Pablo Gonzalez

Nicaragua: La contrarrevolución por dentro


Edgard Chamorro Coronel expulsado de la FDN. Sorprendentes y reveladoras declaraciones de Edgar Chamorro Coronel, Miembro del Directorio de la contrarrevolucionaria FDN durante dos años.
Estas declaraciones provocaron su expulsión de las filas de la Contra.

Edgar Chamorro Coronel fue miembro civil del Directorio de la Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN) desde 1982 a 1984. A la CIA para los contrarrevolucionarios nicaragüenses, Chamorro hizo una serie declaraciones que provocaron su expulsión de la organización. 

Por la delicada situación migratoria en la que se encuentra en Estados Unidos a raíz de estos incidentes, Chamorro decidió no acudir personalmente a testificar ante el Tribunal de La Haya, a donde había sido invitado a comparecer por los abogados nicaragüense.

 Envío, sin embargo una extensa declaraciones escrita, jurada ante notario, en la que relata su participación en la contrarrevolución y en la que prueba con muchos detalles el control que la CIA ejerce sobre la FDN.

Este es el texto de la declaración de Chamorro.

 Los subtítulos los puso Envío

Deberíamos decir que estábamos tratando de crear condiciones para la democracia

El 7 de diciembre de 1982 me reuní con cinco nicaragüenses y dos norteamericanos en una lujosa habitación del hotel "cuatro Embajadores" en el centro de Miami, para ensayar una conferencia de prensa que sostendríamos el día siguiente.

Los nicaragüenses eran opositores prominentes (en mi caso, no tanto) de los regímenes de Somoza y de los Sandinistas y serían presentados como dirigentes de la Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN), es decir, la Contra. Los norteamericanos eran agentes de la CIA: el que los dirigía, conocido por nosotros como Tony Feldeman, estaba acompañado de Thomas Castillo, uno de sus muchos ayudantes. Querían asegurarse que dijéramos las cosas correctas en nuestra primera comparecencia pública.

Feldman trajo a dos abogados de Washington, quienes nos pusieron al día sobre el Acta de Neutralidad, que es una Ley de EEUU que prohibe a los ciudadanos comprometerse en actos de guerra contra otro país desde territorio de EE.UU. a Feldman le preocupaba que pudiéramos decirle a la prensa que estábamos tratando de derrocar a los Sandinistas, que era, desde luego, exactamente lo que queríamos hacer. Puso énfasis en que en vez de eso deberíamos decir que estábamos tratando de "crear condiciones para la democracia". Posteriormente estuvimos haciéndonos preguntas sobre lo que pensábamos que sería lo más probable que nos preguntaran por la mañana.

"¿De dónde están recibiendo el dinero?", preguntó alguien.

"Digan que sus fuentes desean mantenerse confidenciales", aconsejó Feldman, en una respuesta verídica y muy inteligente. "¿Han tenido contacto con funcionarios del gobierno de los Estados Unidos?".

La gente de la CIA aceptó que esta no era una pregunta fácil; simplemente tendríamos que mentir y contestar negativamente. Practicamos en esta forma durante tres horas. La conferencia de prensa se celebró en Fort Lauderdale para evitar el riesgo de una manifestación en Miami: fue muy solemne y pomposa. Entramos al Centro de Conferencias del Hotel Hilton en fila india, como si fuerámos un gobierno tomando posesión. Lo único que faltaba era la música. A continuación leí nuestra declaración de principios y objetivos.

"Nosotros, directores del Frente Democrático Nicaragüense", declaré, "nos comprometemos a conducir y respaldar el esfuerzo del pueblo de Nicaragua por salvar nuestro sagrado honor patriótico, ofreciendo para este objetivo nuestros bienes, nuestra dedicación y si es necesario, hasta nuestras propias vidas". 

Sentí cierto remordimiento al recitar estas palabras; el texto original no contenía tales ofertas, pero la gente de la CIA nos había impuesto su versión. Un joven llamado George (nunca supe su apellido) había sido llamado desde Washington para revisar nuestra declaración y reescribirla. Con valor ajeno ofreció hasta nuestras propias vidas.

Los siete directores que posteriormente contestamos las preguntas de los periodistas nunca habíamos trabajado juntos. Anteriormente, la Contra había sido principalmente un movimiento militar conducido por los ex-guardias nacionales de Somoza que combatieron contra las fuerzas Sandinistas en la frontera con Honduras. Estas fuerzas habían sido entrenadas y aconsejadas por oficiales militares argentinos. Los civiles habíamos estado ocupados en actividades antisandinistas en los Estados Unidos, pero no teníamos conexión formal con los comandantes militares; la CIA se habían encargado de juntar los grupos a cambio de dinero y de claras promesas de apoyo.

