Las teorías sobre la aparición del hombre en el continente americano se han movido en rígidos patrones desde hace más de un siglo, dando por hecho que los primeros americanos fueron gentes de origen asiático que cruzaron el estrecho de Bering a finales de la última era glacial.
No obstante, y en paralelo a la versión ortodoxa, se han ido acumulando diversas pruebas contrarias a tales patrones.
Y como era de esperar, dichas pruebas han sido mayoritariamente rechazadas o menospreciadas por el consenso científico, cuando no enviadas al baúl del olvido.
El motivo de esta marginación es que algunos de estos hallazgos anómalos apuntaban a un poblamiento diverso o extraordinariamente antiguo de estas tierras, incluso hasta llegar a poner en duda los esquemas evolucionistas más consolidados.
A este respecto, existen casos paradigmáticos como el famoso yacimiento de Hueyatlaco (Valsequillo, México), que apenas es la punta de lanza de una realidad científica más bien sombría.
Por otra parte, han ido apareciendo otros restos que apuntan a la presencia de varias civilizaciones antiguas en las Américas mucho antes de la llegada de Cristóbal Colón a aguas caribeñas a finales del siglo XV.
Graham Hancock
Este panorama alternativo de la historia americana ha sido abordado por numerosos autores, pero ahora quisiera destacar la interesante aportación del investigador escocés Graham Hancock, que –en un artículo aparecido en versión española en la revista digital Dogmacero– presentó varias pruebas e indicios que cuestionan seriamente la versión oficial en este tema.
En efecto, Hancock argumentaba que ya en tiempos remotos parecía haber en tierras americanas unos “misteriosos extranjeros” de diversa procedencia geográfica, étnica y cultural, cuyas huellas arqueológicas han sido pasadas por alto por la ciencia.
Cabe decir, empero, que hay muchos cabos sueltos y conjeturas en la exposición de Hancock pero al menos se plantea un campo abierto de investigación y debate, en el cual los profesionales del mundo académico parecen poco propensos a entrar, salvo contadísimas excepciones. Una vez más, léase sin prejuicios.
Misteriosos extranjeros: Nuevos hallazgos sobre los primeros americanos
El best-seller de Graham Hancock.
Los lectores de mis libros Fingerprints of the Gods (“Las huellas de los Dioses”, publicado en abril de 1995) y Heaven’s Mirror (“Espejo del Cielo”, publicado en septiembre de 1998) sabrán que yo he sostenido siempre que las Américas fueron habitadas en tiempos prehistóricos por diversos grupos étnicos: negroides, caucasoides y mongoloides. Tales ideas han ofendido profundamente a algunos indios americanos, quienes durante mucho tiempo han afirmado ser los únicos nativos americanos. Asimismo, estas ideas contradicen las enseñanzas académicas que aseguran que el Nuevo Mundo no estuvo habitado por el hombre hasta el final de la última Edad de Hielo, hace unos 12.000 años, cuando fue poblado exclusivamente por nómadas mongoloides de Asia que cruzaron el Estrecho de Bering (entonces existía un puente de tierra entre Siberia y Alaska). Desde allí se expandieron por toda América del Norte y del Sur, alcanzando esta última hace sólo unos 9.000 años. Naturalmente, esta doctrina también sostiene que ni caucásicos ni negroides estuvieron presentes en todo el continente americano antes de la llegada de Colón y la conquista europea en los siglos XV y XVI.
Uno de los misterios históricos que me llevó a escribir Fingerprints fue el elocuente testimonio mítico y escultórico, relativo a una época muy lejana en el tiempo, en la que pueblos que indiscutiblemente no eran indios americanos habitaron el continente americano. Tanto el dios Viracocha, en América del Sur, como el dios Quetzalcóatl, en México, se han descrito como altos, de piel blanca y barba rubia, y a veces con ojos azules.
Figura precolombina de aspecto caucásico
En Monte Albán, cerca de Oaxaca, y en La Venta, en el Golfo de México (un yacimiento asociado a la misteriosa cultura olmeca, supuestamente la más antigua civilización de Mesoamérica), se han encontrado antiguas figuras talladas que parecen representar a tales individuos. En el caso de Monte Albán estas figuras caucasoides se remontan al año 600 a. C. y en el caso de La Venta a aproximadamente 1200 a. C., casi 3.000 años antes de la conquista europea.
