1980. El taxista no la conocía, menos ella que era extranjera.
Lo único que tenían en común ambos en Paraguay era la carrera.
La joven buscaba una peluquería que estaba a media cuadra de donde vivía un tal Anastasio Somoza Debayle.
La información serviría para algo más que para un corte de cabello...Paró en la delegación de la Policía. - ¿Alguien sabe dónde vive ese señor?, preguntó el taxista.
Allí le dieron el punto exacto.
Vivía en una urbanización donde cada residencia se alquilaba en más de 1 mil 500 dólares mensuales. «Vaya señor», le dijeron, «es zona exclusiva.
Allí viven los más ricos». Es Asunción, Paraguay, la ciudad del relato.
Con lo dicho por el oficial inició sin que lo supiera el ajusticiamiento de Somoza Debayle, quien moriría el 17 de septiembre, por una acción armada que dirigía Enrique Gorriarán Merlo.
Es él quien cuenta esta historia, ahora que está libre tras ocho años de encierro en Argentina.
Lo indultó el Presidente saliente, Eduardo Duhalde, el 25 de mayo.
Hace dos semanas publicó sus memorias, unas 600 páginas de recuerdos, que lanzó al mundo la editorial Planeta.
Somoza Debayle escapó hacia Miami, Florida, dos días antes de su caída del poder en Nicaragua el 19 de julio de 1979.
En ese 19, que cumplirá 24 años en estos días, finalizó la dictadura que forjó el papá de Somoza Debayle, Anastasio Somoza García desde 1936.
En Paraguay, adonde se estableció después de Miami, Somoza Debayle estaba bien custodiado.
Era muy amigo del dictador Alfredo Stroesner. «La planificación fue minuciosa», dice Gorriarán vía telefónica.
Seis meses en Paraguay haciendo contactos, viendo cómo llegar a la hora de la hora. Enrique Gorriarán estuvo cuatro meses y medio antes de septiembre de 1980, pero Hugo Irurzún (El Capitán Santiago), una de las siete personas que participaron en el ajusticiamiento, llegó seis meses antes.
Fue uno de los primeros.
Lo difícil, después de localizar la casa, fue alquilar un sitio que permitiera vigilarlo 24 horas.
La casa estaba a unas cuatro cuadras.
Cuatro varones y tres mujeres, entre ellas la del corte de pelo, trabajaban a la par de las manecillas del reloj.
Hasta parecían que entraban en competencia. Gorriarán dice que fueron 10 «compañeros» los participantes en total y que se recuerde, entre ellos, estaba Roberto Sánchez, hermano de Aurora Sánchez «La Cachorra», Hugo Irurzún (El Capitán Santiago), y Claudia Lareu.
El comando reclutó al dueño de un kiosco de venta de periódicos, dos cuadras antes de donde vivía Somoza Debayle.
Fue desde la venta que avisaron el 17 de septiembre que venía. Venía en el vehículo de siempre, pero el chofer no era el mismo.
«Teníamos que cuidarnos de la custodia que traía Somoza, cambiar el objetivo, y atacar el vehículo con un chofer que después supimos era de apellido Gallardo.
Era la primera vez que mirábamos a ese chofer, porque el de siempre en esos días era un general suyo de apellido Genie (Samuel), que había sido jefe de la Seguridad de Somoza en Nicaragua».
Los minutos se hicieron horas, dilatados como sólo ellos suelen serlo en momentos de tensión.
El primer cohete de Iruzún, «capitán Santiago», estaba malo. Hubo que cambiarlo.
Se hizo. El disparo de la bazuca fue certero.
Ahí murió Somoza, mientras en Nicaragua se celebraba en las calles con el ánimo intacto de aquel 19 de julio, cuando el triunfo de la Revolución en la plaza que le pusieron ese nombre.
Otros lloraron a Somoza.
Los ánimos estaban al tenor del conflicto, pero fue la alegría de la gente la que dio ánimo a Gorriarán y sus compañeros cuando Paraguay cerró las fronteras, cuando empezaron a aparecer las fotos y retratos hablados de los implicados.
