Unidos?
-Sí. La base fundamental de las fuerzas armadas salvadoreñas, en el aspecto técnico y político, está dirigida por la Unión Americana. Yo estudie en bases militares estadunidenses y también en la Escuela de las Américas (USARSA) en la zona del canal de Panamá, donde recibíamos todas las bases de la doctrina de seguridad nacional, que es la que ubica al "enemigo interno" en los países de Latinoamérica; cualquier oposición política que se veía en aquellos tiempos era catalogada como manifestación del “enemigo interno”.
“A todo se llamaba comunismo; hoy día que las cosas son más claras, sabemos que el problema real fue la injusticia y el militarismo que estaba aliado con el poder civil de los partidos políticos que llegaban al gobierno. Estados Unidos tiene grandes responsabilidades en la formación de los militares latinoamericanos y por ende, en la forma en que los militares respondieron a los problemas del país”.
-¿En qué año estuviste en Estados Unidos y Panamá?
-En Panamá, a finales de 1968 y en 1979; y en Estados Unidos alrededor de 1971. También recibí cursos en Uruguay –orientados y dirigidos por Estados Unidos- a los cuales se sumaron muchos militares salvadoreños en forma clandestina, o sea usando procedimientos de la guerrilla. Yo viaje como comerciante con un nombre ficticio. La enseñanza fue esencialmente en tareas de inteligencia, tomando los instructores como experiencia el conflicto con la guerrilla urbana de los Tupamaros en Uruguay.
-¿En que institución estabas en Uruguay?
-No lo recuerdo con exactitud. Fue en 1977, cuando yo era comandante de un batallón de paracaidistas; después pase a la Guardia Nacional y nos cambiaban de muchos lugares.
-¿Qué tipo de entrenamiento tuviste en Panamá?
-Estados Unidos y los militares salvadoreños creían imposible que en El Salvador se pudiera desarrollar una guerrilla de carácter rural. De ahí que toda la preparación, incluyendo la de Uruguay, estaba orientada contra la guerrilla urbana. Las fuerzas armadas y todos los cuerpos de seguridad de El Salvador estaban preparándose para esto.
-La lección fundamental en Uruguay fue entonces, ¿cómo destruir una guerrilla urbana?
-Sí. Nos dijeron que teníamos que fortalecer la parte de inteligencia, o sea, como infiltrar las estructuras del enemigo, por ejemplo los sindicatos, porque ellos son una base enlistadora importante que luego luchan por la liberación de su país. También nos trataron de convencer que el enemigo eran los comunistas, pero por la propia formación de nosotros no llegamos a entender lo que era eso.
-Roberto d’Aubuisson, el fundador de los escuadrones de la muerte en El Salvador y posteriormente presidente de su Asamblea Nacional, quien recibió entrenamiento contrainsurgente en Taiwán, ¿estuvo también en Uruguay?
-Si estuvo en el mismo curso que yo y también en otros lugares. Al finalizar el curso del Estado Mayor, uno de los viajes que se hacen es a Taiwán, donde enseñan un programa semejante al de Uruguay para ir conformando la lucha contra “la subversión”.
-Le dedicas tu libro a Monseñor Romero. ¿Vienes de una tradición católica?
-Si como casi todo el pueblo salvadoreño. Por eso comencé a “despertar”, cuando comenzaron a asesinar sacerdotes.
El asesinato del padre Rutilio Grande me impresiono grandemente.
Y fue el primer caso que me sacudió.
El asesinato del padre Rutilio Grande me impresiono grandemente.
Y fue el primer caso que me sacudió.
Foto: Francisco Mena y Joaquín Villalobos, comandante del ERP, organización a la que Mena
se incorporó cuando dejó el ejército.
“El paso del batallón de paracaidistas a la Guardia Nacional me llevo a cuestionarme como militar y como persona. Ahí conocí a un padre jesuita que después me presentó a Monseñor Romero. Monseñor Romero fue de verdad un sacerdote que enfrentó la realidad social de nuestro país. Esto es importante, porque Monseñor Romero fue buscado por el sistema para defenderlo. El estuvo dentro de este sistema, pero en el enfrentamiento con la realidad del país cambio.
