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¿Qué placer puede haber en cazar animales?


Seguramente los cazadores son personas normales, que consideran esto un pasatiempo y una forma “civilizada” de diversión, pero a mí no me queda claro qué placer pueden obtener en destruir una vida y como trofeo quedarse con un cadáver, embalsamado y con ojos de vidrio, pero al fin y al cabo un cadáver.

Quitemos el daño ecológico, quitemos el respeto a la naturaleza, quitemos el sentido de supervivencia que depende no solo de nuestras vidas sino de que existan otras formas de vida en el planeta y nos queda todavía una duda. 

¿Si nada de lo anterior los motiva, qué es lo que les genera placer al matar a un león, a una jirafa, a un ave, a un oso?

¿Podría ser el poder? Esa sensación que enloquece a mucha gente al creer que al acabar una vida se igualan a un dios. 

Podría ser, aunque lastimosamente si se igualan pero con un ser irracional y primitivo, algo muy lejano al concepto de divinidad al que seguramente le rezan muy devotos.

 A no ser que se trate de esas divinidades de la antigua Grecia que llenas de pasiones y odios.

¿Podría ser que los motive demostrar que tienen riqueza? ¡Seguramente! Cuando se puede malgastar cincuenta mil dólares o más por la cabeza de un león, como quién sale a un centro comercial y compra el equipo de sonido más grande para que toda la cuadra alrededor de la casa se entere que puede hacer más bulla que los vecinos, se está cayendo en la ostentación barata.

 Igual que los mafiosos que cuando coronan un viaje de droga hacen fiesta con tiros, rumba, alcohol y prepagos. Si esta fuera la motivación para matar animales podríamos considerarlo unos simples traquetos con plata y nada más. 

Así se trate del rey de España o de un odontólogo norteamericano lo que gastan en la muerte de una maravillosa bestia (y utilizo esta palabra con toda mi admiración) los empobrece frente al mundo.

Si no es por estas dos motivaciones, ostentación económica y poder, no se me ocurre ninguna otra razón para que exista esa fauna de parásitos llamados cazadores.

 Ah, tal vez sí, el que en lugar de cerebro tengan aserrín. Cabezas de chorlitos que no encuentran diversión distinta a la de hacer daño y demostrarlo acumulando cadáveres.

Solo una mente menguada o enferma, como recuerdo que lo hizo un exgobernador de Cundinamarca, utiliza patas de elefante a modo de sentaderos, o cuelga encima de sus chimeneas una cabeza de rinoceronte o de cualquier animal indefenso, que nunca les hizo daño y vivía tranquilo en su hábitat hasta que apareció un cabeza vacía a dispararles.

Realmente el mundo debería hacer algo para detener la cacería y el turismo de safaris con león incluido. Me dirán que hay tantos otros problemas prioritarios como para ocuparse de ese asunto minúsculo. Pero es que reeducar a la población del planeta en temas como este y el respeto a la naturaleza es tan urgente como disminuir las emisiones de gases efecto invernadero.

 Si no cambiamos de forma de pensar, estamos disminuyendo las posibilidades de sobrevivencia en la tierra y aligerando el paso rumbo al despeñadero.

Como los defensores de las corridas siguen repitiendo el argumento de que son una tradición y un arte, así mismo los cazadores dirán que esto es un deporte y por supuesto también una tradición. 

Cierto, arte, deporte y tradición, pero inviables, pero dañinos, no solo para la especie animal contra la que atentan, sino contra una civilización que requiere cambios estructurales urgentes. Uno de esos cambios es el respeto profundo por la vida, así sea la que ellos consideran “salvaje”.



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