El 22 de junio de 1941, la Alemania nazi invadió la Unión Soviética con uno de los ejércitos más grandes de la historia universal.
Hitler creía que iba a derrotar a los soviéticos en un lapso de tres meses, y casi todos los expertos militares y políticos del mundo estaban de acuerdo.
La Alemania imperialista tenía las Fuerzas Armadas más modernas del mundo. Su fuerza de invasión constaba de tres millones de soldados, 3.300 tanques, 7.000 cañones de grueso calibre y 2.000 aviones.
Sus FFAA acababan de conquistar país tras país en Europa: Checoslovaquia, Polonia, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Noruega.
En 1941, la Unión Soviética solo había experimentado 20 años de paz desde la última invasión imperialista. Bajo la dirección del Partido Comunista y de José Stalin, el país había vivido dos décadas de intensas luchas de clase y de construcción socialista.
A pesar de grandes problemas, en ese entonces era un país auténticamente revolucionario y socialista.
La revolución bolchevique puso en el poder a la clase obrera, eliminó los privilegios y la riqueza de los ricos, creó la primera economía socialista planificada y el primer sistema de agricultura colectiva, y transformó la estructura y la propiedad de la industria.
La lucha de clases había sido muy difícil y llegó al borde de la guerra civil.
Los imperialistas estadounidenses e ingleses esperaban que la enorme invasión alemana agotara a la URSS. Por eso, mientras los ejércitos de Hitler golpeaban la URSS, pospusieron su invasión del continente europeo.
Tanto Hitler como las potencias occidentales subvaloraron la fuerza del socialismo soviético. Con increíble abnegación, el pueblo soviético se movilizó y libró una gran guerra justa para enfrentar a los invasores. En una ciudad industrial llamada Stalingrado (que quiere decir “ciudad de Stalin”), los supuestos ejércitos “invencibles” de Hitler se tropezaron con los resueltos combatientes rojos.
En todos los territorios de la Unión Soviética que conquistaron, los ejércitos nazis quemaron pueblos enteros y dejaron sin enterrar los cadáveres.
De los 5.700.000 prisioneros de guerra soviéticos, 3.300.000 murieron de hambre, frío y ejecutados. Los nazis mandaron a casi tres millones de soldados y civiles soviéticos a Alemania como esclavos.
LUCHA ARMADA DE GUERRILLAS EN LA RETAGUARDIA ENEMIGA
Al comienzo, el Ejército Rojo de Stalin tuvo que retirarse de grandes territorios a lo largo de todo el frente, dejando atrás tierras arrasadas.
En el curso de la retirada, el Ejército Rojo aprendió métodos para luchar “a nuestra manera”, para contrarrestar la movilidad y fuerza alemanas.
El Partido Comunista movilizó a las masas para una lucha de vida o muerte “no solo por el pueblo soviético, sino para liberar a todos los pueblos que sufren bajo la opresión fascista”.
Los comunistas organizaron ejércitos guerrilleros en los bosques para hostilizar a los invasores por todas partes.
Los soldados soviéticos aprendieron a usar “armas populares“, como granadas y cocteles molotov, contra los tanques.
A mediados de 1942, el ejército alemán ya no podía lanzar una ofensiva general a lo largo de todo el frente. Hitler tuvo que escoger un solo objetivo para una gran ofensiva del verano.
Despachó 1.500.000 soldados hacia el suroeste para conquistar los campos petroleros de los montes Cáucasos.
Les ordenó conquistar primero la ciudad de Stalingrado para cimentar el flanco norte.
El plan de la dirección soviética era convertir la ciudad en una enorme esponja para absorber y empantanar la mayor cantidad posible de tropas alemanas, mientras concentraba en secreto grandes ejércitos al norte y al sur de la ciudad, y así rodear, atrapar y aniquilar todo el VI Ejército alemán.
Una encarnizada guerra de guerrillas urbana era la clave de este plan.
El Partido Comunista envió a miles de sus mejores militantes a la ciudad. Miles de obreros formaron unidades de combate, armados con brazaletes y rifles.