Hasta la fecha del ensayo el día anterior, y ni siquiera había conocido antes a Enrique Bermúdez, el ex-guardia nacional que comandaba las tropas en Honduras. Alfonso Callejas, un ex-vice presidente de Nicaragua que se apartó de Somoza en 1972 y ahora vive en Texas, acababa de llegar esa misma mañana y pasó directamente del aeropuerto a la Conferencia de Prensa; le pedimos que en vista de que no había estado en el ensayo, mejor no dijera nada. De todas maneras habló, pero nos las ingeniamos para que sus respuestas fueran cortas, de manera que hicieron y empecé mis dos años como Contra.


Si hubiera sido más joven y estuviera soltero me hubiera unido a la causa sandinista

Teniendo en cuenta mis antecedentes familiares, puedo decir que ingresé tarde a la política nicaragüense. Después de los Somoza, mi familia es quizás la más conocida de Nicaragua, cuatro Chamorro fueron presidentes de Nicaragua en el siglo XIX y a principios del siglo XX. Mi familia dirigió el partido Conservador, que por décadas fue el principal opositor al partido Liberal de Somoza.

Como muchos de mis parientes, mi padre fue perseguido y encarcelado varias veces por Somoza. No obstante, yo me decidí por la docencia en vez de la política, e ingresé a los Jesuitas en 1950 a la edad de 19 años. Me hice sacerdote y profesor, estudiando en la Universidad Católica de Ecuador y en las universidades de San Luis y Marquette.

 Posteriormente fue profesor de tiempo completo y Decano de la escuela de Humanidades de la Universidad Católica de Managua. Aún después de colgar los hábitos en 1969, continué estudiando hasta obtener una maestría en la Universidad de Harvard en 1972.

La Revolución Sandinista empezó para mí con el terremoto que destruyó Managua en 1972. Comprendimos que los grandes edificios que parecían indestructible podían ser reducidos a ripios en cuestión de minutos.

Aún entonces no me metí mucho en política: fundé en Managua "Publicidad Creativa", mi propia agencia de publicidad, y manejé las cuentas de los negocios de mi familia incluyendo la distribución de la General Motors, de la Toyota y de la cerveza más popular de Nicaragua, la "Toña".

 Mi única aventura política fue haber aceptado en 1977 el nombramiento diplomático de un año en la Misión de Nicaragua en las Naciones Unidas, (bajo el régimen de Somoza, ciertos miembros del opositor partido Conservador, al que yo pertenecía nominalmente, recibían puestos públicos sin importancia). La acción más política que realicé en ese puesto fue pidiéndole denunciar a los Somoza, que no lo hizo.

En 1978 ayudé modestamente en otras formas, mientras la insurrección contra Somoza se encendía. Escondí en el dormitorio de mis hijos, mientras era perseguido por la guardia nacional, a Sergio Ramírez, en ese entonces mi amigo cercano y ahora vicepresidente de Daniel Ortega.

 Pero el creciente caos de Managua en 1979 me hizo temer por seguridad y la de mi familia. Los aviones de Somoza bombardeaban los barrios del vecindario de mi casa y guardias nacionales desesperados disparaban contra la gente inocente en las calles. El 17 de junio, un mes antes de la caída de Somoza, mi esposa, yo y nuestros dos hijos nos fuimos a Miami.

Volví en septiembre de 1979 para ver si las cosas se habían calmado los suficiente como para permitir nuestro regreso. Viajé hasta el sur a visitar a un tío y asistí a una ceremonia en que la dirección sandinista transfirió el poder a las autoridades locales. Muchos de los líderes de la revolución estaban ahí, como Daniel Ortega, Sergio Ramírez y Violeta Chamorro, la viuda de mi primo lejano Pedro Joaquín Chamorro, editor anti-somocista del periódico "La Prensa", que fue asesinado en 1978. Conversando con la gente en un gran convivió después de la ceremonia pudo percibir que Castro controlaba la Revolución, no en calidad de manipulador sino porque la Revolución Cubana era el único ejemplo revolucionario. Aún la gente menos fanática como Violeta estaban muy expresiva ese día. "Ahora viene El Salvador", gritaba Violeta.

No quise oponerme; pensé que el espíritu de la Revolución era auténtico y verdadero y comprendí que si me unía a ellos mi vida estaría en manos de la ideología de la Revolución. Les deseé suerte; quizás si hubiese sido más joven y estuviera soltero me hubiera unido a la causa.