-Cuando oíste la noticia del asesinato de Monseñor Romero, ¿pensaste que D’Aubuisson estaba involucrado?
-Yo sabía que él estaba involucrado. Recuerdo bien ese día porque junto con el general Vargas, que era mi jefe –el era mayor y yo capitán- estuvimos en camino de Santa Ana hacia San Salvador. Mas noche me llamó y me dijo: “Han matado a Monseñor Romero”.
Y en el regreso al cuartel de la segunda brigada en Santa Ana, comentábamos que tanto él como yo estábamos seguros que había sido D’Aubuisson. Incluso él lo analizaba como un error y que se iba a convertir en el Pedro Joaquín Chamorro de El Salvador, porque el asesinato de chamorro desencadenó la lucha en Nicaragua en determinado momento.
“Estaba seguro porque anteriormente habíamos estado en la Guardia Nacional, y allá habíamos discutido con D’Aubuisson y él me había dicho que a quien había que matar era a Monseñor Romero y que tenía que hacerse rápidamente. Por consiguiente yo no dudaba que había sido él dentro de un grupo de oficiales, que hoy son mencionados en el reporte de la Comisión de la Verdad.
“Después de que asesinaron a Monseñor Romero nosotros capturamos a D’Aubuisson en una finca de un oligarca de Santa Tecla y allí le decomisamos los planes con base en los cuales lo habían asesinado. Desgraciadamente la ingenuidad de nosotros nos hacía creer en la bondad de nuestros jefes. Y entregamos estos planes al embajador estadunidense Robert White, al presidente de la junta que era Napoleón Duarte, y al coronel Majano. En ellos estaban depositadas todas esas pruebas, pero nunca fueron capaces, nunca tuvieron el valor de presentar estos documentos que eran tan importantes conocerlas.”
-Es decir, ¿el embajador White y el gobierno estadunidense sabían desde el primer momento que D’Aubuisson era culpable y no hicieron nada?
-Claro. En lugar de enjuiciarlo, vieron que se trataba de un hombre que podía servir para la formación de los escuadrones de la muerte. Y en el reporte de la Comisión de la Verdad está comprobado que Estados Unidos ayudo en la conformación de los escuadrones y que en los primeros años ayudó a D’Aubuisson para que este empujara la concepción de la guerra sucia que tanto daño ha hecho al país y a los fines de América Latina.
-¿Tu conocías a D’Aubuisson mientras el armaba los escuadrones de la muerte o ya se había roto el contacto?
-D’Aubuisson fue director de la Escuela Militar de Guardias Nacionales. Al dejar la dirección, yo fui nombrado en el cargo y lo ejecuté de julio de 1977 hasta diciembre de 1978.
“Yo creo que durante mi estadía en la Guardia Nacional el ya había empezado a conformar los escuadrones de la muerte, hecho del cual yo me di bastante cuenta. Cuando nosotros dimos el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, yo cometí un grave error –cuando por amistad, porque en realidad tenía mucha amistad con él, pese a conocer su pensamiento y su personalidad y sabia, que para la institución armada se había convertido en un problema serio- al no someterlo a un juicio. Se necesitaba hacerle un juicio. Se necesitaba hacerle un juicio para que ya no hiciera más daño al país. Sin embargo yo fui quien dije que a D’Aubuisson había que expulsarlo nada más de las fuerzas armadas. Fue el único militar joven que expulsamos de las fuerzas armadas.
“Esto fue un error, porque él se unió a ciertos sectores de Guatemala –conozco su relación con Sandoval Alarcón (uno de los fundadores de los escuadrones de la muerte en Guatemala), porque alguna vez se reunieron en Santa Ana- y esta alianza entre los escuadrones, de la oligarquía de aquí, de ricos salvadoreños exiliados en Miami, financiaron y potenciaron los escuadrones de la muerte y el patrocinio de Estados Unidos. Eso fue lo que le dio una fuerza increíble a D’Aubuisson”.
Fuente: LaJornada, Entrevistas, Lunes 5 de abril de 1993.
Publicado por El Trovador