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Conversaciones con Sandino: Temas Sociales

Por Ramón de Belausteguigoitia....

Habíamos visto al general Sandino, mientras cabalgaba con algunos oficiales, haciendo una inspección a sus tropas y me dijo:-

Ya ve usted, nosotros no somos militares.

Somos del pueblo, somos ciudadanos armados.

Recordando estas impresiones sobre el aspecto social del movimiento sandinista, preguntaba una tarde al general, mientras conversábamos, y él se balanceaba en su mecedora.-

Se ha dicho en ocasiones que su rebelión tenía un marcado carácter social. 
Hasta se les había tildado de comunistas.

Entiendo que este último dictado ha obedecido a una propaganda tendenciosa y de descrédito.

 ¿Pero no hay programa social?


Sandino.-En distintas ocasiones se ha tratado de torcer este movimiento de defensa nacional, convirtiéndolo en una lucha de carácter más bien social.

Yo me he opuesto con todas mis fuerzas.

Este movimiento es nacional y antiimperialista.

Mantenemos la bandera de libertad para Nicaragua y para todo Hispanoamérica.

Por lo demás, en el terreno social, este movimiento es popular y preconizamos un sentido de avance en las aspiraciones sociales.

Aquí han tratado de vernos, para influenciarnos, representantes de la Federación Internacional del Trabajo, de la Liga Antiimperialista, de los Cuáqueros...

Siempre hemos opuesto nuestro criterio decisivo de que esta era esencialmente una lucha nacional. [Farabundo] Martí, el propagandista del comunismo, vio que no podía vencer en su programa y se retiró.


El general calla pensativo.


En algunos países, como en México, se ha pensado por muchos que el movimiento sandinista era fundamentalmente agrarista.

Yo he tenido ocasión de comprobar, durante mi estancia en Nicaragua, que la propiedad está muy dividida y que el país es de pequeña propiedad.

Apenas hay latifundios, y estos no son muy grandes.

El agrarismo, pues, no tiene un gran campo de acción.

Los pocos que no tienen tierras no se mueren de hambre, como se me había dicho.

Y, efectivamente, tuve ocasión de comprobar estas impresiones de tierra de promisión en forma no muy halagadora por cierto.

Hay cerca de Granada un hermoso paseo de mangos que llega hasta el Lago.

 Mientras una especie de Cancerbero que tiene la contrata de la fruta los recoge como puede, dos o tres desarrapados esperan la caída accidental de algún fruto para hacer su comida diaria.

No les tenía cuenta trabajar en los cafetales porque solo les daban quince centavos, y preferían esta modesta holganza.

El país está destrozado; no hay trabajo por ninguna parte, según ellos.

Insisto yo todavía sobre la cuestión de las tierras con el general, y le pregunto si es partidario de completar el sentido de pequeña propiedad que tiene el país, dando terrenos a quien no les tenga.


Sandino.-Sí, desde luego, y eso es algo que no tiene dificultades entre nosotros.

Tenemos tierras baldías, quizá las mejores del país.

Es donde hemos estado nosotros.

Y el general explica su proyecto de colonizar la zona del río Coco, que es de una enorme feracidad.-Nicaragua importa una cantidad de productos que no debe: cereales, grasas, hasta carne, por la costa del Atlántico. Todo esto se puede producir allí.

Por de pronto haremos navegable el río; después empezaremos a abrir terrenos de cultivo. Pero hay una exuberancia vegetal increíble.

Sólo el cacao silvestre les pone por de pronto en condiciones de explotación económica.


Yo.-¿Cree usted en el desarrollo del capital?


Sandino.-Sin duda que el capital puede hacer su obra y desarrollarse; pero que el trabajador no sea humillado y explotado.


Yo.-¿Cree usted en la conveniencia de la inmigración?


Sandino.-Hay aquí muchas tierras que repartir.

Nos pueden enseñar mucho.

Pero a condición de que respeten nuestros derechos y traten a nuestras gentes como iguales.

 Y el general añade luego, en tono de broma, que si había extranjeros que fueran allí con otras ideas, llevados de un espíritu de explotación inaceptable o de dominio político, ellos procurarían irles poniendo espinas en el camino para que su marcha no fuera tan sencilla.

Por lo demás, todos los extranjeros serían recibidos como hermanos, con los brazos abiertos.

Hemos recordado en aquel momento el admirable desinterés que ha demostrado en todo momento el general Sandino, y la especial estipulación del convenio que se acaba de firmar expresando que los delegados del mismo indican en su nombre "su absoluto desinterés personal y su irrevocable resolución de no aceptar nada que pudiera menoscabar los móviles y motivos de su conducta pública".


Entonces le pregunto: -¿No tiene usted la ambición de poseer algún terreno propio?