Veteranos de la revolución bolchevique y de la guerra civil, trabajadores de las acerías, de los ferrocarriles y de los astilleros, ingenieros de tractores, barqueros del Volga, oficinistas –mujeres y hombres– se preparaban para luchar al lado de los soldados.
Alrededor de las fábricas, otros trabajadores cavaban trincheras para defenderlas.
Mientras tanto, se desenvolvía una intensa lucha política contra los dirigentes locales del partido y las FFAA que opinaban que era imposible defender la ciudad y abogaban por huir al otro lado del Volga.
Pero Stalin rechazó los planes de abandonar la ciudad:
“Lo más importante es no permitir que domine el pánico, no tener miedo ante las amenazas del enemigo y mantener la fe en nuestra victoria final”.
La lucha de líneas políticas volvió a estallar varias veces durante la larga batalla.
LUCHA CALLE POR CALLE
Miles de combatientes rojos dieron la vida para detener el avance alemán. Su sacrificio permitió a sus camaradas ganar tiempo para reorganizarse.
El 14 de octubre, los alemanes lanzaron una gran ofensiva (que esperaban sería la última).
Un oficial de tanques alemán escribió:
“Hemos peleado 15 días para conquistar una sola casa, con morteros, granadas, ametralladoras y bayonetas… Los refuerzos llegan de las casas vecinas por medio de chimeneas y escaleras de incendios.
Hay un sinfín de peleas del mediodía al anochecer.
De un piso al otro, con la cara cubierta de sudor, nos atacamos el uno al otro con granadas en medio de las explosiones, las nubes de polvo y el humo... Pregúntenle a cualquier soldado qué quiere decir luchar cuerpo a cuerpo en una batalla así”.
Las armas pesadas del ejército imperialista alemán definían su “manera de luchar”, muy semejante a la del ejército yanqui de hoy.
Los comandantes soviéticos descubrieron que cuando empleaban la táctica de combate cuerpo a cuerpo, a los alemanes les era imposible luchar “a su manera”.
Debido a la naturaleza de la guerra urbana, era difícil comandar y maniobrar con grandes unidades de tropas.
El general Chuikov, jefe de la defensa de la ciudad, describió cómo los soldados rojos aprovechaban la situación: “La guerra urbana es una clase especial de combate.
Las cosas no se resuelven por medio de la fuerza, sino por la habilidad, la ingeniosidad y la rapidez... lo clave son las pequeñas unidades de infantería y las armas y tanques individuales”.
Los soldados rojos atacaban cuando tenían la ventaja: mientras los alemanes dormían o comían o cuando estaban a punto de cambiar de turno.
En combates de cuerpo a cuerpo con revólveres, puñales y palas afiladas, los combatientes rojos empujaron a los nazis de una a otra casa, sótano o cuarto.
Esa manera de luchar requería un alto nivel de conciencia política y gran dedicación.
STALINGRADO SE CONVIRTIO EN LA TUMBA DEL FASCISMO ALEMÁN
El 19 de noviembre, todo el mundo en Stalingrado oyó la artillería en la distancia: ¡la gran contraofensiva soviética había comenzado! Más de un millón de soldados soviéticos avanzaron muy rápidamente al norte y al sur de la ciudad.
En cuatro días y medio, los ejércitos rojos cercaron a los 330.000 soldados del VI Ejército alemán en una trampa de hierro.
Los combates siguieron dentro de la ciudad hasta el 31 de enero, cuando las fuerzas soviéticas capturaron al general von Paulus y su cuartel general.
La batalla de Stalingrado fue el comienzo de la derrota de la Alemania hitleriana. El Ejército Rojo empujó a los invasores del territorio de la URSS y los persiguió hasta Berlín, donde Hitler y su gobierno fueron destruidos.
La clave de la victoria fue la dirección del Partido Comunista y la organización del pueblo después de décadas de fieras luchas de clase.
En respuesta al llamamiento de Stalin, miles de comunistas se unieron a los soldados del frente.
Los pueblos del mundo deben mucho a Stalin y a los luchadores de Stalingrado: por su victoria contra Hitler y por las valerosas lecciones sobre la guerra urbana revolucionaria que podemos aprender de ellos.
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Publicado por Odio de Clase