Hernán Cortés y otros hechos desconocidos sobre el canal de Panamá

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Europa: Test fatales


Europa se ha convertido en un laboratorio del futuro. Lo que en él se experimenta debe causar preocupación a cualquier demócrata y, más aún, a cualquier persona de izquierda. 

Dos experiencias se están desarrollando en ambiente de laboratorio, es decir, supuestamente controlado. La primera es un test de estrés a la democracia.

 La hipótesis que orienta el test es la siguiente: la deliberación democrática de un país fuerte puede superponerse antidemocráticamente a la deliberación democrática de un país débil sin alterar la normalidad de la vida política europea.

Las condiciones para el éxito de este experiencia son tres: controlar la opinión pública de modo de que los intereses nacionales del país más fuerte se conviertan en el interés común de la zona del euro; disponer de un conjunto de instituciones no electas (Eurogrupo, BCE, FMI, Comisión Europea) capaces de neutralizar y castigar cualquier deliberación democrática que desobedezca el diktat del país dominante; y demonizar al país más débil de manera que no suscite ninguna simpatía entre los electores del resto de países europeos, sobre todo entre los votantes de los países candidatos a desobedecer.

Grecia es el conejillo de Indias de esta tenebrosa experiencia. Se trata del segundo ejercicio de ocupación colonial del siglo XXI (el primero fue la Misión de Estabilización de la ONU en Haití desde 2004), un nuevo tipo de colonialismo, ejecutado con el consentimiento del país ocupado, aunque bajo chantaje inaudito. Y, tal como el viejo colonialismo, justificado como “servicio” a los mejores intereses del país ocupado. 

La experiencia está en curso y los resultados de los test de estrés son inciertos. A diferencia de los laboratorios, las sociedades no son ambientes no controlados, por mayor que sea la presión por controlarlas.

 Una cosa es cierta: después de esta experiencia, cualquiera que sea su resultado, Europa no será más la Europa de la paz, la cohesión social y la democracia. 

Será el epicentro de un nuevo despotismo occidental, rivalizando en crueldad con el despotismo oriental estudiado por Karl Marx y Max Weber.

La segunda experiencia en curso es un ejercicio sobre la solución final para la izquierda europea. La hipótesis que guía esta experiencia es la siguiente: en Europa no hay lugar para la izquierda en la medida en que reivindique la existencia de una alternativa a las políticas de austeridad impuestas por el país dominante. 

Las condiciones para el éxito de esta experiencia son tres.

 La primera es provocar la derrota preventiva de los partidos de izquierda castigando brutalmente al primero que intente desobedecer. La segunda consiste en inocular en los electores la idea de que los partidos de izquierda no los representan. 

Hasta ahora, la idea de que “los representantes no nos representan” era una bandera del movimiento de los indignados y de Occupy contra los partidos de derecha y sus aliados.

 Después de que Syriza se vio obligada a beber del cáliz de la cicuta austeritaria a pesar del “no” del referéndum griego apoyado por el propio partido, se inducirá a los votantes a concluir que, al fin y al cabo, los partidos de izquierda tampoco los representan.

 La tercera condición consiste en atrapar a la izquierda en falsas opciones entre falsos Planes A y Planes B.

 En los últimos años, la izquierda se ha dividido entre los que piensan que es mejor permanecer en el euro y quienes piensan que es mejor abandonarlo. Ilusión: ningún país puede optar por salir ordenadamente del euro, pero si desobedece será expulsado y el caos se cernirá implacablemente sobre él. 

Lo mismo ocurre con la reestructuración de la deuda que hasta ahora ha dividido tanto a la izquierda. Ilusión: la reestructuración se producirá cuando sirva a los intereses de los acreedores, por eso esta bandera de alguna izquierda se convierte ahora en una política del FMI.

Los resultados de esta experiencia también son inciertos por las mismas razones mencionadas. 

Una cosa es cierta: para sobrevivir a esta experiencia, la izquierda tendrá que refundarse más allá de lo que hoy es imaginable. 

Esto implicará mucho coraje, mucha audacia y mucha creatividad.
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Boaventura de Sousa Santos es sociólogo. Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra. Sus últimos libros en español: Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (Madrid, Trotta 2014) y, de próxima aparición, con Maria Paula Meneses, Epistemologías del Sur (Madrid, Akal).

http://blogs.publico.es/espejos-extranos/2015/08/03/test-fatales/

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