Sandino.-¡Ah, creen por ahí que me voy a convertir en un latifundista!

No, nada de eso; yo no tendré nunca propiedades.

No tengo nada. Esta casa donde vivo es de mi mujer.

Algunos dicen que eso es ser necio, pero no tengo por qué hacer otra cosa.

Recordando que el general Sandino está a punto de tener sucesión, le pregunto:-

¿Y sus hijos, si los tiene?


Sandino.-¡No, eso no es una objeción! Que haya trabajo y actividad para todos.

Yo soy partidario más bien que la tierra sea del Estado (esto es marxismo, comunismo).

En este caso particular de nuestra colonización en el Coco, me inclino por un régimen de cooperativas.

Pero eso tendremos que irlo estudiando más despacio.

A propósito de estas cosas -añade el general, sonriente-: hoy he tenido un caso de los muchos que vienen a contarme sus cuitas, que pinta el espíritu ansioso de algunas gentes que manejan dinero.

 Es un pobre hombre con mucha familia a quien habían prestado trescientos pesos hace mucho tiempo.

Ahora el que se los prestó le exige, y como no los tiene, quiere llevarse su casa, el ganado, todo, y hasta sus hijos como esclavos.

Y yo le he dicho al prestador:

"¿Usted cree que su dinero vale tanto como las lágrimas de esta pobre familia?".

Después he dicho al otro que vaya donde uno de esos abogados que hacen justicia y que venga otro día.

Yo espero convencerlos. 
Ya ve usted -añade el general- lo que pasa por aquí -mientras su boca se abre en una franca sonrisa que muestra su excelente humor.

Yo sonrío también ante el recuerdo de esta justicia benévola, que muestra su espíritu persuasivo y no su espada de guerrillero.

Yo.-General, ¿le gusta a usted mucho la Naturaleza?

Sandino.-Sí.

Yo.--¿Más que la ciudad?

Sandino.-Sí; la Naturaleza inspira y da fuerzas. Todo en ella nos enseña. La ciudad nos desgasta y nos empequeñece.

Pero el campo no para encerrarse egoístamente en él, sino para marchar a la ciudad y mejorarla.

La vista de las plantas, de los árboles; los pájaros, con sus costumbres, su vida... son una continua enseñanza. 
La dicción clara y precisa del general, el sentido didáctico que da a sus explicaciones, hasta el corte de su mano, que se mueve incesantemente y que muestra unos dedos cortos y firmes, nos muestran en el general, no el hombre de fantasía, sino de un pensamiento inquieto y profundo en quien bulle el eterno deseo de saber.

Y entonces le pregunto:--¿Es cierto que desea usted hacer algunos estudios?

Sandino.-Sí; me interesa el estudio de la Naturaleza y de las relaciones más profundas de las cosas. Por eso me gusta la filosofía.

Naturalmente que no me voy a poner ahora en plan de escolar. Pero saber, aprender, ¡eso siempre!

Pasamos a hablar después del tema militar, del aspecto de exterminio que tuvo la campaña, y yo le pregunto:--

¿Fueron crueles los americanos?

Sandino.-¡Ah, eso yo no se lo voy a decir! Pregúntelo por ahí fuera y verá.

Yo.-Se habla, entre los enemigos de usted, general, de muertes innecesarias, de crímenes que se atribuyen a parte de su tropa.

Sandino.-Pues si se achaca algún mal, cualquiera que sea, yo soy el único responsable.

¿Se dice que ha habido asesinatos?

Pues yo soy el asesino.

¿Que ha habido injusticias?

Pues yo soy el injusto.

Ha habido que castigar no sólo al invasor, sino al que tiene concomitancias con él. 
El general se yergue y habla con energía, y sus ojos brillan con indignación.

Yo.-A mí, cuando me han hablado de estas cosas, he dicho que la libertad no se conquista con sonrisas a los invasores.

Que es el precio de la libertad. Pero, naturalmente, creo es muy duro para [ser] dicho por un extraño.

Sandino.-¡Oh, sí; el precio de la libertad!

El general Sandino ha pasado, por asociación de ideas, al rigor mostrado con sus propias tropas para mantener la disciplina.

Como algo se ha hablado sobre este punto, le pregunto: --

¿Cuántos fusilamientos ha ordenado usted en sus tropas?

Sandino.-Cinco. Dos generales, un capitán, un sargento y un soldado.

Uno de los generales por abusos cometidos.

Me denunciaron que había violado varias mujeres.

 Comprobé los hechos y lo mandé fusilar.

El otro, por traición.

Y el general cuenta cómo desde que llegó el general Sequeira creyó ver en él un hombre de lealtad sospechosa.