Ni uno solo de los retratos era de ellos.
«Era la época en que funcionaba el Plan Cóndor.
Había mucha relación entre las dictaduras de Chile, Brasil, Paraguay y Argentina.
Tenían un rápido intercambio de información, pero en este caso sacaron a alguien parecido a una compañera.
Luego vivimos toda la tensión.
Después cruzamos Argentina, otro Brasil. Yo fui a Costa Rica y después a Nicaragua.
Nos dividimos y luego nos encontramos. No recuerdo cuánto gastamos en esa ocasión».
Sí, fue como las películas de espías. Ofrecieron 50 mil dólares por ellos sin conocerlos.
Sólo uno de ellos murió: Hugo Iruzún, el capitán Santiago, quien como Gorriarán había colaborado en Nicaragua con el fin de la dictadura.
Los lazos, ahora recuerda el segundo, eran fuertes. Históricos como le gusta decir.
Pero el riesgo había sido tomado por una razón estratégica.
No fue venganza. Somoza Debayle era el jefe de la contrarrevolución que amenazaba a los triunfantes sandinistas.
Había más que odio en el dictador defenestrado. «Teníamos informaciones concretas.
Somoza tenía arreglado con el jefe de la Policía de Honduras, un coronel Alvarez (Gustavo Alvarez Martínez), afín al somocismo, y con los militares argentinos, con los cuales, cuando se produce el ajusticiamiento, ya había un grupo de asesores argentinos en Honduras a través de un acuerdo entre los militares argentinos y él».
Eran tiempos aquellos de dictadura en Argentina.
Tiempos de Videla, de 30 mil desaparecidos y 500 niños robados, pero también era época en que los militares argentinos y Somoza creían que Estados Unidos había abandonado la lucha contra el comunismo.
Ellos se planteaban, según Gorriarán, cómo reemplazarían la carencia. Pero nada de lo contado por Gorriarán hubiera sido un hecho, si Somoza no persistiera en su empeño por volver al poder.
«Te juro que no fue venganza. Si Somoza, por ejemplo, no hubiese querido retomar el poder y hubiese, no sé, decidido irse a vivir a España.
No hubiéramos hecho está acción. Por eso, insisto que fue en el contexto de la contrarrevolución. No es un atentado individual».
Cortazar y un libro frustrado
Extractos de su última entrevista, brindada al intelectual argentino Néstor Kohan N.K.: Luego de la muerte de Tosco en 1975, viene la dictadura militar (1976), el genocidio de nuestro pueblo, el exilio, tu participación en la revolución en Nicaragua (1979) y el ajusticiamiento de Anastasio Somoza.
A partir de allí lo conociste a Julio Cortázar.
¿Cómo se produjo ese encuentro con Cortázar?
G.M.: Julio estaba muy impactado por la revolución en Nicaragua, entonces comenzó a viajar, a visitar aquel país, frecuentemente.
Entonces un día lo conocí en Nicaragua en la casa de Tomás Borge [dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional-FSLN.
N.K.]. Allí conversamos con él.
Si no sabías quien era o nunca habías visto una fotografía de Julio Cortázar podías estar conversando con él cinco horas y no te dabas cuenta.
En ningún momento hacía ostentación. Si estuviera en este lugar, estaría aquí sentado conversando como lo estamos haciendo nosotros sin ningún tipo de ademán, ostentación o pose.
Yo esperaba encontrarme con una persona que haría gala de su importancia y de su fama, pero me encontré con un hombre sumamente sencillo.
Me llamó poderosamente la atención esa sencillez.
También su inteligencia, pero eso yo lo descartaba, porque sabía que él era muy inteligente.
Sí me sorprendió su sencillez. Julio estaba impactado por lo de Somoza.
N.K.: ¿Por el ajusticiamiento?
G.M.: Sí. Entonces él nos manifestó que le hubiera gustado escribir un libro sobre ese hecho. Nosotros le contamos cómo había sido.
Cortázar sabía lo que había significado Somoza para Nicaragua. Nosotros le agregamos un elemento que quizás no era muy conocido.
