Para pagar nuestra deuda, nuestros hijos y nuestros nietos, por el hecho de ser nuestros descendientes, tendrán que entregar a otros la riqueza que sean capaces de producir. Así sucedía con los siervos de la gleba, que debían entregar parte de sus cosechas al Señor porque ellos eran hijos de siervos y el Señor hijo de señores.
Karl Marx señaló hace ya mucho tiempo que desde que las sociedades producen más riqueza de la imprescindible para la mera supervivencia de sus integrantes, es decir desde los principios de la Historia, las formas por la que una minoría se ha apropiado de ese excedente y las justificaciones que se han dado para ello han variado.
La apropiación por parte de los amos del producto del trabajo de los esclavos era por la fuerza y esto era ostentosamente visible.
Aunque la tradición y la religión propusieran razones para justificar el derecho de los señores al producto del trabajo de sus siervos, hijos de los siervos de los padres de los señores, la fuerza era también patente y garantizaba acto de la recaudación.
El capitalismo clásico supuso la introducción de una sutileza sin precedentes. Seguía habiendo una minoría que se apoderaba de la riqueza que no era imprescindible para la supervivencia de la mayoría de la población.
Pero la apropiación no se producía en un acto en el que la fuerza fuera visible.
Al revés, a cambio de realizar su labor, el trabajador recibía un salario que le permitía subsistir, volver a trabajar al día siguiente y alimentar unos retoños que pudieran sustituirlos cuando murieran o fueran incapaces de seguir trabajando.
El acto por el que aparentemente se enriquecía el patrón era la venta de un producto que estaba claro que era suyo porque suyos eran los medios empleados para producirlo y él había pagado el esfuerzo necesario para ponerlos en marcha.
Allí no había fuerza visible.
Esto permitió hacer creíble la idea de que, a diferencia de lo que sucedía con esclavos y amos en la sociedad esclavista o con siervos y señores en la sociedad feudal, trabajadores y patrones eran iguales en derechos y que la democracia era posible.
En el feudalismo se nacía siervo o señor.
Durante los años de paraíso capitalista se nacía ciudadano.
El estallido financiero del capitalismo ha terminado con esta ilusión.
Hay grupos humanos que han acumulado deudas que son impagables entre otras cosas porque no hay en el mundo ni una pequeña fracción de la riqueza real a la que hacen referencia los títulos dinerarios en base a los cuales los reclaman los acreedores.
Y hay, por tanto, grupos de seres humanos que han nacido o van a nacer distintos de otros a los que van tener que entregar la riqueza de producto porque son hijos de otros padres y que van a engendrar hijos que se van a ver en la misma situación porque la deuda no es pagable en el lapso de una vida humana.
¿O nos hemos vuelto locos?
Alberto Fernández Liria es psiquiatra