La Nicaragua Sandinista deberá convertirse en epicentro del progresismo contra la actual arremetida derechista en la América Nuestra, cuando el venidero 10 de enero tome posesión para otro mandato de cinco años su presidente Daniel Ortega.
Managua, su capital, será seguramente punto de encuentro de Jefes de Estado, dignatarios y representantes de partidos políticos y movimientos sociales de Latinoamérica y el Caribe que abogan por la unidad, la soberanía y la paz en la región, anhelos que desean obstruir, como siempre han pretendido hacer, poderosas y corruptas oligarquías nacionales en contubernio con Estados Unidos.
Ortega asumirá nuevamente la presidencia de Nicaragua, tras imponerse con amplísimo margen en los comicios generales celebrados en esa nación centroamericana el pasado 6 de noviembre.
El más reciente triunfo del Sandinismo, pese a campañas mediáticas y acciones desestabilizadoras durante la contienda electoral, rompió una cadena de reveses de las fuerzas revolucionarias en Nuestra América, que incluyó el ascenso al poder del conservadurismo en Argentina, la victoria pírrica de la derecha violenta en la consulta legislativa en Venezuela, y el golpe de Estado parlamentario perpetrado en Brasil contra la mandataria Dilma Rousseff.
En Bolivia también la oligarquía logró, a base de patrañas y engaños, que el No se impusiera sobre el Sí en un referendo convocado para la repostulación en el 2020 del presidente Evo Morales.
Todos esos hechos, precedidos por otras dos acciones golpistas en Paraguay y Honduras, envalentonaron a la derecha que, alentada y financiada por Washington, insiste en revertir los procesos progresistas en Latinoamérica a cualquier preció, incluida la guerra sucia y sin cuartel que hoy desata contra la Venezuela Bolivariana.
Pero, la “buena racha” del conservadurismo ya tuvo su primer y contundente freno en Nicaragua, y lo debe tener similar en Ecuador, en las elecciones de febrero venidero, no obstante los planes subversivos orquestados por Washington para recuperar el terreno perdido y recolonizar otra vez a una región que en la última década ganó importantes márgenes de soberanía, unidad y equidad social, y que se autoproclamó Zona de Paz en la II cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), efectuada en La Habana, Cuba.
Managua, en ocasión de la toma de posesión de Ortega, puede ser el escenario y el momento oportuno para que las fuerzas revolucionarias de la región perfilen concertaciones, basadas en la unidad y la defensa de la independencia, que den al traste con la actual arremetida conservadora.
Lo que está sucediendo en Argentina y Brasil con la aplicación del neoliberalismo salvaje, además de en Paraguay, México y Honduras, por citar otros ejemplos, no puede propagarse desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia.
A Nicaragua le toca, como bien lo hizo con el triunfo del Sandinismo en las elecciones de noviembre pasado, convertirse en el epicentro del progresismo en la Patria Grande, y evitar así a toda costa una nueva reconquista por Estados Unidos de Nuestra América.