Cultivar tu propio terreno para poder comer. Respetar la tierra de la que se alimenta tu ganado.
Y que, de pronto, lo pierdas todo. Más allá de la efeméride que recuerda este miércoles el día de África, el escritor e investigador Vicent Boix quiere poner en primera línea uno de los casos más devastadores que suceden en el continente: el acaparamiento de tierras.
La agricultura en búsqueda de la máxima rentabilidad. Así lo reflejó Boix en su libro Piratas y Pateras. Los países africanos, marcados por el expolio, han visto en los últimos años cómo empresas se apropian de terrenos para especular o cultivar, y cómo terceros países controlan terrenos que garanticen su propia alimentación en el futuro.
¿Por qué se produce el acaparamiento de tierras en África y cuándo?
Empezando por el final, ahora es a gran escala pero en el siglo XIX y XX ya había este tipo de acciones.
El origen actual proviene del alza de la agricultura desde la crisis actual. Ahora ha cogido fuerza en los mercados internacionales. Los propios brokers dicen que la tierra es una inversión con garantías.
Comer siempre hará falta, es un valor seguro. Un móvil puedes no tenerlo y seguir viviendo. ¿Pero vivir sin comida? ¿Y sin agrocombustible?
Los grandes intereses económicos han visto el negocio. Lo único que quedaba en manos de la gente era la tierra, porque la distribución y ventas estaban adjudicadas. Para conseguirlo, la meta era África. Por ello es el continente que más sufre este fenómeno.
Y esa inversión en tierra fue la que ocasionó la subida de los precios de los alimentos a nivel mundial.
¿Por qué África, en lugar de otros continentes o países?
Sus tierras son abundantes y fértiles, la mano de obra es barata, la legislación laboral y fiscal es laxa y los costes de producción son menores. Todo son parámetros económicos. Todo esto siempre va asociado con acaparamiento de agua, lo que afecta mucho a esas comunidades.
Ahora otros países acaparan tierra en África para tener suministros con seguridad, porque en sus países el clima no les garantiza alimentación en el futuro como China, Arabia Saudí o Libia. Además, África está cerca de Europa, China y los países árabes.
Según la FAO, el 80% de las tierras agrícolas disponibles se encuentran en América del Sur y África, y para el año 2030, harán falta 130 millones de hectáreas nuevas para poder producir los alimentos necesarios. Un informe de Fundación Sur, apunta que la cantidad global de tierras acaparadas en África supera los 63 millones de hectáreas.
¿Hay más condicionantes en el caso africano?
Uno importante es la tenencia de la tierra. Muchas zonas de África funcionan diferente a nosotros. Las tierras no están tituladas, no hay escrituras.
Ellos se rigen con el derecho consuetudinario, no escrito. Por ese poro se cuelan los gobiernos e inversores interesados para acaparar tierras.
Como no hay escrituras, las tierras pasan a formar parte del Estado y él mismo las cede a los acaparadores. Para algunos expertos, el 90% de las tierras de la África subsahariana no dispondrían de títulos o escrituras.
En algunos casos, obtenerlos supone un gasto económico que muchos campesinos no pueden afrontar, y sin los títulos las tierras pasan a ser propiedad de los estados. Y ahí arranca la maquinaria…
Sí. Ellos lo ofrecen al capital privado exterior, firmando contratos opacos, secretos y muy beneficiosos para los inversores extranjeros. Esta dinámica es, en parte, una herencia de las antiguas colonias, cuyas leyes se diseñaron para que las autoridades pudieran tomar las tierras gratuitamente y a su conveniencia.
Nosotros funcionamos de una manera diferente y no todo el mundo tiene que funcionar como nosotros. Les aplican una forma de actuar que ellos nunca han utilizado. Los gobiernos son cómplices, y por ahí se cuelan las transnacionales y los inversores.
¿Qué consecuencias más inmediatas ha tenido para la población?
A corto plazo, la expulsión de las poblaciones del lugar donde han vivido siempre. En ellas se han producido desalojos violentos y represión, gente en la cárcel e incluso muertos.
Tanto por el ejército como la policía. Y la segunda es una consecuencia más lenta pero directa…
Es obvia. Si les quitas parcelas de agricultura dedicadas a mercados locales… sólo puede venir hambre, falta de empleo y miseria.
