Pablo Gonzalez

El fin del reinado de Karol Woityla y el balance de su obra


La burguesía imperialista ha puesto en escena para las masas populares una larga, suntuosa y grotesca celebración del fin del reinado del papa Karol Woityla, Juan Pablo II, sin escatimar medios y recursos financieros y materiales. 

No se trata del comprensible ritual fúnebre de adiós al “dios-en-la tierra” de los devotos católicos, crédulos o fanáticos, que se aprovechan de su posición de poder para obligar al resto de la población a someterse a sus sentimientos, incluso violando los más elementales derechos democráticos de libertad de religión, culto y conciencia. 

Los que promueven, animan, organizan e imponen el luto colectivo son las autoridades de la burguesía imperialista. Los personajes más siniestros del mundo desfilan ante el cadáver de Woityla. Los responsables de las guerras de saqueo y rapiña vienen a rendirle homenaje. 

Quienes financian los lujosos funerales con dinero público son los que despiden y deslocalizan, los que niegan a los jubilados, niños y enfermos de las masas populares los recursos con los que satisfacer hasta sus necesidades más modestas y los que niegan a los trabajadores su dignidad y hasta el salario.

 Es la totalidad de la burguesía imperialista, incluidos los burgueses más descreídos, la que, por encima de diferencias religiosas, sopla las trompetas de la suntuosa ceremonia en honor del jefe de la “iglesia de los pobres”.

 La burguesía es coherente con la enseñanza de su ideólogo fascista Giovanni Gentile: no importa que la burguesía crea o no en dios y en otras fantasías ultramundanas, sino que lo importante es que se dé a las masas populares una profunda formación religiosa que las haga resignarse al infierno terrenal en espera del paraíso ultraterrestre. 

La burguesía italiana destaca en esta labor. Durante días y días políticos y juglares de toda laya, actrices y periodistas de régimen se han exhibido y se exhiben sin pudor y reservas en una inmunda algazara. Con todos los medios de que el régimen dispone, inundan el país con parrafadas en loor del personaje y su obra. 

Todo el país y sus recursos públicos, que tanto escasean cuando se trata de satisfacer las necesidades de las masas populares o de aumentar los salarios, son desviadas de las partidas destinadas a los gastos corrientes y destinadas a la celebración, que será mucho más pomposa y costosa que la que Berlusconi y su banda organizaron para el G8 en Génova, para la reunión de la OTAN en Pratica di Mare y para otros acontecimientos análogos. 

La clase dominante unida ha impuesto a todo el país, con la colaboración contrita de todos los representantes de las fuerzas políticas burguesas que van de la extrema derecha a la extrema izquierda, un ritual colectivo de culto a la personalidad que no tiene parangón con los más descaradas y significativas manifestaciones que recientemente han tenido lugar con ocasión de la muerte de Norberto Bobbio, Giovanni Agnello, Nicola Calipari y otros tantos “santos” de su causa. 

Descreídos notorios se confunden con notorios beatos, Berlusconi con Prodi, Fini y Bertinotti con Andreotti, refinados intelectuales con organizadores de escuadrones fascistas, Cacciari con Storace y Alemanno. 

Todos juntos tratan de aprovechar al máximo la credulidad y religiosidad de una parte importante de las masas populares, sus temores y esperanzas. Tratan de reforzar, gracias a la muerte del pontífice, la operación ideológica y política de la que él ha sido impulsor y actor durante casi tres décadas. 

Es un ritual barbárico de unidad nacional a las órdenes de la burguesía por la muerte de uno de sus máximos exponentes.

Esta gran operación de condicionamiento de la opinión pública y de los sentimientos de las masas populares hace patente una transformación histórica importante con respecto a los objetivos de la revolución socialista con vistas a los cuales los comunistas movilizamos a la clase obrera y al resto de las masas populares. 