Argumenté en favor de una alianza con la Guardia Nacional

De regreso en Miami continué reuniéndome informalmente cada dos semanas, más o menos, con otros exilados nicaragüenses. Muchos de ellos, como yo, eran del partido Conservador y favorecían un cambio social, pero no tan profundo como la transformación revolucionaria proclamada por los sandinistas.

Nuestro grupo adquirió forma a finales de 1980 cuando Francisco Cardenal, un ingeniero prominente, abandonó Nicaragua y se unió a nosotros en Miami.

 Adoptamos el nombre de "Unión Democrático Nicaragüense", pero nos limitamos a escribir cartas a miembros del Congreso pidiéndoles suspender la ayuda a los sandinista.

 En esa época ya Cardenal estaba recibiendo dinero de la CIA; a menudo viajaba a Washington a reunirse con gente de la "agencia" y del Departamento de Estado, lo mismo que a Honduras para establecer contacto con los ex-guardias nacionales.

En 1980, a medida que sentíamos que los sandinistas se tornaban más represivos, muchos de nosotros nos convencimos de que deberían ser reemplazados y que la única forma de hacerlo era la oposición armada. Los sandinistas, a nuestros juicio, habían ido muy lejos imitando a Cuba y gritando consignas extrañas a la situación de Nicaragua.

Finalmente, la muerte de Jorge Salazar en noviembre de 1980 dejó claro que los sandinistas no toleraría una oposición política seria.

En agosto de 1981 nuestro grupo envió un delegado a una importante reunión en Guatemala con funcionarios del Gobierno de EE.UU., los guardias nacionales y sus consejeros militares argentinos. ¿Quisiéramos unir nuestros esfuerzos?

La pregunta originó largos debates en la comunidad de exilados en Miami; recuerdo haber discutido mucho durante las noches argumentando en favor de aceptar esta alianza. Alegaba, equivocadamente por supuesto, como se vio más tarde, que los guardias nacionales de Somoza eran soldados profesionales y no necesariamente gente de mala calaña.

 Además, recalcaba, nosotros no tenemos capacidad para entrenar un ejército, por lo que debemos recurrir a gente que sí la tiene.

Los otros contestaban narrando haber sido arrestados injustamente, golpeados o robados por la guardia nacional; insistían en que cualquiera que hubiera estado asociado con la guardia nacional que había hecho tanto daño a Nicaragua no debería trabajar nunca con nosotros. A pesar de tales objeciones unimos nuestros esfuerzos con los de la contra Honduras.

Cardenal, junto con otro civil, y Enrique Bermúdez, se convirtieron en el directorio de la contra. Cardenal chocó de inmediato con los comandantes militares; era muy nacionalista, muy terco y sentía una profunda repugnancia por la guardia nacional. Esperaba que los civiles asumieran la dirección y trató prematuramente de controlar el liderazgo militar; por su instancia fue expulsado de Honduras por Bermúdez en septiembre de 1982.

Me prometieron que entraríamos triunfantes en Managua en julio de 1983

Conspirar contra los sandinistas no era mi única ocupación. En noviembre de 1982 trabajaba en Cargill como vendedor de valores cuando recibí un telefonazo totalmente inesperado procedente de un norteamericano que decía llamarse Steve Davis.

 "Le hablo en nombre del gobierno de los Estados Unidos", dijo con una voz acostumbrada a dar órdenes; pidió verme ese mismo día. Mientras almorzábamos en un restaurante cerca de mi casa en Key Biscayne me dijo que Cardenal se había distanciado mucho de los guardias nacionales y me informó que los EE. UU. querían ampliar el liderazgo político en la contra.

Le contesté que estaba en favor de establecer algo así como un "congreso contra", compuesto por 12 conocidos nicaragüenses; le expliqué que yo creía que tendría muchas ventajas.

 Primero, permitiría mayor diálogo y más participación civil, así como posiblemente abriría nuevos caminos contra los sandinistas. Segundo, podría incluir representantes de otros grupos rebeldes, tales como el ex-sandinista Edén Pastora, quien había expresado que no sostendría ningún contacto con los guardias nacionales. Tercero, un comandante militar no podría desafiar o anular a otras veinte personas importantes.

 Cuarto y más importante, yo quería establecer la supremacía de las leyes y no de los hombres dentro de la oposición nicaragüense.

Quería además tener una constitución escrita y procedimientos formales que nos impidieran sucumbir ante la debilidad permanente de los latinoamericanos frente al caudillo.

A Davis le gustó mi propuesta . No obstante, desde esta primera reunión percibí un trato peculiar de los agentes de la CIA; ellos refuerzan inmediatamente lo que uno dice: "muy bien, estamos completamente de acuerdo"; Davis conocía mis puntos de vista, por lo que tenía que aparentar ser progresista.

