Las falsedades de Obama sobre la guerra de Afganistán deberían recordar a la gente las lecciones de 1984.
En 1984, George Orwell describía a un super Estado, Oceanía, cuyo lenguaje bélico convertía las mentiras que “al introducirse en la Historia se convertían en verdades. ‘Quien controla el pasado’ decía el lema del Partido, ‘controla el futuro: y quien controla el presente controla el pasado’”.
Barack Obama es el líder de la actual Oceanía. En dos discursos que cierran una década, el premio Nobel de la Paz afirmaba que la paz ya no era la paz sino una guerra permanente que “se extiende más allá de Afganistán y Pakistán” hacia “regiones caóticas, Estados fallidos, enemigos difusos”.
A eso lo calificaba de “seguridad mundial” y nos pedía agradecimiento. Se dirigió al pueblo afgano, invadido y ocupado por Estados Unidos, para afirmar con cinismo: “No tenemos interés alguno en ocupar vuestro país”.
En Oceanía, la verdad y las mentiras están íntimamente imbricadas. Según Obama, el ataque estadounidense contra Afganistán en 2001 tenía la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU pero no hubo tal autorización.
Dijo, además, que “el mundo” apoyó la invasión tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La verdad es que, en los 37 países donde Gallup llevó a cabo encuestas, salvo en tres, la oposición fue abrumadoramente mayoritaria. Afirmó que Estados Unidos invadió Afganistán “cuando los Talibán se negaron a entregar a Osama Bin Laden”.
Pero, según el gobierno militar de Pakistán, en 2001 los Talibán intentaron en tres ocasiones negociar la entrega de Ben Laden para que fuera juzgado, y su oferta fue rechazada.
Incluso la manipulación de los atentados del 11-S para justificar la guerra es falsa. Dos meses antes del atentado contra las torres gemelas, el gobierno Bush informó al ex diplomático paquistaní Niaz Naik, que el ataque militar estadounidense tendría lugar a mediados de octubre.
El régimen Talibán de Kabul, que Clinton había apoyado en secreto, ya no se consideraba lo suficientemente “estable” como para garantizar a Estados Unidos el control del petróleo y los oleoductos hasta el mar Caspio.
Así que había que actuar.
Pero la más audaz de las mentiras de Obama es que hoy Afganistán es “un refugio seguro” para los atentados de Al Qaeda en occidente. Su propio consejero de seguridad nacional, James Jones, decía en octubre que en Afganistán había” poco más de 100 miembros” de Al Qaeda.
Y según los servicios de espionaje estadounidenses, el 90 por ciento de los Talibán, no lo son sino “ miembros de tribus localizadas que se consideran enemigos de Estados Unidos porque es una potencia ocupante”. La guerra es un fraude y sólo las personas cortas de entendederas pueden creerse la marca Obama sobre la “paz mundial”.
Bajo la superficie, sin embargo, hay un objetivo mucho más grave.
Para el general Stanley McChystal, condecorado por sus escuadrones asesinos en Iraq, la ocupación de Afganistán es un ejemplo para todas las “regiones caóticas” del mundo todavía fuera del alcance de Oceanía.
Es lo que se conoce como Coin (contra-insurgencia), que agrupa a los militares, a las organizaciones humanitarias, psicólogos, antropólogos, medios de información y mercenarios de las relaciones públicas. Con una jerga sobre corazones y mentes victoriosas, incitan a la guerra civil: tajiks y uzbecos contra pastunes.
Eso es lo que han hecho los estadounidenses en Iraq al destruir una sociedad multi-étnica. Levantaron muros entre comunidades que en otra época se casaban unos con otros; llevaron a cabo la limpieza étnica de los sunníes y expulsaron del país millones de personas.
Los medios afines lo denominaron “paz”. Académicos estadounidenses comprados por Washington, y “expertos en seguridad” a los que informaba el Pentágono, aparecían en la BBC para difundir las buenas nuevas. Como en 1984, la mentira era la verdad.
Algo similar está previsto para Afganistán. Se obliga a la gente a desplazarse a “zonas objetivo”, controladas por los señores de la guerra, financiados por la CIA y por el comercio de opio. El que esos señores de la guerra sean bárbaros resulta irrelevante.
“Podemos vivir con eso”, decía un diplomático de la época Clinton al imponerse de nuevo la opresiva sharia en un Afganistán “estable” gobernado por los Talibán. ONG occidentales favorecidas, ingenieros y especialistas agrícolas se harían cargo de la “crisis humanitaria” para “garantizar” el sometimiento de las regiones tribales.
Esa es la teoría, y funcionó más o menos en Yugoslavia, donde la partición étnico-sectaria hizo desaparecer una sociedad en otros tiempos pacífica, pero fracasó en Vietnam, donde el “Plan estratégico Hamlet” de la CIA, elaborado para acorralar y dividir a la población del sur y, de esa forma, derrotar al Vietcong- palabra comodín de los estadounidenses para denominar a la resistencia, equivalente al “Talibán” de nuestros días.
Tras las bambalinas de mucho de lo que ocurre están los israelíes, que llevan desde hace tiempo aconsejando a los estadounidenses en las aventuras tanto de Iraq como de Afganistán.
Limpieza étnica, muros, puestos de control, castigos colectivos y vigilancia continua, se dice que son las innovaciones israelíes que les han servido para robar la mayor parte de Palestina a sus habitantes autóctonos. Sin embargo, a pesar de sus sufrimientos, los palestinos no se han visto irreparablemente divididos y, aunque parezca increíble, siguen existiendo como nación.
Gran parte de los precursores del Plan Obama, de quienes el galardonado con el premio Nobel, sus generales y sus relaciones públicas quieren que nos olvidemos, son los que fracasaron en el propio Afganistán. Los británicos en siglo XIX y los soviéticos en el XX intentaron conquistar aquel país agreste mediante la limpieza étnica y tuvieron que marcharse, eso sí tras terribles derramamientos de sangre. Sus monumentos son los cementerios imperiales.
La fuerza del pueblo, a veces incomprensible, con frecuencia heroica, ha dejado la semilla bajo las nieves, y los invasores la temen.
“Es extraño”, escribía Orwell en 1984, “pensar que el cielo es el mismo para todos, en Eurasia o en Asia oriental o aquí.
Y las personas que viven bajo ese cielo son también muy parecidas- en cualquier lugar del mundo... gentes ignorantes de su propia existencia, mantenidas separadas por barreras de odio y mentiras, pero casi exactamente iguales- gentes que... atesoran en sus corazones, entrañas y músculos la fuerza que un día podría cambiar el mundo”.
John Pilger es un célebre periodista de investigación y autor de documentales, considerado por The Guardian “el periodista más excepcional del mundo”.
Autor de numerosos libros, el más reciente de los cuales es Freedom Next Time: Resisting the Empire, que reúne una serie de investigaciones sobre los efectos de los crímenes de guerra y de la globalización. Información sobre sus libros y películas en JohnPilger.com