Más intrigante aún, en La Venta también se encontraron otras esculturas, la mayoría en forma de cabezas megalíticas, en los mismos estratos arqueológicos que las figuras caucasoides. Una vez más, estas esculturas, llamadas cabezas olmecas, no presentan las características típicas de los indios nativos americanos. Su aspecto es de apariencia inequívocamente negroide, pues representan individuos que se asemejan bastante a los modernos africanos, melanesios o aborígenes australianos.
En Fingerprints of the Gods y Heaven’s Mirror escribí extensamente sobre estas esculturas anómalas y sobre los mitos que las acompañan. Así, argumenté que el modelo para ambos tipos debió haber sido gente real y que por tanto esto se debe tomar en serio como testimonio histórico de la presencia de caucasoides y negroides en el Nuevo Mundo hace más de 3.000 años. Este punto de vista no fue aceptado ni por un solo erudito ortodoxo en 1995, cuando se publicó por primera vez Fingerprints. Desde entonces han salido a la luz nuevas pruebas que han obligado a los expertos a reconsiderar su posición y dar un paso atrás desde el dogma del poblamiento exclusivamente mongoloide de las Américas. Los primeros avances se produjeron en 1996 y 1997:
“Los esqueletos desenterrados en varios estados del oeste, y tan al este como Minnesota, están desafiando las concepciones tradicionales que veían a los primeros estadounidenses en todo semejantes a los asiáticos de hoy. Los cráneos de los esqueletos tienen características similares a las de los europeos, lo que sugiere que entre los primeros seres humanos que emigraron al Nuevo Mundo hace más de 9.000 años se hallarían gentes caucásicas. Los antropólogos ya tenían conocimiento de tales huesos hace años, pero no eran plenamente conscientes de su importancia hasta que se han vuelto a evaluar en los últimos meses. Los nuevos análisis estuvieron motivados por el descubrimiento el pasado verano de la última incorporación al cuerpo de pruebas: el esqueleto inusualmente completo de un hombre aparentemente caucasoide que murió hace unos 9.300 años cerca de lo que hoy es Kennewick, Washington [...] La cabeza del hombre y los hombros estaban momificados, y conservaban gran parte de la piel en esa zona [...] Los que examinaron los huesos creyeron al principio que se trataba de los restos de un colono europeo [hasta que el radiocarbono reveló su gran edad]. ‘Es un momento emocionante, y creo que vamos a ver algunos cambios reales en la historia del poblamiento de América del Norte’, dijo Dennis Stanford, una autoridad del Museo Nacional del Instituto Smithsoniano de Historia Natural.”[1]
No todos los estudiosos están de acuerdo que el Hombre de Kennewick fuera un caucasoide[2]. Pero por lo menos el descubrimiento ha planteado serias dudas sobre el modelo establecido del poblamiento de las Américas. Otros descubrimientos han planteado nuevas dudas.
Similitudes con aborígenes de hoy en día o con africanos
Cabeza olmeca del yacimiento de Tres
En Fingerprints of the Gods describí una de las colosales cabezas olmecas de La Venta:
“Era la cabeza de un anciano con una nariz ancha y plana y labios gruesos. Los labios estaban ligeramente abiertos, dejando al descubierto unos dientes fuertes y cuadrados. La expresión en el rostro sugería una sabiduría antigua, paciente, y los ojos parecían mirar sin miedo a la eternidad... Sería imposible para un escultor, pensé, inventar todas las diferentes características combinadas de un tipo racial auténtico. La representación de una auténtica combinación de características raciales por tanto implicaba que seguramente se había utilizado un modelo humano.”
“Caminé alrededor de la gran cabeza un par de veces. Tenía 22 pies (unos 6,6 metros) de circunferencia, pesaba 19,8 toneladas, se alzaba hasta casi 8 metros de altura, había sido esculpida en sólido basalto, y mostraba claramente una genuina combinación de características raciales. En efecto, al igual que otras piezas que había visto, sin lugar a dudas y sin ambigüedades representaba un tipo negro... Mi propia opinión es que las cabezas olmecas nos presentan imágenes fisiológicamente exactas de personas reales de procedencia negroide...”