"No queremos a nadie en el directorio que haya sido somocista, haya robado en Nicaragua o haya cometido crímenes", decía claramente exagerando. Cuando se despedía me informó que no lo vería con frecuencia; algunas veces podría visitarme otro agente en su nombre.

 Así fue y en los días que siguieron otras personas vinieron, con acciones que parecían misteriosas. Se preparaban para la llegada de alguien importante de Washington que quería invitarme a participar y a compartir los planes de la administración en relación a Nicaragua.

Finalmente, en noviembre de 1982, David me pidió cenar con él en su habitación del Hotel Hollyday Inn en la zona central de Miami. Ahí conocí al hombre que venía de Washington, Tony Feldman. Tendría unos 40 años de edad, inteligente y bien parecido; tenía pelo ralo, cara larga, sonrisa fácil y maneras muy educadas; hubiera sido un excelente vendedor de carros. Me propuso formar parte de un directorio de siete miembros del FDN; habían decidido que un directorio más amplio no podría manejarlo. Prometió que ese directorio tendría el respaldo total del gobierno de los EE.UU. y que entraríamos triunfantes en Managua en julio de 1983. Cuando le dije que no me parecía realista una fecha tan cercana admitió que la victoria podría alcanzarse tal vez hasta finales de ese mismo año.

Me complació saber que los norteamericanos se habían involucrado tanto con nuestra causa como para jugar un papel beligerante, lo que además me produjo sorpresa. Acepté la propuesta de la CIA. En los días siguientes Feldman asumió el control de operación y cambió el local de las oficinas dos cuadras abajo, hasta el hotel "Cuatro Embajadores", donde nos reuníamos frecuentemente. La gente de Washington quería a toda costa tener a una mujer en el directorio.

 ¿Qué pensaba yo de Lucía Cardenal, la viuda de Jorge Salazar? Admití que su nombramiento sería positivo. Hicieron una lista de las cualidades requeridas para todos los directores, como haber sido antisomocista, tener fama de honrado y poco afán de enriquecimiento; así como también estar dispuestos a vivir en Honduras y dedicarse a tiempo completo a la política.

 Rápidamente mencionaron nombres, como algo espontaneo, peor yo sentí que ya ellos habían decidido la integración del directorio y estaba claro que no admitían a Cardenal porque no se llevaba bien con Bermúdez.

Cuando no lo nombraron en el directorio, Cardenal renunció a la política y ahora vende seguros de vida en Miami.

Empecé a entender que los americanos tomaban las decisiones mas importantes.

Mis socios y yo intentamos que se discutieran los aspectos sustantivos que nos concernían a todos. Sabiendo que Bermúdez había expulsado a Cardenal de Honduras queríamos garantías de que los civiles tendríamos autoridad sobre los militares. Feldman y sus ayudantes me dijeron que querían minimizar el poder de Bermúdez en un directorio grande, para neutralizarlo.

Yo quería que los nicaragüenses aprobáramos el presupuesto y controláramos el dinero, lo que Feldman aceptó en principio, aunque dijo que arreglaría los detalles posteriormente. También pedí una definición clara de nuestros objetivos y los de los norteamericanos, lo que nunca me fue aclarado.

No discutimos esto en detalle. Lo más importante que Fedman nos dijo repetidamente fue que la CIA había tenido que juntar a un grupo de nicaragüense antisomocistas, antes de la votación de la "Enmienda Boland" e el Congreso, prohibiendo la ayuda de los EEUU. a las fuerzas combatiendo para derrocar a los sandinistas. Insistió en que deberíamos hacer publicidad pronto con el objeto de suavizar la posición del Congreso.

Bajo ese entendido nos dedicamos a los aspectos de maquillaje, con otros nicaragüenses exilados que trabajaban conmigo y que escribieron la declaración de la conferencia de prensa, que se refería en su mayor parte del derecho de propiedad privada y era excesivamente anticomunista.

 Thomas Castillo, sentado en la mesa de conferencias en la habitación del "Cuatro Embajadores" la leyó y exclamó ¡"mierda!", ¿quién escribió esto?, mientras movía la cabeza.

Pareciera que todo lo que ustedes quieren es sólo recupera lo que han perdido.

 Deben escribir algo más progresista, más demagógico. Vamos a traer alguien de Washington para que les ayude. Así fue como George fue traído de Washington.

 Mis socios que trabajaron con el me dijeron más tarde que insistió en volver a escribir todo para que pareciera más socialista. Empecé a entender que los norteamericanos tomaban las decisiones más importantes.