La burguesía ha asumido el poder político en Europa occidental con una lucha encarnizada contra el clero, las iglesias, las monarquías y la barbarie que personificaban. La decapitación del rey de Francia en 1793 y la conquista de Roma en 1870 representan acontecimientos emblemáticos de la lucha de la burguesía por el poder. 

En pocas décadas las relaciones de la burguesía con el clero y todos los vestigios reaccionarios y el oscurantismo clerical cambiaron radicalmente. La orquestación publicitaria de la agonía del príncipe Raniero de Mónaco, que ha producido al mismo tiempo que la del papa de Roma, confirma, a escala cien veces menor, este mismo trastocamiento de relaciones.

El loco esfuerzo por hacer frente a su propia decadencia y a la lucha contra el movimiento comunista han llevado hoy la burguesía a prosternarse, en particular, a los pies de pontífices y santones y a confiarles la dirección ideológica y moral de la movilización reaccionaria de las masas ante las crecientes dificultades que encuentra para llevarla a cabo.

 Deben apoyarse precisamente en los temores suscitados en las masas populares por la acción devastadora del orden burgués y por los revolucionarios descubrimientos técnicos de este período, y en la desmoralización provocada en las masas populares por la crisis del movimiento comunista. 

Así pues deben agrupar en torno a sí a una parte, lo más amplia posible, de ellas y encauzarlas a la espera del paraíso celeste con el fin de apartarlas de la construcción de un orden civil en la tierra. 

Hace algunas décadas, durante la primera oleada de la revolución proletaria, la burguesía todavía confiaba la dirección ideológica y moral de su cruzada anticomunista a sus ilustres ejecutores: de Clemenceau a Lloyd Gorge, de Wilson a Churchill, de Mussolini a Hitler. 

Los papas de la época, ciertamente, colaboraron con energía en la desenfrenada cruzada anticomunista que se desarrolló también entonces de un extremo a otro de la tierra, pero no fueron ellos los que tuvieron en sus manos la dirección ideológica y moral de la misma. 

La nueva crisis del capitalismo, al igual que el reinado de Woityla, se inició a grandes rasgos a mitad de los años 70 y ha agravado mucho más la decadencia de la burguesía. 

El movimiento comunista de los años 50 entró en una fase de decadencia, pero la primera oleada de la revolución proletaria ha elevado el nivel de conciencia y organización de las masas populares a un nivel que la burguesía no logra eliminar completamente con los métodos de otro tiempo. 

Con el fin de asegurar la dirección ideológica y moral de su esfuerzo por mantener en pie su orden social e impedir el renacimiento del movimiento comunista, la burguesía imperialista ha tenido que recurrir a personajes como el papa de Roma, al Dalai Lama y un creciente número de santones y cultivadores de lo sobrenatural y del misterio.

Es un nuevo modo de promover la movilización reaccionaria de las masas populares. 

Sus elementos constitutivos son la beneficencia y las obras pías individuales, el voluntariado, el perfeccionamiento individual, la fe en lo sobrenatural y la sumisión a quien la personifica en la tierra, la convicción de que el orden capitalista de la sociedad no se discute porque está dictado por dios y por la naturaleza humana creada por él desde la noche de los tiempos, incluida también la miseria material y moral de los no elegidos y la satisfacción moral de cada elegido por su piadosa obra individual y su servicio a dios y al papa. 

La virtud individual de los elegidos tiene que impedir el esfuerzo colectivo de construir un mundo de justicia y civilización. Personas que viven en el lujo y en el despilfarro sin límites, promueven el culto a los pobres y niegan a los enfermos la dignidad y los recursos públicos para que la beneficencia privada se ocupe de ellos. Este tipo de personas, mistificadores y “flautistas de Hammerlin”, pululan tanto más y tanto más aspiran a desempeñar un gran papel social cuanto menos se ve una salida a la situación. 

