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El abrazo de los demócratas al neoliberalismo fue lo que sentenció el futuro de EEUU


Probablemente culparán a James Comey y al FBI. Culparán al registro de voto y al racismo. Culparán a Bernie y a la misoginia. 
Culparán a los terceros partidos y a los candidatos independientes. Culparán a los medios masivos por darle una plataforma, a las redes sociales por ser un megáfono y a Wikileaks por airear los trapos sucios.

Pero todo esto olvida al mayor responsable de la pesadilla en la que ahora nos encontramos: el neoliberalismo. Esta visión del mundo –completamente encarnada por Hillary Clinton y su maquinaria– no es rival para el extremista estilo Trump. 

La decisión de competir el uno contra el otro es lo que selló nuestro destino. Aunque no aprendamos nada más, ¿podemos por favor aprender algo de este error?

Aquí está lo que necesitamos entender: hay un infierno lleno de gente que está sufriendo. Bajo las políticas neoliberales de desregularización, privatización, austeridad y acuerdos corporativos, su nivel de vida ha caído en picada. Han perdido sus trabajos. 

Han perdido sus pensiones. Han perdido gran parte de la red de protección que solían utilizar para hacer que esas pérdidas fueran menos aterradoras. Ven un futuro para sus hijos incluso peor que su precario presente.

Al mismo tiempo, han presenciando el ascenso de la clase de Davos, una red hiperconectada de millonarios procedentes del sector bancario y tecnológico, líderes electos que están terriblemente cómodos con esos intereses y estrellas de Hollywood que hacen que todo parezca insufriblemente glamuroso. 

Los que sufren no están invitados a formar parte del éxito, y saben de corazón que este aumento de riqueza y de poder está, de alguna manera, directamente conectado con el crecimiento de su deuda y de su indefensión.

Para la gente que veía la seguridad y el estatus como un derecho de nacimiento –esto significa para la mayoría de hombres blancos– esta pérdida es inaguantable. Donald Trump apela a vuestro dolor. Donald Trump se dirige directamente a este dolor. 

La campaña del Brexit habló directamente sobre este dolor. Lo mismo ocurre con el ascenso de los partidos de extrema derecha en Europa. Responden con nacionalismo nostálgico y enfado a alejadas burocracias económicas –ya sea Washington, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la Organización Mundial del Comercio o la Unión Europea. 

Y, por supuesto, responden atacando a los inmigrantes y a las personas negras, vilipendiando a los musulmanes y degradando a las mujeres. 

La élite neoliberal no tiene nada que ofrecer ante este dolor porque el neoliberalismo fue el creador de la clase de Davos. Gente como Hillary y Bill Clinton son el brindis de la fiesta de Davos. En realidad, ellos organizaban la fiesta.

El mensaje de Trump fue: “Todo es un infierno”. Y la respuesta de Clinton fue: “Todo está bien”. Pero no está bien, nada más lejos de la realidad.

 Las respuestas neofascistas a la rampante inseguridad y desigualdad no van a desaparecer. Pero lo que sabemos de los años 30 es que lo que hace falta para combatir contra el fascismo en una verdadera izquierda. 

Se podría arrancar una buena parte del apoyo a Trump si hubiera un auténtico programa de redistribución sobre la mesa.

 Una agenda para enfrentarse a la clase multimillonaria con algo más que retórica. Un plan para usar el dinero hacia un nuevo acuerdo ecológico.

Un plan como este podría crear una ola de puestos de trabajo bien remunerados, aportando los recursos tan necesarios y las oportunidades para las comunidades negras. 

También haría hincapié en que los contaminadores deben pagar por la formación de sus trabajadores e incluirlos en el futuro. 

Se podrían modelar políticas que luchen contra el fascismo institucionalizado, la desigualdad económica y el cambio climático al mismo tiempo.

 Se podrían combatir los malos acuerdos comerciales y la violencia policial, y honrar a los indígenas reconociéndolos como los protectores originales de la tierra, el agua y el aire.

La gente tiene derecho a estar enfadada, y una agenda de izquierda, poderosa e interseccional, puede dirigir este malestar adonde corresponde mientras se lucha por soluciones globales que harán que una sociedad deshilachada se una. 

Una coalición como esta es posible. En Canadá hemos empezado a improvisarla bajo la bandera de una agenda popular llamada The Leap Manifiesto, apoyada por más de 220 organizaciones desde Greenpeace Canadá hasta el movimiento Black Lives Matter Toronto, y algunos de los sindicatos más importantes.

La increíble campaña de Bernie Sanders fue un largo camino hacia la construcción de este tipo de coalición y demostró que el apetito por un socialismo democrático sigue ahí.

 Pero hubo un error en la campaña a la hora de conectar con los votantes negros y latinos más mayores, que componen el sector demográfico más maltratado por nuestro actual modelo económico. Este fracaso hizo imposible que la campaña alcanzase su máximo potencial.

 Estos errores pueden ser corregidos y una valiente y transformadora coalición está ahí para llevarlo a cabo.

Esta es la tarea pendiente. El Partido Demócrata necesita ser definitivamente desvinculado de los neoliberales favorables a las corporaciones o merece ser abandonado.

 Desde Elizabeth Warren hasta Nina Turner, pasando por los antiguos alumnos de Ocupa Wall Street que tomaron las riendas de la campaña de Bernie –una auténtica supernova–, en mi vida había visto un terreno más sembrado de líderes progresistas inspiradores de una coalición. 

Todos somos líderes, como dicen muchos en el movimiento Black Lives Matter.

Así que dejemos a un lado esta sacudida lo más rápido que podamos y construyamos el tipo de movimiento radical que tenga una auténtica respuesta al odio y al miedo representado por los Trumps de este mundo. 

Dejemos a un lado todo lo que nos separa y empecemos ahora mismo.

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