Mis dudas eran todavía relativamente pequeñas. Estaba convencido de que los sandinistas deberían ser derrocados.

He venido afirmando que estaba por verse si los norteamericanos iban a ayudarnos y que la única manera de saberlo era jugar con sus reglas, por lo que deje mi puesto en Cargil y me dedique tiempo completo al FDN.

La CIA me pagó un sueldo de dos mil dólares mensuales mas gastos y me pusieron a cargo de las relaciones publicas. Nosotros queríamos instalar la oficina en un centro de compras o en un edificio de oficinas, peor a la CIA no le gustó la idea y dijo que sería objeto de manifestaciones y violencia en repudio de nosotros. Insistieron en que alquiláramos una habitación elegante en el hotel "David Williams", en Coral Glaves, que ellos pagaron.

Los directores que nos reuníamos allí para preparar los planes de trabajo, mientras los de la CIA se sentaban a escuchar y a tomar notas en sus cuadernos amarillos anotando todo lo que nosotros decíamos que estábamos necesitando.

Me fui a Tegucigalpa a dirigir la oficina de relaciones públicas de la contra.

El primer golpe de relaciones públicas del FDN no fue mío y creo que vino de los jefes de Feldman en Washington. La idea era emitir una propuesta de paz de doce puntos, que era una acción que yo creía todavía un poco prematura en vista de que habíamos lanzado nuestra declaratoria de guerra hacía apenas un mes.

Sin embargo, el 13 de enero de 1983 hicimos pública la propuesta de paz, que esencialmente pedía la rendición del gobierno sandinista.

Pregunté por que estábamos haciendo esto y Castillo explico de que se trataba de propaganda en un 90%, además sugirió que yo le escribiera a la Internacional Socialista pidiéndoles una invitación a la próxima reunión anual para explicarles la propuesta. No hay forma de que los inviten, peor será noticia y le dará una gran publicidad al FDN. De manera, que firme la carta a la Internacional Socialista.

En marzo de 1983, mientras Bermúdez y yo estábamos en Honduras, los otros cinco directores estuvieron en Europa un mes presentando el caso de la contra a políticos y periodista.

El ex-distribuidor de la Coca Cola, Adolfo Calero que se estaba convirtiendo en la fuerza más poderosa del directorio e Indalecio Rodríguez, ex-vice rector de la Universidad Católica, hicieron un buen trabajo obteniendo apoyo en Alemania y España, pero desafortunadamente los otros tres directores se dedicaron más que todo al disfrute de los cinco mil dólares que la CIA les había dado a cada uno para sus gastos.

Lucía Salazar, Alfonso Callejas y Marcos Zeledón, conocido empresario de Nicaragua, gozaron el viaje con una alegre vacación cortesía del contribuyente norteamericano, Zeledón, Salazar y Callejas frecuentemente perdían sus vuelos y llegaban tarde a sus reuniones.

El hombre de la CIA que los vigilaba empezó a sospechar que existía una movida bien rara entre ellos: ¿Se están rempujando a Zeledón o la Lucía", me pregunto al día siguiente de su regreso: "No sé si se esta acostando con ella, le contesté, pero a ustedes si se los esta cogiendo.

Me fui a Tegucigalpa, a dirigir la oficina de relaciones públicas de l contra y con dinero de la CIA contraté escritores, periodistas y técnicos para escribir un boletín mensual llamado "Comandos", así como para dirigir una emisora y redactar boletines de prensa.

El amigo George había sido nombrado subdirector de la oficina de la CIA en Tegucigalpa y trabajaba con nosotros en una casa de seguridad.

Bermúdez permanecía en Honduras dirigiendo las tropas de la contra. Indalecio Rodríguez trabajaba con los refugiados que llegaban de Nicaragua y los otros cuatro directores trabajaban desde Miami o Washington, principalmente cabildeando el Congreso.

Estuve en algunas reuniones donde los de la CIA aconsejaban sobre la forma de ganar votos para continuar recibiendo dinero del Congreso, aunque ellos no tenían mucho respeto por el Congreso y decían que podíamos obtener votos si sabíamos presentar nuestro caso y ofrecer una posición suave con el comunismo. Sugirieron nombres de congresistas a quienes deberíamos tratar de convencer y nos dieron nombre de personajes a contactar.

Continúe presionando para tratar de obtener una definición clara de lo que pensábamos obtener y de la manera especifica en que podríamos hacerlo. Cuando llegamos a Honduras, la promesa de Feldman de que entraríamos a Managua antes de fin de año parecía haberse desvanecido.

El jefe de la oficina de la CIA en Tegucigalpa me hablaba únicamente de ganar algún territorio en la cordillera Isabela y hostigar al ejército sandinista hasta debilitarlo.