De ahí el título de su libro, ’Piratas y pateras’…
Era la manera más fácil de poner entre palabras las dos caras de la moneda. Los piratas que van a hacer negocio y las pateras, que simbolizan a la gente que va a sufrir esto.
La población se encuentra indefensa ante la gran avalancha de proyectos de acaparamiento que amenazan las tierras en las que viven.
Hay un hueco legal aprovechado por los inversores ante la falta de normativas naciones e internacionales que reconozcan los derechos de los africanos sobre las tierras en las que viven desde hace siglos.
¿Qué países son los más afectados?
Uno es Sudán del Sur porque es relativamente es nuevo. Llevaban muchos años en guerra y era un país por reconstruir. Ahí hay muchísimas hectáreas en manos de inversores y especuladores. Pero otros países son Camerún, Etiopía, Congo, Somalia, Sierra Leona, Kenia, Mozambique… En todas hay acaparamientos documentados.
Las operaciones de adquisiciones de tierras pueden ser de dos tipos: de venta, o sobre arrendamiento por períodos que van desde los dos años hasta los 50 o 99 años.
Es complicado que las inversiones agrícolas garanticen la seguridad alimentaria del continente, cuando solo una hectárea de cada cuatro está cultivando alimentos que además se exportan a los supermercados del Golfo Pérsico, India o Libia.
Todo esto se suma a un continente que ya, de por sí, está marcado por el expolio.
En muchas de esas tierras no hay proyecto agrícola. Por ejemplo, en Sudán del Sur hay un fondo de inversiones neoyorquino que sólo las ha acaparado para especular. Igual que aquí lo hacíamos con viviendas. Son tierras cercanas al Nilo, muy fértiles. Pero también hay una parte donde hay indicios de fondos petrolíferos. Por lo tanto no es solo por cultivar, sino por otros intereses de bienes y recursos.
Cuando hice el libro vi que todo esto es producto del sistema económico en el que vivimos, donde cambia el paradigma de lo que es la tierra y la agricultura.
Una necesidad básica como el derecho a la alimentación, ya es un puro negocio.
Y eso le hace que esté sometido a todos los caprichos de la economía. Independientemente, y paradójicamente, de que genere hambre y pobreza. Luego está el interés por la palma, la jatrofa, la caña para el etanol.
¿Qué empresas son las más interesadas?
Son fondos de inversión, capital social privado y grandes sociedades agrícolas que cotizan en bolsa las que están invirtiendo en los negocios agrícolas alrededor de todo el mundo, y suelen ser unas 130-150. También hay casos de inversores locales y terratenientes, pero sobre todo son fondos de inversión y bancos.
Hay otros proyectos, como el de un catalán en Gambia con 200.000 hectáreas acaparadas. No era inversor… era un joyero.
¿Este acaparamiento tiene consecuencias medioambientales?
Por supuesto. Primero porque toda la agricultura intensiva produce contaminación por los productos agroquímicos y por la propia maquinaria, la logística que conlleva…
Todo eso son impactos ambientales. En esas zonas pasan de una agricultura de subsistencia a intensiva, lo que lleva siempre un mayor consumo de agua, que impacta de forma negativa en estas comunidades.
Los propios agroquímicos contaminan acuíferos y el propio terreno.
La FAO, en uno de sus informes, contemplaba que aquellas zonas del planeta que donde se hace agricultura intensiva se produce una degradación del terreno. Según The Earth Security el uso de fertilizantes creció un 500% en el último medio siglo.
Todo esto lleva a una afectación profunda de los ecosistemas de la tierra.
¿Y cuáles son los principales países inversores?
Reino Unido, con casi unos dos millones de hectáreas, EEUU e India, Noruega, Alemania y Malasia. Para que todo esto ocurra debe existir una cierta complicidad con los líderes de esas comunidades. Les seducen para convencer a que sus vecinos vendan, con la excusa de que eso es progreso.
Cuando es progreso para nosotros, bajo nuestra visión. La FAO, de hecho, lo apoya y lo llaman inversión para crear bienestar.