Y la situación actual es efectivamente una situación sin salida para la burguesía imperialista, pero también para las masas populares en tanto los comunistas y el proletariado, las clases y pueblos oprimidos no logren acumular las fuerzas necesarias para abrir la única vía posible de progreso realista, cuyos presupuestos se encuentran ya en el mundo actual: el renacimiento del movimiento comunista, una nueva oleada de la revolución proletaria y la instauración de nuevos países socialistas. 

Hasta que las masas populares no logren concebir y encontrar una solución real, tendrán necesidad en alguna medida de buscar la solución a la actual situación en la fantasía, como si se tratase de un analgésico. Karol Woityla ha sabido aprovechar los recursos de su reinado para alcanzar un nivel eminente entre los predicadores de tales soluciones fantásticas. Toda la burguesía le reconoce precisamente ese mérito, se postra ante su cadáver y se pregunta si encontrará un sucesor que esté a su nivel.

¿Qué papel ha desempeñado el papa Woityla con respecto a las masas populares?

Al decir de la burguesía y sus portavoces, Karol Woityla ha sido una persona de cualidades únicas y sobrehumanas. Berlusconi asegura y Bush confirma que dejará una huella indeleble en la historia: antes y después de Cristo, antes y después de Napoleón, antes y después de Woityla. 

Hace muchos años, un emperador romano, Calígula, proclamó como senador del imperio a su caballo preferido. 

Los medios de los que dispuso fueron tantos que el imperio no hizo objeciones al nuevo senador. 

Fue una metamorfosis mucho más extraordinaria que la que burguesía trata de presentar hoy a las masas populares de medio mundo. 

Si se basa la valoración de una persona en sus virtudes particulares y en sus dotes misteriosas y ocultas, quién tiene los medios para imponer sus juicios puede declarar a Giovanni Agnelli bienhechor de los obreros y a Karol Woityla bienhechor de toda la humanidad gracias a sus dotes sobrehumanas. 

Pero la humanidad está en realidad en condiciones de valorar los beneficios que le ha reportado la obra del papa Woityla. 

Desde el momento que la burguesía proclama al papa Woityla como bienhechor de toda la humanidad, no es de sus virtudes particulares y de sus misteriosas cualidades de lo que es preciso discutir, sino de los efectos que su actividad ha tenido en la situación de la humanidad. ¿Es hoy el mundo mejor de lo que lo era hace cerca de treinta años cuando Karol Woityla asumió la jefatura del Vaticano y la dirección de la iglesia católica?

El efecto principal de su actividad, la obra sobre la que la burguesía le atribuye el mérito, es el derrumbamiento del campo socialista y la “muerte del comunismo” en todo el mundo. 

Obviamente no es verdad que Woityla (con o sin Reagan) haya sido el artífice del derrumbamiento del muro de Berlín, del fin de la Unión Soviética y la “muerte del comunismo”. Woityla y Reagan no han tenido éxito donde Hitler y Mussolini, Churchill y Roosevelt fracasaron. La Virgen de Fátima de Woityla y la Guerra de las Estrellas de Reagan no han logrado hacer lo que la Wermacht de Hitler y los ejércitos de la Alianza no lograron cumplir. 

El derrumbamiento del campo socialista y la eliminación a gran escala de las instituciones (partidos, organizaciones de masas y Estados) creadas por la primera oleada de la revolución proletaria son resultado, principalmente, de los límites del propio movimiento comunista: límites que antes o después superará porque son los límites en alguna medida inevitables de un movimiento que persigue un objetivo innovador como el fin de la milenaria división de la humanidad en clases de opresores y de oprimidos. 

Son esos límites los que han permitido que la dirección del mismo fuera asumida por los revisionistas modernos: por los Kruschov y Breznev, por los Togliatti y Berlinguer, por los Teng Hsiao-ping y otros de su misma cuerda. Woityla y Reagan han podido cantar victoria sobre el comunismo (y Berlusconi y Bush celebrar su gesta y atribuirles el milagro de la “muerte del comunismo”) sólo porque el movimiento comunista por motivos internos no ha sabido llevar más allá la obra realizada durante la primera oleada de la revolución proletaria y ha tomado, por tanto, el camino de la decadencia. 