 Yo sabía que la CIA estaba en pláticas con los otros grupos antisandinistas en Miami y Centroamérica, pero nunca nos juntaron; y creo que no eran simples diferencias políticas entre otros los que impedían la unificación, ya que si Bermúdez y los otros guardias hubieran sido el obstáculo, la CIA hubiera podido deshacerse de ellos.

 Comprendí que la CIA quería mantenernos separados par ano tener que comprometerse con nadie pues nos estaban utilizando para sus propios objetivos, los que escondían de nosotros, como defender la doctrina Monroe practicar la contención.

Me preocupaba la combinación de la mentalidad de los entrenadores argentinos con la de los guardias de Somoza

Al tiempo que intentaba mejorar la imagen de la contra también empecé a comprender de que los planes de la CIA no incluían. Era práctica corriente de la contra, especialmente durante mi primer año, matar a los prisioneros y colaboradores sandinistas.

En conversaciones con oficiales de los campos de la contra a lo largo de la frontera hondureña, escuché a menudo frases como "le corté el pescuezo", lo que era como machucar una cuchara para ellos, por lo que tuve que admitir a los periodistas que habían habido ejecuciones y agregué que no era nuestra política y que estábamos tratando de mejorar el entrenamiento del personal.

Ni a la CIA ni a Bermúdez les gusto mi franqueza, peor a la larga ganaron credibilidad con la prensa y creo que llegue a tener influencia positiva en la conducción de la guerra.

También organice un programa de educación política para los soldados, para lo que hice imprimir un pequeño manual llamado "El Libro azul y blanco", que hablaba del significado de la democracia, la justicia social, etc., que los soldados podían llevar todo el tiempo en la bolsa y educarse sobre los aspectos por los cuales supuestamente estaban peleando los comandantes militares les gustó, aunque no pudieron entender su importancia y dudo que Bermúdez lo haya leído alguna vez.

El alcance político de la lucha no tiene ningún significado para los comandantes, ya que ellos tiene la creencia simplista de que Somoza perdió el poder porque Jimmy Carter le ató las manos y que si no hubiera sido por eso, Somoza hubiera matado a mucha gente y hubiera ganado.

 Los oficiales argentino que los entrenaban les habían dicho que ellos eran los únicos en América Latina que habían derrotado a los comunistas en una guerra y que la manera de ganarla es pelear una guerra sucia como la de ellos en la década de 1970.

Que convencido de que la combinación de los entrenamientos argentinos, con la mentalidad de los guardias es uno de los mayores obstáculos para poner al movimiento contra en un camino verdaderamente democrático.

El mejor amigo de Bermúdez era Ricardo, el "chino Lau" que fue uno de los mas conocidos y brutales guardias de Somoza. (A Ricardo Lau fue atribuido, en declaraciones hechas el pasado marzo por un ex-oficial de inteligencia salvadoreño , el asesinato de Mons. Romero en 1980, vinculándose en esas mismas declaraciones las actividades de la FDN a las de los Escuadrones de la muerte de El Salvador. Nota de Envío).

Aun meses después de que Calero había anunciado que Lau había renunciado al FDN, el chino era la última persona en hablar con bermúdez por la noche y la primera en conversar con el en la mañana. Se decía que Bermúdez le tenía miedo a sus propios hombres y, en una reunión del directorio, tres de nuestros principales oficiales de inteligencia declararon que sospechaban que Bermúdez y Lau estaban conspirando para matarlos y nos preguntaron que podríamos hacer para defenderlos. Nada podíamos hacer.

 Bermúdez, desde luego, negó las acusaciones.

Peor Bermúdez exigía lealtad y atemorizaba físicamente a quien no se la ofrecía y con Calero y su principal ayudante, un somocista llamado Aristides Sánchez, ejercía una autoridad incuestionable. En privado nosotros les llamamos a este trío "El Triángulo Bermúdez".

Es innecesario mencionar que el directorio civil de la contra no obtuvo el control de la parte militar y que a pesar de las promesas de Feldman ni siquiera logramos el control del presupuesto y que tomo seis meses que los nicaragüenses pudiéramos hacernos cargo de los libros, que los argentinos habían estado llevando.

 Aún entonces únicamente podíamos aprobar el presupuesto para suministros a las tropas, bienes logísticos, como gasolina y camiones alquilados y el presupuesto de gastos políticos.

Nunca obtuvimos el derecho de decidir cuanto gastaríamos en municiones y que clase de armamentos queríamos, y no estoy seguro si la CIA permitía a Bermúdez tomar tales decisiones ya que los civiles no teníamos opinión sobre la estrategia militar, puesto que simplemente no existía un mecanismo de consulta.