Volví a este misterio en mi libro de 1998 Heaven’s Mirror:
“Los historiadores ortodoxos no aceptan la presencia de africanos en el Nuevo Mundo antes de la llegada de Colón y han tratado de eludir las consecuencias de las características obviamente africanas de las 16 cabezas olmecas de 3.000 años de antigüedad que han sido halladas hasta la fecha. ¡Al menos esto puede tomarse como señal de que no hay racismo en la arqueología, dado que se supone también que tampoco hubo caucásicos en el Nuevo Mundo antes de Colón! Los estudiosos han planteado pues objeciones predecibles sobre el mito de Quetzalcóatl del hombre alto con barba blanca y han tratado de desechar cualquier sugerencia que pudiera derivarse de los numerosos relieves de caras caucásicas que se han excavado en algunos de los yacimientos arqueológicos más antiguos de México. En el área olmeca se hallaron varias de estas caras en los mismos estratos que las cabezas africanas y algunas veces al lado mismo de éstas, pero también tenemos imágenes de caucásicos en lugares tan distantes como Monte Albán, en el sur-oeste, un yacimiento datado entre 1000 y 600 antes de Cristo.”
“En 1996 y 1997, el descubrimiento de huesos de raza blanca con más de 9.000 años en las Américas parece, de repente, que ha validado el mito de Quetzalcóatl. Por tanto, es legítimo preguntarse ahora cuánto tiempo pasará hasta que la afortunada paleta del arqueólogo descubra los huesos de las personas que podrían haber servido de prototipos para las grandes cabezas olmecas.”
Esa afortunada paleta del arqueólogo no se hizo esperar. El 22 de agosto de 1999, el London Sunday Times (y unos días más tarde, un documental de la televisión BBC2) informó del descubrimiento en Brasil y Colombia de más de 50 esqueletos y cráneos negroides de un pueblo que había vivido en América del Sur hace unos 12.000 años, aproximadamente 3.000 años antes de la primera penetración conocida de los pueblos mongoloides en esta región[3].
Concretamente, se ha descrito un ejemplar particularmente bien conservado, los restos de una joven a quien los científicos han apodado “Luzia”, como el esqueleto humano más antiguo encontrado en el continente americano. Ha sido estudiado por Walter Neves, profesor de Antropología Biológica de la Universidad de Sao Paolo, quien afirma:
“Cuando empezamos a ver los resultados fue increíble porque nos dimos cuenta de que los datos no mostraban que estas personas fuesen mongoloides; mostraban que eran cualquier cosa salvo mongoloide [...] Son similares a los aborígenes de hoy en día o a los africanos y no muestran similitudes en absoluto con los mongoloides de Asia oriental ni con los indios de hoy en día.”
El Sunday Times también cita a Richard Neave, un artista forense de la Universidad de Manchester, que ha realizado una reconstrucción del rostro de Luzia. “Esa cara –comenta Neave– es negroide. Las proporciones de la cara no apuntan en absoluto a que sea mongoloide.”
Hasta ahora, por lo que yo sé, ningún estudioso ha señalado que los descubrimientos en Brasil y Colombia puedan ofrecer alguna explicación acerca de los rasgos negroides de las cabezas olmecas. Es cierto que las esculturas olmecas fueron halladas en estratos de entre 3.000 y 4.000 años de antigüedad mientras que los esqueletos brasileños y colombianos son mucho más antiguos. Pero esto no excluye una posible conexión. Por lo menos, es sin duda una coincidencia interesante (a) que hayan llegado hasta nosotros piezas de escultura monumental que representan individuos negroides de la antigüedad prehistórica de las Américas, y (b) que se haya probado científicamente que un pueblo negroide, no identificado previamente e inesperado por los historiadores, habitó el continente americano hace unos 12.000 años. ¿Podría ser que las cabezas olmecas no hubieran sido realizadas de ningún modo por los olmecas, sino que las hubieran heredado como reliquias de familia, legadas de una época anterior?
¿Una influencia china?
Antigua escritura china
Como nota al pie de esta historia, y signo de la galopante caída del consenso entre los estudiosos ortodoxos sobre el poblamiento de las Américas, tenemos la disputa que comenzó a agitarse en los círculos académicos a finales de los 90 concerniente a los posibles vínculos entre culturas americanas y chinas de la Antigüedad, específicamente entre la cultura olmeca y la Shang. Los principales defensores de este punto de vista son el profesor Mike Xu, profesor del departamento de lenguas extranjeras de la Universidad Central de Oklahoma, EE UU, y Chen Hanping , del Instituto de Investigaciones Históricas de China.