No es la “muerte del comunismo” lo que es obra de Woityla, sino que es el papel social desarrollado por Woityla lo que es fruto de la decadencia del movimiento comunista. La actividad de un individuo sólo se puede entender si se sitúa en el contexto de los acontecimientos en los que se ha desarrollado. Hasta que el movimiento comunista mantuvo su “fuerza propulsora” y tuvo al frente a comunistas representados por Lenin, Stalin y Mao Tse-tung, también condicionó a la iglesia católica al igual que a las demás actividades e instituciones de la clase dominante. 

Es decir, que el movimiento comunista también “educó” a la iglesia católica a su imagen y semejanza. 

Llevó a su cabeza a personajes como el papa Juan XXIII que trataron de mantenerla a flote asumiendo un papel, aunque fuese más bien a rastras del movimiento comunista, en la construcción de un nuevo mundo, el “mundo de justicia y verdadera civilización” del que el movimiento comunista era promotor. 

El movimiento comunista en su fase de decadencia, dirigido por los Kruschov-Breznev, por los Togliatti-Berlinguer, por los Teng Hsiao-ping, ha dado en cambio un papel social a los aspirantes a sepultureros del comunismo. 

En las filas de los “sepultureros del comunismo” y de los “vencedores del movimiento comunista” el papa Woityla es ciertamente uno de los más ilustres, hasta el punto de atribuirse casi en exclusiva el mérito de la obra: también la más hábil de las moscas que se agarran al cuello del caballo que tira de un carruaje se puede atribuir el papel de dirigirlo.

 ¿Pero acaso desde el punto de vista de las masas populares eso sería un mérito? Para la burguesía ciertamente lo es, porque el paso atrás dado por el movimiento comunista corresponde a sus intereses, a sus necesidades y a sus deseos. 

Para dar a esta simple pregunta una respuesta justa desde el punto de vista de la condición de las masas populares, basta con pensar en los millones de desgraciados que hoy pueblan los países del ex-campo socialista, en los millones de mujeres procedentes de estos países, y en particular, precisamente de la patria de la que Woityla se declaraba salvador y protector, que se prostituyen hoy en los países imperialistas, en los trabajadores obligados a trabajar bajo cualquier condición y por cualquier salario cuya competencia amenaza hoy como una pesadilla a los trabajadores de los países imperialistas, bajo la forma de deslocalizaciones, de inmigración y de importación de mercancías a precios tirados. 

Si Woityla fuera verdadramente el autor de la degradación que ha devastado y todavía devasta a los países del ex-campo socialista desde el Adriático al Océano Pacífico, si verdaderamente fuera responsable de semajente catástrofe humana, eso bastaría para cubrirlo para siempre de infamia, para que pasase a la historia como un Atila de los tiempos modernos. Pero a eso se suma la degradación de las condiciones materiales, morales e intelectuales de las masas populares producida en los últimos treinta años en los países oprimidos e imperialistas. 

La triste degradación de la condición humana a la que hemos asistido en los últimos treinta años y el marasmo económico, moral e intelectual en que se encuentra la humanidad, la pérdida de confianza en sí mismas y la falta de esperanza en un futuro mejor que invade y embrutece a un sector de las masas populares, descalifican a los ojos de todo comunista y elemento avanzado el reinado del papa Woityla dentro de los límites en los que su acción ha sido eficaz. En realidad Woityla no es el artífice de tanto cataclismo. 

Él sólo se ha aprovechado habilmente, en beneficio de los intereses de poder y financieros que se le enconmendaron defender como máximo representante del Vaticano, de los temores y de la desbandada provocada en todo el mundo por la decadencia del movimiento comunista y por el nuevo y libre desbordamiento de los intereses y apetitos de los grupos imperialistas. 

