¿Cuántos niños, mujeres y hombres han muerto ahogados el domingo 19 de abril, en el naufragio de su embarcación que venía de Libia? ¿700, 800, 900 según los supervivientes?
Quizá no se sepa nunca, pero este naufragio sigue a otros, tan terribles como éste.
¿Cuándo cesará esta hecatombe? ¿Cuántos sirios, eritreos, sudaneses o somalís deberán morir todavía a las puertas de Europa antes de que la Unión Europea se digne a mover un dedo?
Con la multiplicación de las mafias en las costas libias y el flujo de inmigrantes estos últimos meses, la emergencia de la situación era conocida.
¿Y qué ha hecho la Unión Europea? Ha rechazado participar en la financiación del dispositivo de salvamento establecido por Italia que había demostrado su eficacia salvando 150.000 vidas.
Al reducir el número y el alcance de las patrullas, los dirigentes de la U.E. ha elegido dejar morir a los que intentan la travesía. Es la negación de asistencia a personas en peligro. Los dieciocho navíos y los dos helicópteros, que fueron enviados a los lugares del drama pero después del naufragio, aumentan la ignominia.
Tras haber secado sus lágrimas de cocodrilo, estos mismos dirigentes se pondrán de acuerdo para endurecer sus políticas criminales contra los inmigrantes. Porque cuando hablan de la cooperación de “Europa”, no es para salvar vidas de emigrantes, ¡es para rechazarlos!
Su problema inmediato es encontrar en Libia una persona que pueda, como Gadafi lo hacía tan bien, mantener las costas del país. Es decir que la suerte de las mujeres y de los hombres no les interesa en absoluto.
Muchos candidatos a la inmigración querrían llegar por vías seguras y legales para solicitar asilo. En lugar de ello son acosados como parias y se encuentran sometidos a las mafias sin escrúpulos. Hollande y los dirigentes europeos pueden denunciar a las mafias, pero son ellos los que exponen a los inmigrantes a riesgos cada vez mayores.
Cerca de 4 millones de sirios han huido de su país, en guerra desde 2011; el año pasado, Francia solo acogió a 3.000 de ellos, la gran mayoría está refugiada en Turquía o en Líbano, es decir en los países vecinos como es el caso de todos los que son expulsado de sus países.
De ellos, solo una pequeña fracción, intenta alcanzar la Europa desarrolla
da, pero eso es suficiente a los demagogos como el Frente Nacional para hablar de una “bomba migratoria”.
Agitar este fantasma cuando los niños, las mujeres y los hombres mueren bajo las bombas, éstas muy reales, es indignante.
Los dirigentes europeos se esfuerzan para mantener a los pueblos más pobres a distancia.
Pero el sistema al que ellos sirven multiplica la miseria, las guerras y las persecuciones.
Siempre tienen las palabras “democracia”, “paz” y “desarrollo” en la boca. Pero ¿qué han aportado a África, salvo el saqueo continuo de sus riquezas? Cuando Francia ha intervenido militarmente decenas de veces en África y en Oriente Medio, ha llevado allí una sucesión de dictaduras y de devastación.
En cuando a las últimas maniobras guerreristas de las potencias imperialistas en Irak, Siria o Libia, han llevado a la desmembración de los Estados por milicias armadas hasta los dientes.
Condenar a los pueblos a la indigencia extrema, encerrarlos en su situación de explotados forma parte de la guerra llevada a cabo por la burguesía contra los pobres. La lucha que los Estados ricos llevan contra los inmigrantes es un aspecto infame de la misma.
Los explotados de aquí no tienen que protegerse de los más pobres, sino de los más ricos, es decir de los capitalistas. Es su poder sobre la sociedad el que ha creado tantas igualdades e injusticias.
Desde hace más de un siglo, los medios de producción son ampliamente suficientes para satisfacer las necesidades de toda la humanidad sin que los pueblos tengan necesidad de destrozarse entre ellos para disponer de lo necesario.
La propia Europa concentra riquezas formidables. Pero ellas se amontonan en los bolsillos de una minoría, son despilfarradas en los caprichos de los ricos o en la especulación y faltan cruelmente para satisfacer las necesidades de la mayoría.
Con la burguesía parasitaria en el poder, este sistema nunca concederá a todos el derecho de vivir dignamente. Para poner fin a esta barbarie, los trabajadores deben arrancar los medios de producción de las manos de la minoría capitalista y tomar ellos mismos el control.
Traducción de Francisco Ponzán