Según un artículo publicado en US News y en World Report, e informaciones en Internet, Xu cree que “la primera cultura compleja de Mesoamérica pudo haberse originado con la ayuda de un grupo de chinos refugiados que huyeron a través de los mares a finales de la dinastía Shang. La civilización olmeca surgió alrededor del año 1200 antes de Cristo, lo que coincide con el momento en que el rey Wu de Zhou atacó y derrotó al rey Zhou, el último gobernante Shang, poniendo fin a su dinastía.”[4]
Xu también afirma disponer de pruebas “explosivas” en forma de escritos arcaicos:
“En los últimos tres años [Xu] ha encontrado unos 150 glifos en fotografías de piezas auténticas de cerámica olmeca, artefactos de jade y esculturas. Aparte de revisar él mismo diccionarios de chino antiguo, también ha mostrado dibujos de estas marcas a expertos del continente chino en escritura antigua para que las examinaran, y la mayoría han coincidido en que se parecen mucho a los caracteres usados en los escritos adivinatorios chinos sobre hueso y en las inscripciones sobre bronce. ‘Al principio todos estos expertos trataron de echarme, diciendo que no podían emitir una opinión de artefactos extranjeros’, recuerda Mike Xu. Pero después de insistir en sus ruegos, les echaron un vistazo a regañadientes. Nada más ver esos dibujos, todos le preguntaron: ‘¿En qué parte de China se encontraron estas inscripciones?’ Cuando se enteraron de que procedían de América, se quedaron atónitos. ‘Si estas inscripciones se hubieran hallado en excavaciones en China’, dice Chen Hanping, investigador asociado en el Instituto continental de Investigación Histórica, ‘sin duda se habrían considerado símbolos de la época anterior a la dinastía Quin’.”
La reacción de otros estudiosos ha sido generalmente hostil. Este texto de C. Cook, profesor asociado de chino en la Universidad de Leigh, resume varias objeciones clave:
“Algunos me pidieron que publicara mis observaciones en respuesta al escrito sobre los signos olmecas identificados como chinos por Chen Hanping en US News y en World Report Nov 4, pp 46-8. Finalmente he visto el artículo con la reproducción de los gráficos olmecas y el conjunto que Chen consideraba similar a la escritura adivinatoria en hueso de los Shang.
1. Las grafías seleccionadas por Chen no son chinas. Tienen cierta similitud gráfica con algunas grafías chinas arcaicas o con parte de las grafías, pero como grafías individuales no coinciden ni se corresponden a los equivalentes que les ha asignado. Es falso.
2. Obviamente, las grafías/glifos aludidos por Chen deberían considerarse en el contexto de toda la inscripción. Esto es imposible ya que el resto de las marcas apenas presentan algunas semejanzas aisladas. De hecho, el texto olmeca puede que no represente un lenguaje en absoluto, sino que –al igual que el Naxi y otras escrituras ur– sería más bien un código para contar historias que una transcripción real de la lengua. Por otro lado, la grafía adivinatoria china Shang es muy avanzada y se da por hecho sin duda que pertenece a un sistema de escritura.
3. Por último, la inscripción debe considerarse en el contexto de las esculturas. En el arte del período Shang se muestra poco más que unas esporádicas caras en las representaciones humanas (tenemos algunas figuras talladas en jade, pero están arrodilladas, a menudo incisas, y cubiertas con una decoración de animales, tatuajes, ropa, etc.). Un famoso bronce presenta una figura como un chamán en la boca de un animal, pero no tiene ninguna similitud con las representaciones olmecas.
4. Una simple corrección: el US News y el artículo de WR afirman que Chen es la autoridad más destacada de entre sólo unos 12 expertos en todo el mundo formados en esta escritura antigua. En primer lugar, Chen es un erudito muy secundario. En segundo lugar, sólo en los EE UU hay más de 12 eruditos que pueden leer escritura Shang, y muchos más en China y en otros lugares.”[5]
Ojos saltones y una gran nariz respingona
Yo no tengo la menor idea de si el profesor Cook y los otros críticos están en lo cierto o si Xu y Chen han dado con algo con su conexión Shang-Olmeca. Se precisa una investigación de mente abierta para resolver el problema, pero mientras tanto me gustaría llamar la atención sobre un pequeña prueba que Santha [esposa de Graham Hancock] y yo descubrimos por primera vez cuando asistimos a la exposición Los misterios de la antigua China en el Museo Británico a principios de enero de 1997 y, más recientemente, cuando vistamos el Museo de Historia de Beijing en marzo de 1999. Estábamos intrigados por unos objetos procedentes de las fosas de sacrificio de Sanxingdui, en la provincia de Sichuan. Estos artefactos, que incluyen bronces en forma de cabezas humanas, fragmentos de oro, muchos jades y un gran número de colmillos de elefante, fueron descubiertos en 1986 y son obra de una gran civilización no identificada previamente que floreció en Sichuan hacia el 1200 a. C. - 1000 a. C.