Este papel suyo, si bien ha consolado a una parte de las masas populares afligida por las nuevas amenazas, ciertamente no las ha eliminado ni atenuado. Más bien ha permitido a los grupos imperialistas desarrollar con más libertad la obra de saqueo, devastación, rapiña y guerra conforme a su naturaleza.

¿Qué herencia deja Karol Woityla a la burguesía imperialista?

Entre los que fascinan y trajinan a las masas con sus baratijas o fantasías, él fue ciertamente uno de los más importantes y eficaces. La burguesía europea y norteamericana (blanca) exagera su papel mundial. Hay mucho racismo en la celebración que ella hace aquí, entre nosotros, de su papa: los fieles de La Meca y de Osama Ben Laden son fanáticos, los fieles que lloran y bailan por Woityla son creyentes. 

Efectivamente, para gran parte de la población mundial, desde Asia a Europa oriental y a buena parte de África, él era casi desconocido o un líder religioso de éxito, como lo son para la población europea y norteamericana el Dalai Lama y otros santones de religiones orientales o de las “sectas” protestantes.

 También en Europa occidental y en las dos Américas los límites de su éxito como líder que arrastra a muchedumbres por cuenta de la clase dominante se ponen de manifiesto en el éxito de centenares de otras iglesias y sectas competidoras de la iglesia católica, que en algunos lugares hasta la han suplantado en amplia medida. 

En países donde el clero católico dominó un tiempo, desde Italia y Francia a España y América latina, hoy en los rituales de la iglesia católica participa en torno a una décima parte de las masas que participaban hace cincuenta años. 

A pesar de los enormes medios de que dispone y el apoyo de las autoridades, la iglesia católica sólo logra reclutar hoy en esos países a una décima parte del clero que reclutaba hace cincuenta años. Solamente en los países más devastados por el hambre, las enfermedades y la guerra la iglesia católica logra todavía reclutar con el chantaje de la comida, de la instrucción y de una profesión decorosa, a curas, frailes y monjas en número proporcional a la gravedad de la miseria. 

La iglesia católica administra en esos países la beneficencia y las ayudas de los grupos imperialistas y saca provecho de ello. El Papa Woityla ha tenido que movilizar en los 27 años de su reinado al sector más radical del mundo católico (Hogar, Legionarios de Cristo Rey, St Egidio, Comunión y Liberación, Opus Dei, Regnum Christi, etc.), precisamente para compensar con la ruidosa agitación de una minoría el estancamiento o desaparición de las comunidades católicas de bases.

 Ha tenido que exigir a los obispos el juramento de fidelidad al papa y la absoluta sumisión a la Curia romana para salvar la unidad de la parte restante de su iglesia que la represión de la teología de la liberación y la eliminación de todo papel progresista en la transformación del mundo actual han metido en un serio compromiso.

 La predicación visionaria (“profética”) de un mundo futuro en la fantasía ha tenido que hacerse cada vez más ruidosa y paranoica para compensar el abandono y más bien la lucha contra todo empeño en construir aquí un mundo nuevo y civil en la tierra. 

La combinación por la iglesia católica de decadencia real de su influencia sobre las masas populares con un ruidoso y vistoso activismo fanático de una minoría de fieles es equiparable solamente a la combinación por el imperialismo americano de decadencia de su potencia económica y política en el mundo con una cada vez más agresiva y devastadora acción militar y policíaca. 

En ambos casos se trata de un poder que se vuelve tanto más arrogante y ruidoso cuanto menos fuerte es y menos convence. La crisis de la iglesia católica es un aspecto de la crisis del capitalismo, con el que se ha identificado cada vez más, al igual que el capellán se identifica cada vez más con el verdugo a medida que la represión se hace más precaria y arriesgada.