Un día los aviones lo habían sorprendido y lanzaban un bombardeo furioso. 
El general Sandino se mantenía inmóvil en un rincón cuando, en medio del estampido de las bombas, siente que alguien se acerca sigilosamente.

Era Sequeira, con la pistola en la mano.

"¡Quiere matarme!", pensó Sandino; e inmediatamente sacó su arma y, abalanzándose sobre aquel le obligó a enfundar su automática.

Sequeira quedó sin mando, pero aún participaba en las operaciones. 
Todavía el general lo sorprendió en un momento parecido al anterior.

Cuando le iban a capturar se escapó en dirección al campamento americano.

Sandino destacó fuerzas que lo trajeran enseguida, vivo o muerto.

 Entonces lo trajeron ya muerto.

Yo.--¿Es cierto que todas las armas suyas, rifles o ametralladoras, han sido tomadas al enemigo?

¿Qué tanto por ciento calcula usted?

Sandino.-Sí, puede usted decir que todas, fuera de unos pocos fusiles llegados de Honduras y de los primitivos "Con Con", que ya no sirven.

 Los que no tenían fusil aguardaban a que se cogiera al enemigo o entraban en acción con bombas y pistola, o sencillamente formaban gente de reserva.

Yo.--¿Tuvo usted, general, durante la lucha la intuición de la victoria moral definitiva?

Sandino.-No; yo creí, al meterme en esta empresa, que no saldría nunca de ella sino muerto.

 Consideré que eso era necesario para la libertad de Nicaragua y para levantar la bandera de la dignidad en nuestros países indohispano. 
Yo recuerdo haber oído expresar sentimientos parecidos entre su tropa, a quienes había oído decir:

"Antes morir que humillarnos" y "No nos hubiéramos retirado sin que se fueran los 'machos' " .

Yo.--¿Fue su esposa un obstáculo o un estímulo para la lucha?

Sandino.-Fue un estímulo. Al llegar aquí, después de iniciada la lucha la conocí. Intimé con ella. 
Sus ideas y las mías eran iguales; estábamos identificados. 
Cinco años estuve separado. 
Luego pudo entrar en la montaña. 
Mi esposa nunca ha cejado en su espíritu. 
Pero, ¿no la conoce? -añade el general, y llama--: ¡Blanca! ¡Blanca!

Te voy a presentar un señor de un apellido muy largo, que no hay manera de pronunciarlo al principio.

Aparece la señora del caudillo. Es una señora muy joven, de facciones correctas, el aire dulce y la tez muy blanca.

 La saludo, y poco más tarde se va, después de unas breves palabras.

Sandino.-Mi señora es de aquí, con un noventa y cinco por ciento de español.

Aquí los españoles se mezclaron poco con los indios.

Yo.-Generalmente, el español se ha unido con los indios fuera de los sitios donde este ha sido muy guerrero.

En México, por ejemplo, se ha mezclado poco en Sonora y en Sinaloa. En el resto casi completamente.


Sandino.-Pues aquí, poco. El indio huyó a la montaña. Pero tiene algo. Tanto, que hay un refrán que dice:

"Dios hablará por el indio de Las Segovias". 
¡Y vaya si ha hablado! Ellos son los que han hecho en gran parte esto. 
Es un indio tímido, pero cordial, sentimental, inteligente. 
Ya lo verá usted con sus propios ojos.

Entonces el general manda a llamar a un soldado y le invita a que hable con su jefe, que está sentado en la guardia y que es de la misma raza de los indios zambos del Atlántico.

Hablan los dos, y se aprecia en el dialecto una mezcolanza de palabras de varios idiomas, desde el inglés y el francés al español.--¡Ahora háblele usted en inglés!- me dice a mí.

Le hablo un rato y veo que conversan los dos perfectamente.--
Y ahora, español- añade. Efectivamente, lo hablan perfectamente.

Sandino.-Pues ya ve usted si son inteligentes. 
Pero han estado completamente abandonados. Son unos cien mil sin comunicaciones, sin escuelas, sin nada del Gobierno. 
Es donde yo quiero llegar con la colonización para levantarlos y hacerlos verdaderos hombres.

Yo.--¿Cree usted en la transformación de las sociedades por la presión del Estado o por la reforma del individuo?


Sandino.-Por la reforma interior. La presión del Estado cambia lo exterior, lo aparente. 
Nosotros opinamos que cada uno dé lo que tenga. 
Que cada hombre sea hermano y no lobo. 
Lo demás es una presión mecánica exterior y superficial. Naturalmente que el Estado tiene que tener su intervención.

Yo.--¿Qué significan los colores de su bandera?

Sandino.-El rojo, libertad; el negro, luto, y la calavera, que no cejaremos hasta morir.

Sandino Vive

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