Cuando intente discutir el asunto de control sobre los agentes de la CIA, fui diplomáticamente apartado, puesto que su actitud era la de que estábamos todavía en la etapa bélica de la lucha. La política seria discutida mas adelante.


La CIA atacó Corinto y nosotros tuvimos que decir que lo habíamos hecho nosotros

La única vez que los 7 directores de la contra fuimos a Honduras fue cuando Dewey Maoroni, jefe del proyecto de la CIA llegó a Tegucigalpa.

Nos reunimos pro primera vez con Maroni en una de nuestras casas de seguridad en julio de 1983. Maroni es un hombre fornido con un inmenso pecho y acento del Bronx, fuma puro y habla con autoridad. Sentado entre nosotros una arrogancia tan grande mientras he trabajado con extranjeros.

Durante su siguiente visita en octubre de 1983, Maroni propuso el nombramiento de un jefe del directorio, idea con la que yo estaba de acuerdo. Empezó diciendo que el jefe debería trabajar en Washington y ser conocido ahí, no ser somocista, etc. Era obvio que estaba describiendo a Calero, un político que trabajaba 16 horas al día y admira a la CIA como a su Biblia. Los directores nos retiramos a otro cuarto a votar, pero era tan fácil como escoger el color del caballo blanco de Napoleón.

Cuando regresamos, Maroni felicitó a Calero llamándolo "Señor presidente". Habíamos elegido a un jefe y Maroni, en una insólita interpretación de la voluntad popular, lo había promovido rápidamente el rango de presidente.

A las dos de la mañana del 5 de enero de 1984, George me despertó en mi casa de seguridad en Tegucigalpa y me entregó un Boletín de Prensas redactado en excelente español.

Me sorprendió leer que nosotros, los de la contra, estábamos aceptando haber minado varios puertos nicaragüenses. George me dijo que me apresurara a ir a nuestra emisora clandestina para leer este anuncio antes que los sandinistas hicieran la denuncia del minado. Nosotros por supuesto, no habíamos participado en ese sabotaje contra los puertos.

Esto es corriente, ya que con frecuencia la CIA nos da el mérito (o nos hace culpables) de operaciones que nosotros ignoramos completamente.

La CIA usó a un grupo de latinos para bombardear los tanques de gasolina de Corinto en octubre de 1983 y cuando le protesté a George diciéndole que por qué la CIA simplemente no nos entrega el dinero y permite que gente no nicaragüense haga el trabajo, me contestó que así es que quieren en Washington que se haga.

Mientras tanto, nuestras operaciones estaban teniendo apoyo inadecuado, pues habíamos duplicado nuestras fuerzas en 1983 y teníamos pocas ametralladoras, pocos aeroplanos y poco apoyo logístico cuando operábamos dentro del territorio nicaragüense.

Finalmente recibimos 2 aviones C-47 que la CIA nos había estado prometiendo durante meses y que carecían de instrumentos modernos y tenían un pobre sistema defensivo, porque prácticamente eran ataúdes volantes.

 Recuerdo haberme reunido con la gente de la CIA en el hotel Marriot en Rosling, Virginia en esa época. Un director del FDN me dijo que la CIA había preparado un buen recibimiento para su visita a Washington consistente en una gira por museos y restaurantes.

 Le dije: "No se olvide de ir al museo Smithsonian, donde usted verá un C-47 tan viejo como el que estos caballeros nos dieron hace unos días".


Dos pasajes del Manual me parecieron inmorales

Me pareció que la CIA no quería que nosotros ganáramos.

 Pensé que deberíamos de capturar un pueblo, pero la CIA dijo que era imposible y en cierta manera tenía razón.

 La gente en Nicaragua cree que los sandinistas están mejorando y todavía no están preparados para otro cambio.

 Una vez, nuestras tropas capturaron por unas horas la ciudad de Ocotal, pero la gente no se alegró de vernos.

 No nos mencionaban como grupo FDN y además nuestros soldados no sabían como entenderse con ellos, era el precio que estábamos pagando por no enfatizar nuestros objetivos democráticos y por no trabajar en un movimiento constitucional.

Los norteamericanos querían tener un ejército que pudieran controlar y no querían arriesgar una insurrección fuera de su control.

 Mi posición en el FDN estaba haciéndose cada vez más precaria y la cadena de eventos que finalmente me condujo a separarme empezó por esa época.

A finales de 1983 llegó a Honduras un hombre de la CIA conocido como John Kirkpatrick, un personaje de novela de Graham Greene.

