Durante estos últimos 16 años los hemos visto llenar primeras planas, nacionales e internacionales, con enormes titulares de prentendidas denuncias contra esta “dictadura castro chavista”, y todas, toditas ellas, lo que hacen es confirmar que esta dictadura no lo es.
La imagen de los señores de la SIP, en plena Plaza Altamira de Caracas, rodeados de cámaras y micrófonos, denunciando, a voz es cuello y sin que nadie les tocara un pelo, que aquí en Venezuela no hay libertad de expresión, se ha convertido en un cliché del absurdo.
Una y otra vez, los llamados “disidentes” o “perseguidos del políticos” han hecho su parte en ese circo mediático, como los de la SIP, haciendo declaraciones, dando ruedas de prensa, convocando libremente a marchas, marchando en un país donde, supuestamente, nadie se puede expresar. No les estoy contando nada nuevo.
El problema de este circo es que el libreto se les agota sin dar resultados: el chavismo sigue gobernando contra viento y marea.
Entonces la mediática tiene que subir un escalón más en su show del absurdo y, claro, siempre hay alguien dispuesto a protagonizar la próxima estupidez.
Al bate, Felipe González.
FeliPillo declaró la semana pasada, que Pinochet respetó de los derechos humanos mucho más que Nicolás Maduro. ¡Una pelusa! -diría mi papá-…
Entonces, como para hacer creíble su afirmación, se lanza Felipe, el pana de Carlos Andrés Perez, a relatar cómo Pinochet, comparado al monstruo de Maduro, era un ángel, miren que él mismito pudo constatar, con sus propios ojos presidenciales, el respeto a los derechos humanos de dos, solo dos, prisioneros de aquella dictadura asesina.
Hasta los pusieron en libertad, dijo para convencernos y todos dijimos ¡Ay, qué cuchi Pinochet!
Esta vez el absurdo rebasa la disposición a creer de los más dispuestos creyentes.
Hay cosas que no se pueden sostener, sin contar que ya están sosteniendo demasiados insostenibles para que ahora vengas tú, Felipe, y les hagas esto… ¿Pinochet? ¡Coño Felipe, coño!
Allá, en la misma tierra de FeliPillo, tal vez prendado por la cara de virgen fashion que no rompe un plato de Lilian Tintori, Pablito, clavó un plavito…
El outsider, el universitario que afirma que en política hay cosas que no son negociables, por ejemplo su colita de caballo; el que habla de la manipulación mediática; de los poderes de la casta; el que se diferencia de ella vistiendo con ropa barata de Carrefour; a la hora del micrófono, domado Pablito, en pleno aniversario del golpe contra Allende, a la vez que condena a Pinochet, aprovecha los micrófonos para coincidir con la casta de Felipe Gonzalez, y condena al gobierno venezolano por aplicar la justicia a quien lo intentó derrocar, porque Pablo entiende que la violencia golpista, “hasta que se vayan los que nos gobiernan” que dejó 43 muertos, es simplemente una forma de hacer política.
Con razón la caída en picada en las encuestas…
Porque ese show del absurdo se lo tragan solo quienes lo montan y algún pendejo con colita que quiere llegar allá arriba creyendo que se puede cambiar al sistema sin despeinar a los dueños, o peor, que nunca quiso sino maquillarlo con discursos progres para hacerlo más potable ¡Ay, pobrecitos los toros! -Declara mientras un bistec-.
A todas estas y como si faltaran escenas peores en esta novela, Uribe se toma una foto, no-me-ayudes-compadremente, con un cartelito que dice “Yo soy Leopoldo López”.
¿Viste Plablito?