ELSON CONCEPCION PEREZ – Davos es una pequeña ciudad de poco más de 11 000 habitantes, a una altura de 1 560 metros sobre el nivel del mar y con una temperatura por estos meses invernales inferior a los menos cinco grados.
Más alto aun y apartada del ambiente citadino, en plenos Alpes suizos, una privilegiada estación de esquí acoge cada año a los hombres y mujeres, representantes de gobiernos y empresas más poderosos del mundo.
Acuden al lugar, tranquilo y seguro, bajo la mirada permanente de francotiradores sobre cada techo y balcón. Tropas que inspeccionan cada rincón de esa ciudad helvética, carros blindados con armas de grueso calibre y francotiradores en las terrazas y techos camuflados de blanco para confundirse con la nieve son las postales más recurrentes de Davos por estas horas, según reporta AFP.
La misión de los militares es vigilar cada movimiento extraño que pueda perturbar a quienes han llegado para participar en el Foro Económico de Davos. Se trata de una reunión de ricos sin soluciones para los pobres.
Precisamente por tratarse de un lugar seguro, según los organizadores, se escoge el sitio, donde los asistentes pagan exorbitantes cantidades de dinero en boletos de avión y en habitación, comida, bebidas y otros componentes propios de las tertulias a la que asisten entre debate y debate.
Esta vez, al Foro de Davos confirmaron su asistencia unas 2 500 personas de más de 100 países, entre ellos jefes de Estado o Gobierno, dueños de corporaciones, empresarios y algunos artistas que amenizan los recesos de las sesiones.
El mundo mediático ha ocupado gran espacio para recalcar la ausencia de líderes mundiales como el mandatario norteamericano Barack Obama, el ruso Vladimir Putin y la canciller alemana Ángela Merkel.
Se trata, sin lugar a dudas, de tres pesos pesados, determinantes en la política internacional y en el rumbo económico mundial.
En esta oportunidad, los políticos, economistas y dueños de una gran parte del mundo, han tenido que involucrarse en discusiones que otras veces pudieron soslayarse. La vertiginosa caída de los precios del petróleo; la crisis de los millones de refugiados que huyen del hambre y las guerras y quieren llegar a Europa; y la expansión del terrorismo encabezado por el llamado Estado Islámico, quitaron el sueño a quienes están acostumbrados a mostrar en los Alpes suizos la vitrina del capitalismo y las llamadas bondades de la globalización.
Víspera del encuentro, un verdadero cubo de agua fría cayó sobre los organizadores de la cita, cuando se supo que al menos siete millones de empleos pueden perderse en los próximos cinco años por las transformaciones que la economía mundial padecerá y que el Foro Económico Mundial denomina “Cuarta revolución industrial”.
La entidad que organiza el Foro presentó un informe que atribuye la masiva destrucción de empleos “de oficina” al vertiginoso proceso de automatización.
Para IPS, la inequidad ya es reconocida como un factor social y económicamente nocivo. Así se constató, señala, durante la Cumbre sobre los Objetivos del Milenio o Agenda 2030, y la de Cambio Climático realizada en diciembre en París.
Analistas de temas económicos han coincidido en que la globalización de la que tanto se habla, no es un problema; lo que la puede convertir en algo negativo es la incapacidad de los mismos líderes reunidos en Davos de garantizar que no existan dos globalizaciones: la del enriquecimiento de unos pocos y la del empobrecimiento del resto de la población mundial.
El Foro de Davos no busca soluciones a la situación de la economía global, solo une a los responsables de los problemas que sufren hoy los mercados, sostiene el periodista especializado en temas económicos, Lew Rockwell.
“Es un encuentro de los muy ricos. Todo está relacionado con el control (…). Pueden decir que quieren arreglar problemas o hacer mejor la vida de la gente, pero lo que hacen es conspirar para que haya más guerras, intervenciones, control económico, ‘banksterismo’ y beneficios para la élite del poder contra la gente”, insistió Rockwell a RT.
Un análisis de la citada agencia IPS refiere que estamos viviendo una crisis de desigualdad y que la brecha que separa a los más ricos del resto de la población tiene una profundidad que no se veía desde hace un siglo. Pero el problema está lejos de resolverse. La cruda realidad en contraste con esos compromisos es que la desigualdad no está retrocediendo y los países e instituciones que pretenden combatirla siguen aplicando las estrategias del statu quo que exacerban la inequidad.
Un tema candente en el Foro de este 2016 es la crisis de los refugiados en Europa y el terrorismo que, unido al decrecimiento económico, complica aún más la ya difícil situación en el Viejo Continente.
El primer ministro francés, Manuel Valls, calificó el asunto con una frase lapidaria: “Pronto el proyecto europeo podría estar muerto. No en algunas décadas o años, sino muy pronto”.
Por su parte el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, propuso invertir miles de millones en las regiones de las cuales vienen los refugiados, ya que eso podría “ayudar a reducir la presión en las fronteras exteriores de Europa”.
Ahora, cuando ya el Foro de Davos 2016 cerró sus cortinas y los máximos exponentes de la economía y la política mundiales regresaron a sus países, la temperatura en los Alpes suizos sigue fría, muy fría; mientras se torna tenso y nada frío el ambiente en un mundo cada vez más desigual, con un auge evidente del terrorismo, noticias diarias de refugiados que mueren en su travesía hacia Europa y con un tiempo cada vez más contradictorio y amenazante a causa del cambio climático.