Pablo Gonzalez

Autorizando una guerra nuclear: el caso de Okinawa


– “No es procedimiento correcto

– Al diablo el procedimiento, quiero hablar con alguien antes de matar a veinte millones de personas

– … General, todos sabemos que [sus hombres son magníficos]. Pero no podemos permitirnos que en una guerra nuclear nuestros misiles se queden en sus silos porque nuestros hombres se niegan girar una llave cuando las computadoras se lo ordenan.”

[Juegos de Guerra, 1983]

Hace algunos días, en algún lugar, alguien publicó una entrevista con un título similar a “hemos sobrevivido a la Guerra Fría y ya ven, no somos tan tontos.” No recuerdo quién lo dijo, dónde o por qué, pero poco después leí una historia que me reafirmó en una creencia: sí somos tan tontos. Si hemos sobrevivido a la guerra fría durante tantos años es solamente porque hemos tenido una suerte loca.

La siguiente historia fue publicada hace poco en el Bulletin of the Atomic Scientists, un foro especializado en temas relativos a las armas nucleares, y se basa en un relato hecho por uno de los actores principales del que podía haber sido la última tragedia en la historia de la Humanidad Aún no ha sido confirmada oficialmente. La narro aquí porque ilustra un problema relacionado con la emisión y autenticación de órdenes, en la que la criptografía juega un papel principal.

Ya habrán visto ustedes películas de tiempos de la Guerra Fría. La base de misiles o el submarino recibe una orden. Los tripulantes proceden a autenticarla para verificar si se trata de una broma o de una orden real. Se comparan los códigos recibidos con los guardados en una caja de seguridad, y se actúa en consecuencia. 

En ocasiones los códigos son una birria y sirven lo mismo que nada, como ya comenté en mi artículo Los códigos del Juicio Final; otras veces la cadena de mando se fragmenta y los oficiales deben hacer su elección sobre qué órdenes obedecer, como en la película Marea Roja. Esta historia combina un poco de ambas cosas.

Nos encontramos en la madrugada del 28 de octubre de 1962. La crisis de los misiles de Cuba se encontraba en su apogeo en esos momentos y todas las fuerzas estratégicas norteamericanas se encontraban en alerta DEFCON-2, la antesala de la guerra total. Eso incluía la base aérea de Kadena, en Okinawa, donde el aviador John Bordne, nuestro testigo presencial, comenzaba su turno de trabajo.

Se suponía que Okinawa no albergaba misiles nucleares, pero lo cierto es que era una potencia nuclear en sí misma. Kadena albergaba una base secreta de lanzamiento de misiles nucleares: nada menos que 32 misiles nucleares tácticos Mace B. Los misiles formaban parte del Grupo de Misiles Tácticos 498 y estaban repartidos en cuatro emplazamientos de lanzamiento. Con un alcance de 1.500 kilómetros, podían alcanzar objetivos en Hanoi, Pekín y Vladivostok desde la isla de Okinawa y destruirlos con su cabeza nuclear de 1,1 megatones (unas 70 veces la potencia de la bomba de Hiroshima).


Imagen: uno de los emplazamientos de lanzamiento de misiles Mace B en Kadena, Okinawa. Ahora es un templo budista (foto Clancy)

Había dos centros de control en cada emplazamiento, y cada centro de control estaba dirigido por un oficial de lanzamiento. En total eran ocho centros de control y ocho oficiales de lanzamiento, cada uno de ellos responsable de cuatro misiles.

La noche comenzó con tranquilidad, pero a mitad del turno el comandante del centro de operación de misiles de Okinawa transmitió un mensaje a los cuatro emplazamientos. Se trataba de un informe meteorológico rutinario, pero al final aparecía un mensaje en tres partes. La primera parte era un código alfanumérico que indicaba la transmisión inmediata de un mensaje importante. En otras ocasiones dicho mensaje sería un test de prueba, pero con la base en DEFCON-2 todos sabían que no sería un test.

La segunda parte del mensaje era un indicativo de lanzamiento. Puesto que era correcto, el oficial de lanzamiento tenía que recibir la tercera parte del mensaje, que era un código de lanzamiento, y compararla con la copia guardada en el centro de control. Eso es lo que hizo el capitán William Bassett, que estaba al mando del centro de control en el que Bordne hacía guardia. El código de lanzamiento era el correcto. Había que disparar los misiles.

El siguiente paso que el capitán Bassett debía dar era abrir un sobre que contenía las claves de lanzamiento y la información para programar los misiles hacia sus blancos. Por supuesto, era reacio a hacerlo. Por mucho que las instrucciones hayan llegado de forma reglamentaria y los códigos de autorización hayan sido autenticados, los problemas éticos pesaban muy fuerte. El dilema del capitán Bassett se agudizaba porque no se cumplía una condición crítica: los lanzamientos de misiles nucleares exigen un grado de alerta DEFCON-1, el más alto, y el grado de alerta vigente en esos momentos eran DEFCON-2.