Bajo nuestro prisma capitalista, se vende que la agricultura en África no es eficiente, que no es rentable. Para los africanos es rentable socialmente, porque su forma de vida no es la nuestra. Nosotros vemos biocombustible en un terreno, y ellos ven un espacio para su ganado. Se vende que es una tierra desaprovechada.
Y a partir de ahí la FAO apoya todo esto. También dicen que la inversión en agricultura garantizara la seguridad alimentaria, lo cual es cuestionado por organizaciones que dicen que lo que se cultivará no está destinado a los mercados locales para ofrecer alimentos, sino que se exportará hacia mercados, países del norte, donde la venta genera más beneficios. Existe un respaldo de la comunidad internacional, entonces…
Existe un respaldo de la comunidad internacional que se suma a los gobiernos locales y de algunos líderes de esas comunidades. Habría que preguntarse también si se han valorado los otros usos que tiene la tierra para las comunidades locales, antes de calificarlas como improductivas o incluirlas en una reserva.
La mitad del África subsahariana está compuesta por tierras áridas donde millones de personas viven del pastoreo.
La nueva y confusa terminología, junto a la debilidad legal en cuanto a la propiedad de la tierra, podría favorecer el arriendo o la venta a inversionistas y, por lo tanto, el despojo a millones de personas de sus medios de subsistencia.
¿Los afectados tienen alguna capacidad de reacción?
África es el supermercado del mundo, hacemos lo que queremos… Fondos petrolíferos, sacamos diamantes, minerales para el móvil o les quitamos la tierra.
Así tienen poco futuro con garantías. Si a un país, con zonas ya marcadas por la hambruna, le quitas su capacidad de producir sus alimentos, sólo puede recurrir al mercado internacional donde los precios están elevados y sometidos a los vaivenes.
Y tus tierras ya no cultivan tus alimentos, sino un agrocombustible que es de un inversor extranjero que se lo lleva.
La perspectiva es que el acaparamiento es una vuelta de tuerca más para este continente, que nunca podrá vivir en paz ni desarrollarse.
¿Algunas empresas intentan vender estos proyectos como una responsabilidad social?
Eso vende mucho. Pero no sólo en África, en muchos países. Hay una estructura donde operan ONG pantalla y después hacen proyectos comunitarios para ocultar la rentabilidad. Muchas empresas, cuando entras en su web, venden esto como algo necesario.
Si lo vende la FAO quién no lo va a vender. Recuerdo un caso de 2012 donde un agricultor camerunés, tras apelar la decisión de su gobierno de desalojarlo de sus tierras para entregarlas a inversionistas chinos, fue condenado a un año de cárcel por “rebelión”.
Por otro lado, las pequeñas explotaciones generan mucho más empleo y desarrollo que los grandes latifundios intensivos. Y la calidad del trabajo tampoco ha sido la aconsejable.
He visto que la dedicatoria de su libro es para el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT).
Aunque no se quiera ver, esto es un proceso que se conecta con nuestra realidad. En España, el pequeño terreno es una ruina.
Y aquí el problema son los precios de compra. Lo del SAT demuestra que hemos pasado de la agricultura como actividad que genera trabajo, bienestar, desarrollo y que alimenta el mundo; a la agricultura como un negocio donde se persiguen los réditos económicos aunque esto suponga expulsar a campesinos de su tierra (acaparamiento), arruinar a los agricultores (precios de compra origen), contaminar el medio ambiente (agroquímicos), o hambrear a las poblaciones (especulación en mercado de futuros).
En este contexto el SAT me parece la organización más comprometida para revertir este cambio de paradigma.
La acción de Cañamero en el Mercadona por ejemplo, nos la han vendido como vandalismo, ocultando el contenido político que tiene la misma.
La principal amenaza que sufre la agricultura española es la de los precios de compra bajísimos, que ha originado que miles y miles de agricultores hayan abandonado la tierra.
Estos precios se producen porque unos pocos supermercados y centrales de compra tienen un oligopolio que permite establecer precios de compra (origen) baratos y precios de venta (destino) caros.
Hay supermercados que alimentan casi al 80% de la población, como un Mercadona o Eroski, que impone un precio al agricultor.
Todo viene de la transformación de la agricultura como un negocio capitalista más, y el neoliberalismo con su afán de flexibilizar todo. De esta forma, las grandes empresas imponen sus normas a la gente más débil.