Somoza no fue ajusticiado por las cosas terribles que había hecho en el pasado dictatorial. No fue un hecho de venganza.
Fue el ajusticiamiento del jefe de la contrarrevolución que ya estaba actuando contra Nicaragua y contra la nueva revolución que había triunfado en julio de 1979.
Ya para esa altura había instructores en represión que la dictadura militar argentina había enviado a Honduras para reprimir internamente y organizar la contrarrevolución contra la revolución sandinista, de la mano de la CIA.
Eso era lo que Somoza había acordado con la dictadura argentina desde Paraguay.
N.K.: Incluso esos militares argentinos participaron activamente en la tortura en Honduras...
G.M.: Sí, el jefe de ellos e instructor de los contras nicaragüenses, el coronel José Osvaldo Barreiro, apodado “Balita”, está acusado de 174 desapariciones en Honduras.
El gobierno de Honduras lo pide a la Argentina, no lo extraditan aunque se sabe que durante los años ’90 este torturador estaba trabajando de asesor del ministro de defensa argentino Domínguez, ministro de Carlos Saúl Menem.
Este torturador y todos sus asesores estaban operando en Honduras contra Nicaragua [véase Clarín: “La exportación del terror”, suplemento especial del 24/3/2006.
N.K.] cuando se produce el ajusticiamiento de Somoza en Paraguay.
Entonces nosotros siempre decimos que lo que hicimos no fue una venganza por lo que había hecho en el pasado sino una emboscada contra el jefe operante de la contrarrevolución.
Lo hicimos en Paraguay porque él estaba en Paraguay, si hubiera estado en Nicaragua, lo hubiéramos hecho en Nicaragua.
N.K.: ¿Cómo sabían que Somoza estaba en Paraguay?
G.M.: Que estaba en Paraguay era público, lo que no sabíamos era donde estaba.
Estuvimos seis meses hasta que lo detectamos.
Entonces todo eso se lo comentamos a Cortázar.
Él nos dijo que le gustaría hacer un libro al respecto, pero que no podía y entonces propuso que fuera otro escritor argentino, Osvaldo Soriano.
Nos dijo que él iba a hablar con Soriano en Francia. Pero Soriano tampoco pudo.
Finalmente el libro lo hicieron la escritora salvadoreña Claribel Alegría y su esposo Bob Fakol.
Hicieron una trama novelada pero completamente ajustada a lo que sucedió en la acción.
Lo que nos sorprendió de Bob, el marido de esta escritora salvadoreña, es algo que nos cuenta mientras estamos preparando las conversaciones sobre el libro.
Nunca supe porqué nos cuenta eso. Quizás supuso que nosotros tendríamos información al respecto, pero nosotros no sabíamos nada.
Nos contó que veinte años atrás, durante el gobierno del presidente Arturo Frondizi [1958-1962] él había trabajado de joven como agente de la CIA en la embajada norteamericana en Argentina.
Obviamente él había abandonado más tarde todo eso, decepcionado y espantado.
Nos contó cómo se abrió. La conoció después a Claribel, se casaron, vivieron muchísimos años juntos.
Era una excelente persona. Pero ¿sabés qué misión había tenido como agente de la CIA?
N.K.: No. ¿Cuál era su tarea?
G.M.: Estaba encargado de pasar datos sobre todo el sector cultural argentino: escritores, periodistas e intelectuales.
Tenía que seguir qué posiciones tenían los intelectuales en relación a Estados Unidos.
Entonces lo conversamos mucho con él. Estábamos en 1980 y 1981, ya habían sucedido la mayor parte de las desapariciones de personas en Argentina y en toda América latina, entre las cuales estaban muchos intelectuales de izquierda, marxistas o progresistas.
Entonces lo conversamos y él me hizo notar cómo Estados Unidos venía planificando desde bastante tiempo antes y seleccionando entre los intelectuales antiimperialistas las futuras víctimas.
Testimonio del héroe Enrique Gorriarán Merlo.
http://www.radiolaprimerisima.com/noticias/19686/como-fue-el-ajusticiamiento-de-somoza-testimonio-del-heroe-enrique-gorriaran-merlo