Las masas populares italianas han sufrido particularmente los efectos del papel que la iglesia católica ha asumido en la disgregación de cualquier empeño concreto y realista de progreso y transformación del mundo real. El Vaticano ha heredado de la historia un poder internacional que sus representantes han sabido primero adaptar al mundo burgués y luego dar frutos en el ámbito de la burguesía imperialista mundial hasta el punto de convertirse en un integrante destacado de la misma.

 El Vaticano no es sólo el centro orientador de una estructura mundial de algunos centenares de millares de cuadros que dirigen moralmente a millones de personas; no es sólo el centro de una red internacional de relaciones políticas y de maniobras e intrigas políticas, sino también el centro de una red mundial de propietarios inmobiliarios, empresarios de la construcción y especuladores inmobiliarios, de especuladores financieros, de bancos y aseguradoras, de consorcios de empresas sanitarias, de enseñanza y de otros servicios y un paraíso fiscal. 

Entre todos los países, Italia tiene la desgracia de ser la base territorial más cercana de todas sus operaciones. 

El Vaticano, a partir de la primera mitad del siglo pasado, se ha convertido cada vez más, gracias al fascismo, en el gobierno efectivo, oculto e irresponsable de nuestro país. 

La Resistencia, si bien puso fin sustancialmente a la monarquía saboyana, no puso punto final a este curso de las cosas y sólo se limitó a ponerlo en dificultad durante un breve período. 

Cuanto más declinaba el movimiento comunista, primero bajo la dirección de los revisionistas modernos (Togliatti-Berlinguer) y luego con la disolución o transformación de sus viejas instituciones (el viejo PCI, el sindicado, las asociaciones de masas), más el papel del Vaticano se ha hecho arbitrario y antipopular.

 Durante algunos decenios los curas y monaguillos tuvieron que prometer a las masas populares el paraíso en la tierra con tal de que no hicieran oídos a “las sirenas del comunismo” y la burguesía debía darles algunas cosas concretas. La decadencia del movimiento comunista la ha exonerado de este deber desagradable y caro, el cual una vez inciada la crisis económica era, por otro lado, cada vez más incompatible con la naturaleza del capitalismo. 

Combinándose con las chácharas de los revisionistas y reformistas sobre la compatibilidad, la concertación, la austeridad, las leyes naturales de la economía capitalista y la moderación salarial, curas y monaguillos con su papa a la cabeza han vuelto a justificar y santificar ante las masas populares el sufrimiento sin fin que se extiende sobre la tierra y, por consiguiente, han vuelto a ca prometer solamente el reino extraterrestre de los cielos.

El fin del reinado del papa Woityla no es el fin del papel funesto del Vaticano y la iglesia católica con respecto a las masas populares. Pero su desaparición debilita toda la estructura vaticano-eclesiástica, ya que para desarrollar con eficacia ese papel Woityla tuvo que concentrar en su persona un conjunto de poderes reales. 

La burguesía de todo el mundo ha perdido a uno de los instrumentos con los que logró imponer su obra de devastación, saqueo, guerra y muerte. 

Los comunistas tenemos que aprovechar las contradicciones que surjan y que, al menos durante un poco de tiempo, agravarán las dificultades de la burguesía imperialista en su conjunto. Hasta Bertinotti y otros histriones semejantes han perdido un punto de referencia sobre el que construyeron sus manipulaciones y sus juegos de prestigitadores. 

Para nosotros, comunistas, es el momento de plantear con fuerza y en medida cada vez más amplia el objetivo de hacer de Italia un nuevo país socialista como única vía de salvación real y terrenal para las masas populares de nuestro país, como lo principal forma de solidaridad con las clases explotadas y pueblos oprimidos de todo el mundo y como forma suprema de amor a la humanidad que es el trabajo común por construir un nuevo mundo posible de justicia y verdadera civilización, un mundo comunista.

http://www.nuovopci.it/arcspip/article9e8f.html

Related Posts

Subscribe Our Newsletter