Era muy crítico de la alta dirigencia del FDN y le encantaban los soldados pobres y sin rangos. Bebía mucho y lloraba con frecuencia. Se sentía emocionado por mi trabajo de educación política con nuestras tropas y quería preparar un manual de guerra psicológica.

Trabajamos unas pocas horas al día durante 2 semanas, y luego Kikrpatrick terminó el manuscrito con mi secretaria.

Cuando el manual regreso de la imprenta, descubrí dos pasajes que pensé eran inmorales y peligrosos; uno recomendaba que contratáramos criminales profesionales y el otro propiciaba el asesinato de nuestros propios soldados de la contra para inventar mártires de la causa. No me agrada la idea de ser convertido en mártir de la CIA en su lucha contra el comunismo internacional.

 El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro y las profundas consecuencias de haber cambiado el destino de una acción a través del asesinato político estaba todavía fresco en mi memoria. Guardé todas las copias del manual, contraté a dos jóvenes para que recortaran las páginas ofensivas y volvieran a editarlo y pensé que allí terminaba el problema.

Vi a Maroni el 14 de agosto de 1984 y percibí que sus puntos de vista habían cambiado. Un año antes que el había elogiado a Edén Pastora y ahora me decía haberse olvidado de él, mientras se expresaba muy bien de Bermúdez.

"Bien hecho, Coronel", decía, "manténgase así, que sus muchachos están trabajando bien".

Comprendí que todo había terminado para los que queríamos hacer de la contra un movimiento político democrático.

 Poco tiempo después, Calero me informo que yo no trabajaría en Hondura, por lo que regrese a Miami a trabajar con el comité local del FDN, pero comprendí que Calero le había dicho a la gente de la contra que no me invitaran a ninguna reunión del FDN.

En octubre de 1984, un periodista del "New York Times", obtuvo una copia de la versión original del manual de guerra psicológica y la publicación de los pasajes repugnantes causaron problemas en la CIA y a la Administración Reagan.

Calero dedujo inmediatamente que yo le había dado la versión al "New York Times" para derrotar a Reagan en la elección presidencial, lo que no era cierto.

 Nos reunimos por última vez en Miami una semana después de la elección y el me llamó traidor; yo le conteste llamándole dictador.

 El 20 de noviembre de 1984 recibí una carta notificándome que el Directorio del FDN había decidido por unanimidad relevarme de mis responsabilidades.

La causa contrarrevolucionaria no le ofrece nada a Nicaragua

Creo que un dialogo político en Nicaragua debería ser la principal prioridad de los EE.UU., ya que no ha funcionado la presión militar, puesto que no ha creado las condiciones necesarias para la democracia y tampoco ha obligado a los sandinistas a negociar.

 El primer paso para la reconciliación nacional, deberá ser la eliminación del ejército contra.

 Al pedirle a los contra que depongan las armas, los EE.UU. fortalecerían a los modernos y debilitarían a los extremistas en ambos bandos.

El presidente Reagan debería bajar su retórica exagerada y otorgarle apoyo verdadero a la iniciativa de paz de Contadora, patrocinada por México, Colombia, Venezuela y Panamá, ya que Contadora ofrece la mejor opción para lograr una solución política permanente. 

Cuando ingresé a la contra en diciembre de 1982, lo hice porque creí que los EE.UU. y la CIA querían restablecer la promesa original de la revolución sandinista, pero ahora ya estoy convencido que por el contrario, la política de EE.UU. tiene como objetivo destruir la Revolución.

 Los que realmente lucharon contra el Ejército Sandinista tienen verdaderos resentimientos ya que su tierra ha sido confiscada o han sido perseguidos por motivos religiosos o han evadido el Servicio Militar.

 Ellos están siendo utilizados por la CIA y la administración norteamericana como instrumentos de la política exterior de los EE.UU, lo mismo que por los ex-guardias nacionales y los políticos somocistas que únicamente quieren regresar a Nicaragua recuperar las fortunas y el poder que perdieron en 1979. Si la contra alguna vez llegara al poder simplemente reemplazaría al sandinismo con un régimen derechista que no mejoraría a nadie. 

Lo que es más criticable es que los lideres civiles de la contra tienen hijos en edad militar y no los mandan a combatir la guerra que ellos tanto alaban, ya que sólo quieren que los campesinos sigan muriendo, mientras ellos disfrutan en Miami esperando que su sueño se haga realidad.

 Estoy ahora convencido de que la causa contra, a la que entregué dos años de mi vida, no le ofrece nada a Nicaragua sino el retorno al pasado.

http://www.envio.org.ni/articulo/470

Related Posts

Subscribe Our Newsletter