MIAMI — El abuelo de Marco Rubio era un apátrida.
Pedro García había dejado atrás un hogar y un empleo en Cuba con la intención de no regresar. Pero después de que aterrizó en Miami el 31 de agosto de 1962, los funcionarios de inmigración lo detuvieron.
Habían pasado más de dos años desde que llegó por primera vez a Estados Unidos y ya no tenía los papeles que acreditaran su ingreso. Las autoridades le dijeron que por el momento podía quedarse, pero que si quería evitar ser deportado, tendría que llevar su caso ante las autoridades migratorias.
“Siempre pensé en quedarme aquí en Estados Unidos como residente, vivir aquí de manera permanente”, dijo García, de casi 62 años, en español y con ayuda de un intérprete, cinco semanas después. Explicó que había regresado a Cuba porque no quería ser una carga para su familia en Estados Unidos, pero que el gobierno cubano se había vuelto demasiado opresivo y que temía lo que pudiera ocurrir si se quedaba.
El funcionario de inmigración no se inmutó. No vio a un hombre de familia exiliado, solo a alguien que no tenía papeles, que había trabajado para el régimen castrista y que podía suponer un riesgo a la seguridad.
“Se ordena que el solicitante sea expulsado y deportado de Estados Unidos”, dijo, según consta en una grabación bajo resguardo de los Archivos Nacionales. Preguntó a García si había entendido.
“Sí, entendí”, respondió con tono triste.
Ese pudo haber sido el fin del sueño americano de García. Pero, aquel día, alguien en la oficina de inmigración cambió de opinión. En la documentación no queda claro quién o por qué. A García se le otorgó un permiso de reingreso: una zona gris de la ley que significa que no le darían una green card (permiso de trabajo y residencia), pero que podía quedarse en Estados Unidos.
Ahora, en su campaña a la presidencia, Rubio ha solicitado el endurecimiento de la ley migratoria para que en caso de que el gobierno no pueda identificar al 100 por ciento a los inmigrantes, así como los motivos por los que quieren ingresar al país, se les diga, en sus palabras: “No te vamos a dejar entrar”.
Conforme al estricto filtro que ahora apoya, es probable que su abuelo hubiera sido deportado y Rubio no hubiera conocido al hombre a quien ha llamado su mentor y su amigo más cercano en la infancia. “Aprendí de él, confié en sus consejos y anhelé su respeto”, escribió el senador en su autobiografía de 2012, casi 30 años después de la muerte de su abuelo.
En una entrevista, Rubio aceptó que tal vez habría un conflicto entre las políticas migratoria y de asilo que apoya, y la experiencia de su abuelo. Los registros de inmigración también muestran que otros miembros de la familia de Rubio, dos tías y un tío, ingresaron al país como refugiados.
Pero, de acuerdo con Rubio, la diferencia entre entonces y ahora es la sofisticación que han adquirido los infiltrados extranjeros como los del Estado Islámico.
“Reconozco que es un argumento válido”, dijo el senador, “pero no había un esfuerzo generalizado de parte de Fidel Castro para infiltrar en Estados Unidos a asesinos que iban a detonar armas y matar gente”.
Cuando García llegó a Miami en 1962, la paranoia de la Guerra Fría estaba en su momento más álgido y los oficiales estadounidenses enfrentaban una alerta máxima para los cubanos que pudieran estar intentando entrar al país como espías. La Crisis de los Misiles en Cuba ocurrió tan solo tres semanas después.
Durante la audiencia de García, los funcionarios migratorios lo presionaron en busca de pistas de que era un agente doble cubano. ¿Era miembro de algún partido político? ¿Qué hacía para el gobierno de Castro? ¿Y por qué quería irse si parecía tener una vida cómoda?
“Estaba de acuerdo entonces en quedarse en Cuba, ¿no es así?”, le preguntó un fiscal gubernamental.
“No, no”, trató de convencerlo García, y explicó que una grave lesión en la pierna, en combinación con la creciente opresión del régimen, lo obligaron a buscar irse. “Nos vigilan todos los días y quieren saber si uno está tratando de salir del país, si quiere venir a Estados Unidos”.
En su audiencia, García explica que decidió irse para regresar con su esposa y sus siete hijas (entre las que se encuentra Oriales, la madre de Rubio) a Estados Unidos cuando Castro confirmó sus sospechas de que era marxista.
Los expertos en la ley migratoria dicen que el gobierno podría haber justificado la deportación de García. Ese no es un viaje provisional al extranjero”, dijo Jeffrey Brauwerman, exjuez migratorio en Miami, acerca de su regreso a Cuba en 1959. “Había razones para expulsarlo”.
Brauwerman añadió que cualquier empleado del régimen de Castro habría recibido escrutinio adicional. “Investigábamos muy bien a la gente que trabajaba en Cuba”, manifestó.
La muerte de García en 1984 fue difícil para Marco, que entonces tenía 13 años. Rubio encontró a su abuelo en el suelo de su casa en Las Vegas después de una aparatosa caída. Cuando los paramédicos llegaron para llevarlo al hospital, Marco lo acompañó y actuó como su intérprete. Su muerte lo devastó.
Rubio afirma que la admiración que García le profesaba a Ronald Reagan es la razón por la que se volvió republicano.
Durante años, tras haber sido aceptado para reingresar a Estados Unidos, la situación legal de García quedó en el limbo. Su permiso de reingreso significaba que no tendría que irse. Pero no sabía si alguna vez obtendría un permiso de residencia y trabajo.
No fue sino hasta cinco años después de su detención en Miami cuando García finalmente obtuvo una green card. Llenó un formulario específicamente diseñado para cubanos, a quienes se les otorgaba una situación especial de residencia. Donde tenía que describir su ocupación, escribió: “Recibo asistencia pública del programa de refugiados cubanos”.
Su residencia permanente fue aprobada y sellada el 13 de septiembre de 1967.
http://www.nytimes.com/es/2016/03/08/las-politicas-de-marco-rubio-impedirian-a-su-abuelo-entrar-a-estados-unidos/