Máscara "chac" de Uxmal (Mesoamérica)
De particular interés era una pieza descrita como “máscara con la frente ornamentada y pupilas prominentes”. Es uno de las tres grandes máscaras que se encontraron en el pozo 2 en Sanxingdui. Según el comentario del Museo Británico (Misterios de la antigua China, página 69): “Las características más sorprendentes son las pupilas de los ojos, que se proyectan como tallos [...] Otra característica notable es la larga proyección que asciende desde la nariz de la máscara. Esta proyección tiene forma de rollo, con una espiral de sección vertical en la parte superior y con un lazo doble en la parte inferior [...] La combinación de las orejas grandes, los ojos saltones y la elevada pluma hace de este rostro algo completamente fantástico.”
¿Es una coincidencia que casi exactamente las mismas fantásticas y sorprendentes características –ojos saltones y una larga y curvada proyección de la nariz– las encontremos en las máscaras Chac de los antiguos mayas de Centroamérica, herederos de los olmecas? Las máscaras Chac también fueron incorporadas como elementos arquitectónicos en los templos mayas.
Extranjeros llamativos
Tal vez estas similitudes sean sólo coincidencias, aunque personalmente más bien lo dudo. Dejando a un lado todas las demás cuestiones y anomalías (y hay muchas; por ejemplo, véanse las imágenes adjuntas), sostengo, no obstante, que los antiguos esqueletos caucasoides y negroides que se han encontrado en el Nuevo Mundo dan a entender que ya no puede haber lugar para nociones preconcebidas. Es probable que la verdadera historia del poblamiento de las Américas resulte ser extraordinariamente compleja y difusa, involucrando a diferentes grupos étnicos y culturas en varias épocas. No me sorprende en absoluto que los chinos pudieran haber estado aquí hace 3.000 años, o los fenicios en la misma época –como han sugerido otros– o la notable cultura Jomon de Japón, o los egipcios, o –mucho después– los vikingos. Creo que es muy probable, de hecho poco menos que una certeza, que todos estos pueblos, así como otros diversos, también descubrieron independientemente las Américas, en casos aislados, una y otra vez, desde los tiempos más remotos.
¿Pero cuán remotos? Si seguimos impulsando esta indagación hacia el pasado –de nuevo más allá de las más antiguas civilizaciones históricas conocidas– ¿a dónde vamos a parar finalmente?
La posible influencia Shang en la escritura y el arte olmeca nos retrotrae a 3.000 años atrás, dentro de los límites de la historia. Pero el hombre de Kennewick y Luzia nos llevan a hace 9.300 y 12.000 años respectivamente, siendo esta última fecha unos 7.000 años anterior a Sumer y Egipto, las primeras civilizaciones históricas conocidas, y justo en medio del final de la última Edad de Hielo, cuando la Tierra pasaba por un gigantesco cataclismo y las inundaciones causadas por la fusión de las capas de hielo asolaban el mundo.
Algunos estudiosos han expresado la opinión de que el pueblo de Luzia podría haber llegado a América del Sur desde el Pacífico y lo ha relacionado con los aborígenes australianos. Ciertamente hay evidencia de que en la antigüedad los aborígenes poseían sofisticadas habilidades marineras y de navegación. Hasta ahora, sin embargo, no existe una teoría histórica que pueda explicar la presencia en el Nuevo Mundo, y en fechas tan tempranas, no sólo de aborígenes negroides, sino también de caucasoides, y mucho menos el hecho de que la memoria de estos llamativos extranjeros se haya podido preservar en los mitos y las esculturas de lugares tan distantes como Bolivia y México.
Así pues, además de constituir un intrigante misterio humano y arqueológico, lo que ahora sabemos sobre los primeros americanos representa un sólido y radical desafío a la ortodoxia académica. Sospecho que esta historia va a seguir dando que hablar.
© 2000 Graham Hancock
Fuente texto: Dogmacero n.º 2 (2013)
Fuente imágenes: Wikimedia Commons
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