Bordne, testigo presencial, recuerda que Bassett dijo algo como “puede ser [la orden de lanzamiento] auténtica o puede ser la mayor jodienda de nuestras vidas.” Podían estar todos frente a una orden de lanzamiento falsa o errónea; pero también era perfectamente posible que el mensaje de pasar a DEFCON-1 hubiese sido interferido; o que la guerra nuclear estuviese ya en marcha y no hubiese forma de cambiar la condición de defensa a tiempo.

Mientras Bassett consultaba con los oficiales al mando de los otros siete centros de lanzamiento, Bordne y sus compañeros esperaban. En cualquier momento los misiles enemigos podían alcanzar Okinawa en un ataque preventivo, así que se ordenó una comprobación de los propios misiles. Para sorpresa de todos, los cuatro objetivos de los misiles que contralaba Basset incluían tres blancos que no estaban en la Unión Soviética, y dos de ellos ni siquiera eran aliados rusos. ¿Una orden de lanzamiento que incluía países no beligerantes? ¿Qué chifladura era aquella?

Bassett ordenó que las puertas del misil que apuntaban a objetivos no rusos, y que las demás puertas quedasen abiertas para un posible lanzamiento y recomendó a los oficiales de los otros siete centros de control que hiciesen lo mismo. A continuación telefoneó al centro de operación de misiles de Okinawa y pidió que el mensaje de lanzamiento fuese transmitido de nuevo, con la esperanza de que fuese una falsa alarma y se diesen cuenta. El mensaje fue retransmitido. Era el mismo que antes.

En ese momento la situación se puso estilo Marea Roja. El teniente al mando de uno de los centros de control se negó a seguir la recomendación del capitán Bassett y se preparó para lanzar sus misiles hacia sus blancos en Rusia. Aunque Bassett era el oficial de campo de mayor graduación, el teniente no reconocía su autoridad y decidió seguir las órdenes del comandante. Enseguida llegó un mensaje de pánico procedente del segundo oficial al mando de ese centro de control: ¡el teniente había ordenado el lanzamiento de misiles! Según el testimonio de Bordne, Bassett le ordenó al segundo oficial que tomase dos hombrea armados y abatiesen a tiros al teniente si éste intentase lanzar los misiles sin autorización suya.

En ese momento de tensión extrema, Bassett consiguió calmar su mente y cayó en la cuenta de algo muy extraño: las órdenes de lanzamiento habían sido transmitidas después de un informe meteorológico rutinario. No sólo eso sino que el comandante había retransmitido el mensaje sin la menor vacilación y sin que se notase estrés alguno en su voz, como si estuviese repitiendo la lista de la compra. Bassett cogió los toros por los cuernos y exigió telefónicamente al comandante una de dos cosas: que elevase el grado de alerta a DEFCON-1 o que emitiese una orden de anulación del lanzamiento.

El relato de Bordne no incluye la cara que debió poner el comandante (estaba al otro lado de la línea, y Bordne no estaba al teléfono), pero podemos imaginarnos lo que pasó. El hombre había enviado mensajes que consideraba rutinarios, cuando de repente le llama uno de sus capitanes sobre no sé qué chifladura de lanzar misiles. Con una mezcla de fastidio y aburrimiento comprueba el mensaje… ¡y se encuentra con la orden de lanzamiento para sus 32 misiles nucleares! Me resulta increíble que encontrase la calma suficiente para dar siquiera la orden de anulación de lanzamiento, pero por fortuna pudo dar esa orden.

Ese fue el fin de la guerra nuclear que Okinawa casi desencadenó por error. No se sabe bien por qué sucedió, por qué el sofisticado sistema de mensajes de autenticación diseñados para evitar un lanzamiento accidental de misiles falló de forma tan calamitosa. Tampoco sabemos qué sucedió después del incidente. Bordne afirma que poco después él y otros testificaron en el consejo de guerra abierto contra el comandante del centro de operación de misiles de Okinawa, el que dio tan desafortunada orden. Algún tiempo después Bassett comentó a Bordne que el comandante había sido degradado y obligado a retirarse tras cumplir el período mínimo de servicio de veinte años. No se tomaron más medidas contra nadie. Con respecto a los hombres que con su sangre fría evitaron un intercambio nuclear catastrófico, ni siquiera recibieron una palmadita en el hombre.

Durante cincuenta años los hombres del capitán Bassett cumplieron la orden de guardar silencio sobre todo lo sucedido. Sólo ahora un Bordne en silla de ruedas se ha atrevido a romper el muro de silencio. Bassett falleció en mayo de 2011. Un grupo denominado National Security Archives ha cursado una petición FOIA (Freedom Of Information Act) para que el gobierno libere los documentos del caso y revelen la verdad de lo que sucedió en aquel dáa de 1962, el día en que el mundo casi fue a la guerra en una isla remota. Quieren que el público sepa lo cerca que estuvieron del desastre.

No se trata de una mera curiosidad histórica. La guerra nuclear accidental ha estado muy cerca de desencadenarse en diversas ocasiones, no sólo en 1962. Casi sucede en 1967. Y en 1979. Y en 1995. Con más de quince mil armas nucleares listas para disparar a día de hoy, no podemos permitirnos ningún fallo.

http://elprofedefisica.naukas.com/2015/11/06/autorizando-una-guerra-nuclear-el-caso-de-okinawa/

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